educar para cuidar: educación sexual y afectiva
Jóvenes chilenos consultados en 2018 por el INJUV, evalúan su educación sexual como ausente o deficiente y señalan que su fuente principal de información sobre salud sexual está en internet y redes sociales. El año 2016, solamente, el contagio de VIH aumentó un 20%. La edad de inicio de relaciones sexuales se ha adelantado, y bordea los 15 años, ya no los 17 o 16.
A nivel mundial la educación sexual se reconoce como un factor promotor y determinante en la salud, y un factor protector no renunciable en materia de prevención del abuso sexual infantil, las violencias sexuales. Las violencias.
En Chile, es una aspiración hace mucho: poder contar al fin con una educación que permita a todos los niños, niñas y adolescentes que viven en nuestro país, disponer de la información, los apoyos, los acompañamientos indispensables, para recorrer la trayectoria de desarrollo y construcción de sus idnetidades de forma saludable y considerando la integralidad de su ser.
El imperativo ético de educar seres humanos integrales, es inseparable del acompañamiento y formación de cada nueva generación también en sexualidad, afectividad y relaciones humanas. Esto es un derecho de los niños y una responsabilidad irrecusable del mundo adulto. El imperativo de educar existe desde el primer día, no comienza en la pubertad (eso es llegar muy tarde). La educación sexual se integra en formas de cuidar, de acompañar todo aprendizaje.
Las generaciones actuales crecen en un mundo y un tiempo donde la información llegará inclusive por la vía de amiguitos y compañeros, y probablemente lo haga de manera incompleta, imprecisa o hasta errada. La educación para la sexualidad, afectividad y relaciones humanas –según otra definición más amplia, que se utiliza en otros países-, es un asunto de la mayor relevancia en educación y salud pública, y por lo mismo necesita ser un proceso continuo a lo largo de todos los años de escolaridad. Es negligente pensarla como un par de clases extra en ciertas asignaturas, o charlas esporádicas de salud o campañas publicitarias, o bien, como una recomendación ministerial –como hasta ahora- de programas optativos para establecimientos, sin la posibilidad de que se vaya construyendo una cultura de cuidado, un lenguaje, buenas prácticas, etc, que sean compartidas por una generación, por una mayoría de niños. niñas y adolescentes en una comunidad, región o todo el país.
Es necesario un acuerdo colectivo de cuidado todavía más firme, concienzudo, para proteger/acompañar/empoderar a niñas, niños y adolescentes. En ese acuerdo, la educación sexual es un acto responsable. Sería inhumano negar a los niños aquellas herramientas críticas para su autocuidado, su salud, y el ejercicio del consentimiento cuando hayan crecido y sean adultos.
Contrario a mitos y confusiones que circulan -y bajando el volumen de activismos políticos tanto conservadores como progresistas que más piensan en miradas adultas que en la necesidad de las infancias-, una meta de esta educación, además de fortalecer conductas favorables a la salud, el cuidado y autocuidado, y la prevención de traumas y violencias en la esfera sexual, es la posposición -cuanto sea posible- de la edad de inicio de relaciones sexuales. Este criterio es sensato: apunta a dar tiempo de crecer y madurar. Derecho al tiempo.
En una mayoría de países modernos y destacados, la educación sexual y afectiva comienza en el jardín infantil, o desde el prekinder, y los esfuerzos se concentran no sólo en la entrega de información pertinente a salud, el cuidado, o la prevención de riesgos. La reflexión es insistente en la esfera de los afectos y las relaciones humanas, mirando hacia el horizonte del consentimiento.
Se releva en este tipo de programas, la reflexión personal y grupal, el escuchar la voz interna, el detenerse en las emociones, el amor (según lo entiendan los niños/as de cada edad), la conexión y los vínculos. Además del autocuidado, es también un tema primordial la construcción de identidad, el establecimiento progresivo de lìmites y preferencias, reflexiones sobre decisiones y consecuencias, los Sí consensuados y los No inequívocos, el deseo, el placer, valores y actitudes que ayudan y propician (o no) una sexualidad sana, responsable y feliz, hoy, mañana. TODO esto comienza a gestarse desde la primera infancia.
La educación sexual es inseparable del desarrollo humano durante la infancia y adolescencia, y para cada nueva generación, esta educación es un acto de cuidado.
Contar con educación sexual y afectiva, propicia la entrega de información correcta, pertinente e imprescindible para la salud, protección y bienestar de niños y niñas consigo, en sus relaciones; y que ellos puedan aprender acompañados de adultos bien dispuestos a orientar, responder preguntas, escuchar, dialogar, sin juicios, sino incondicionalmente.
Contar con educación sexual y afectiva no es sólo determinante de un desarrollo más saludable, sino también en la prevención de violencias y abusos que son sufrimientos que podemos evitar a la infancia.
Negar la educación sexual, o hacer una entrega incompleta, sesgada, sin apoyo en evidencias científicas, o solo a algunos niños y niñas sin garantizar este derecho a todos los estudiantes, es tan negligente como privar a niños de la vacuna contra la polio, u omitir información sobre un tsunami que se aproxima. Negar educación sexual es un fracaso o abandono en el imperativo de cuidar.
En Chile, de las denuncias anuales por delitos sexuales, un 81% corresponde a mujeres y niñas, y entre las víctimas de violación, el 70% son niñas y adolescentes menores de edad que asimismo padecen la mayoría de los embarazos producto de violación: un 66% (Dra. Andrea Huneeus, Epidemiología del Embarazo por Violación, 2016).
Según Ministerio Público, en los últimos años, unos 50 niños, niñas y adolescentes serán abusados sexualmente en Chile, eso es una víctima cada 30 minutos aproximadamente, y los más expuestos son los niños prescolares y con capacidades diferentes.
El problema es transversal, no de un solo sector o entorno (recordemos los abusos en Sename, la Iglesia, los scouts, los deportes). No querría tener que recurrir a más cifras tétricas, pero es importante recordarnos que la mayoría de las agresiones sexuales las sufren niñas y niños, con frecuencia de manera crónica, en contextos intrafamiliares o conocidos, y a manos de adultos queridos o cercanos que, en un contexto de dependencia inexorable de los niños, abusaron de su poder del modo más devastador.
Si un abusador, y a veces, hasta la propia familia, evitan que el niño o niña víctima traduzca lo vivido como abuso porque no le enseñaron desde pequeño sobre límites corporales, buenos tratos, el derecho a contar con actividades y espacios de niños (privacidad en el baño, por ej), la única posibilidad de salvación estará en la escuela tal y como se constata una y otra vez en estudios y experiencias en diversos países, también el nuestro, donde justamente las sesiones de educación sexual y afectiva permiten a muchas víctimas pedir ayuda y develar lo que viven. Doy fe, como psicóloga que trabaja en trauma sexual por abuso sexual infantil, y como sobreviviente yo misma.
Les debemos a programas de educación sexual y afectiva, el que niños hayan develado abusos sexuales o preguntaran a tiempo sobre interacciones que ya eran abusivas, y pudieron terminar en violaciones reiteradas, además. Desde el año 2013, con la publicación de “Mi cuerpo es un regalo”, libro para niños y niñas que usan muchos jardines y colegios en sus programas de autocuidado, valores, educación sexual y afectiva, entre otros, se abrió un espacio donde a partir del reconocimiento de la maravilla del cuerpo, sus nombres, funciones vitales, etc., y de ejercicios con los cinco sentidos, por ejemplo (preferencias: me gusta más, me gusta menos este color, olor, etc.) y los límites corporales de respeto, algunos pequeños describían algo que “no les gustaba”, y que sus padres, madres o educadoras/es pudieron reconocer de inmediato como abuso sexual, e interrumpirlo gracias a esa detección temprana. Recibo más cartas de las que quisiera con estas historias, pero al menos me esperanza saber que es posible interceder antes, detener antes el abuso, no dejar a niños a la deriva de este sufrimiento traumático y devastador por años muchas veces; la infancia o adolescencias casi completas. Por supuesto es distinto movilizarse sólo para evitar desgracias, riesgos, cifras ominosas y proyectos de vida tirados por la ventana o jamás esbozados para los más jóvenes –y prevenir todo esto, por cierto, es fundamental-, que disponerse con una fuerte base en el amor, el cuidado, el goce de acompañar el camino con nuestros hijos hasta que ellos decidan sus vidas.
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Lo más importante aquí, una vez más, es la pregunta acerca de ¿qué cuida más? a las nuevas generaciones de niños, niñas y adolescentes en este milenio.
La ley que se tramita en el congreso apunta a eso, y establece bases comunes para esta educación, es decir, lo que no debería faltar en ninguna escuela. Y eso, por ejemplo, es un tremendo factor protector y de prevención en la esfera del abuso sexual infantil, la evidencia científica es clara al respecto. ¿Qué familia no querría prevenir abusos? Creo que ninguna. Ojalá prevalezca aquello que nos úne, y bajemos el volumen a lo que se desvía de la conversación primordial sobre infancia. Esto no es sobre lo que A,B,C grupos de adultos quieran -o sus agendas conservadoras o progresistas propicien desde una mirada adultocéntrica-, sino sobre lo que niños y niñas necesitan en su camino de desarrollo y construcción como personas, mientras crecen: con aliento y respeto incondicional por las etapas que viven, sus realidades, su capacidad de comprensión, por el camino que recoren y su cuidado, su derecho al tiempo.
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La educación sexual, afectiva y para las relaciones humanas, se concibe como una actividad formativa continua desde el inicio de la educación (jardín, prek) y hasta la secundaria y la educación superior, inclusive.
Es educación sexual y afectiva, pero es educación, en realidad, para la salud y la vida. No negaríamos acceso a una vacuna ni a medicamentos a un niño o niña. Cuando hablamos de saberes y conocimientos básicos, no negaríamos aprender los números y las operaciones principales (suma, resta, multiplicación, división) sobre las que se va desarrollando todo el resto del currículum en matemáticas hasta la enseñanza media.
Al hablar de “bases comunes para la educación sexual y afectiva” hablamos de pilares, suelo, lo elemental. El mínimo indispensable. Estos contenidos básicos deben incluir información pertinente y moderna sobre el cuerpo y sus funciones, bienestar, salud, (junto a prevención de contagio de enfermedades e infecciones de transmisión sexual), los buenos tratos, el autocuidado, cuidado mutuo y consentimiento, las relaciones afectivas, derechos y dignidad de las personas, la convivencia. Inclusive la ciudadanía es contemplada en muchos programas por su intersección con los ejercicios de consentimiento y toma de decisiones favorables a la propia vida y la vida en común.
Organizaciones expertas –asociaciones médicas, pediátricas, de salud mental, etc.- recomiendan educaci´n sexual y afectiva en todo ciclo escolar, y que cada año se realicen entre unas 10 a veinte sesiones con diversos abordajes (juegos, actividades académicas, artísticas, de debate, etc), y múltuples recursos para cubrir los contenidos (cuentos, música, materiales audiovisuales, libros, trabajos de investigación grupal, charlas con profesionales, etc.).
Por cierto, avanzando hacia la adolescencia, habrá mayor entrega de conocimientos y reflexiones sobre procesos de cambio, la construcción de la identidad, los derechos sexuales y reproductivos, métodos anticonceptivos y de barrera, la diversidad sexual, la inclusión, la no-discriminación, la amistad, el amor, la prevención de violencia sexual y violencia de género, la responsabilidad colectiva en la creación de una cultura de bienestar y respeto. Pero no podemos partir recién en la adolescencia, ahí llegamos tarde. O bien, se prohibe todo acceso a medios, internet, celulares, tecnologías, porque hoy por hoy, salvo escasa excepciones, la información llegará de todos modos y a veces de la peor forma -videos con pronografía, violencia, etc- y sin acompañamiento ni orientación de nadie. ¿Qué es preferible: que la información llegue de modo improvisado y distorsionado muchas veces, o de la mano de escuelas y familias concertadas en el empeño de educar sobre sexualidad y afectividad humanas? Mil veces lo segundo.
Todavía, en estos tiempos, estudios reflejan que niñas, niños y adolescentes reconocen a sus familias y profesores como fuentes preferidas de orientación en la temática de los afectos y la sexualidad. Después vienen los pares, internet. A mí me parece un dato maravilloso que seamos la primera opción, incluso por sobre internet, donde es fácil encontrar toda la información del mundo, aunque no siempre sea la más adecuada o veraz. Ahora si en la familia, por distintos motivos, esa entrega formativa no se realizara, la mejor opción u oportunidad de recibir orientación e información formal, basada en evidencias y en el respeto a estándares de derechos, y de cuidado ético, está en la escuela.
En la escuela, la educación sexual necesita y contempla de modo inseparable, la activa participación de la familia, y es el ideal: estudiantes, familias y docentes, y ojalá toda la comunidad. Con los más chiquitos, se informa siempre de las actividades a la familia, para estar todos sintonizados, y se envían algunas pequeñas tareas para la casa (traer fotos de cuando eran guagüitas, o de sus papás cuando eran chicos con un mejor amigo o amiga para la unidad de la “amistad”).
En la básica y ya sabiendo leer y escribir lo suficiente, se inician los buzones o cajas de preguntas donde los niños pueden depositar sus dudas (con o sin nombre) que se incluyen en el programa. Conforme crecen, conozco colegios donde, por ejemplo, las ITS se cubren como seminarios abiertos al público: los estudiantes preparan sus presentaciones, cual “científicos”, sus familias los ayudan a preparar la presentación, los docentes invitan a alumnos de todo el nivel y también a autoridades o personajes reconocibles de la comunidad (personal de salud, bomberos, carabineros, comerciantes, etc.). En otros, las familias con los docentes realizan algunas charlas o debates –con equipos y posiciones asignadas- y los estudiantes asisten y los “evalúan”.
Un desafío enorme, hoy por hoy, es que las generaciones actuales son nativas digitales, y aunque internet abre posibilidades magníficas asimismo conlleva una velocidad y abundancia de información que no siempre están capacitados para comprender y contextualizar niños y niñas de diversas edades que, más encima, navegan solos por la web, sin mayor supervisión ni orientación (aunque no los dejaríamos cruzar la Alameda sólo porque han aprendido recién a caminar).
Cuando niños y niñas comienzan a vincularse con tecnologías, el autocuidado y cuidado mutuo se tratan de inmediato en vistas a prevenir bullying y cyberbullying en general, y en particular, en relación a la exposición/difusión de contenidos sexuales inapropiados o lesivos, al acoso y violencias en el pololeo, a la responsabilidad entre pares y para con niños más pequeños de otros cursos, etc. Hay escuelas y colegios donde las familias están revisando “contratos” o acuerdos para el uso de computadores, tablets, celulares, junto a sus hijos, y guiados por expertos en alfabetización digital y cuidado ético online (¿qué pasa cuando las selfies van a dar donde menos se esperaba? ¿qué pudo evitar el sexting? ¿cómo convivir con el hecho de muchos “packs” se han vuelto públicos? ¿qué pasa con las funas en redes sociales?). Es una tarea que necesita ser asumida colaborativamente de parte del mundo adulto, y contando con la participación y retroalimentación de los propios niños, niñas y adolescentes. Pido disculpas por la extensión de los ejemplos, pero en esta actividad maravillosa, me parece que una forma de ayudar a disipar aprensiones y resistencias, es compartir su vitalidad y acciones conjuntas. It takes a village, la aldea entera cuida, educa, celebra aprendizajes. Qué distinto sería si ante el comunicado de “vamos a comenzar un programa de educación sexual en esta escuela, o en todo un país”, la primera reacción fuera no de resquemor, sino de júbilo y compromiso, y la primera pregunta fuera “¿cómo participamos todos?
La sexualidad nos acompaña la vida entera (desde el día que nacemos y hasta ancianos), y queremos hacerlo bien con nuestros hijos e hijas, mucho mejor de lo que nuestros padres, abuelos y generaciones pasadas lo han hecho. El deseo de bienestar apunta nos mueve a querer guiar, acompañar, contener, apoyar, “preparar para la vida”, una vida vivible, preferida, que se ame, se cuide. Creo que, con todas nuestras diversidades e historias de vida diferentes, entre familias hay más consenso y encuentro, que desencuentro en esa aspiración.
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Imagen: Catascopio 2019