Una maravillosa mujer (derechos del niño)
Muchos la reconocen como fundadora de Save the Children (ONG comprometida con los derechos de los niños y la superación de la pobreza, en más de 50 países) pero menos personas saben que ella es responsable de la primera Declaración de derechos de los Niños que, en sucesivas versiones, terminó gestando la Convención de Derechos del Niño que hoy conocemos (aprobada por Naciones Unidas en 1959, y convertida en ley internacional en 1989), y con la que nuestro país también está comprometido.
Es inspiradora la vida de Eglantyne. Nació en 1876 y murió 52 años después, vencida por una salud siempre débil (debido a problemas a la tiroides que no fueron diagnosticados sino hasta demasiado tarde). Se sentía continuamente cansada y se autocondenaba por “floja”. Pero su voluntad y resiliencia compensaron con creces sus restricciones, y jamás sintió impedimento para abrazar su vida y su causa con la mayor intensidad.
A Eglantyne le gustaba bailar, escalar, compartir con otros, crear. Escribió novelas de amor -que nunca fueron publicadas y que nacieron de varios desencantos- y otra serie de diarios y cartas donde hablaba de la búsqueda de intimidad en la adultez, de las contradicciones entre las demandas ordinarias y extraordinarias de las relaciones familiares, del deseo por tener un trabajo significativo. Jamás se casó y no tuvo hijos (y no constituyó un deseo incumplido para ella), pero apostó su vida adulta a la causa del cuidado y protección de los niños.
Venía de una familia excepcional, y no es de extrañar que el compromiso social y el servicio público la hayan capturado con la mayor pasión. Su madre fundó la Asociación de Home Arts and Industries, para promover oficios artesanos en jóvenes de áreas rurales; una de sus hermanas fue activista por las mujeres durante la Primera Guerra Mundial y otra abogó intensivamente por la no-demonización del pueblo alemán una vez terminada la guerra. Buenas personas, mujeres lúcidas. Las imagino caminando sobre escombros, heridas y fuegos (la cabellera roja de Eglantyne, uno más), íntegras y fraternales, imposibles de desesperanzar.
Gracias a la insistencia de una tía, Eglantyne pudo ir a la universidad. En Oxford estudió historia; luego se tituló como profesora básica. Ejerció poco tiempo, escribió un libro de preguntas sobre la pobreza y luego se dedicó al trabajo social. La guerra de los Balcanes la llevó como voluntaria a Macedonia desde donde regresó completamente descorazonada. Entonces decidió hacer algo. “Un bebé hambriento en una canasta, abandonado en nuestra manzana es el responsable”: responsable de que ella se volcara a repartir panfletos en Trafalgar Square, llamando la atención sobre las pérdidas, sufrimientos y muertes de niños a causa del hambre y las guerras.
La arrestaron, pero un juez pronto la absolvió de todo cargo y donó las primeras cinco libras para su causa. Cientos más responderían de inmediato a esta activista “persistente y encantadora”, capaz de lograr donaciones de ciudadanos, la realeza, las industrias, y hasta el Vaticano. Los fondos que iba sumando para “salvar a los niños” permitieron ayudar a huérfanos, refugiados, niños abatidos por el hambre y la tuberculosis en Europa, durante y siguiendo al término de la guerra. Eglantyne estableció que todo apoyo a los niños (y muchas familias) se daría sin distinciones de nacionalidad, o religión.
Junto a su hermana fundó Save the Children, UK, el año 1919 (en 1920 ya sería internacional). Y muy pronto, en 1923, Eglantyne redactó el primer documento sobre derechos del niño, convencida de que debían explicitarse y difundirse para facilitar su protección y fortalecimiento en un mundo donde todavía los más pequeños eran casi invisibles. Su escrito original estipulaba lo siguiente:
- El niño debe ser provisto de los medios necesarios para su desarrollo normal, tanto material como espiritualmente.
- El niño con hambre debe ser alimentado, el niño enfermo debe ser atendido, el niño que demora debe ser ayudado, el niño delincuente debe ser recobrado, y el huérfano, o abandonado (los niños de la calle), debe ser socorrido y provisto de refugio.
- El niño debe ser el primero en recibir alivio en tiempos de aflicción.
- El niño debe estar en condiciones de obtener su sustento, y debe ser protegido de toda forma de explotación
- El niño debe crecer con consciencia de que sus talentos deben ser puestos al servicio de sus hermanos humanos.
La Convención actual de Derechos del Niño de la ONU, se articuló alrededor de cuatro principios esenciales que reflejan lealmente esa primera sencilla y clara declaración redactada por una mujer consciente. Estos principios son: de no-discriminación; devoción a los intereses del niño; derecho a la vida, la sobrevivencia y el desarrollo de los niños; y respeto por sus visiones.
Hasta su despedida, Eglantyne estuvo comprometida con el alivio y amparo de los niños. Cinco cirugías, y la extenuación y deterioro que la llevaron a la muerte, no bastaron para detenerla ni disminuir su voto de fe en un mundo capaz de erradicar abusos, hambre y pobrezas para los niños, sobre todo.
Una recuerda a personas como ella en momentos de desazón, de autoexamen, de contemplación del país, o los países en que vive, sus deliberaciones, las confianzas que se confieren a liderazgos que no siempre son los que priorizan el cuidado, ni una relación ética con la infancia.
Una recuerda a personas como Eglantyne, y las confusiones desaparecen, los espejismos que imperan, los “hechizos” de autoridades que cumplen con el mínimo ético apenas (priorizar el cuidado inicial, la infancia temprana, algo que el mundo desarrollado ha comprendido y relevado hace mucho), mientras omiten en discursos ante en foros nacionales o internacionales, su indefendible negligencia con la niñez más vulnerable y vulnerada. A pesar de todo, agradezco de los territorios del abuso cuando niña, y de todos los aprendizajes que siguieron en la adultez, haber agudizado los sentidos, el autocuidado, la vigilia para no perderme, no dejarme seducir y aun a riesgo de ser antipática, insistir en esa consistencia imprescindible entre lo que se dice y se hace, al menos, en lo que concierne a la niñez, su dignidad, los derechos que no por suscribirse en una convención aparte, deben ser malentendidos como un anexo a los declaración de derechos humanos universales.
El trabajo en derechos de la niñez, o en abuso infantil, lo he dicho en ocasiones anteriores, muchas veces se siente como estar sacando agüita con las manos de un bote en altamar. Una nave constantemente expuesta a marejadas e inundaciones, cansancios y dudas. La tentación de ceder nos ronda, muchas veces. Pero no podemos. Se han realizado incontables promesas (con globos y encuestas y actos en plazas y jardines, pero no nos perdamos por favor). Se han presentado proyectos de ley en pos de la niñez. Se declaran muchas cosas.
Sin embargo, terminando 2017, a 27 años del retorno democrático –liderado, en 5 de 6 periodos, por una sola coalición-, no contamos con garantías integrales, ni defensor del niño, ni la mínima certeza en la protección de los niños entregados (ya no puedo decir “confiados”) al Estado. Donde más espeluznante ha sido el abandono de ese “adulto superlativo” ha sido con los niños en Sename y es una gran paradoja que un gobierno donde la educación inicial sí ha recibido la atención que merece, por otro lado haya sido tan insensible con la niñez más vulnerada.
La violencia es un monstruo inmenso, los abusos de poder, pero casi más duele la indiferencia ante sufrimientos que pudieron y pueden todavía ser evitables. Suicidios, heridas, abusos sexuales, y la violencia mayor de la pobreza infantil siguen sin ser urgencia. Pedidos razonables, ajustados a exigencias y estándares internacionales en materia de justicia y protección de víctimas, son completamente desoídos en nuestro Estado que tanto declara su compromiso con los DDHH. No de los niños.
Voluntades aparte, el hecho es que solicitudes como la urgencia o una muestra de apoyo explícito del Ejecutivo a la discusión por el proyecto de ley de abuso sexual infantil imprescriptible, por ejemplo, terminan sintiéndose como una apelación a la caridad más que como una conminación republicana a resolver el conflicto de la discriminación y desprotección de las víctimas, y la imperdonable impunidad que se continúa alimentando.
Pero no, no es caridad: el problema es un Estado que se posiciona así frente a estas materias; el problema es que autoridades o partidos olvidan que no son los “dueños de casa”, que no nos hacen un favor, porque la casa es de todos y en ella vivimos seres humanos y no una masa informe y servil de la cual hay que recobrar memoria en períodos previos a elecciones. Al amparo de un optimismo contumaz –y lo cuido como fuente como resistencia, sabiendo que la desazón es lo más funcional que hay a la parálisis del sistema-, no puedo dejar de sentir indignación ante la arrogancia de una generación que detenta el poder (años ya), demasiadas veces más ocupada de sí, que del bien común y el cuidado del colectivo.
Chile es el único país latinoamericano que aún no cuenta con una Ley o Código de derechos del niño y adolescente; ni garantías integrales para sus DDHH. Hay avances, sí, lentos pero los hay. Sin embargo, no olvido que el Proyecto para una Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia, fue presentado por primera vez en noviembre de 2011, y desechado para adjudicar la responsabilidad de su redacción (segunda y prescrindible, si el PL en el congreso podía ser mejorado) a un consejo adhoc creado por la presidenta actual, al comenzar su gobierno en 2014. Muchas personas –en un país dado al olvido- celebraban la creación de Coninfancia porque “al fin” se redactaría esa ley para la infancia. Nada que agregar.
La amnesia, la disociación, el autoengaño, no sé qué macabra sombra nos nubla el entendimiento, pero el hecho es que dejamos pasar el destello y aquí estamos, casi 4 años después, con un proyecto de ley recién discutiéndose en el congreso, Sename en un naufragio todavía más profundo que al comienzo de este período, y nada hay que haga avizorar transformaciones de raíz en plazos que da para definir con palabras como “corto” o “mediano” cuando son urgentemente humanos y nada más.
Las elecciones presidenciales de este 2017 fueron inesperadas en sus resultados, en más de un sentido. Dos grandes mujeres -comprometidas con la niñez- nos sorprendieron con alegría y angustia: Beatriz Sanchez, y Carolina Goic (ninguna estará en segunda vuelta, lamentablemente). Ignoro si en la votación de segunda vuelta será tema la niñez en presente-futuro, más allá de sus necesidades o zozobras más apremiantes. Posiblemente no (aunque espero que las nuevas generaciones y presencias en el parlamento realmente se tomen en serio esta prioridad).
No me atrevería a anticipar tampoco, qué horizonte espera para después de marzo 2018. Sólo sé que por tentador y humano que sea no querer saber ni enfrentar esos espejos que nos muestran la cara más deplorable y triste de nuestra historia actual (en el trato a los niños), habrá que continuar atentos, sin rendirse, disolviendo olvidos y silencios. La sola voz, a veces, es una pequeña o gran revolución: podemos con ella pedir más que el mínimo (jamás limosna) e invocar, exigir también, con todo el deseo que nos devora, que nos mueve, el país incondicional y gentil en que nos gustaría que vivan nuestros niños. Recordemos a Eglantyne, su confianza insobornable en la generosidad de las personas comunes y corrientes, y aun en medio del tráfago, la imaginación sólo suspendida, esperando ponerse a disposición. Nada es imposible.
“The world is not ungenerous, but unimaginative and very busy”, 1920, Eglantyne Jebb (Profesora, Activista, Voluntaria, Fundadora de SAVE THE CHILDREN).