Niñez y la intimidad I

“The profusion of life, vivid and complex, beyond our grasp…intricate relationships evolved over eons. You might take care not to step on them”. (Robin Wall Kimmerer) 

Convivimos todo el tiempo con trazos que delimitan espacios diversos –hogar, ciudad, continente, mío, nuestro, tuyo-, sin que nos cueste demasiado.

Nadie objeta la existencia de una línea que demarca el horizonte. Nadie, tampoco, las distinciones entre desierto, tundra, selva, bosque, playa. El cielo tiene su espacio. La tierra. Las aguas. Miles y miles de formas de vida, cada una y su lugar. Los niños y niñas, lxs jóvenes, también. ¿Por qué nos cuesta más con ellxs?

“Riesgos para la familia”, para la “potestad” de los padres; “retroexcavadora moral en el hogar”. La ansiedad desbordada, la confusión -quiero creer, y no, en cambio, mala intención- surgen a propósito del “derecho a la intimidad” que SIEMPRE ha sido parte de la Convención Internacional de Derechos del Niño, o CDN, suscrita por Chile el año 1990 (artículo 16). No hay nada nuevo en ello; nada arbitrario. Sólo un signo positivo, de ratificación de compromisos esperados por mucho tiempo.

Si en 25 años de democracia los gobiernos hubiesen a lo menos insistido en educar y difundir los artículos de la CDN, habríamos tal vez reflexionado sobre sobre el derecho a la intimidad, a nivel nacional, de manera sostenida, profunda. Tenemos ahora, una oportunidad de hacerlo (y siempre ojalá), y despejar lo que nos elude o conflictúa.

Hace una semana, leí una una entrevista a la Secretaria Ejecutiva del Consejo Nacional de la Infancia, donde se refería al proyecto ley de garantías integrales que espera ingresar al parlamento en agosto (ojalá sea presentado con “urgencia” por el Ejecutivo, atención en ello) y a algunos derechos de los niños, niñasy adolescentes de los cuales muy poco se habla. La intimidad fue uno de ellos.

Por supuesto, mi primera reacción no fue de amenaza, tampoco duda –y siempre sería legítima- sobre qué significaba, o qué cotas o restricciones podía imponer este derecho a mi rol como mamá y cuidadora. Más bien, mi sensación fue de ¡por fin!,  de respaldo colectivo –pensé en mi hija menor, y en todo niño-, frente a un acento muy necesario, en realidad indispensable, si queremos amplificar el impacto del cuidado en el presente y futuro de toda nueva generación. Y del país completo.

Podemos tener nuestras opiniones acerca de los énfasis, el tono o las palabras elegidas para dar una entrevista, o más bien, para editarla (con los esperables recortes y descontextualizaciones, accidentales o intencionales). Pero  en cuanto al mensaje esencial que entraña el artículo 16 acerca de la intimidad, éste no da para especulaciones sobre ninguna clase de derrumbe moral, ni de ingún tipo.

Por el contrario: los derrumbes ya son, ya fueron, y los continuamos viviendo a diario, por ejemplo en la esfera de la violencia contra lxs niñxs niños (y al respecto querría saber, como muchos, qué contempla el próximo proyecto en la esfera de violencia sexual, y muy específicamente, en relación a niñas víctimas de violación/ASI/incesto/ESCNNA y embarazo forzado). Y es aquí, justamente donde un factor protector mayor, y un aliado en toda estrategia, acción y programa educativo orientado a la prevención -por ejemplo de maltrato y de ASI-, es la promoción y fortalecimiento del derecho a la intimidad, y cuidar los límites que la configuran.

Es una palabra, “intimidad” que nos cuesta definir cuando pensamos en niños pequeños, e inclusive en adolescentes próximos a la mayoría de edad. Pero es la palabra que corresponde; el proceso. Una herramienta portentosa inseparable del cuidado. Un pilar el desarrollo progresivo de la autonomía y del consentimiento para cada nueva generación.

Entender y significar lo “íntimo” es una tarea importante. Merece ser realizada con apertura. No pensar lo íntimo desde el ocultamiento, la desconfianza. Con templanza, disponernos a explorar su signo favorable.

Apenas unos años ha, eran importantes las resistencias frente a la mención de “derechos de los niños” (con excepción de vivienda, salud y educación). Aun en seminarios sobre primera infancia, no faltaba quien volvía sobre la pregunta: ¿y los deberes? Son indivisibles, por cierto, pero de qué deberes podemos hablar para chiquitos menores de un año, o tres. Hablar de límites, de la privacidad de los niños, no siempre es bien recibido.

Querría creer que se trata de preocupación, pero se dejan sentir los prejuicios, quizás desconciertos personales y/o colectivos que no son menores en tiempos donde el tiempo, valga la redundancia, pareciera ir navegando olas, encaramado en tablas de surf con propulsión a chorro. En tanto nosotrxs intentamos navegar tempestades, e incluso inmensidades preciosas, en botes pequeños y precarios.

En el aniversario 25 de la CDN, y en un período, como país, donde cada tema arriesga ahondar incredulidades y distancias, la oportunidad de poner el alma y la atención en algo grande e importante como el cuidado de la niñez, expresado sus derechos, podría hacernos muy bien a todxs.

Pronto conoceremos el texto del proyecto ley y recién podremos formarnos una opinión con fundamento, plantear preguntas, e incluso reparos si son pertinentes. Pero en la antesala, ojalá pongamos la energía en otros afanes.

Re-leer la Convención y sus artículos, no sólo en clave “legal”, sino desde el cuidado. Conocer los resultados de conversaciones muy recientes y significativas con ciudadanos niños, niñas y adolescentes de todo Chile (Yo Opino). O recibir las proposiciones de una campaña valiosa que nos invita a los adultos a examinarnos con “ojos de niños” (ver spots “Cosas de Niño”, “Una idea revolucionaria”, “Berrinche”).

“El respeto nos hace grandes” es una invocación conmovedora, poderosa. También lo es, el diálogo en torno a la intimidad.

Intimidad y cuidado, desde pequeñxs

Mi hija de 7 años habla de su “privicidad”, y me emociona, y es también un poco divertido, confieso, cuando anuncia públicamente cada actividad –todas, sin excepción, frente a medio mundo-  en esa clave: me voy a bañar y necesito “privicidad”, me voy a vestir, desvestir, hacer pipí, y el mismo predicado, inefable, alegre. Igual que para “voy a hacer tarjetas”, “te voy a hacer un regalo”, “voy a preparar una canción” y necesito “privicidad”.

No hay ánimo excluyente, no hay “protocolo de prevención de abusos”, cero temor u ocultamiento. El subtexto de su afirmación de límites es amoroso, vital, lúdico. Disfruta de ensayar, y de comenzar a valorar un “espacio” propio, importante, precursor de algo mucho más vasto y determinante para la construcción de su identidad: la intimidad.

Por ahora ese espacio que es más físico nada, señaliza territorios como el baño, su dormitorio. Y poco a poco, el espacio emocional va tomando contornos.

Recientemente, sobre la mesa del comedor veo la carta de una amiguita: “perdón por mentirte, nunca más”. Se me aprieta el corazón y dudo si preguntar, pero está a la vista: “¿esta carta es tuya hija?”. Me dice que sí, me cuenta quién la escribió y por qué, y que le dio pena pero que perdonó a su amiga. “Pero prefiero no hablar más de esto. Después”. Así fue, el siguiente fin de semana.

El camino como padres y madres junto a nuestros niños en el trazado de lo privado o lo íntimo, durante la infancia temprana, pasa por los “saludos”, el escuchar y poner atención fina en los Sí, los No, el distinguir entre actividades de chicos y grandes, espacios privados y públicos.

Son tareas que parecen modestas (y necesitan, además, ser repetidas continuamente). O para algunos, tal vez, demasiado “puntillosas” , pero creo imposible que un niñx llegue a tener una noción del autocuidado, del respeto consigo y con otros, si no ha tenido la oportunidad de aprender junto a sus padres, madres, cuidadores.

Junto a nuestrxs niñxs, también nosotros, como adultxs, podemos re-definir o recién venir a descubrir, mucho acerca de nuestra experiencia de la intimidad.

Son preguntas que van de la mano: ¿Qué entendemos por “intimidad”, cómo la vivimos? y ¿Qué estamos enseñando a nuestrxs hijxs que fortalezca en ellxs los límites de un espacio propio, profundo, donde irán aprendiendo a apreciar sus vidas, su persona, sus cuerpos, sus afectos y emociones, su propia voz y la del prójimx, sus logros y tropiezos, su experiencia de la sexualidad, las amistades con sus pares, la espiritualidad, su relación con la escuela, la comunidad, el medioambiente, el universo digital, las vocaciones? Son sólo algunos ejemplos.

En el mundo adulto, sabemos de límites: posiblemente, aquello que elegimos compartir con nuestros familiares y con las parejas, será distinto de lo que expresamos a amigas y amigos, y a su vez, esto podría no existir siquiera en interacciones con terceros o personas distantes a relaciones que nos son “íntimas”, “estrechas”, y que gozan de grados especiales de confianza y afinidad.

Dibujamos límites en nosotrxs, nuestras relaciones, la información que compartimos con otros, las decisiones que tomamos al respecto (no es igual elegir compartir nuestro teléfono celular con alguien, a que un tercero o una institución llegue y lo comparta, o lo haga público).

Convenimos espacios que deben ser protegidos no por respeto a algo abstracto como “la privacidad”, o la “información”. El respeto es consigo, con los otros. El cuidado es para la dignidad de las personas.

El valor intrínseco de cada ser humano, es a toda edad. No se es menos digno a los 3 años, los 8, o los 15; no se condiciona la dignidad a los años vividos.

Las objeciones o relativismos cuando se trata de la dignidad de los niños y el derecho a que sea respetada, son en realidad flancos expuestos donde todxs nos hacemos más vulnerables.

Cuidado e intimidad 

El cuidado está para abrir, alimentar crecimientos; no para restringir.

Cuidando a nuestros NNA, les enseñamos sobre el respeto que merecen, íntegramente, incluidas su identidad, su intimidad.

Nuestro respeto sostiene el tiempo, clima y la superficie de esa intimidad que crece junto a nuestrxs hijxs; que ellos van haciendo progresivamente suya: en la relación con sus cuerpos, su identidad (lo que piensan y sienten), sus pares, sus ámbitos de experiencia. Etapa tras etapa, un límite a la vez, configurando poco a poco diversos espacios.

Cuidar, empodera, y habilita en nuestros niños y niñas, desde una base segura, la autonomía y responsabilidad necesarias para, un día, ser capaces de cuidar sus vidas y sus elecciones (o des-elecciones), ejerciendo consentimiento pleno. Con-sentimiento. Desde ahí, lo íntimo.

“Esto es íntimo”, personal, privado, propio. Toma tiempo apropiarse de esas distinciones, que no son sinónimo de secreto, hosquedad, separación, negación de confianza.

La confianza puede estar, el amor más grande, y siempre habrá espacios profundos en cada unx, con nuestras memorias, deseos, contradicciones, experiencias. Un país diminuto, un universo (o miles), cada uno con su pasado-presente-futuro, difícil de traducir en palabras; y quizás ni siquiera queremos intentarlo. Sólo sentirlo es inmenso.

No conversamos mucho sobre intimidad, ni como un derecho inalienable, ni como uno de los regalos más hermosos, eso creo, que vienen con nuestra condición humana. Ella entraña demarcaciones progresivas de límites y espacios, de preferencias y afinidades, formas de relación, de participar en la vida, de amar y amarnos, de examinar, y ojalá atesorar lo vivido.

Cuesta expresarlo. El diccionario no ayuda mucho. Su lógica desafectada, un poco sepia como la siento, pocas veces  da cuenta de la fuerza y poder transformador de muchas palabras.

Encontramos a veces, 12 o 15 definiciones para cuestiones completamente anodinas, y en otras que son vitales, apenas unas pocas líneas que reverberan como si estuvieran casi tomándonos el pelo. Qué podría entender un niñx que lee: “Intimidad: dícese de aquello íntimo”; “íntimo: perteneciente a la intimidad”. ¿Broma? En honor a la verdad, no aparece así exactamente, pero se siente de esta manera (les invito a buscar “desear”, o “deseo”. Cómo palidecen en el diccionario).

Hay palabras que por terribles, no deberían existir. Para otras en cambio,  por su belleza, quizás no deberían existir definiciones. El esfuerzo de describirlas se siente casi trasgresor, frecuentemente torpe,  fuera de alcance. Con “intimidad” me pasa algo así (quizás, si tuviera un color, una música).

Épocas intentando comprenderla, sin mayor información, al menos durante los primeros veinte años de mi vida. De ahí que terminara siendo un cometido mayor en la relación con mis hijas: ir con ellas en los primeros trazos, en el estímulo, en el respeto de lo íntimo que cada una iría, en cada etapa, aprendiendo, reverenciando, haciendo suyo. Hasta habitar y acogerse a sí mismas, completamente.

Ensayos, etapas, presencias. Es gradual, incremental. No de otra forma. Y nuestra “injerencia” como padres y madres, si se limita al control y los juicios, no ayuda como nuestra “presencia” desde el amor, el respeto, la delicada construcción de confianzas, y el cuidado de la intimidad. Así, es otra historia. Otra danza de los años.