El cuidado no tiene pausa (sugerencias salud mental, apuntes Chile 2019)
En momentos difíciles, de mucho miedo, de sentimientos en clave de montaña rusa –tanta alternancia entre dolor, miedo, esperanza, desesperanza-, de estrés agudo y de trauma y re-traumatización, han sido innumerables los aportes que desde profesionales de la salud mental se han compartido (usémoslos) para poder navegar esta etapa que no se gestó de un día para otro, y que no sabemos cuánto puede durar. De ahí que continuemos en las reflexiones y proposiciones –que no son estáticas, sino dúctiles- para poder acompañar a los niños y niñas, sin olvidar nuestras propias emociones, y la necesidad de cuidar nuestra integridad y nuestras energías para poder seguir respondiendo a quienes más nos necesitan.
Algunas sugerencias que complementan las ya que ya compartimos en días previos (junto al grupo Miradas en este enlace, muy bueno):
- Aunque pueda estar de más, vale explicitarlo: guagüitas, infantes, y en general niños y niñas, no deberían participar de manifestaciones públicas a las que deciden asistir sus padres/madres, en un de consentimiento, que los niños no tienen. A condiciones de peligro, se suman estresores como el ruido, el calor, la multitud, y la posibilidad de perderse. Si no hay con quien dejarlos, pueden tomar turnos en las familias (como en tiempos del No, recuerdo) para que algunos asistan en nombre de los otros, y siempre haya quien se quede en casa con los niños.
- En todo este periodo -durante y posterior al fin del estado de excepción- examinar cotidianamente el influjo e impacto de los medios (radios, televisión, redes sociales) y las noticias que ahí se difunden, así como las interpretaciones que se intencionan o refuerzan (mostrar saqueos, heridos), ahondando sentimientos de temor e impotencia. No tenemos control sobre muchos aspectos del momento fragilizado que vivimos, pero definitivamente sí podemos modular el acceso y exposición a medios de los niños. Niños pequeños (0-6) no deberían ver noticias del todo. Estas no se diseñan ni se piensan, en general, desde el cuidado de la población adulta, y menos consideran las necesidades de la población infantil. Aun tratándose de adolescentes, y más si están interesados en su realidad, es distinta la conversación con sus adultos queridos que nutre, vs el monólogo muchas veces abrumador de una TV encendida todo el día, que termina siendo un factor considerable de estrés –ya agudo- y fatiga psicológica y emocional. Lo mismo corre para los adultos, por ejemplo en relación a redes sociales. Examinar ese impacto también en nosotros, y autocuidarnos -no es indulgencia, es responsabilidad con la propia salud y supervivencia-, por ej. modulando horarios, seleccionando cuentas, bloquear otras,etc.
- No es indolencia social, ni un motivo para autocastigarse, el intentar continuar con actividades de la vida cotidiana o que son importantes para los niños cuando se pueda (entendiendo que hay días en que será difícil o imposible), adaptándose a las condiciones presentes. Por ejemplo, en este estado de excepción, una familia me compartió imágenes del cumpleaños de su hija adolescente que estaban en desarrollo cuando se informó el primer toque de queda con menos de una hora de anticipación. Los invitados se quedaron a dormir e incluyeron un tiempo de tocar cacerolas (con permiso de sus respectivas familias y familia anfitriona) y de conversar sobre lo que pasaba.
- Del mismo modo, puede ser un factor de angustia el que desaparezcan otros temas de conversación. Temas que tienen un lugar en la vida cotidiana de niños y adolescentes. Justamente los jóvenes nos han dado una hermosa lección de resiliencia, cuando en manifestaciones pacíficas levantan carteles que no dejan fuera la alegría, el ingenio, la crítica social con ironía o humor. Los sentimientos de culpa paralizan, deprimen, y hacen sufrir. Muchos adultos recordamos el “tú no te comes la comida, y en Africa [eran los 80, Etiopìa indeleble] hay niños muriéndose de hambre”, a lo que seguía la sensación terrible de no poder tragar, o a duras penas, con la culpa múltiple de tener alimento, de no comer, de no poder salvar a nadie en Africa, de ser un niño que vive mientras otros morían. Es hermoso enseñar en cada experiencia, y una crisis social como la actual también abre ese espacio de diálogo ético, cívico. Pero en la pregunta de qué cuida más –en un país con nuestros índices de depresión y crisis de salud mental- tal vez podemos encontrar formas de hablar con los niños de cuidado del prójimo, justicia, solidaridad, etc, que no necesiten recurrir a la culpa (que también a los adultos nos puede demoler y enfermar) ni a sentencias o afirmaciones que sojuzgan, y en cambio nos valgamos de proposiciones, preguntas, datos, conocimientos sobre otras realidades, en clave de “te invito a conversar” y te escucho (y de aprendemos juntos).
- Si es posible, ayuda valerse de anécdotas o historias que se van conociendo en la comunidad, de signo positivo, es decir que reflejen afectos, apoyos mutuos, creatividades, disposiciones de cuidado (y no olvidar compartir, también, con hijos adolescentes, canales e info crítica para pedir ayuda si la necesitan). Lo comunitario, el sentimiento de pertenencias, solidaridades, apoyos mutuos, es un gran factor de apoyo y resiliencia para adultos y niños. Debió bastar la historia evolutiva, el saber acumulado por nosotros en el vivir, pero qué bueno que vino la evidencia científica a recordárnoslo y ponerle su timbre de “verdadero, ergo atendible”: sin involucramiento del colectivo –en el cuidado, las colaboraciones, la responsabilidad compartida de unos por otros (los hijos de todos), el respeto a iguales dignidades y derechos de las personas, aun en condiciones de disparidad inclusive-, no hay iniciativa (programa) de prevención de violencias contra la infancia, de prevención del abuso sexual infantil, como ejemplo muy concreto, que pueda aspirar a ser exitoso.
- En sintonía con lo anterior, se recomienda la lectura de cuentos con los más pequeños, y priorizar por aquellos con relatos interesantes/estimulantes/tranquilizadores, y ojalá donde sean protagónicos personajes niños, niñas –de la vida real o ficticios- que están haciendo algo (énfasis en el hacer): desde mirar flores, jugar, compartir con seres queridos, pintar, hacer travesuras, ayudar, hacer amigos (humanos y animales), etc, conectados con un presente que vitalice, no que desespere (aqui un enlace que puede ser util, TodosJuntos). Contar cuentos sirve también para que los niños puedan hablar libremente, y nosotros escucharlos con toda atención, o bien para sentirse cómodos si no necesitan hablar ni quieren, pero sí pueden contar con la voz de sus papás y mamás que acuna, contiene, seguriza, “hace cariño”.
- La música, las artes, formas de expresión como el dibujo y/o la escritura, por ejemplo, pueden ayudar a los niños y niñas a comunicar lo que sienten, o simplemente agregan regocijo y/o reducen el estrés. Esto corre también para los adultos, si nos permitimos participar de estas actividades junto a los niños que además disfrutan y hasta se sorprenden de ver que podemos hacer cosas como ellos (y de paso, puede hacernos bien), o aprender de instrumentos, canciones, corrientes musicales (unas magníficas, y otras, bueno, nos plegamos no más J). En palabras de un neurobiólogo cuyo nombre no recuerdo, lo opuesto a la depresión no es la felicidad sino el juego.
- Recordar que las emociones habitan un cuerpo, que las vivencias influyen en la forma en que se registra la experiencia y encarnarán los recuerdos en este cuerpo. Es importante en momentos y períodos estresantes, que niños y niñas puedan realizar con mayor razón actividades que involucren lo corporal pues ayudan a templar, conectar, apropiar, reducir el estrés. También son presencia, y diálogo desde el cuidado, actividades tales como bailar con ellos, cantar en voz alta juntos, jugar en familia, dibujar con ellos, ver monitos o series sentados juntos, abrazarse, el descanso compartido también, esencial, o si es posible realizar ejercicios de respiración (y yoga, con un tutorial de unos minutos en el celular).
- Hay diversas interacciones donde los cuerpos “conversan” por nosotros, que son muy necesarias para los niños, y también para los adultos. Frente al estrés agudo, y la vivencia traumática nuestros cuerpos también se alteran, se desregulan, se ven expuestos a sentimientos de temor, fatiga, dolor, rabia, que pueden ser muy intensos y abrumadores. Las actividades con nuestros hijos, y también por cuenta propia, ayudan a mitigar. Y además “comunican” a nuestros cuerpos que no están desamparados, que no necesitan quedar paralizados.
—-o—-
Trauma y autocuidado/cuidado:
El contrapunto de cuidado y autocuidado, su danza, es una y es cotidiana. El cuidado de hijos, padres ancianos, seres queridos, no tiene pausas, pero sin autocuidado es tan sencillo como que no podemos cuidar. Lo primero es lo primero. La situación es muy demandante, en lo físico, lo anímico, y el reciclaje de energias se hace dificil en el sobresalto de este período. Si en condiciones de relativa normalidad, la tarea de cuidar es grande, en condiciones anormales, sostenerla -y sostenerse uno, mientras contiene a los niños- nos puede hacer sentir excedidos.
El autocuidado cobra especial relevancia en momentos como el actual, traumatizante para la mayoría de la población, y particularmente para adultos que vivieron y sufrieron en dictadura; o que son sobrevivientes de violencias como el abuso sexual infantil, maltrato físico, abusos de consciencia, violación, VIF: o que han vivido otras experiencias devastadoras, o de duelo reciente.. Y es toda la población quien siente la perturbación de estos días en los cuales hemos vivido duelos por personas muertas, heridas, abusadas, violentadas.
Cuando a la preocupación por el presente que nos embarga, se agrega el peso de experiencias pasadas, historias traumáticas personales/familiares, de generaciones completas, hay dolores que pueden reactivarse al hablar con niños y adolescentes, y generar resistencia o mucha ansiedad sobre cómo abordar el diáologo sin traspasarles nuestro peso, y a la vez, sin quedar debilitado uno. En general, con los niños, una distinción que ayuda y que no nos elude es el límite entre vidas, entre historias y etapas de los adultos y aquellas de los niños y niñas que tienen su bitácora, su transcurso, sus identidades y su camino propio en el siglo y milenio en que les toca vivir, con las personas y la comunidad que acompañan sus años de crecimiento.
Sin embargo, si sentimos que por nuestra historia no podremos contenerlo bien, lo que mas cuida entonces es pedir apoyo para sí, y/o para con los niños. No dudemos en hacerlo: hay personas que han sobrellevado situaciones límites –crisis de panico, o bien no salir de la casa por temor al saqueo a algunas horas, y a las balas de militares en otras- sin llamar a nadie. Pedir apoyo puede costar, compartir carencias -y cada uno tiene las propias y no nos quitan dignidad- y sabiendo que es difícil, ojalá podamos poner mayor atención cada uno en sus vecinos, amigos, conocidos, que quizás con un llamado o visita nuestros, se abren a contar lo que están viviendo y salir del ahogo y la soledad, junto con resolver situaciones concretas.
Palabras, dialogo y cuidado:
¿Qué cuida más, a cada uno? ¿Qué necesita cada niño, cada niña y adolescente? La relación de amor y de cuidado toma en cuenta etapas del desarrollo, aprendizajes, repasos constantes de lo ya aprendido en períodos recientes junto a la aventura de lo nuevo que incesantemente. La oportunidad de crecimiento es para nosotros también.
En el amor, todo es cuerpos y palabras, escribió Joyce Carol Oates y es la frase que me acompañará hasta el último día. Quiero dedicar unas líneas a las palabras que no son “algo abstracto”, o accesorio, sino determinantes en el registro de la experiencia y lo que llegue a ser la memoria de este período para los niños.
Cómo nos referimos a otros es muy distinto en el espacio adulto del diálogo, que frente a los niños o en conversaciones con ellos. Las palabras pueden agregar agitación, miedo, odios, o ayudar a serenar, sentirse menos nervioso, más cobijados. ¿Qué palabras usamos? para expresar emociones, u opiniones, para calificar conductas de otras personas -o para describir a esas personas, a veces de modos encarnizados e inmutables quizás-, son elecciones que van a propender al cuidado también, o bien favorecer el estrés.
Es importante señalar que no se trata sólo de explicar en palabras de niños, que ellos puedan comprender (poeque perfectamente pueden relacionarse con definiciones tales como “el más malo/mala de todos”, “asesino”, “no les importa nada la gente”, etc.), sino de apoyarnos en aquellos nombres que comuniquen sin tensión, con intención de evitar sustos o angustia en nuestros niños. y aunque no lo notemos incluso, también en nostros.
Como papás y mamás -y los docentes también- sabemos que la dimensión educativa es indivisible de nuestros actos en años de crecimiento, pero en períodos de crisis como la actual (con alto potencial y/o efecto traumatizante) es importante detenerse a pensar cómo juega un rol esa dimensión, con el centro puesto en cada humano niño y niña, y lo que ellos necesitan, las formas en que ellos pueden procesarlo. Aquí, lo formativo, incluso más que los contenidos específicos-, es la vivencia de cómo se navega un momento difícil, acompañado de presencias cariñosas, seguras e incondicionales.
Con los más pequeños, generalmente conversaremos en una clave distinta, con palabras simples y frases más breves, en respuestas acordes a su edad, ánimo y capacidad de comprensión (y atención, en lapsos muy cortos). Entonces, no recurriremos a referencias históricas o explicaciones –por simples que sean- que sabemos no están en condiciones de procesar todavía, ni en lo cognitivo ni en lo emocional (vale preguntarnos. “¿es necesario qué sepa tanto detalle?”). Con niños de más edad, o adolescentes, las conversaciones serán distintas y es útil el cuestionamiento acerca del qué, el cómo y/o si el relato de la historia pasada –del país y/o personal- contribuye a gestionar el estrés, o bien a exacerbar la angustia (y muchos otros sentimientos) en este momento presente de exceso y agitación. Suficiente es saber que un presidente realiza afirmaciones –así sean corregidas luego- como “estamos en una guerra”, y ver militares estan en las calles, para sentirse en completo peligro.
Más allá de las elecciones de cada familia en el contenido -y de inseguridades que sintamos o de nuestros errores e imprecisiones-, lo que más influye y lo que más recordarán los niños, es la emoción y el afecto que acompañan nuestros dichos, el tono que se deja traslucir en nuestras palabras –cuáles elegimos, qué fortalecen- y hasta en nuestra voz. La confianza en el cuidado que transmitimos y deja huella más gentil en la memoria (incluso cuando se trata de eventos dolorosos o traumáticos).
Acerca de la memoria
El momento fragilizado y anormal que estamos viviendo tendrá un término aunque no sepamos cuando exactamente. Pero la experiencia de estos días que ya suman una semana, dejará algún registro en la memoria de semanas, meses y tal vez años por venir. Han sido días anormales, de toque de queda, de helicópteros nocturnos (nadie puede dormir), de presencia de tanques en las calles, de saqueos (recordemos lo traumático que fue en el terremoto del 2010, para los niños que atestiguaron estos eventos), incendios, balas disparadas cerca del hogar (o hacia su interior, como ha ocurrido en muchos barrios). También han sido días de no ir al colegio –o muy pocas horas- de ver a los papás y mamás llegar más temprano, etc.
La vivencia actual de trauma, junto a las emociones que acompañan, serán parte de la menoria, pero la experiencia será vivida y grabada y recordada de maneras distintas, y aquí un factor determinante serán los sentimientos de indefensión.
Ssoledad, impotencia, fragilidad, la sensación de no tener escapatoria ni auxilio posible, o en tres palabras, “a merced de” el daño y el peligro. La indefensión. Quizás esta historia lo explique mejor: un reconocido neuropsiquiatra, Bessel Van der Kolk, que ha dedicado su vida a estudiar y atender a pacientes traumatizados (y con TEPT) cuenta que luego del desastre de las torres gemelas, un niño de 5 años testigo de la tragedia, dibujó una réplica exacta del derrumbe, pero agrega una cama elástica para que las personas pudieran saltar de los edificios contando con un lugar donde aterrizar a salvo, por si llegaba a ocurrir algo así otra vez.
Vemos que la experiencia traumatizante existió y el niño tiene un registro vívido de lo que atestiguó. Pero le da un sentido, desde su mirada, su creatividad si quieren, y ese sentido es que si llega a repetirse no será igual porque agregando una cama elástica se salvará la gente. Así puede seguir adelante. ¿Cómo?, nos preguntaremos. De partida, los niños tienden naturalmente a seguir siendo niños (en medio de catástrofes naturales, es sobrecogedor ver cómo los más pequeños quieren a pesar de todo, jugar), porque el cerebro humano, funciona desde la prioridad de la supervivencia. Y de forma muy resumida, esta prioridad lo orienta a buscar la forma de satisfacer necesidades vitales (alimento, cobijo, descanso, protección, etc.) y a generar la energía para lograrlo, mientras en paralelo, sostiene y gestiona un sistema de alerta que le advierte de peligros que deben ser enfrentados mientras comanda las acciones necesarias para alcanzar sus objetivos. Pero el quiebre se produce cuando se vive una discrepancia entre necesidades y acciones (por ej, si un niño necesita cobijo, su llanto es el pedido, y le responden con golpes).
Es tremendo y delicado trabajo (maravilloso, también) el que realiza el cerebro, el cuerpo humano, para sostenerse en la vida. Pero en eventos de trauma, no podemos dejar a la naturaleza sola. Estamos cuidando. Nuestras intercesiones, cariño, presencias, pueden cambiar completamente la historia para un niño.
Para el niño de las torres gemelas, por ejemplo, poder dibujar lo ocurrido con una nueva alternativa (espontáneamente o ayudado por la pregunta o proposición de agregar algo distinto, suyo, al registro), favorece que su cuerpo, su psiquismo, no quede paralizado –con sensación inescapable- en el trauma. Con niños más grandes y adolescentes, quizás ayudará la expresión escrita o el diálogo contenedor que pueda dar espacio a ciertas preguntas –cuando nos compartan sus preocupaciones y quejas sentidas frente a lo que se vive-, sin forzarlas, pero en clave de:
- ¿te parece dedicar un minuto a pensar cómo _ _ _ _ podría haber sido/ser distinto, cómo podría hacerse mejor?,
- ¿si pudieras hablar con _ _ _ , qué le dirías?, etc.
Escuchemos, porque en estas respuestas –el ejercicio de articularlas, independientemente del contenido- hay un movimiento que propicia en el cuerpo, una sensación de menor indefensión. Adicionalmente, los juegos de roles –con muñecos, o actuando en familia-, pueden ser útiles. No olvidemos que el juego es, para los niños, su herramienta principal para aprender, y para crear y re-crear su mundo y hacerlo una vivencia. Su vivencia.
Si pudiera proponer una sola premisa para recordar en estos días, de forma constante, contumaz ojalá, es que a mayor sentimiento de indefensión mayores serán el estrés tóxico y el sufrimiento en el presente, así como su impacto hacia el futuro, en la memoria, y nosotros podemos ayudar a que ese impacto sea menor. Se puede recordar un momento o período estresante y traumático –los terremotos, por ejemplo- como una parte de la historia de vida de la niñez (no es TODA la historia), pero es muy distinto quedar atrapado en un pasado que vuelve una y otra vez, y provoca en cada regreso dolor, y la sensación abrumadora de que no puede quedar atrás y estará ahí siempre.
Por eso es tan importante poder ofrecer presencias, acogida, escucha, cariño, etc. Por amor, humanidad, y porque es lo que corresponde hacer en relaciones de cuidado, y también, para reducir la indefensión que el cuerpo vive y podría seguir viviendo después. Todos nuestros actos de cuidado, de la forma más deliberada y hermosa, contravienen y desobedecen para transformar, el destino de una fractura (que puede luego sanar, o trizarse hasta el último límite imaginable) y su memoria viva.
Las recomendaciones compartidas, vale insistir mil veces, son muy generales, y cada niño es único, sus historias de vida, los contextos. En casos de trauma previo, el desafío será mayor. Pienso también, en niños con necesidades especiales (ojalá los especialistas puedan también orientarnos pronto). En niños que están en Sename y que pueden estar viviendo muy complejas experiencias –que se suman historias precias de traumas y vulneraciones- a la par de la preocupación por sus seres queridos. Y en niños que están por nacer, o han nacido en estos días, o tienen apenas meses de vida, y no están exentos del estrés agudo que se está viviendo, como tampoco se eximen sus madres. Las necesidades de cuidado siempre han sido las mismas –y lo que vivimos como país tristemente refleja cuántos vacíos de respuesta han horadado vidas en treinta años de democracia- pero ahora en crisis, nos piden más.
No sé cómo terminar este escrito, la voz estos días no es fácil sacarla, el cuidado guía, pero las emociones son muchas y no quiero tropezar con palabras (o acciones) que debiliten lo que amo, lo que creo, o que alimenten lo que no quiero, lo que me indigna. Llevo años conversando –en cursos, escritos, libros, medios- sobre fracasos del cuidado que son colectivos, y oportunidades que asimismo necesitan, inexorablemente, de todos en la enmienda. Juntos podemos hacer mucho más, una y otra vez volvemos sobre ese aprendizaje (la misma ley de imprescriptibilidad del abuso sexual infantil, promulgada este año, fue un ejemplo de ello). La esperanza es saber acumulado de siglos de especie (sabiendo que es posible transformar realidades), y una energía que vitaliza, que mueve. ¿A quién le sirve que renunciermos a ella, o la dejemos palidecer? Es nuestra para usarla, para ponerla al servicio del vivir, del cuidado que se vuelve rebelión cuando todo lo que nos han dicho es que prioricemos producir, acumular, salvarnos solos.
Me afirmo en la esperanza de que al fin estamos entendiendo en Chile, y tal como dice Bernardo Toro, que estos son tiempos donde o nos cuidamos, nos salvamos juntos -seres humanos, la naturaleza, todo lo que vive-, o nada (el habla de perecer, pero ese verbo no me gusta). Gracias por estar.
(pensando en Luciano, especialmente, que llegó al mundo justo en estos días 🙂 ).
Gracias especiales, en el crecimiento y el aporte a mis reflexiones, a colegas ps. Ignacio Fuentes, Constanza Quintanilla y Rodrigo Venegas. A Criando Contigo