Niñez y la intimidad (II)
“It is only in the light of dignity that the beauty and mystery of a person will become visible” (John O’Donohue)
Yo te quiero, yo te cuido, te respeto. De la mano los primeros años de colegio, luego caminar juntxs, acomodar los relojes, las narrativas útiles, el radio de exploración. Yo te guío, te acompaño. Diálogos, ensayos-errores, preguntas para buscar o imaginar respuestas. Yo voy cerca, aliento tu paso, y transformo el mío: tus vuelos requerirán su propia, y generosa, superficie de despegue. Su intimidad de cielo.
Ya lo estamos viviendo. De requerir ayuda con los nudos de los zapatos, a verlos preparar su ropa de colegio para el día siguiente, y elegir un “estilo” de vestir ya más grandes. De leerles libros en voz alta, a verlos elegir en bibliotecas o tablets (hoy en día) sus historias, comics, músicas preferidas. De escucharlos hablar de su día en el jardín y la escuela, a esperarlos, y recordarles amorosamente “¿tienes ganas de hablar, me quieres contar? si no, después, o cuando necesites, o no. Pero estoy aquí”.
La intimidad y la autonomía, una nutre a la otra; y juntas van cimentando la capacidad de consentimiento.
De llevarlos al doctor y anotar nosotrxs todo en un cuaderno, a proponerles preguntar algo, cualquier cosa (por ej, ¿oiga doctor/a, cuándo inventarán inyecciones sin aguja?), y/o agradecer el respeto y cortesía de médicxs que escuchan, que dialogan con nuestros hijos: ¿te cuento más de este jarabe, de este examen de sangre, de los frenillos?
Luego, esperarlos fuera, y todavía conversar con el profesional (seguimos siendo responsables de nuestros hijos y de lo que nos exigen las distintas prestaciones en salud), sabiendo nuestros niñxs que en ese gesto existe respeto-cuidado, no control.
Co-participamos (y cómo no!) en algo tan importante como el sostén de su salud. Y más de una vez, ellxs nos advertirán: “estás trabajando mucho mamá”, “papá, no hay que comer esos alimentos”, o “¿por qué fuman si les hace mal?”.
Llegará también el día, en que sólo esperamos fuera de consultas médicas, emocionadxs, porque nuestr@s hij@s ya se interesan y comprometen con su salud, sus procesos vitales. No hablo sólo de ginecólogxs, urólogos o especialistas en sexualidad (un tema de la mayor relevancia, y para la vida entera).
Conozco a adolescentes deportistas, bailarinas de ballet, músicxs, cantantes, responsables de su consulta con diversos especialistas con quienes comparten el cuidado de lo que más aman hacer. Entran solos, llevan sus preguntas, se frustran cuando deben tomar reposo, pero se comprometen con cada indicación. Que dejen a sus papás y mamás en la sala de espera, o que ni siquiera vayan con ellxs, no es –o no necesariamente- un acto excluyente. Es un paso más en el logro de la autonomía que les permita hacerse responsables de sus vidas, en no mucho tiempo más.
Desafíos y oportunidades
Todo comienza con nosotrxs, poniendo atención en el cómo trazamos nuestros espacios privados (dormitorio, baño, tiempos de pareja, etc), y poco a poco los de nuestros niños.
Vamos estableciendo límites para ellos -en horarios, desplazamientos, formas de jugar, vestuarios para el frío o calor, etc- y alentando el que nuestrxs hijxs también reconozcan y establezcan los suyos (en función de cada etapa y sus tareas) que deben ser respetados. Muchas veces se trata de límites tan obvios y humanos como “estoy cansadx”. Responder a esa señal.
Apreciar esos límites a veces físicos, otras, emocionales (“tengo pena”, “no sé qué me pasa”), recibirlos con respeto (y gratitud: “gracias por contarme”) y tratar de actuar en sintonía. Expresar aprecio, también, cuando respetan un límite que nosotros trazamos: “ahora no, hijx, más rato”, o “no puedo trepar el árbol”, “gracias por entender”.
Estas interacciones, enseñan y también empoderan a nuestros niñxs, permitiéndoles reconocer valor y/o utilidad a los límites que van en relación estrecha con ejercicios de cuidado y autocuidado, de progresiones en la seguridad y confianza para participar de la vida, de expresión de preferencias (“ahora prefiero pintar, necesito descansar, éste es mi tiempo de hacer la tarea, quiero jugar así y no de esta otra forma”) y características de la identidad.
Son una suerte de caja de lápices invisibles con los que vamos trazando territorios propios, y en las relaciones: “bienvenidoxs”, “sólo hasta aquí”, “te respeto y agradezco tu respeto también”, “esto sí, esto no sé, y esto, de ninguna manera”, etc.
Quizás no lo nombramos así en su momento, y menos sabíamos que se trataba de intimidad. Pero es posible que todos recordemos de nuestras infancias, momentos de silencio, soledad elegida: tiempo de jugar por cuenta propia e imaginar las cosas más increíbles, recordar, dudar, tener ideas o pensar cómo solucionar un problema, alegrarse o estar triste, practicar talentos, resonar con afectos, cambios en el propio cuerpo, las relaciones con los demás, sentir asombro, deseo, soñar, creer, elegir, ir reconociendo una ética preferida. Regresar constantemente a ese mundo propio, y los que se van construyendo entre dos, tres, en grupos (dentro de cada generación, obedeciendo a un mandato casi orgánico).
Ahora que somos adultxs, ¿cómo vivimos nuestra intimidad?; cómo cuidamos la propia (y en pareja, en familia) y de otrxs; qué contamos de nosotrxs, qué opiniones nos permitimos dar sobre las vidas de otras personas. ¿Respetamos por igual el derecho a la privacidad de todxs, sin distinciones ni discriminaciones?
Más sencillo: ¿tocamos la puerta antes de entrar a una habitación?, ¿preguntamos al llamar por celular, si el otro tiene tiempo de hablar ahora? ¿qué publicamos de nosotrxs en las redes sociales; qué palabras ponemos en el mundo? En todas esas actitudes también estamos enseñando de límites a la nueva generación que nos observa.
Trazar límites no es sólo demarcar y acotar superficies. Es también expandir, ir más allá. Los límites son versátiles, interesantes. Capaces de ensanchar experiencias. De estimular resiliencias y crecimientos, desafíos, propósitos.
Contar con la certidumbre de que los más pequeños son capaces de recibir los argumentos del cuidado, de integrar límites. También lxs adolescentes. No dejan de ser receptivos, desde nuevos ángulos y cuestionamientos, desde participaciones nuevas en sus comunidades, y desde un sentido mayor de su intimidad.
Lxs adolescentes entienden y reconocen la autenticidad del respeto mutuo, y del cuidado. Y son muy agudos en diferenciar preocupación amorosa vs control. El apoyo, el cuidado, lo agradecen. De hecho, lxs adolescentes aún señalan, en diversos estudios, a sus padres, madres y profesores como fuente preferida de consejo e información, y de apoyo y protección. Protección, todavía.
Cada niño, niña y adolescente es único, cada relación familiar, cada familia. La base de confianza que logremos construir desde pequeños, queremos sea una base perdurable que permita en la adolescencia, quizás más que nunca, sostener un canal permanente para el diálogo, el intercambio de ideas y preguntas, y también los pedidos de guía y ayuda. O auxilio.
El respeto a la intimidad de lxs adolescentes, no equivale a ausencia de nuestra parte; ellxs tampoco esperan que nos ausentemos. Es una evolución de nuestra presencia, que sigue siendo incondicional, cuidadora, ahora en espacios que cambiaron, con hijxs que también están cambiando, creciendo, participando de ensayos y elecciones de su identidad, de su interacción con distintos mundos, de experiencias que se abren y son para el resto de la vida (y necesitaríamos otro post para sólo conversar de intimidad y sexualidad adolescente).
¿Qué recordamos de nuestra adolescencia, de los adultxs cercanos y sus actitudes? ¿Cómo nos acompañaron, cómo tendieron puentes, o los trizaron?
Examinar también nuestras comunicaciones, la disposición a escuchas y diálogos muy activos. Cuidar desde el compartir experiencias, expresar opinión, también disensos y negativas.
En estudios de larga data con niñas -cubriendo sus transiciones a la adolescencia y el egreso de la secundaria en EEUU (realizados por Carol Gilligan)-, éstas señalaban su añoranza de contar con mayor presencia y orientación de mujeres adultas, especialmente de sus madres (luego sus padres), incluso asumiendo que algunas posturas pudieran ser diferentes e inclusive conservadoras o anticuadas en relación a lo ellas, las niñas, estaban viviendo en el ámbito social (“presiones” de sus pares) y de la sexualidad. Valoraban los “NO” bien argumentados, en base a vivencias o relatos que las adultas podían compartirles. Y aun en relaciones donde la comunicación con sus madres había sido escasa en el pasado, las niñas expresaban su necesidad de contar con ellas ahora: no había un “demasiado tarde”, ni resistencias a priori con posibles “intromisiones”. Como para tomarlo en cuenta.
Otro desafio-oportunidad se presenta en el uso de tecnologías e internet. La experiencia en el mundo digital nos exige incesantes actualizaciones para poder acompañar mejor a nuestros niños, y apoyarlos en su progresivo logro de autonomía y autocuidado.
Que se beneficien de todo aquello fantástico que ofrece internet, y sean protegidos de riesgos también, algo que muchos países están empeñados en lograr, y para tod@s: garantías de protección de la privacidad, de la intimidad, y el derecho “a ser olvidado” (o a “borrar” lo que queda, hasta hoy, registrado indefinidamente en la web). Obviamente esto no se aplica a quienes cometan crímenes contra sus congéneres (y pensamos sobre todo en proteger a niñxs y adolescentes de depravados sexuales, y en prevenir daños infligidos por el cyber-bullying).
En lo que respecta a nostroxs, los adultos, es importante preguntarse cómo nos sumamos a estas trayectorias, cómo educamos a nuestros niños, y cómo protegemos y respetamos, online, toda información sobre ellxs, sus vidas, para que ellos también creczan y ejerzan ese respeto por sí mismos, que piensen bien para qué y qué compartir online, y qué no. La relación con la información y su cuidado es determinante, demanda decisiones continuas, crecer en responsabilidad, consigo y otros.
Participar de tecnologías e internet pide, asimismo, coordinaciones y acuerdos con otras familias, con las escuelas, y por cierto, con nuestros propios hijos e hijas. Cuidarlxs sigue siendo nuestra responsabilidad, y compartida con el colectivo.
Podríamos continuar. Por lo pronto, compartir los siguientes recursos: el libro “Huérfanos Digitales”, de Marcela Momberg (Chile); Guía para la Protección de la Infancia Online, e Infancia, DD en la era digital (ambos, Unicef).
Estamos juntxs en esto
Estamos cuidando, dando el ejemplo y eso nos conmina a extremar el esfuerzo de coherencia. La intimidad es también un recorrido que necesita de continuo autoexamen, aprendizajes, acuerdos colectivos. El hogar, la escuela, las instituciones de salud y justicia, los gobiernos, los medios de comunicación.
Recordemos que la Convención de Derechos del niño, explicita un principio de autonomía progresiva y así da cuenta de estaciones para crecer, y también, de estaciones nuestras, para cuidar y acompañar ese crecimiento de nuestros NNA. No hay amenaza ni intromisión. Sí, sostén. Colaboración. El reconocimiento del rol FUNDAMENTAL de padres, madres y familias en el cuidado de sus hijxs. Y una apelación a todo el mundo adulto. Leer la CDN desde la clave ética del cuidado, la hace más potente todavía.
Nos jugamos hoy en día por el respeto, y renovamos compromisos por consagrar la memoria y el fortalecimiento del marco ético de los derechos humanos.
No obstante, respetos y consagraciones siguen eludiendo a la infancia: niñas y niños no-sujetos de derecho, no-ciudadanos (hasta que voten), no “verosímiles” (cuando son víctimas), no merecedores de inversión cuando el valor de un mt2 se impone a la necesidad de sala cunas y jardines infantiles (como sucedió en la comuna de Providencia, hace muy poco). La pregunta pendiente sobre la dignidad nos ronda. Y no es sencilla de definir, la dignidad, pero al menos podríamos tener claro que es un valor intrínseco, igual para todo ser humano: la persona del niñx también.
Es tiempo, creo, de examinar los puntos de fuga y amnesia, francamente, cuando movimientos por los derechos de las de mujeres, omiten a las niñas, y niños, o los movimientos de DDHH reaccionan ante los tratos degradantes y la violencia contra todo ciudadanx, y no levantan la voz con un volumen comparable, ante el maltrato físico y el abuso sexual infantil sufrido por miles de niñ@s en nuestro país. No podemos permitirnos estas omisiones y discriminaciones. Los niños y niñas tienen dignidad no en “el futuro”. Están aquí, ahora, viviendo en el presente.
El tema es vasto, no se agota (y estas reflexiones abordan superficies pequeñas todavía, faltan distinciones, faltan mundos completos y urgentes, de niños y niñas en abandono, o en el sistema de protección, cómo se van a habilitar y hacer exigibles sus derechos. El debate en torno al proyecto ley de garantías integrales en CHile, debe ser profundo).
Imaginar cuánto más podemos hacer. Cuán distintas habrían sido nuestras vidas de haber conocido los derechos del niño mientras crecíamos. Cuán distintas pueden ser las vidas de nuestros hijos, ahora que están creciendo.
Tiempo de crecer, todavía, como país. Mirar a nuestros hijxs, pensar en nuestros nietxs, y tal vez, antes de cuestionar los derechos humanos que nuestra democracia parece por fin estar dispuesta a garantizar a la nueva generación, podríamos hacer una pausa, esperar informarnos bien, y sumarnos en el mejor cometido imaginable.