“Escribir me ayudó a sanar heridas provocadas por el abuso”
La psicóloga chilena Vinka Jackson propone un camino para superar las vivencias con efecto traumático
“Recuperar los derechos de autor”. Así califica la psicóloga chilena Vinka Jackson el recorrido que la condujo desde el sometimiento del abuso a la libertad de sentirse dueña de su cuerpo y de su existencia. Y su metáfora es, paradójicamente, literal, ya que su proceso personal desembocó en la escritura de una novela que es el descarnado relato de su historia.
Su testimonio nace de una necesidad reparación subjetiva, sin embargo, se propone como una vía para facilitar la exhumación de decenas de miles de historias similares que se esconden bajo el pudor del secreto.
“La afinidad con otras personas es sanadora, el encuentro con otros que atravesaron la misma experiencia es reparador. Al hablar con gente que vivió situaciones similares te das cuenta que ríes y lloras por cosas parecidas; saber que la pesadilla es un contenido recurrente pero no eres la única, alivia. Pero hasta no hace mucho no abundaban otros prójimos con quienes pudieras compartir a mí me pasó esto y aquí estoy”.
A partir de esta presencia escurridiza, sumada a la limitada bibliografía académica o testimonial sobre las consecuencias del abuso sexual durante la infancia, Vinka Jackson, Directora Ejecutiva de la Fundación Para la Confianza (un mundo sin abuso) decidió publicar su historia.
“Escribir me ayudó a sanar las heridas provocadas por el abuso”, confiesa a lanacion.com durante una visita al país. Y admite que la literatura ocupó un protagonismo terapéutico en su propio proceso de sanación.
Durante los años traumáticos de la infancia, la literatura le permitió construir una realidad paralela en donde refugiarse: “muchas veces para manejar el miedo de que esa noche pudiera pasar algo me contaba historias que seguía en capítulos y me sentía protegida en el papel de mis personajes imaginarios”.
Más tarde le ayudó a recuperar “los derechos de re-autoría sobre mi vida: podía escribir lo que yo elegía, seleccionar las palabras que quisiera”. Reescribir o comenzar a escribir su propia historia.
El libro Agua fresca en los espejos comenzó como un ejercicio terapéutico en el marco de una psicoterapia narrativa, como una carta a su madre. “Fue una carta de cincuenta páginas en las que pude contar, contar y contar, en un proceso catártico que me permitió perder peso. Es un ejercicio terapéutico bien reparador, que puede desembocar o no en la entrega del escrito a la persona a quien fue dedicado. En mi caso lo importante fue escribirlo: cuando lo terminé ya no necesitaba entregarlo. Además, cuando eres adulto, hay temas que ya no son responsabilidad de tus padres sino son de tu propia responsabilidad. Llega un minuto cuando el otro haga o no haga un reconocimiento de su conducta, se arrepienta o no, pida perdón o no, uno elige el perdón como ejercicio de aceptación de lo sucedido y no como resignación sino como forma de avanzar y no quedar detenido”.
El proceso terapéutico capaz de reparar el daño causado por el abuso o por otras situaciones potencialmente traumáticas no es sencillo ni lineal. Si no, sería tan sencillo como escribir la historia, dejarla afuera -en el libro- y así esfumarla. Aunque no son pocos los autores que asumieron a la escritura como un medio para salvarse de la locura, de la desintegración emocional o del dolor psíquico, la redacción de una experiencia traumática es en sí un trabajo arduo y doloroso: “En muchos momentos de la terapia yo le tenía miedo a la escritura, porque en el circuito moral de la consciencia podía omitir contenidos, no verlos, pero en el momento que me sentaba a escribir, surgía la voz de la niñez y entonces empezaba a escucharme y a ver contenidos que no tenía ni ganas de entrar a visitar”.
La escritura tuvo la función de metabolizar tramos de su vida que resultaban muy dolorosos. Pero su proceso terapéutico también se construyó sobre la estimulación de la resiliencia que propone la psicología positiva.
“Es posible construir una vida nueva para uno mismo y para los demás”
“Si yo hubiera ido a una terapia que hubiese adentrado en la herida, deteniéndose en ella y revisándola desde doscientos ángulos, habría terminado mal. La terapia que realicé apunta al reconocimiento de la resiliencia, con eje en la reconstrucción y la resignificación de la vida, centrado en la capacidad que cada uno tiene de autorescatarse. Así aprendí que el abuso es extremo pero por más que se te haya colado en la piel y en la psiquis, por más que te haya dejado huellas en el cuerpo, está fuera de ti. Yo tuve una historia de abuso, pude contar la historia, pero yo no soy solamente esa historia. Es posible construir una vida nueva para uno mismo y para los demás”.
Recuperar el cuerpo El primer paso en el proceso de recuperación de una experiencia de abuso es, según la licenciada Jackson, “recuperar un estado vital donde tú eres el protagonista”. En su caso particular, el primer paso fue adueñarse de su cuerpo a través de la danza. Aún en tiempos de abuso infantil, comenzó a estudiar danza y, contenida por su profesora, inició la desarticulación de un esquema interno y emocional que suponía a su cuerpo como un objeto de uso de su padre. “El ballet fue un espacio de soberanía personal, que me hizo ver que mi cuerpo me pertenecía”.
A partir de la construcción de un espacio protegido en el que su cuerpo le pertenecía y respondía a sus propias órdenes y deseos, pudo comenzar a desandar la apropiación que su padre había hecho sobre ella. “Es importante que las mujeres víctimas de abuso sepan que el cuerpo roto fue el de los cuatro, ocho, diez años; que el cuerpo de hoy ha esperado pacientemente para que lo reconozcan y por fin puedan declararlo propio”.
Y destaca especialmente el rol que los adultos que están en contacto con los menores -como los docentes- pueden ejercer como salvavidas de rescate y “tremendos gestores de resiliencia”. La psicóloga chilena rescata a estas figuras sostenedoras de chicos que sufren abuso o maltrato en dos vertientes: que sean capaces de escuchar la resistencia de un chico a estar con algún adulto como una alarma, ya que puede ser una señal de maltrato, y además, ofrecer un apoyo emocional que les dé seguridad y sostén.
En términos de prevención, la doctora Mabel Munist, vicedirectora del Centro Internacional de Información y estudio de la Resiliencia de la Universidad Nacional de Lanús reconoce la importancia de los “adultos significativos que puedan demostrar a los chicos amor incondicional, que cada niño sienta que es querido como es, y tenga una autoestima que le permita decir que no, resistir frente al maltrato o pedir ayuda”. Es fundamental estimular en los chicos el sentido de propiedad privada y privacidad sobre su cuerpo, capaz de evitar el avasallamiento por parte de un adulto abusador. Y concluye: “Los niños que son fortalecidos en su autonomía, que son capaces de decir no y ponerle límites a un adulto que no los respeta, es menos probable que sean víctimas de abuso”.