toda ceniza

“y me pregunto y te pregunto, cuál de nuestras visiones nos reclamará,
cuáles reclamaremos,
cómo vamos a seguir viviendo
cómo tocaremos, qué sabremos
qué nos diremos unos a los otros.”
Adrienne Rich (1929-2012)

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Sé que son muchos los flancos de violencia y duelos hoy en nuestro país. Los estoy sintiendo, atestiguando. No damos abasto. Y daría para pedir perdón por comentar uno más, o por no poder escribir de todos al mismo tiempo, pero en la intersección de experiencias pasadas, presentes, estas disonancias que comparto aquí no han dado tregua esta semana.

En días recientes, me ha sido inevitable recordar cuando Pablo Hunneus dijo en los años ochenta, con desgarradora lucidez, que quemar vivas a personas trazaba otro antes-después inhumano en nuestro país. En 2022, no pierde vigencia. Por Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana. También por el matrimonio Luchsinger-Mackay. Por todo ser humano.

¿Qué país éramos que algo así fue posible? ¿Qué país somos hoy?

Coincidencias sobrecogedoras: durante la misma semana en que se elevan condenas a diez militares involucrados en el homicidio de Rodrigo Rojas y el homicidio frustrado de Carmen Gloria Quintana, se conceden beneficios de salida dominical y trimestral a dos responsables del homicidio de Werner Luchsinger y Vivian Mackay. Me pregunto dónde están los límites; dónde resuena la indefensión de todos, sin distinciones.

Me cuesta entender. He preguntado a personas que saben de leyes. Y sigo sin comprender ese borde rasante en la impunidad, por legal o conforme a protocolos e informes técnicos que sea una resolución, en este caso de Gendarmería, dependiente del Ministerio de Justicia y DDHH. No es tranquilizador. Creo, además, es una señal muy equivocada y fragilizadora.

Hablamos de cambios ciudadanos. De propiciar una cultura de cuidados. ¿Cómo abordamos nuestras contradicciones, nuestras omisiones, los abandonos de unos u otros?

El año 2013 escribí una columna en ElPost.CL reflexionando sobre la crueldad de haber dejado morir a dos personas sin prestarles auxilio alguno, y de la reacción de sectores de una ciudadanía que habiendo condenado el horror infligido por militares contra dos jóvenes estudiantes en dictadura, no se mostraba igualmente categórica reprochando el crimen cometido por comuneros mapuche contra una pareja de adultos mayores.

Ese 2013, me preguntaron mis editores si estaba segura de querer publicar el escrito; si no sería contraproducente en ese momento. Pregunté de vuelta si estábamos seguros de que quemar vivos a seres humanos era cruel y barbárico e inimaginable siempre, sin importar quién o quiénes fueran los perpetradores. Entre las vidas, los cuerpos aterrados de Rodrigo, Carmen Gloria, Werner y Vivian, no había diferencia –sigue sin haberla-, y pretender lo contrario era, es, una nueva atrocidad esta vez en democracia.

En el mundo, no era tan distinto. El grupo terrorista Is*s , en 2015, quemó vivo a un piloto jordano y el estupor fue internacional. Durante el genocidio de los Rohingya en Myanmar (Burma, años) se quemaron vivos a niños y hasta bebés arrancados de los brazos de sus madres. No se comentó demasiado. Pero los actos de inhumanidad eran los mismos.

Hoy pensaba en Chile, en las familias de Rodrigo Rojas, de Carmen Gloria Quintana, y también, de los Luchsinger-Mackay. Pensaba luego en mi hija, mi nieto, en las nuevas generaciones de niños y niñas, con angustia por las confusiones, los relativismos. Tanto silencio. Esa aquiescencia frente a ciertos horrores según quien los sufra. Y no. El cuidado no es condicional.

En tiempos trémulos, sobre todo, la añoranza, tan humana, es de protección. La herida es sin distinciones. El sostén de toda vida, de toda piel y sangre, infantil y anciana. Lograr vivir, sabiendo que cuando no hay escapatoria al sufrimiento, entonces, puede ser franca la condolencia de unos y otros en nuestras pérdidas.

La lealtad sea con nuestras cenizas, toda ceniza.

Todas.

Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana en 1986, el matrimonio Luchsinger-Mackay en 2013. Treinta y siete años de distancia, siglos y milenios diferentes, pero estos duelos, y tantos otros, pudieron, podrían aún ser semejantes. Al menos eso. Si jamás debieron ser.