Curiosidad – Autoexploración – Juego: lo común y no común
Ética del cuidado y sexualidad/afectividad y relaciones humanas, etapa 0-7 años:
Uno de los factores protectores más importantes en materia de prevención del abuso sexual infantil es una comunidad atenta y responsable en el cuidado de todos los niños. Para el ejercicio de este cuidado, es preciso informarse y compartir la información: con otras personas y también, y muy especialmente, con los propios niños. La función educativa es primordial, la enseñanza del autocuidado, y la educación sexual. Estos recorridos comienzan en el hogar y en el jardín y la escuela.
La experiencia de la sexualidad es desde el día uno, y hasta nuestra muerte. Su desarrollo en la niñez y adolescencia es acompañado, como todo, por la presencia y la guía de adultos que cuidan y son responsables de hacer, aquí también, un “traspaso de la antorcha”; el aliento de esa lumbre que permita a niños y niñas reconocer y aprender de la maravilla de sus propias vidas, cuerpos, sentidos, emociones, y de su derecho a ser cuidados, escuchados, respetados en sus tiempos y sus límites.
De la mano los afectos y la sexualidad, mientras los más pequeños recorren años determinantes de su preparación en, para y junto a la vida. Durante la niñez temprana, la educación sexual ya está en movimiento. Desde el nacimiento, el trato a las guagüitas y sus cuerpos es informativo y ya deja huella en lo que tomará todavía muchos años terminar de formar: el consentimiento, la capacidad adulta de discernir y elegir en coherencia con la propia vida y sus necesidades, y con los propios deseos, afectos, derechos, valores, y límites de autocuidado y auto amor. En cierto sentido, el primer amor, o el amor más grande de una vida, es cada uno y una para sí. Ojalá lo fuéramos (qué tremendo punto de partida para las nuevas generaciones).
Desde la ética del cuidado, la dignidad humana y el otro legítimo se desdibujan si el cuidado y el respeto incondicional no han sido antes conferidos o experimentados en relación a la propia vida, al propio ser. Es una urdimbre delicada, la de cada humano niño, y de sus vínculos con todos los mundos que habita: partiendo por su propio cuerpo. Su “hogar primario”. Cómo conciba, sienta y trate a ese hogar cada niño o el adulto que llegará a ser, dependerá en gran medida de cómo fue tratado por sus cuidadores.
El trato es “la escuela primordial” para los más pequeños: el que reciben y el que atestiguan entre las personas que acompañan sus vidas, expresado en actos y palabras. Nuestros niños aprenden de nuestro trato y actitudes en relación a nuestros cuerpos, cómo interactúan con otros y en qué contextos relacionales, desde qué preferencias y límites, desde que estándares de mutualidad en el respeto, y también desde los lenguajes que elegimos para referirnos a lo corporal, a la sexualidad, a la reproducción humana, al amor.
Los niños requieren presencias que cuidan, acompañamiento, información y herramientas indispensables para sus vidas y esto incluye aprender también a reconocer la existencia de riesgos, junto a la certeza de la protección, y de la asistencia y auxilio oportunos con que deben contar –y que los adultos debemos entregar- accidentes y quebrantos. El cuidado sin atención constante y desprendida (para ponerse a disposición de los más chicos), y sin información –un derecho más-, no puede ser efectivo.
Como padres y madres, no sabemos todo ni podemos estar presentes las 24 horas de cada día, y compartimos responsabilidades en el cuidado con otras personas a quienes debemos compartirles lo que sabemos, lo que esperamos, orientarlos también en lo que deben acompañar y observar, y compartir con nosotros de inmediato para poder ir adaptando y actualizando nuestro rol de cuidadores de la mejor manera posible.
Contamos con diversas señas que nos ayudan a orientarnos. El desarrollo evolutivo en sexualidad, ya nos provee de un suelo: etapas, tareas a cumplir, conductas frecuentes o esperables, y otras, menos. No hay juicio de bien o mal, sano-enfermo, o “normal” vs “anormal”. Cada niño es único, cada infancia. Sí puede ayudarnos mucho la distinción entre aquello que es más o menos presente y común, lo que cuida y no, lo que favorece o interfiere el desarrollo, o lo que en mayor o menor medida puede evitar peligros y daños que sí son evitables. Como el abuso sexual infantil (ASI).
En relación al ASI, parte de nuestra preparación pasa por observar, y reconocer conductas más o menos afines con nuestros propios hijos y sus características, y las de su generación, inclusive; con sus experiencias en familias (más o menos expresivas, más o menos conversadoras, con más o menos hermanos, primos, etc.) y con las comunidades donde crecen (será distinto en Holanda, en Irán, o en Chile), o en los jardines infantiles y juegos con sus pares. Todos estos bits de información nos permiten reconocer una música o “tono” cotidiano, habitual, que acompaña el desarrollo de nuestros hijos, muy intensivo en la niñez temprana. Es importante conocer bien esa música, para poder identificar lo que se aleja de ella, o desafina (y que debe concitar nuestra preocupación y acciones responsables). La disonancia puede ser estridente o muy tenue, y pasar inadvertida, de todos modos. Eso no necesariamente equivale a descuido ni despreocupación A veces nos cuesta leer las claves, o nos resistimos, desde lo más profundo, a aceptar ciertos signos, por potencialmente devastadores. Pero con más ojos, y presencias acompañantes (no juzgadoras o condenatorias), podríamos recibir cualquier frecuencia de luz, con la pupila valiente, más segura de sí.
Compartimos aquí algunas conductas vinculadas a lo corporal y lo sexual infantil que se consideran como más comunes, y como menos. Éstas últimas son las que requieren de atención y búsqueda de apoyo especializado a la brevedad para precisar su origen, y evaluar asimismo –a fin de descartar o confirmar- la posibilidad de abusos o de otras transgresiones como la exposición accidental del niño a contenidos sexuales adultos en revistas, o que se conversan en televisión o radio en cualquier horario, o que se actúan en videos de pornografía (muchos celulares, tablets y laptops contienen búsquedas adultas que fácilmente podría replicar con un solo click, el niño pequeño que accede al dispositivo por casualidad). Todos estos contenidos pueden ser imitados o asimilados por los niños, y cuando se expresan, deben movilizar nuestra respuesta inmediata.
Lo sexual infantil es un idioma completamente diferente a lo sexual-adulto. Los niños se mueven desde la ternura, lo sensorial, lo agradable de la tibieza y el contacto, los afectos, lo placentero de ciertas sensaciones ligadas al reconocimiento del propio cuerpo, su exploración, o ciertos juegos entre pares (y aunque tengan connotación sexual aparentemente, como por ejemplo jugar al doctor o al papá y la mamá que tienen una guagua, siguen siendo juegos de niños y en clave infantil, no sexual-adulta). En su imaginario o en sus conductas, la marca de lo sexual-adulto no tendría por qué estar presente, los niños no tienen cómo replicarlo, a no ser que hayan sido expuestos de alguna manera. Una de ellas y la más devastadora, es el abuso sexual.
No podemos omitir señas. Toda vez que reconocemos la marca de lo sexual-adulto en actividades, relatos o dibujos de los niños pequeños, necesitamos preguntarnos por qué. Igualmente, si reconocemos en nuestros niños rigideces o interacciones recurrentes, imitaciones, o diálogos y preguntas donde se evidencia el conocimiento de actos sexuales adultos específicos. Bien podría ser que vieron algo, o que lo vivieron. No podemos no actuar o quedarnos con la duda.
Necesitamos, también, precaver situaciones, por ejemplo, cuidando rigurosamente los límites de la intimidad adulta como una forma de proteger a los más pequeños. Muchos chiquitos han sorprendido a sus padres/madres o a sus hermanos adolescentes teniendo sexo, y reproducen lo que vieron, y hay pequeños que no cuentan con los recursos lingüísticos para explicar el origen de esa “imitación”, cuando les pregunten qué hacen o a qué juegan. Denuncias por posible abuso se han desencadenado así; de ahí la importancia del apoyo experto y de la acción conjunta familia-docentes-profesionales de apoyo. Nadie querría que un niño pase por un proceso judicial –y menos innecesariamente-, con todo el estrés y daño que se inflige con múltiples entrevistas y evaluaciones. Tampoco querríamos que pasen inadvertidos al diagnóstico, abusos sexuales que pudieron ser interrumpidos y denunciados.
Es entendible que nos sea difícil acercarnos al problema o escuchar sobre medidas de prevención o detección precoz, cuando existen decenas de otros temas, hermosos e interesantes, vinculados al crecimiento de los niños, y a los que preferiríamos dedicar tiempo como padres y madres. Sin embargo, es parte de nuestro rol aprender continuamente, y en esa autoeducación y en los aprendizajes que compartimos con otras familias, ganamos un poder enorme para proteger mejor a nuestros niños, fortaleciendo el círculo de cuidado que formamos entre todos.
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