Entrevista a Vinka Jackson – Sexualidad.cl

“(…) me frustra, me indigna, me apena y me faltan verbos cuando veo la falta de presencia de otros movimientos ciudadanos en la causa de la infancia(…)”

Hay algo así como un cuarto de la sociedad que no tiene derecho a voto. Un cuarto de personas que son las más vulnerables. Es el cuarto de la población que no es plenamente considerada en las políticas públicas. Son los niños y las niñas de nuestro país.

Resuena en el colectivo el famoso “guena Nati”. Hace un tiempo atrás, el video de Fifí y más recientemente, el de Irina La loca; todas ellas como situaciones que manifiestan instancias de descuido, desamparo y abuso hacia esta población frágil. ¿Qué ocurre en Chile con estas realidades? ¿Están nuestros niños protegidos, realmente?

Cifras arrojan que 1 de cada cuatro niñas y 1 de cada seis niños sufren abuso sexual infantil (ASI), entendiendo esto como toda conducta en que un adulto, abusando de su poder y autoridad frente al niñ@, l@ vulnera sexualmente, de diversas formas que “gratifican” (desviadamente) al adulto, y frente a las cuales el niño o la niña no cuenta con capacidad de consentir, ni comprender.

Al respecto, hablamos con Vinka Jackson, psicóloga especialista en la ética del cuidado, experta en prevención y tratamiento   del abuso sexual infantil. También escritora, su obra “Agua fresca en los espejos” trata el tema de la resiliencia, el cuidado y la reparación del trauma. Sus libros para niñ@s, “Mi Cuerpos es un regalo” y “Todos juntos” están centrados en la ética del cuidado y autocuidado, y en el respeto y promoción de los derechos de la niñez, uno de ellos, a no ser expuesta a sufrimientos ni abusos.

Cómo está Chile en relación al tema de la protección de la infancia.

Al debe, todavía… y nada me gustaría más que cambiar la respuesta porque vengo diciendo “al debe” hace muchos años. Esto no quiere decir que no se vean algunos avances que valoro, pero considerando el nivel de necesidad que tenemos, el nivel de progreso y de protección de la infancia que habría esperado ver concretado a 25 años del inicio de la democracia, no existe todavía.

Recientemente el gobierno por fin presentó un proyecto de ley de garantías integrales de los derechos de la infancia. Pero es un proyecto, no es la ley. Falta la tramitación en el Congreso, con los ritmos que ya sabemos. Y la sensación todavía es ingrata cuando el Proyecto de Ley se supedita, en varias secciones y tareas, a “la disponibilidad de presupuesto”. Solo considerando ese punto, nuevamente la protección nos elude, queda como hojita al viento.

¿Dónde sientes que más nos elude esa protección a los niños en Chile?

 La pobreza sigue golpeando a los niños más que a nadie, el acceso a salud es discriminatorio, todavía encontramos resistencias en el respeto incondicional a los derechos de los niños, así como muchos flancos expuestos en su cuidado. En toda la temática de abuso sexual infantil, estamos a años luz de lo que deberíamos estar. Solo en el cotidiano, se dejan sentir tantas confusiones.

Por ejemplo, se confunde el estímulo a la autonomía, con aval para el abandono y la soledad de los niños; y se confunde “disciplinar” con maltratar, y es así como el castigo corporal todavía está naturalizado en nuestro país. Educar se confunde con entrenar para sacar notas y puntajes equis, uniformemente, cuando de lo que se trata es de cuidar y alentar a la nueva generación, como una joya preciosa, guiándola en un camino de fascinación con el conocimiento y con la exploración de sus talentos, sus proyectos de vida, su ciudadanía en este mundo.

A veces te confieso que hay días en que me detengo y veo lo que ocurre con la desconsideración a los niños, la violencia contra ell@s ( 71% de niños y niñas sufre algún tipo de violencia en Chile), o miro cómo se despliega la política pública, y de verdad me siento en la edad de piedra, o en una dimensión desconocida, salvaje, porque ciertas realidades, con todo lo que sabemos, no son menos que barbarie.

A estas alturas no deberíamos estar hablando de cómo proteger a los niños y respetar mínimos indispensables, como asegurar que tod@ niñ@ que nace o vive en Chile pueda crecer en las mejores condiciones posibles, sus derechos garantizados, y evitándoles sufrimientos completamente evitables como el maltrato, el abandono, el abuso sexual.

Lo que deberíamos estar hablando, luego de 25 años, y ya con un marco de protección garantizado, es cómo hacemos ahora –y por los veinte, cincuenta, cien años que vienen- para estimular el desarrollo de todo el potencial que traen los seres humanos que vienen llegando, y cómo los motivamos a soñar, cómo los empoderamos, de qué manera se integran en un rol mucho más participativo y creativo en su país, tal cual se hace en otras latitudes.

Tenemos que encaminarnos muy seria y descarnadamente para entender por qué en 25 años de democracia el congreso y los gobiernos, y nosotros mismos no hemos sido capaces de poner la debida prioridad en lo relacionado a la protección de la infancia.

¿Y qué ocurre con la sociedad?

Los gobiernos y los parlamentos no se demoran solo por capricho o incompetencia, sino porque nosotros se los permitimos. Entonces hay que preguntarse qué pasa desde el lado de la ciudadanía, para quienes esto no es una prioridad. Nuestras autoridades se dan cuenta de que no importa, que no reaccionamos, entonces mayor es la demora, mayor es la negligencia y ese círculo vicioso es el que hay que interrumpir, pero ayer, por favor. El imperativo es ahora…

Me doy cuenta y me da esperanza constatar que muchos estamos más atentos, que hemos aprendido mucho estos últimos años, pero todavía falta ese golpe de mesa que no es violento, sino que es fuerte y firme, determinado con toda la voluntad por la protección de los niños, porque además ellos no pueden pedirlo, y de nosotros depende. Quienes traen su voz al frente somos nosotros, nosotros sí podemos. Entonces ¿por qué no lo hacemos si vivimos con niños e interactuamos con ellos todos los días, incluso si no tenemos hijos?

Es más, ni siquiera preguntamos por los niños. Ellos no votan, nosotros sí, y cuando yo voy a las urnas, a lo que sea, por alcalde, parlamentarios o presidentes, llevo dos votos ahora: el mío y por mi hija menor. La grande ya vota. Pero la chica no, y por eso me preocupo de averiguar qué proponen los candidatos por la niñez, cuál es su trayectoria histórica, su comportamiento en votaciones críticas para la salud o educación de los niños, y que beneficien el cuidado que queremos darles como padres y madres, la conciliación, las licencias para cuidar a nuestros hijos si enferman.

Si la niñez está ausente del todo en el discurso y programa de un candidato, adiós. No existe; NO PUEDE existir. Si en campaña no es capaz de dedicar tiempo a pensar en la niñez, o a planear acciones que estimulen el cuidado y el desarrollo de cada nueva generación, difícilmente lo hará una vez elegido/a. Y hay que evaluar programas con sentido crítico, porque tampoco basta decir “los niños son el futuro” y proponer un par de medidas obvias, mínimas, o de parche para anestesiarnos por un rato. Por eso el voto es tan importante: requiere estar atentos, dedicar tiempo a preguntar y no puede ser sin condiciones ni exigencias en relación a la niñez. Por lo menos, quienes somos mamás y papás tenemos ahí un imperativo, y con las elecciones que se avecinan, una enorme oportunidad de interrumpir este círculo vicioso donde nosotros como ciudadanos alimentamos, por acción u omisión, la indiferencia y negligencia de quienes nos gobiernan.

¿Y a qué se deberá ese círculo vicioso del que hablas?

Esa demora puede pasar por cuestiones físicas y concretas como que, debido el tamaño de los niños y el peso de sus voces es más fácil, lamentablemente, verlos menos y escucharlos menos. Por lo tanto, entre otras exigencias y voces, o gritos de la ciudadanía, es fácil que se pierdan, que se esfumen.

Hay una serie de activismos que han tenido avances, tremendamente importantes, porque han estado muy bien organizados, porque han hecho pesar su voz y sus demandas y se dejan escuchar.

Sin embargo, hay una suerte de desconexión entre las causas de la ciudadanía y la mirada de los adultos que nos gana a tal nivel que:

  • La causa de los niños no es prioridad uno, ni siquiera para mucha gente que vive con niños y tiene hijos.
  • Aunque no fuera prioridad, al menos podría ameritar solidaridad en el colectivo, pero tampoco. Y es duro de aceptar, porque no porque uno esté en la causa de la infancia, por ejemplo, deja de apoyar la causa de la diversidad, de la educación, los derechos de las mujeres, la ley de medicamentos, etc. Esa falta de solidaridad ha avalado la demora porque no hay cruce (pero lo hay) y se ve disociada la infancia de las distintas temáticas.

Llevo varios años observando las movilizaciones que tienen que ver con la infancia, las respuestas que tienen que ver con la niñez y quiénes están presentes ahí, y echo de menos y me frustra y me indigna la ausencia de otros actores sociales que deberían estar dando la pelea con todos los que estamos empujando la causa de los derechos de los niños, de su protección, de su bienestar.

A mí me parece terrible estar hablando de la protección, de la no-discriminación y no estar hablando del pleno desarrollo, de la maravilla de sus vidas. Todavía no poder llegar al paso siguiente, a la construcción de otros universos…

Me frustra, lo lamento, me indigna, me apena y me faltan verbos para expresar lo que me pasa cuando veo la falta de presencia de otros movimientos ciudadanos en la causa de la infancia.

¿A qué se deberá esa autoexclusión de la causa infantil?

No tengo una explicación única, pero la protección de los niños y la protección de los adultos mayores son los puntos que tocan la mayor vulnerabilidad en el ciclo de vida humana y son los que menos atención concitan. Eso no me deja de hacer ruido, todo el tiempo.

Es tan fuerte nuestra perspectiva adultocéntrica que las causas que afectan a nuestra vida adulta, nuestro bienestar adulto, nuestra autonomía y las decisiones que somos capaces de tomar, esas son las que concitan apoyo multitudinario, mientras las causas que están del lado de la mayor vulnerabilidad no tienen ese apoyo.

Es cosa de observar qué temas son predominantes en las conversaciones sociales, o el número de personas que asisten a movilizaciones de cuánta causa, así no sea ni urgente, pero sí es urgente que una niña o niño sea abusado cada 30 y algo minutos en Chile, y ahí ¿dónde estamos todos?

La concurrencia no es igual cuando se trata de los niños o los adultos mayores, y son quienes viven más abandonos y abusos, aunque siempre más la infancia, y decía que los niñ@s no tienen voto, no tienen peso económico, sus voces no se escuchan. Y el tema de la voz es central: existimos desde la voz, nos comenzamos a relatar como personas con una vida, desde la voz; ella hace de puente, de herramienta. Siempre les digo a muchos adultos, que incluso aunque te toque sufrir, sufrir con voz es bien distinto a sufrir sin ella, en silencio. Como muchos niños.

A propósito del sufrir o no sufrir con voz, ¿cómo se maneja el tema del secreto cuando hay abuso sexual infantil?

Gracias por esta pregunta, porque es más que el secreto. Mucho más. Este es parte de un territorio mucho mayor que es el silencio. Y un silencio en el que nosotros podemos hacer mucho por prevenir: estimulando la voz de los niños, escuchando bien atentos y bien dispuestos, no de mala gana o distraídos, y conversando siempre con ell@s, de todo tema, que nada esté excluido, y que podamos ir construyendo confianza, sin juicios, sin reproche, para que ellos hablen de alegrías, dudas, y sufrimientos también. Tenemos que entregarles herramientas para su autocuidado, palabras para poder expresarse, pero nada sirve sin la seguridad de que vamos a escuchar. Así vamos armando una caja de herramientas, y un arsenal en realidad, contra los silencios que rodean y sostienen abusos sexuales, y cualquier abuso en realidad, si al final todos se perpetúan desde pérdidas de la voz.

Lo común es que apenas escuchamos “abuso sexual infantil”, solemos pensar en secreto, en amenaza, en intimidación, “hechizo”, y no es incorrecto, pero hay mucho más en la mirada al silencio, de lo indecible, o como define una psicóloga maestrísima, Judith Herman, “lo inenarrable”: una experiencia tan terrible y devastadora que es casi imposible poder enunciarla, describirla con palabras. Eso es el abuso sexual infantil. Y como ves, por todos lados asuela el silencio: desde lo más íntimo, y desde fuera también, desde lo que el adulto abusador establece como territorio, incluso, sin necesidad de ser explícito, y sin amenazar ni exigir secretos o “pactos”.

El silencio es omnipresente en el espacio donde se vive el abuso. Y es así, uno, porque el adulto tiene el poder: es la autoridad, el que tiene mayor estatura, mayor fuerza física, y sobre todo es, era, el cuidador. Es una presencia tremenda, vital, la del cuidador, y así se trate de un abusador todavía el niño o niña lo reconocerá desde el cuidado, con todo el conflicto y confusión que eso provoca, incluso en adolescentes. Pero el adulto sigue siendo el adulto; no es llegar y desacatar su autoridad, menos en relaciones de afecto y dependencia. Ante esa confusión, más silencio.

Es muy fuerte lo que representa un adulto para un niño, y además, los niños son muy leales con su cariño. Más encima, pueden ser tremendamente perceptivos y se dan cuenta de que pueden afectar la vida de sus familias, de que hay cosas que es “mejor no hablar” si van a generar quiebres, tensiones. Más silencio entonces, más callan.

¿Cómo los ayudamos, entonces?

La responsabilidad nuevamente es nuestra: de estar atentos, siempre, y no solo por la posibilidad de abusos. Hay un recorrido que comienza desde que son pequeños en escuchar, dialogar, sin juicios, con total aceptación. Ese suelo es indispensable para que niños y niñas se comuniquen, sientan confianza, pidan ayuda. Hay que considerar que muchos niñ@s develan por casualidad, por accidente, porque en medio de una rutina de su día, comentó lo que está viviendo y alguien adulto pudo activar el alerta frente a una posible situación de ASI.

Es muy difícil, nadie imagina en realidad, lo que es develar un abuso para cualquier niñ@ adolescente, y lo sería también para nosotros adultos, si nos vulneraran sexualmente, pensemos en eso. Y todavía es más difícil para los niños y niñas que tienen alguna dificultad o trastorno del lenguaje, y para los más chiquitos, en general, porque todavía están aprendiendo a hablar, a conocer las primeras palabras. Incluso contando con mayor vocabulario y comprensión, aún costará articular una experiencia tan compleja, y más si, como en la mayoría de los casos, el perpetrador es alguien cercano y querido. En estas condiciones, es fundamental que la niña o niño sienta que existe alguna persona o entorno donde sí se puede hablar, preguntar de todo, donde le creen y pueden auxiliarl@.

¿A qué se debe la incredulidad de los adultos ante un abuso sexual infantil?

Hay distintas fuentes de incredulidad, eso he podido ver en mis años. Por una parte es durísimo, y pongámonos en la situación de escuchar de cualquier niño, un relato de abuso, o bien la mención casual, como señalaba en los más chiquitos, de algo que como adultos inmediatamente reconocemos como ASI. Debe congelarse la tierra. Y aceptar cualquier horror, más contra los niños, es tremendo, pero luego suma que la mayoría de los casos son en contextos familiares, con personas de la familia.

Cómo no va a ser traumático asimilar que en una familia ocurrió ASI, y que quien lo cometió fue un padre, un abuelo, una tía que hasta minutos previos, se creía era otra clase de persona. El shock, la granada que explota en la confianza, y la caída a pedazos de la historia familiar, o de un ideal que las familias pueden tener de sí mismas, todo es demasiado. Pero existen familias que logran vivir su duelo y re-escribir su historia, y ayudar a sanar a sus víctimas. Otras, en cambio, se quedan en la negación y la indolencia de adultos cercanos a niñ@s víctimas, que ignoran directamente la ocurrencia, o cualquier mención del abuso, o bien tratan de minimizarlo (“pero si no fue violación, sólo tocaciones”, es una frase escuchada cientos de veces), o relativizarlo (“hay cosas peores, ya saldrá adelante, los niños son resilientes”). Todas son formas de decir, en el fondo, “no te creo, no me importa, no importa tanto, no se hable más” lo que es enormemente dañino para la reparación. Esa actitud, también la vemos reflejada en la sociedad, las autoridades muchas veces. Un descrédito, y una ausencia en concurrir, que se sienten como desdén, abandono. Pésimo, no sólo en la esfera del ASI, sino como país, en cualquier experiencia

Ahora, la incredulidad ante el abuso habla de algo mucho mayor en relación a la niñez, en nuestra falta de respeto por los seres humanos niños, y la dignidad que les reconocemos, o fallamos en reconocerles. No es infrecuente en nuestro país, al contrario, encontrarse con la/el adulto incrédulo o que minimiza el sufrimiento de los niños, y pone en tela de juicio, o más bien en un cajón aparte, como de segunda categoría, la experiencia y voz de los más chicos y jóvenes. Vamos a algo más simple, cuando en el colegio por ejemplo, un niño dice “me duele la guata, quiero irme a mi casa”, y la respuesta es “¿en serio, de verdad, pero cuánto te duele?” Nosotros decimos a nuestro jefe “estoy con indigestión y me debo retirar antes”, y no vamos a enfrentar preguntas capciosas aun cuando pudiésemos exagerar o haber mentido, y más de una vez las personas dirán “me duele la guata, o estoy resfriado” antes que decir “me acabo de separar y el dolor me supera algunos días” o “murió alguien querido hace unos meses y hoy lo recordé y me fui al suelo”. Nadie falta porque “le duele el alma”, a eso voy; eso no se puede decir. Si no podemos los adultos, imaginemos lo que es para los más chicos. El pedido entonces es a que evitemos, conscientemente, instalar un tono de falta de crédito ante lo que ellos dicen. ¿Cómo van a recurrir a nosotros entonces? ¿Cómo van a contar de un abuso, de una situación de bullying en la escuela, o de una pena, o de lo que sea, si no hay nadie del otro lado que escuche y confirme? Aquí la palabra más importante es confirmación: confirmación de la persona del niño o niña (con respeto), de su experiencia, su existencia, de su voz, de sus sentimientos, “escucho porque te quiero y te cuido”. Esa escucha ética, que surge de una responsabilidad y de un compromiso con el cuidado, es un factor protector, de prevención, y también es fundamental en procesos de reparación con víctimas de ASI.

Se habla de “víctimas” y, especialmente, de “sobrevivientes” del abuso sexual infantil, como un evento potencialmente mortal… ¿es una muerte de la infancia? ¿qué es lo que muere ahí?

Tú lo dices bien. Efectivamente el abuso sexual infantil se mueve en el territorio de la muerte. Aunque los niños no tengan lenguaje para significar lo que están viviendo, por ejemplo en una situación de abuso o de incesto, el cuerpo igual lo informa y lo informa porque el cerebro detectó un peligro para la vida, en el fondo: un peligro, en mayor o mínima medida, de muerte. Porque es bien sencillo para un organismo pequeñito: o sobrevive, o no. El cuerpo es inmensamente “sabio” en tratar de hacer, de lograr, y de moverse en la dirección de lo que le permita vivir, y evitar lo que pudiera arriesgar su integridad.

El abuso sexual destruye la integridad y la destruye en un contexto donde los repertorios con que venimos equipados como especie para enfrentar peligros y predadores, son sencillamente imposibles: huir, responder para defenderse, o bien congelarse, quedarse quieto (o “hacerse el muerto”) para evitar un ataque.

En el abuso sexual nada depende del niño o la niña, todo lo decide el abusador que hiere no sólo los cuerpos de sus víctimas, sino que deja heridas morales, psicológicas, emocionales. La pérdida se deja sentir en muchas dimensiones, y devora más años que sólo una etapa, si el abuso no es interrumpido. Mientras antes se devele y detenga, mejor el pronóstico y el regreso al carril de una vida propia, preferida.

¿Y pensando en la reparación, qué pasa con las palabras, con la identidad o condición que expresa el nombre “víctima” o “sobreviviente”? 

El consenso está en el uso de “sobrevivientes” y esto en relación a diversos traumas, pero esa sola palabra no cuenta la historia completa. Hay un tránsito que es importante explicar aquí: lo primero, y pese a la carga que lleva esa palabra, es reconocer-se en tanto víctima. ¿En qué sentido? El abuso es vejación, violación de derechos, es trauma del desarrollo, es transgresión y daño a la integridad. Los niños, niñas y adolescentes que fueron forzados a vivir esa experiencia, lo hicieron desde un lugar de indefensión y sometimiento: son absolutos, el NO-Consentimiento y la NO-responsabilidad en que el abuso ocurriera. Fueron víctimas. Y en esto hay que ser clarísimos porque como sociedad tendemos a relativizar y a ser muy crueles cuando se pone la sospecha o una co-responsabilidad en las víctimas con comentarios como “pero si le dijeron, si sabía, ya tenía equis años, pudo gritar o patear, no irse a meter a la boca del lobo, etc”. Es imprescindible entender que víctimas son víctimas. Pero eso es un paso, un punto del proceso, no es un lugar para quedarse. Lo que viene, de inmediato, casi simultáneamente, es reconocer también, y poner la mirada, sobre el ser sobreviviente, o superviviente. En este nombre, ya se cuenta la historia, en compacto, de alguien que vivió una experiencia tremendamente destructiva, y no obstante, sobrevivió, es decir, pudo salvar con vida (y no, no es una frase así no más pues niñas y niños mueren como resultado de abusos sexuales y violaciones), y continuar vivo, o viva. En esa sobrevida, la víctima puede reconocer una resiliencia y una capacidad de empuje vital que serán valiosas y muy útiles para el proceso de reparación y el proceso de construir, ya lejos del abuso y del abusador, una vida preferida, en términos propios. Ese tercer momento de reconocimiento es el más importante: como ser humano, como persona digna de protección y respeto, digna de ejercer su libertad y consentimiento, de tener una vida buena y plena. Como alguien que “vivió abuso sexual infantil” pero esa vivencia no es todas sus vivencias ni toda su historia. La historia es mucho más, y sobre ésta “se recobran los derechos de autor”, como dicen los maestros, es lo que yo aprendí. Es una definición hermosa. Y es el horizonte mayor de la reparación.

La terapia juega un rol dentro del proceso de reparación, ¿Hasta qué punto, una terapia logra el empuje deseado?

La terapia es importantísima, pero necesitamos ser precavidos con poner toda la responsabilidad en la terapia que no ocurre en un universo paralelo, con el o la terapeuta y los niñ@s o adultos que vivieron ASI. La sanación es también inseparable del cuidado y la responsabilidad de un colectivo, de comunidades, no solo de las familias y escuelas, sino de toda la sociedad que con sus actos y sus dichos puede fortalecer o interferir la reparación. De hecho, un factor mayor de resiliencia, un pilar, es el cuidado, la solidaridad. Restituir en un niñ@ esa certeza de poder contar con el cuidado, sin malversaciones, sin abusos, es una fuente de enorme poder y vitalidad para enfrentar tiempos duros, y asimismo, el tiempo de la reparación, que es exigente

Yo defino el abuso sexual infantil como un “fracaso colectivo del cuidado”. Pero también veo como colectiva la posibilidad de prevenir y reparar daños. Desde el tod@s junt@s, es la única forma en que puedo entender la sanación aquí. En una investigación con madres de niños que han vivido ASI, he podido constatar cómo cambian actitudes, significaciones y el compromiso de las madres en la reparación de sus hij@s, solo porque perciben la presencia y apoyo de un colectivo que da crédito a lo vivido, que responde, que cuida.

Cualquier esfuerzo terapéutico no solo necesita involucrar lo colectivo, sino también una mirada integral. Aquí el llamado es muy específico, para los profesionales de la salud, y más concretamente en psicoterapia. Porque lo más evidente del abuso sexual, generalmente nos elude: que ocurre en el cuerpo, y el cuerpo lleva un registro, una memoria, delicada, digna también de cuidado y respeto.

Primero, pensemos en los exámenes médicos en especialidades como la pediatría, la ginecología, la urología y la proctología, la odontología también (para muchos niñ@s es traumático siquiera abrir sus bocas, si el ASI incluyó recurrentemente sexo oral). En realidad, cualquier examen que toque lo físico, necesita recordar que existen personas que vivieron ASI, e integrar –y eso es algo pero VITAL que falta en Chile- la pregunta sobre experiencias de violencia sexual en la anamnesis, tal cual se pregunta por otra información clave para entender la salud/enfermedad de l@s pacientes.

Yo ni una sola vez en Chile he recibido esa pregunta, y por ejemplo, en EEUU, para lo más trivial (un examen de sangre en un consultorio que visito por primera vez), sí está presente, nunca falta. Los primeros años, me generaba desconcierto, pero entendí su valor porque inmediatamente orienta una forma de actuar, o de llevar a cabo ciertos exámenes (un pap, por ejemplo) que ayuda, por ejemplo, a prevenir flashbacks, y evocaciones dolorosas en el cuerpo que recuerda. Así de concreto. Y esa pregunta también orienta una forma de conversar que excluye, completamente, algo que sí he oído en Chile de mis pacientes adultas: el consejo dado por médic@s, o enfermer@s, sobre evitar compartir con sus parejas, la verdad sobre su experiencia de ASI. “Si le cuenta, le van a tener lástima, le van a perder el respeto, va a deteriorarse la relación sexual”, esos comentarios los he escuchado suficientes veces como para que me parezcan un problema, y aunque vengan con buena intención –en un país donde efectivamente el estigma aún es muy fuerte-, lo cierto es que dañan más que nada. Tenemos un gran desafío, llevo años insistiendo en esto, en todas las escuelas de pregrado al respecto de la formación en ASI. También en mi profesión. Porque aún me llama la atención que entre las primeras orientaciones a familias de niñ@s víctimas, o a adultos sobrevivientes, no esté incorporado el cuerpo, la necesidad inseparable de trabajar de inmediato ahí

 

Sin duda los niños son cuerpo e incluso tienen una consciencia más pura de esa corporalidad. El abuso se produce en el cuerpo, ¿qué trabajos se realizan, en este sentido, para un proceso de reparación integral?

 Lo ideal es que cualquier trabajo de reparación de inmediato incluya lo corporal, por ejemplo, en clases de ballet, yoga, pilates, baile, disciplinas orientales, deportes, así sea en la casa pero destinar diariamente un tiempo a este trabajo. La actividad corporal no puede estar ausente en la reparación de víctimas de un trauma que ocurrió, ni más ni menos, que en el territorio del cuerpo.

Es más, existen estudios donde se demuestra un mayor efecto de remisión de síntomas en niños y niñas, solo realizando terapia corporal y de movimiento, y sin ninguna terapia cognitiva que acompañara. En los sobrevivientes adult@s, la premisa se sostiene en el sentido de que este tipo de actividad y continua, es fundamental no solo para la reparación, sino para el sostén de la salud y la prevención o reducción mejor dicho, de crisis de angustia, pánico, evocaciones traumáticas, entre otros síntomas.

Si además consideramos que una repercusión frecuente del trauma ASI es sobre la experiencia de la sexualidad proyectada en el tiempo, con mayor razón lo corporal tiene que estar presente en procesos de reparación, a cualquier edad que éstos se lleven a cabo.

El resignificar la corporalidad, la relación con ella, así como la sexualidad y su vínculo con experiencias de cuidado, de amor, de consentimiento y placer, no sólo es fundamental pensando en víctimas y sobrevivientes, sino también en quienes los acompañan en procesos de reparación.

Para los niñ@s y adolescentes, estas personas son sus mamás y papás (no abusadores) y otros cuidadores, y hay todo un trabajo con ellos: de información y orientación (para despejar mitos, por ejemplo: casi siempre que se trata de niños varones, la pregunta es si el ASI no determinará su orientación sexual. Ni una sola vez en mi vida profesional me han preguntado eso de una niña).

Otra esfera de acción es la contención de familias y cuidadores desde su propia experiencia como hombres y mujeres que reciben el impacto del ASI de un niño o niña que aman, en el área de sus relaciones afectivas, de pareja, y por cierto en la vivencia de su propia sexualidad. Para mí ha sido frecuente escuchar a jóvenes –muchachas y muchachos- preocupados porque debido a “lo que me pasó” (ASI, violación), “mis papás ya no se tocan, se distanciaron físicamente, se van a terminar separando”. En mi experiencia el trabajo con adultos, con las parejas de papás/mamás, que acompañan a los niños en su proceso de reparación, sobre todo favorece a los niños, y reduce significativamente los tiempos de terapia.

Por último, ¿Qué falta en Chile para hacer efectivo un real y responsable cuidado hacia los niños?

En últimos años se han visto cambios y pese a que no son con la velocidad que uno quisiera, hay más atención, hay más preocupación. Por ejemplo, si el video de Irina La Loca hubiese salido hace 3 años atrás quizás hasta habría pasado desapercibido y hoy, hay más voces que dicen que no, que no está bien y de hecho no hubo mayor difusión del video. Una forma clara de no endosar.

Ahora, a la pregunta ¿qué falta?, me surgen palabras como madurez, amor, educación.

Al decir madurez, me refiero a la madurez para admitir pero de verdad, sin reservas ni vericuetos, que el cuidado de la nueva generación es una responsabilidad nuestra y NO es optativa, sino que es irrecusable e inseparable de nuestra condición humana y a todo nivel, en la política pública, desde el gobierno, las escuelas, todas las instituciones, los medios de comunicación, el transporte, las tiendas, etc.

Otra palabra es el amor, la emoción en el estar aquí, vivos, también compartiendo nuestras vidas con seres humanos niños y niñas. Desde esta vitalidad, y desde la gratitud por estar vivos, la disposición es mejor, el vínculo con la niñez es mejor y me dispongo a cuidar de mejor manera. Más allá de vivir en un país donde la infancia no es una prioridad todavía, una forma de rebelarnos es cuidar a los niños y nuestra relación con ellos, haciendo de esto un acto consciente en lo cotidiano, que cada uno pueda decirse a sí mismo: “ok, a lo mejor nadie a mi alrededor reconoce lo fundamental que es el cuidado, pero yo sí”. Yo lo encuentro totalmente empoderante. Y no sólo en la causa de la niñez, sino en toda esfera del vivir.

Y por último, la educación, pero con mayúsculas. Un esfuerzo colectivo de educar/aprender en temáticas que tengan que ver con el cuidado, con la prevención de violencias, con la promoción de buenos tratos, con la orientación en afectividad, en sexualidad humana, de una ética de respeto y empatía, y la madre de toda esta “batalla”: el tema del consentimiento. Esta educación no es solo desde hogares y escuelas, con apoyo de instituciones y medios de comunicación: necesita ser en tiendas, transporte, en las empresas, en los lugares de recreación y vacaciones, en las universidades y sus cuerpos académicos, todos necesitamos participar en la creación de una cultura de cuidado que lo atraviese todo y hacer un cambio entre todos.

La ética del cuidado es, en lo mas profundo, una ética de la responsabilidad: consigo, con los otros, con los lugares que habitamos individualmente y como especie. Sin cuidado el medioambiente perece, sin cuidado las relaciones se pierden, sin cuidado la vida de los niños y de tod@s se arriesga a daños, y sí, la vida trae accidentalidad en ella, y dolores, pero muchos son evitables y es insensato no apostarnos a prevenir lo que sí se pueda prevenir. No, no es sólo insensato: es demencial, en realidad; completamente autodestructivo.

Sin cuidado y sin cuidar en colaboración, especialmente a las nuevas generaciones, la humanidad no habría llegado a la vuelta de la primera caverna. Pero además de cuidados, se necesitan ganas, encantamiento. Lo que trato de decir es que la infancia no es solo un periodo que nos llama y conmina a proteger, sino a maravillarse también: que cada niño o niña pueda experimentar maravilla en su infancia, y que nosotros asimismo podamos maravillarnos, como adultos, mientras acompañamos y vemos a nuestros niños crecer. Quizás por eso, además de ver el cuidado como una ética irrenunciable, lo viva con la pasión que me despierta.

Entrevista publicada en Sexualidad.cl