Agua fresca en los espejos

El libro de Vinka Jackson, acerca del abuso sexual y su camino de sanación, nos muestra de manera prístina cómo los seres humanos podemos ser portadores de una fuerza interna irrebatible que clama por vivir. Y lo hace de una manera que creo no haber encontrado jamás en otro escrito. Este libro impresiona, maravilla, indigna, pero por sobre todo da esperanza, está lleno de ella.

El camino por el cual Vinka nos lleva no es teórico sino vivencial, y sin querer tal vez nos entrega una comprensión tan profunda de las heridas del abuso, que nos permite aprehender tanto más de lo que hayamos podido teorizar o investigar sobre sus avatares.

Es, en todo sentido, un libro existencial. En él aparecen las preguntas más esenciales a las que podemos confrontarnos en la adversidad más oscura e inimaginable. Pero es también un recorrido por el valor y la importancia de nuestro cuerpo -aquello que tenemos pero que también somos-, y cómo éste puede tomar el color de las heridas de una pesadilla o bien la luz de su posibilidad de recuperación.

El abuso sexual ocurre en el cuerpo, pero traspasa mucho más allá de él; en sentido estricto rompe lo físico, destruye lo más íntimo y alcanza a aplastar el alma: “Una invasión bárbara dentro y fuera de la casa; dentro y fuera del cuerpo. En plena identidad”. Porque ¿Cómo se construye, cómo se mantiene la noción y la certeza de quién soy si el cuerpo es transgredido, violentado, cosificado una y otra vez sin descanso ni piedad?

En sus líneas iniciales Vinka nos enseña “Conozco demasiado este cuerpo que siempre se siente como recién llegado y, sin embargo, tan familiar y predecible como si nunca me hubiese sido arrebatado”. Allí resume en pocas palabras la experiencia de haberlo perdido -o más bien de creer haberlo perdido- y su final de soberanía sobre él, el largo y valiente camino recorrido para llegar a volver a sentir propio lo más propio que tenemos.

Mientras ocurren los peores “asaltos” (aquél es el nombre con que Vinka lúcidamente logra nombrar lo innombrable), por fortuna aparecen verdaderos refugios -como el ballet siendo niña- que le permiten de alguna manera continuar manteniendo el poderío sobre sí: “En cada movimiento se atestigua una voluntad que ni sabía me pertenecía. Soy capaz de gobernarme en la danza, de estar en mí, y esto me llena de un sentimiento de poder indescriptible (…). Mi cuerpo en sintonía conmigo es un triunfo, una compensación precisa. Porque todo aquello que en días o noches pierdo a manos de mi padre, luego lo recupero bailando”.

“Este cuerpo que llevo puesto pero no me pertenece”: ¿Cuál será el momento en que realmente es posible apropiarse de lo propio? Quizás es siempre gradual, quizás es un camino que todos los seres humanos -con independencia de las particularidades de sus historias- debemos recorrer, a veces con tropiezos. Pero ese camino con el abuso se vuelve lejano, por eso es que lograrlo es en verdad un triunfo, un triunfo mayor que no todos logran conquistar. Vinka, aunque no quiera serlo (“ni víctima, ni heroína” nos dice) es un ejemplo maravilloso que emociona hasta lo más profundo.

“(…) a pesar de todas mis omisiones y descuidos -y ataques también- mi cuerpo jamás me ha abandonado y ha ido conmigo por la vida (…). No importa cuántas veces me haya sido arrebatado, cuántas veces haya sido deshecho nuestro vínculo, él nunca, NUNCA, dejó de pertenecerme”.

Agradezco haber descubierto el tesoro que es este libro, agradezco poder decirle a cualquier persona que sufre que esto existe, que sí es posible sanar las heridas, las del cuerpo y las del alma, que uno nunca se pierde realmente, aunque a veces nos sintamos perdidos. El agua fresca puede lavar los ojos y entonces permitirnos ver lo más bello que hay dentro de nosotros, aquello que nada ni nadie puede arrebatar.

Pamela Lorca Santander
Psicóloga Clínica de Adultos
Postítulo en Análisis Existencial

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