“Desaparecer” en Nigeria, o en Chile
En el diccionario de la RAE, se define “desaparecer” desde ocultar, quitar de la vista, dejar de existir. Las niñas y niños, de cualquier lugar del mundo, no son ocultados o quitados de la vista de sus familias y de la humanidad: son secuestrados
Ghandhi dijo que no había mayor violencia que la pobreza. Me divido entre ella y la desaparición de nuestros niños, o nuestros seres amados, de cualquier persona. Me cuesta imaginar un crimen y dolor mayor.
En las últimas semanas, todos en el mundo hemos debido recordar Nigeria, el país más poblado de África. Parece lejano, pero no lo es. La revuelta del alma la conocemos acá también.
Primero, Nigeria: un país donde por años el secuestro habitual de personas, especialmente niñas, no provocaba mayor respuesta (ni local ni internacional), salvo en quienes siempre han trabajado en la región, y velado por los derechos de los más indefensos. Ahora, los secuestros han sido masivos. En medio de la noche, grupos de hombres armados abdujeron a niñas escolares, sin que nadie pudiera impedirlo. Fueron 230 niñas de las cuales sólo 43 lograron escapar (ver historia).
Dado el aislamiento de ciertas regiones y la precariedad de los sistemas de comunicaciones, las autoridades nigerianas se enteraron de este secuestro tres semanas después, lo que dificulta a niveles imposibles las tareas de localización y rescate.
Un grupo terrorista de raíz talibán (Boko Haram), se adjudicó responsabilidad sobre los secuestros y anunció que vendería a sus víctimas (por doce dólares) y/o las harían esposas de militantes del movimiento. Sus acciones –secuestros, y también ataques letales a estudiantes y maestros- serían en venganza por la muerte de su líder máximo (el año 2009) y también por la detención de otros cabecillas.Lo anterior, junto a la causa permanente de oposición a la educación secular. De hecho, Boko Haram significa “la educación occidental está prohibida”.
Una joven estudiante cristiana de 19 años, quien logró escapar de sus captores durante marzo, entrega un testimonio donde “traumático” no alcanza a describir la primera palabra. Y el terror no tiene para cuando terminar. Más de cien colegios han cerrado por temor a las represalias; algunos niños, en vez de estudiar, son reclutados por los terroristas para cometer toda clase de crímenes. Los secuestros recientes elevan las víctimas a 276 (ver), y 300 personas habrían sido asesinadas en la frontera (incluido un senador) la noche de este pasado lunes.
La comunidad internacional –o sus gobernantes y líderes, más bien- ha demorado en reaccionar, aunque EEUU ofreció ayuda al gobierno nigeriano y ésta fue finalmente aceptada al comenzar esta semana. Desde las redes sociales, la comunidad de ciudadanos de diversos países sí ha respondido, los niños importan (ver razones para la respuesta internacional).
Desde todas las latitudes, miles se pliegan a una campaña masiva de firma de peticiones y difusión del mensaje #BringOurDaughtersBack, #BringGirlsBack vía las redes, y más recientemente, en acciones colectivas como marchas y vigilias (sólo en países del hemisferio norte, todavía) para exigir respuestas no sólo para Nigeria, sino para miles de secuestros que ocurren impunemente cada año en otros países.
Hasta el momento de escribir este posteo, no he leído ni oído declaraciones de solidaridad del Gobierno Chileno (Sernam, Consejo de la Infancia) para el país hermano de Nigeria (no será vecino, pero sí es hermano), o para las madres, padres y familias de esas niñas.
El cuidado mutuo, y la solidaridad son valores irrenunciables (otros países son generosos con nosotros cuando sufrimos catástrofes como las recientes, en el Norte de Chile y Valparaíso) pero sobre todo, experiencias como las que hoy vive Nigeria y sus familias, no deberían sernos ajenas. Menos, cuando son luz posible para mirar nuestras propias historias, aquí, con nuestros niños.
En las mismas semanas en que se reportaba el secuestro de las escolares de Nigeria, hemos tomado conocimiento en Chile delcaso Joannon. Tampoco –excepto desde Sename, los únicos- se conduelen o manifiestan nuestras autoridades con los hombres, mujeres y familias que han sufrido aquí.
La prensa, para referirse al caso Joannon ha usado el término “adopciones irregulares”, y quiero creer que esta nomenclatura no pretende atenuar ni un milímetro la gravedad de los hechos (que involucran secuestro, dar por muertos a niños vivos, mentiras de una crueldad mayor, negativa de responsables a colaborar con la verdad). Por el contrario, se apunta a hacer mucho más vasta la mirada sobre los flancos heridos en el sistema de adopciones en nuestro país, que abren, a su vez, otros flancos que supuran: el fracaso en el cuidado, la respuesta al embarazo infantil y adolescente, el abuso sexual, la indolencia y demoras ante el sufrimiento de niños y adolescentes.
La historia ni siquiera comienza a escribirse en relación a las adopciones irregulares; faltan muchas voces. Por ahora, si no lo han leído, o aun si lo leyeron, es imprescindible el testimonio de esta mujer joven, entregada en adopción: “Los niños del silencio” deRocío Brizuela (y es inevitable agradecer y relevar que ella fue clave en la gestación de Niñas Hoy, Mujeres Mañana), dado a conocer por Fernando Paulsen la semana pasada.
Volver sobre la misma voz, una y otra vez: Nigeria no está lejos. Es aquí. Es hoy. Y lo es también en la memoria de los niños, niñas y adolescentes que fueron víctimas durante la dictadura (y no hay excepción: incluso aquí, los niños demoraron en ser visibles y no por su menor tamaño, sino porque nuestra sociedad mira poco a sus niños, aun los que están frente a nosotros).
En Chile (por favor leer), se desconoce el destino de 9 mamás que fueron detenidas en dictadura, durante sus embarazos. Tampoco es sabido si sus hij@s nacieron o no, dónde están. El informe Rettig certificó 307 casos de menores de veinte años que fueron ejecutados, y 75 casos de infantes detenidos-desaparecidos. El informe Valech concluyó que 2200 menores de edad sufrieron tortura y prisión durante esos años (imprescindible lectura: “Los niños violentados” de la periodista Gabriela García), y 102 niños fueron detenidos junto a sus padres o nacidos en prisión.
En Nigeria, más de doscientas niñas. En Chile, no conocemos el número de niños y niñas declarados muertos y separados de sus madres y padres en el caso Joannon, y en otras adopciones llamadas irregulares. Tampoco sabemos del destino de los niños que fueron detenidos junto a sus padres, o en el vientre de sus mamás, durante la dictadura. O de niñas, niños y adolescentes que actualmente son cautivos de redes de explotación sexual. No podemos hablar de desaparecidos. Su ausencia es mucho mayor.
En el diccionario de la RAE, se define “desaparecer” desde ocultar, quitar de la vista, dejar de existir. Las niñas y niños, de cualquier lugar del mundo, no son ocultados o quitados de la vista de sus familias y de la humanidad: son secuestrados. Y no importa cuántos años pasen, sus padres y madres, sus abuelas, sus familias, no se rinden, quieren encontrarlos, al menos saber si están vivos o muertos, con quiénes han hecho sus vidas (si es el caso), abrir la verdad, desacatar la impunidad incluso conscientes del fracaso de la justicia, pero nunca del amor y su resistencia mayor. No he vivido una ausencia así (ojalá jamás). Pero sé, como muchos de ustedes, que un hijo o una hija jamás dejan de existir. Que nuestras acciones por l@s hij@s de otras familias –en Chile, Nigeria, o donde sea-, cuiden y confirmen sus vidas.