“La Justicia y la Iglesia nos han dado el peor de los mensajes: estamos solos y desprotegidos”
Publicado en El Mostrador – Periodista: Rafaela Merino-Bianchi
El libro “Agua Fresca en los espejos” de la psicóloga chilena Vinka Jackson fue editado por primera vez en 2007 cuando el tema del abuso sexual infantil apenas se tocaba en el país. Ediciones B lanza una reedición corregida y con prólogo del periodista Fernando Paulsen y epílogo de José Andrés Murillo, una de las víctimas de Karadima y presidente de la Fundación para la Confianza. En su obra, la autora presenta el testimonio de los ataques que sufrió a manos de su padre durante su infancia y detalla su camino de sanación.
Frente a un escenario totalmente distinto al que enfrentó al presentar por primera vez su texto, la psicóloga reconoce que hoy se palpa “la voluntad de querer informar, ayudar a prevenir, de actuar.” Hace cinco años, comenta, hubo canales de televisión que se negaron a hablar de pederastia; el cambio, señala “tiene relación con lo que ha pasado en el país –y el mundo-: una pérdida de inocencia mayúscula con el tema de la Iglesia como responsable masiva de abusos a menores, que se suma a otros ámbitos donde éste ya ocurría, los hogares, colegios, jardines infantiles, la calle, etc.
El abuso perpetrado por miembros de la Iglesia la violenta. “La impunidad en el caso Karadima, donde no pudo haber condena y -más encima- resulta una impunidad avalada, de alguna forma, por la máxima autoridad de la Iglesia Chilena cuando defiende, visita y le lleva regalos de Navidad al señor Karadima. Esto es muy grave como señal, porque una cosa es la piedad cristiana –que no se observa, curiosamente, para las víctimas de los abusos-, y otra muy distinta es el descriterio y la indolencia. A mí, todavía no se me pasa la indignación. Sobre todo por la sensación de retroceso y de falta de respeto gravísima de parte de una figura como el arzobispo (Ricardo) Ezatti, que no sólo representa a la Iglesia Chilena, sino que también al Vaticano”.
– Hace unos días la Corte de Apelaciones confirmó el sobreseimiento del caso Karadima y el sacerdote filipino del Liceo Alemán de Chicureo cumplirá una condena bajo el régimen de libertad vigilada, pese a que fue sentenciado como autor del delito de abuso sexual impropio -uno consumado y el otro en grado de tentativa- de menores de edad. ¿En qué medida estas resoluciones judiciales persuaden a las víctimas de denunciar?
– Creo que a víctimas, familias y a muchos ciudadanos estas resoluciones nos dejan en una posición muy precaria al respecto de las denuncias. Además, aquí se omite el hecho de que aunque uno de los abusos no haya sido consumado, eso no dependió del abusador y para mí no tiene nada de “tentativo”: la intención era clara y el abuso psicológico perpetrado con la amenaza de muerte al pequeño, debería ser sancionable porque es igualmente vejatorio y traumático. A mí toda esta situación me confunde y deja perpleja, porque siento que los derechos infantiles salen dañados, y el cuidado a las familias y la justicia y también tantas víctimas y ex víctimas de abuso que sienten que esto es una bofetada o un motivo para seguir guardando silencio.
Está en juego, una vez más, la confianza que podemos tener en la sociedad en la que vivimos. Hay demasiadas señales de indolencia, de impunidad, de irresponsabilidad. Ves a muchas figuras públicas opinar de cuánta cosa sucede, y frente a esto, silencio. Son pocos los que hablan, los que se conduelen públicamente y tratan de cambiar las cosas. Pero tanto silencio me deja pensando ¿qué impide pronunciarse frente a algo tan claramente dañino como el abuso sexual infantil?
– En el caso del sacerdote filipino, Richard Joey Aguinaldo, la Congregación Misioneros del Verbo Divino indicó que “le brindará todo el apoyo” al condenado. ¿Qué señal está dando la Iglesia a las víctimas y a la sociedad en general?
– Esa declaración no merece casi análisis, es despreciable y es la insanidad total; pero casi no sorprende, eso es lo más triste. La Iglesia Chilena hace mucho rato que ha dejado claro, salvo unas pocas honorables excepciones de sacerdotes y católicos comprometidos, que no está a la altura. Nos hemos cansado de tratar de mirarla humanamente, de intentar explicarnos cómo una institución supuestamente orientada al bien, se desborda criminalmente a niveles inconcebibles, y suma miles de miles de casos de niños y jóvenes abusados en el lapso de pocas décadas, que es lo que sabemos. No existe métrica para ponderar daños, víctimas y vidas afectadas. Y a estas alturas, no nos cabe en el alma, creo yo, tanta indignación y estupor.
¿Cómo enfrentan los padres de niños víctimas de abuso sexual infantil y el país en general que instituciones como la Iglesia o la Justicia den esta clase de señales? ¿Cuál es el mensaje que estamos recibiendo?
– El peor de los mensajes: estamos solos y estamos desprotegidos. Si la Iglesia puede actuar con impunidad, si la justicia apenas puede ejercer bien sus funciones -porque se ve limitada, o porque sencillamente lo elige así-, si los colegios no responden ni se pronuncian, si básicamente del Estado hacia abajo tantos guardan silencio, no sé qué más podemos pensar o sentir. Los derechos de los niños, su protección, no son prioridad como deberían.