Teléfonos celulares y el cuidado
Más de alguna familia, en este momento, está contemplando adquirir un equipo de telefonía móvil para sus hijos niños o adolescentes. Quizás se trata de un regalo de cumpleaños muy esperado, o una necesidad de salud como puede darse en el caso de niños con diabetes, o convalecientes de un accidente. También puede haber parejas divorciadas donde ambos progenitores quieren mantener comunicación ininterrumpida con sus hijos en momentos en que se encuentran en uno u otro hogar. Otras familias tal vez habrán cedido a la presión de pedidos de sus hijos –con muy buenos argumentos algunos- o de sus propios sentimientos de culpa cuando ven que no contar con este equipo genera dificultades en la relación social de sus hijos con sus pares. , ya sea porque se van sintiendo aislados o separados de la dinámica que se comparte vía teléfono –y ya existen grupos de whatsapp a los 8 años- o bien, en casos extremos, porque no tener teléfono puede ser en algunos colegios, un motivo más de bullying. Hay tantos motivos.
Sin embargo, e independientemente de las razones que fundamenten una decisión final, me atrevo a decir que una mayoría de los padres y madres se plantea con afecto y preocupación la pregunta sobre el cuándo y el para qué de contar con un equipo celular durante la niñez. La Academia Americana de Pediatría (EEUU) y la Soc. Canadiense de Pediatría, han recomendado que niños menores de 12 años no usen celulares y menos sin control adulto –sí, “control” es la palabra, ni siquiera supervisión- y que las decisiones al respecto siempre deben involucrar criterios de cuidado y prevención de riesgos y abusos, en general, y consideraciones sobre el desarrollo, características, capacidades y trayectorias de cada niño y niña, en particular.
Las advertencias sobre el uso infantil de celulares van siendo mayores cada año en relación a las siguientes consecuencias: posibles alteraciones del desarrollo cerebral con serias repercusiones para el aprendizaje, la capacidad de atención, el control de impulsos, la regulación emocional y el rendimiento escolar; trastornos de salud mental tan serios como la depresión y la psicosis, y conductas de adicción (tan complejas de rehabilitar como en el consumo de drogas); tendencia al sedentarismo y obesidad que se relaciona con problemas vasculares, cardíacos y diabetes; mengua en los vínculos, habilidades sociales y convivencia, entre otras pérdidas.
Hay países donde se establecen restricciones muy claras para el uso de celulares en la escuela, o simplemente se prohíben como en Francia. En Chile, el tema no se ha abordado mayormente, no hasta ahora, desde la política pública. Algunas campañas indirectamente se vinculan con el tema de acceso de los niños a diversas tecnologías, vía prevención de grooming, abusos, acosos, cyberbullyng. Pero no profundizan en la pregunta medular sobre qué cuida más, cuándo y cómo, en relación al uso de celulares y otras TIC en la infancia.
En nuestro país, la preocupación –en muchos temas de infancia, no sólo en éste- es generalmente reactiva, la reflexión más bien escasa o es lo que podemos inferir cuando en espacios públicos, y de manera transversal, es común ver a guagüitas en coche “entreteniéndose” o “jugando” con un teléfono móvil que algún adulto ha puesto en sus manos.
Salas de espera, centros comerciales, en la micro o el metro, en el asiento trasero del auto, y en cualquier lugar, es una imagen de cada día: niños pequeños con el cuello doblado y los ojos fijos en la pantalla del celular por largos períodos, ya sea viendo videos, explorando alguna aplicación, o interactuando en la web con totales desconocidos en juegos como Roblox, Fortnite y otros. Sé de grupos de whatsapp donde mamás y papás ven mensajes enviados por niños y adolescentes a cualquier hora de la madrugada -3, 4 am- en días de colegio; y es mayor la circulación en noches de fin de semana.
En Chile existen más de 28 millones de celulares –diez millones más que la cantidad de habitantes del país-, el uso de internet móvil ha aumentado en 500% entre 2014-2018, el promedio de conexión diaria es de cinco horas sobre todo por consumo de videos con un 60% del tráfico, y lideramos el uso de redes sociales en Latimoamérica (datos INE, Telefónica). Del uso en niños y adolescentes, no sabemos mucho, y debería ser una ocupación primordial.
Las empresas de telecomunicaciones –o el retail- no entregan mayores orientaciones o sugerencias al momento de comprar un equipo o contratar servicios que incluyen plan de datos. Nadie pregunta nada: si el destinatario será un niño o adolescente menor de edad, poco importa. Podríamos esperar alguna atención o cuidado mínimo –tan sencillo como la entrega de información impresa para los padres, junto a los contratos- pensando en la nueva generación. ¿Pero por qué deberíamos? me dijo un ejecutivo alguna vez, “si para eso está la familia”. No hay que generalizar, pero cansa la actitud indolente de muchas empresas en nuestro país, en relación a la gente, el medioambiente, y los niños también. No pierdo esperanza en algunas que podrían sumarse al cuidado –junto a las de telefonía celular- y por ejemplo sería indispensable el metro, las micros, el transporte en general-, pero quien no puede faltar y hace mucho debió ejercer un rol protagónico en esto, es la autoridad en educación y la autoridad de salud.
Nuestro sistema educacional no cuenta con normativas en este sentido, iguales para todos los establecimientos (públicos y privados). Sin ir más lejos, en los últimos años se han entregado computadores a granel en las escuelas sin antes haber capacitado a todos los docentes, o a las familias de los niños que serán los usuarios principales de esos equipos. Durante 2017 perdí la cuenta de cuántas madres, padres y abuelas/os, especialmente en regiones, expresaban su impotencia porque frente a un computador no sabían ni encenderlo, y menos guiar o supervisar a sus niños navegando la web. Muchos sentimos esa limitación y aunque hiciéramos nuestro mejor esfuerzo para estar completamente al día en lo que a TIC se refiere, siempre nuestros hijos irán más rápido. Pero de lo que sí sabemos, y lo que no cambia en el tiempo, es del cuidado.
Algunos colegios están capacitando a su staff y a las familias, y a los estudiantes en materia de derechos digitales y autocuidado online. Otros establecimientos están cambiando sus protocolos, y optando por la prohibición total de celulares y tablets hasta la secundaria. En otras escuelas se acota este uso al espacio del aula para actividades educativas, o bien se prohíben en clases pero se permiten en el recreo algo que, en mi opinión, es lo más nefasto. Si ya las jornadas son excesivas y las pausas muy magras entre bloques de clases, el reducido tiempo para interactuar con los compañeros, termina siendo dedicado a las pantallas.
He sabido de establecimientos que este año están revisando su posición, o realizando consultas al cuerpo docente y los apoderados para resolver el tema y elaborar nuevos reglamentos. YA hay colegios donde se ha prohibido el uso al menos hasta los 12 años. Tambièn podrìan firmar contratos con los padres al momento de la matrícula, y aunque los niños sean muy pequeños, que ya sea de conocimiento general que no se permitirán celulares hasta entrada la adolescencia o hasta equis curso, o bien nunca.
Muchos padres/madres realizan también enormes sacrificios por proveer a sus hijos de oportunidades, y es sabido que el acceso a tecnologías -mayor o menor- es un factor más que agudiza brechas y la desigualdad en educación. Tal vez por eso vemos transversalmente a niños, niñas y adolescentes a la salida de sus escuelas, privadas o públicas, en distintos barrios, con equipos móviles en la mano. Algunos serán ultra sofisticados y otros menos, pero el hecho es que hoy por hoy el acceso se evidencia masivo y por eso más urgente se vuelve abordar el tema de forma de poder orientar y proteger a la mayor cantidad de estudiantes.
Puede haber distintas modalidades para abordar la problemática, pero lo fundamental es eso: abordarla. Ser indiferentes y dejar a los niños a la deriva, o bien descansar en criterios sólo individuales o por familia, o de la escuela únicamente, no es lo que más cuida. Lo que cuida es la coordinación y los acuerdos adultos que permitan, como comunidad, familias y escuelas, estar todos presentes en una trayectoria que requiere preparación, aprendizajes continuos, progresiones, ensayos, fortalecimiento de conductas de autocuidado, etc. La autonomía , el autocuidado, el pensamiento critico requieren tiempo para desarrollarse, ensayos, errores. La privacidad y la construcción de mundos íntimos y sociales, también. No se trata de ahogar esos desarrollos en nuestros hijos, sino de contribuir a fortalecerlos, y en mi experiencia, esa voluntad prístina nuestra -de los adultos- los niños y adolescentes pueden leerla y acogerla sin mayor problema, y hacerse partícipes, en la medida de sus capacidades y edad, de ese cuidado, confiando, aportándonos información y ayudándonos también a aprender de ellos, junto a ellos.
Hoy por hoy, son una minoría los niños y niñas que no tienen acceso a celular a ciertas edades, y se hace complejo sostener esa posición cuando tu hija o hijo te dice “somos apenas cuatro, o sólo yo” quienes terminan siendo marginados de ciertas actividades debido a una decisión de cuidado de sus padres/madres. Y los niños pueden comprender la buena intención de sus familias, pero asimismo se dan cuenta de la inefectividad de ciertas medidas. Más de una niña me ha comentado que su mamá le dice que nadie puede tomarle fotos, pero en el recreo hay compañeras que hacen videos en tiktok “y nos filman en el patio, con uniforme, insignia, y luego suben todo a internet”. Los niños están observando pensando, conversemos con ellos, y entre padres, madres, familias, tratemos de apoyarnos también.
Con la mejor intención, una profesora muy joven me comentó hace un par de años que había recibido “tantos likes y comentarios, hasta de bailarines de otros países”, por un video de mi hija bailando que había posteado en redes. Se imaginan mi cara de infarto, pero nadie en el colegio le advirtió que es preciso pedir autorización o notificar a los apoderados si se debe fotografiar o filmar alguna actividad donde participen sus hijos. Tampoco contó con alguna inducción o capacitación sobre temas de protección digital y cuidado online en el contexto escolar. Y hay responsabilidades personales, por cierto, pero sobre todo es un deber institucional el orientar a profesores como a familias en estas temáticas. La enmienda fue inmediata (bajar el video) y ambas sacamos buenas lecciones de la situación. Pero a mí me dejó pensando una vez más en la soledad que nos ronda, y en la dificultad de conciertos que no deberían ser complejos ni terminar en tensiones o conflictos, sino en compromisos. Quizás ninguna solución será cien por ciento representativa de las preferencias de cada uno, pero sí coherentes con un objetivo mayor de cuidado de los hijos de todos.
Sabemos que gigantes de la era digital –como Bill Gates, Steve Jobs y otros- no han permitido a sus propios hijos contar con un teléfono celular sino hasta los 15 años. Sus razones se han inclinado a favor del desarrollo de habilidades creativas, y a la protección del tiempo e integridad de niños y adolescentes. Como para tomar seria nota.
La conversación no está zanjada y periódicamente conocemos de estudios que nos dejan más tranquilos o angustiados con las diversas decisiones que hemos ido tomando al respecto de este tema. En cualquier edad, en cualquier contexto, si podemos proponer algo desde la ética del cuidado es justamente la pregunta de qué cuida más.
Creo que un celular en manos pequeñas, tanto como un martillo o una sierra, no es seguro. Y creo que las recomendaciones de quienes más saben, son un criterio del que podemos valernos. Pero en la deliberación familiar, si el resultado será a favor del celular, a lo menos deben ser definidos criterios anticipadamente y algunos términos de uso que puedan guiar a los niños y adolescentes menores de edad cuyo bienestar y protección nos comprometen.
La responsabilidad es nuestra: con nuestros hijos, y también con el equipo que ninguna compañía vendería a un niño de 5, 8 o 12 años, aunque llegara con todo el dinero en las manos. El contrato es entre adultos, y la responsabilidad final sobre lo que pase con niños menores de edad, también. Si se ven expuestos a contenidos de pornografía o violencia que no pueden comprender ni asimilar adecuadamente por su edad, si son víctimas de cyberbullying, si pese a toda recomendación cometen un error de juicio y envían fotos o mensajes comprometedores de su integridad que luego terminan siendo viralizados, en toda situación las consecuencias deberemos afrontarlas nosotros junto a nuestros niños y adolescentes. Por favor tratemos de prepararnos mejor. Podemos enseñar de autocuidado, pero sería negligente (y hasta vulnerador) restarnos de nuestro rol de guía y acompañamiento. Sigue siendo un imperativo adulto cuidar, y por más que nuestros hijos vayan creciendo y progresando en el ejercicio de autonomías, son hasta los 18 menores de edad, y personas cuya maduración no se ha completado (hasta los 25, en términos neurobiológicos).
Decía antes que es muy recomendable el definir un acuerdo familiar y términos o límites de uso del teléfono móvil. Antes de entregarlo a nuestros hijos, o al momento de hacerlo, aprovechemos de inmediato la ocasión para conversar en torno a pactos de cuidado. Inclusive. si ya tienen un equipo, nunca es tarde ni extemporáneo conversar del cuidado y de formas de reforzarlo en el mundo digital. La sola idea de elaboración de un contrato, o el diálogo en torno a cada punto posible, puede ser una instancia entretenida, didáctica, y que movilice reflexiones necesarias. Lo recomiendo con entusiasmo y con la confianza de años de ver el impacto positivo de estas acciones.
Aquí va una proposición de carta escrita con mucho cariño, y un contrato que puede ser útil para colegios o familias, como excusa para conversar, o como estímulo para redactar sus propios acuerdos de cuidado junto a la nueva generación. Gracias por concurrir, una vez más.
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