“Cosquillitas”
“Cosquillitas”.
(Advertencia preventiva para sobrevivientes de abuso sexual infantil, familias, y personas sensibles).
Cortometraje de los realizadores españoles Alberto Peña-Marín y Marta Onzaín (2011) que aborda la temática del abuso sexual infantil -específicamente en el incesto padre e hija- y el proceso de develación que, en niñas y niños pequeños, ocurre casi de forma accidental en una mayoría de casos.(precaución: riesgo de triggering para sobrevivientes ASI)
Si no puedes ver el video, visita este link en la web de El Mundo de los ASI.
Durante la primera gran etapa de la niñez, hasta los siete años, las niñas y niños que develan incesto y ASI, lo hacen generalmente sin intencionalidad de compartir el relato. Much@s pequeñ@s no reconocen que existe “algo” que debe ser contado, y menos si involucra a sus padres/madres (de ahí la insistencia en todas nuestras acciones de cuidado, prevención y detección temprana de abuso sexual).
Algunos comentarán algo al pasar(es lo más frecuente), dirán algo dormidos mientras tienen una pesadilla, o realizarán una asociación casual, como la que realiza la niñita protagonista del film.
Otros pequeñxs dibujarán algo que llama nuestra atención, o replicarán interacciones sexualizadas y de tono claramente adulto en sus juegos (con muñequitos, autitos, etc.). Y “hablarán” también otros síntomas; el cuerpo que, en medio del mayor silencio, siempre conservará alguna “voz”.
Nuestra escucha, desde el cuidado, debe abarcar entonces (y no es fácil) sonidos, gestos, palabras, silencios. Todo puede “hablar”. No asumamos que siempre existe un silencio obligado, la amenaza e intimidación, la imposición de un “secreto” del abusador/a.
Los niños pequeños más veces no hablarán porque son sólo niños, no comprenden, o bien porque sienten cariño y lealtad (por quien abusa), o temor, culpa, entre otras razones. Aun siendo adult@s, pensemos en lo mucho que nos costaría verbalizar una experiencia de violencia sexual, pasada o presente, que sí podemos reconocer como trasgresora. No así los niños.
“El papá me da besitos ahí los días que le toca hacerme dormir (niña de 6 años, señala su vagina) y no sé si me gusta pero no digo nada”, “la mamá ya no me da leche porque no soy guagua (niño de 5 años), pero me pide que haga como que sí, y juegue al gatito y le dé mordiscos en las pechugas cuando nos bañamos juntos (senos)”, “el tío se pone manjar ahí (genitales, pene) y jugamos a que yo se lo saco con la lengua” (niña, 4 años).
Las anteriores son ejemplos de declaraciones que se “deslizaron” en conversaciones cotidianas, y constituían testimonios de incesto y abuso en niñas y niños pequeños. Nadie hizo preguntas, nadie “indujo” ni “implantó” nada (y basta ya de someter a los niños a decenas de interrogatorios para probar si dicen la verdad o inventan, como si hubiese habido alguna elección en lo que vivieron). Nadie, por encima de todo, esperaba descubrir verdades que l@s pequeñ@s compartieron como si hablaran de jugar con una pelota, mientras quienes escuchábamos sentimos el mundo congelarse.
Los niños y niñas pequeñ@s, si hablan, lo hacen con su voz y sus vocabularios, con nombres y verbos cotidianos, los que conocen y usan más seguido. Están aprendiendo, el sentido de orden temporal apenas se está formando, la fantasía convive con la realidad. “Sexo” o “abuso” son términos que aprendemos de grandes; no están al alcance del “idioma” de los niños.
Si no es explícitamente violento e intimidante, el incesto se desplegará en formas “amorosas” de acercamiento, de “acariciar” o “expresar afecto” (y aunque no se trate de amor ni afecto, el niño o niña lo recibe de esa manera), de “seducir” (y es horrífico usar este verbo en relación a la infancia, pero es la realidad que enfrentamos en los abusos sexuales). Emboscada. Formas confusas y vulneradoras de relación. No hay Edipo que sirva como excusa, ni historias de tribus remotas y practicantes del incesto, como justificación (y son argumentos que, desafortunadamente, hemos oído más de una vez). ¿Viven en esas tribus nuestr@s niñ@s o nosotros, sus padres y madres, abuel@s, ti@s? NO.
Más allá de nuestras posiciones en relación a la cultura occidental y sus éticas dominantes, el hecho es que aquí, donde vivimos, el incesto –la relación sexual, o sexualizada, entre padres, madres e hijxs, o entre familiares adultos y niños- es una forma de abuso y un delito castigado por nuestras leyes.
Se critica la “exageración” de profesionales de la salud, la “represión” (sexual) de mentes “conservadoras” y “malpensadas”, los fenómenos de “histeria” o paranoia colectivas, pero hablar de incesto y de abuso sexual es una responsabilidad en la prevención y respuesta a sufrimientos infantiles que dejan graves secuelas. Y es también una forma de abrirnos, responsablemente, a examinar la convivencia adultos-niños, y a establecer límites adecuados e indispensables de cuidar en cualquier relación. Partiendo por nosotros padres y madres.
En nuestras familias, ¿existe un límite bien delimitado entre mundo adulto e infantil, en lo que se refiere a formas de acariciar, tocar, besar, hablar, relacionarse, compartir espacios del hogar?
Una crianza respetuosa de la persona del niñx, su edad y sus ritmos de crecimiento y maduración, requiere de una diferenciación no prescindible entre expresiones de afecto físico y emocional que son estrictamente adultas y del ámbito de la pareja, y aquellas que son propias de la niñez, coherentes con su protección y la ternura –no el erotismo- entre madres/padres y sus hijxs.
Besos, abrazos, caricias, y “cosquillitas”; maneras de hablar, tocar y hasta de mirar que son erotizadas, sexualizadas: incesto. Por algo existen protocolos de prevención y detección de ASI donde se señala como abuso sexual -así sea el único indicador- inclusive la lascivia del adulto/a que mira a un niño o niña pequeña que toma un baño de tina, de mar, o se viste/desviste. ¿Cómo podrían l@s niñ@s pequeñ@s descifrar esas miradas? No pueden.
Si un adulto querido dice en broma ¡Ah, no: me muero!, al recibir una noticia (puede ser buena o mala), muchos niños se ponen a llorar porque escuchan sólo en frecuencia literal. Del mismo modo procesan el vínculo con sus papás y mamás y, aun cuando algo se sintiera incómodo, ingrato, o extraño, los niñxs lo entenderán como “cariño”. Algo “bueno” (debería ser). Aunque no lo fuera.
L@s niñ@s, como cualquier cachorro mamífero, reconocen cuidadores y no ven peligro en mamás, papás y adultos cercanos (a no ser que existan dinámicas de maltrato y violencia física, gritos, insultos) de quienes reciben contacto físico y afectuoso: un contacto necesario, que cobija, nutre y es determinante, además, para ampliar repertorios vitales (emocionales, sociales, cognitivos, etc).
El padre o madre incestuos@, por su lado, se mueve desde un impulso orientado a la propia gratificación (sexual y/o psicológica). Aun sabiendo que su conducta es reprochable y dañina, no se abstiene ni detiene. El niño/a desde la ternura, el adulto/a desde el sexo y la asimetría del poder: necesidades e “idiomas” en conflicto. Para una niñita como la del film, y para cualquier niñ@: Babel.
¿Cómo podría una niña imaginar o comprender que las “cosquillitas” y acercamientos sexuales del papá en realidad son una forma de daño, infligido a consciencia?
El desarrollo evolutivo tiene sus ritmos, etapas; también la sexualidad. Ésta, como la entendemos, expresamos y/o sentimos los adultos, no tiene nada que hacer en la trayectoria de la infancia, en sus espacios, sus cuerpos. Pero aunque la sexualidad adulta no pueda ser reconocida por el niño/a, su organismo sí resuena con la disonancia, y resiste. Del mismo modo en que resistiría el intento de alimentar a un recién nacido con huevos fritos, o hervidos: su estómago –inmaduro pero sabio- no podría digerirlos, no está preparado, no le corresponde ese esfuerzo a esa edad. Ningún adulto en su sano juicio lo intentaría y si así fuera, otros lo impedirían. Tal como debe impedirse el ASI.
Hoy en día, los abandonos no terminan para las víctimas. Desde la sociedad y sus sistemas de justicia revictimizadores, donde niños y niñas deben repetir una y otra vez sus testimonios a fin de establecer el valor irrefutable de esa “prueba”. También desde las familias, donde las develaciones de incesto aún son impugnadas, y donde no es imposible que el abusador permanezca cerca de su víctima, o que luego de un período de alejamiento (en la cárcel u otro destino), sea readmitido en el grupo familiar sin condiciones ni restricciones, arriesgando ahondar los daños.
Sabemos que la mayor cantidad de abusos sexuales infantiles ocurren en el entorno familiar y más cercano. En Chile, además, una mayoría de embarazos infantiles –niñas y adolescentes, más de 800 cada año- son resultado de violaciones e incesto no denunciado (inf. del Colegio de Matronas). Es lo que sabemos. Y muchas historias se pierden en el silencio y el olvido.
Los hogares son un universo privado. En jardines infantiles y escuelas es distinto: existen protocolos de detección/prevención ASI obligados por ley, y términos de convivencia y relación especificados para adultos que se vinculan con niños. No podemos detener toda situación de vulneración, pero en comunidad, sí podemos participar todxs del cuidado y de la promoción de buenos tratos que incluyen, asimismo, formas protectoras y respetuosas de relación corporal y emocional con niñas, niños y adolescentes. Formas no-sexuales, no-vulneradoras, no-confusas. Exactas en su calidez y su ternura.