Comunidad y el imperativo de cuidar (#derechoaltiempo)
Intermitentemente, esa sensación de que ahora sí es tiempo, y luego no. La estridencia, luego el silencio. La diligencia aparente, y la capitulación después. La tragedia seguida del remordimiento colectivo. Las buenas intenciones versus la ausencia. ¿Y sí sostenemos el corazón a firme en otra posibilidad de presente, de futuro?
No se detienen las nuevas generaciones, mis hijas crecen, los suyos, los nuestros. Los vemos dormir mientras sabemos que no tan lejos de nosotros sufren niñas y niños que también son hijos e hijas. ¿Qué palabras pueden resumir la pérdida de una niña, un niño, miles de ellos ya? ¿Cómo evitamos más sufrimientos, o muertes, y construimos lo que sí deseamos para niños, niñas, y jóvenes que viven en nuestro país?
Vuelta avalancha, la fragilidad: solos. Solos los niños, o solos nosotros: nada. Juntos, sí podríamos. Los pactos de solidaridad –no de caridad-, la determinación, la obcecación vital en el cuidado mutuo, pueden hacernos mucho más fuertes. No me atrevo a decir invencibles, pero sí más fuertes.
Basta un adulto sensible, lúcido, estimulante para cambiar completamente el destino de un niño o una niña. No es únicamente en la adversidad, el dolor o el desamparo que nos volvemos más resilientes. Es en el cuidado, la comunidad, la compañía de otros. El respeto incondicional. El afecto diáfano, gentil. Sin violencia. CERO.
A merced de. Al cuidado de. La distancia entre uno y otro lugar. La pendiente borrascosa del primero. La bocanada de vida, de amor posible, sólo en el cuidado.
Me cuesta escribir, pero la voz toma su lugar a empellones inevitables. El lápiz atravesado en la cabeza. Una flecha de grafito que hace doler y que podría partir en dos para que se calle, pero no. No hay tiempo que ceder.
Hemos vivido un inicio de 2018 marcado por historias de abuso sexual. Otro año más.
Casi un 9% de todas las niñas, niños y adolescentes en Chile, viven abusos sexuales. Todavía, cada día, un niño o niña sufre abusos sexuales cada 33 minutos. Seis de cada siete no podrán develar hasta entrada la adultez. Algunos morirán a manos de sus victimarios y jamás podrán contar lo vivido.
De las víctimas de delitos sexuales total país, casi un 80% son menores de edad. Los números son generaciones completas atravesadas por estos crímenes que organismos internacionales han sido categóricos en definir como violaciones de DDHH.
El comité de derechos del niño y de la tortura de ONU han exigido al Estado de Chile –por convenciones suscritas que tienen valor de ley- que junto a las políticas de prevención, el ASI sea efectivamente sancionado por ley y declarado imprescriptible. ¿Cuándo responderá el Estado a estas exigencias? Casi 28 años de democracia. No quiero repetir lo dicho ya cientos de veces.
Crímenes contra los más indefensos de todos. El derecho comparado nos muestra que esto es posible en muchos países civilizados. Para quienes no somos expertos en derecho, se hace difícil entender demoras y objeciones cuando un sentido de humanidad nos basta como motivo. Los niños dependen inexorablemente del mundo adulto, de sus disposiciones, sus actos. Ojalá fueran de amor y cuidado, de regocijo, de puro aprender. Pero la historia de miles, es de violencia sexual. ¿Qué posibilidades podrían tener infantes, niños pequeños, inclusive adolescentes, de sortear la descomunal confusión entre cuidador-abusador para develar, pedir auxilio? ¿Qué oportunidad de protegerse a sí mismos?
Qué recursos podría tener un niño, o un joven inclusive, para acudir –o renunciar-a la justicia cuando ni siquiera es posible entender los abusos sexuales como crímenes, o entenderse a sí mismos no como hijo o hija de, nieto, alumna, discípulo de, sino como “víctimas de”.
En el abuso sexual, siendo niños, no es posible entender, ni escapar, ni elegir ni renunciar a nada. Se necesita tiempo –décadas- para poder elaborar, verbalizar el trauma, y tal vez, recién ahí, iniciar el camino de la justicia y reparación. Para una mayoría no será posible porque los tiempos de la ley, en Chile, no coinciden con los tiempos humanos.
Uno pensaría que en un Estado garante de derechos importa asegurar el igual acceso a justicia de todos, y de toda víctima, sin distinciones. En Chile no es así para los sobrevivientes de abuso sexual infantil que cruzaron el umbral de la mayoría de edad, y que como adultos enfrentan la prescripción como una valla insalvable sin importar importa cuántos de sus derechos hayan sido vulnerados; o cuántos daños deban sobrellevar a lo largo de la vida.
Crimen perdurable, permanente: el abuso sexual infantil.
Para muchas víctimas las secuelas de los abusos serán ininterrumpidas. La reparación es posible, pero en la negación de justicia, también recibe un golpe. “Lo siento: esto ha prescrito”. “No denunciaron a tiempo” dice la ley, como si hubiese habido alguna posibilidad de ejercer control sobre ese tiempo.
Cuesta entender que existan países donde todavía, de manera “legal” se cometan trasgresiones como las descritas. Cuesta entender que un argumento sea “la prescripción no se toca, no se altera, no se cuestiona siquiera”. Uno no puede evitar pensar ¿y qué es “la prescripción”: tiene cuerpo, órganos, sentimientos, guarda huellas de violaciones, sufre, vive, lucha? ¿Cómo puede ser más importante la defensa de un principio o plazo legal, que seres humanos de carne y hueso?
En una sociedad democrática no es posible que se extinga la posibilidad de justicia para víctimas que nunca renunciaron a su derecho a denuncia ni a prosecución de acciones legales. Simplemente no podían: eran niños, niñas, adolescentes.
La denuncia se sustenta en un relato, y la acción de la justicia comienza en la denuncia. Pero cuando muchas víctimas por fin sienten que pueden realizar ese relato en un contexto seguro y protegido (alejado del abusador), ya ha operado la prescripción. Frente a esta realidad, las personas no sólo deberán procesar el impedimento de justicia, sino que además, arriesgan ahondar ese sentimiento de culpa (que no debe ser, pero es frecuente, doy fe) por no haber logrado ayudar a proteger, mediante su denuncia, a otras potenciales víctimas de sus abusadores.
A ciudadanos comunes y corrientes nos es difícil –y hasta violento- intentar comprender la lógica distante de la justicia frente al mínimo ético –porque es un mínimo- como el respeto al tiempo del trauma. Sabemos cuán pocos abusadores sexuales y violadores llegan realmente a ser juzgados y sancionados; y cuántos simplemente esperan a que se cumplan los plazos de prescripción (fuera de Chile, o dentro, imposibles de localizar) para evitar asumir sus responsabilidades.
El tiempo transcurrido es un blindaje aberrante, un aval de la violencia sexual, al fin y al cabo. Esta violencia que no es esporádica ni atípica ni un “asunto de interés privado de cada víctima, no de interés público” como dijo alguna vez un penalista. Y uno entiende por qué, incluso dentro de los míseros plazos existentes, muchas víctimas temen acudir a la justicia, mucho más si no es posible reconocerla como una herramienta de cuidado y no como un dispositivo de poder abusivo (o de habilitación de la impunidad); y necesitamos reconocer en abogados, jueces, el sistema judicial, un lugar de verdad y restitución posibles, sin riesgo de mayores daños y profundización del trauma.
Pienso en el abogado que llevó los casos de los denunciantes de la iglesia en Boston (encarnado magistralmente por Stanley Tucci en Spotlight), y en quienes actúan así en Chile. Cada día son más, como asimismo van siendo más los profesores, médicos y profesionales de la salud que ya recién egresados o titulados se involucran en la esfera de prevención, detección temprana y reparación en abuso sexual infantil.
Cuidado ético, inseparable de la justicia. Cordura. Sentido común.
JAMAS será justo ni cuerdo que alguien que viole a un niño, sea exonerado en razón del tiempo transcurrido; ni que como sociedad abandonemos a otros niños y jóvenes que pueden terminar siendo vulnerados, o muertos, por agresores reincidentes amparados por la prescripción.
¿Cómo podemos prevenir abusos o validarnos como un mundo adulto confiable y que cuida, si en nuestro país la señal es que hay sufrimientos de los niños que no importan? Y esto es igual para todo sufrimiento evitable que pueda experimentar la infancia que hayamos fallado en evitar o socorrer. Años rogando por un plan nacional mandatario de prevención de abusos, erradicación de la violencia, y cuidado ético para el consentimiento. Años pidiendo , proponiendo, apelando, poniendo recursos a disposición del estado -muchos colegas- para un plan nacional de educación sexual integral (prek a educ superior) entendiendo que es un factor de prevención mayor, y sobre todo, un pilar para el desarrollo humano en algo vital como la sexualidad.
A pesar de todo, si nos detenemos y hacemos memoria, en relación a muchos temas, podemos ver que hemos crecido en consciencia y solidaridad (no hablo de caridad, sino de empatía, apoyo, cuidado y acompañamiento entre prójimos), y que hemos podido, entre todos, desde distintos lugares y regiones, lograr metas inimaginables, conversaciones que no podrían haber llegado ni a musitarse en el Chile de hace veinte o diez años.
En relación a la ley #derechoaltiempo, el respaldo ciudadano ha sido tremendo; en cada ciudad hay personas trabajando con amor y ahínco, y nos sentimos infinitamente agradecidos y esperanzados.
Son más de doce mil apoyos en la carta ciudadana (www.abusosexualimprescriptible.cl); y ciudades como Concepción y Punta Arenas han liderado importantes campañas de difusión, reflexión y suma de adhesiones. Hay partidos y movimientos cuyos integrantes han querido aprender de prevención ASI, de adversidades en la infancia y ética del cuidado; colegios profesionales apoyan la ley desde sus comisiones de infancia, DDHH. Los materiales que hemos compartido durante esta travesía, han sido recogidos por líderes comunitarios, dirigentes vecinales, y por toda persona que quiera y pueda liderar la conversación y apoyo a la ley desde sus espacios; de ésta y otras leyes por la niñez. De cambios que son mucho más vastos en la relación de este país, de nuestro Estado, con los niños.
Nos necesitamos atentos, unidos, para proteger, para sanar, y para evitar a las nuevas generaciones heridas horribles como las que inflige el abuso. “Para criar a un niño, se necesita de toda una aldea, todo un pueblo”. Cada acción de cuidado, cada persona, cada comunidad. No nos rindamos ante “esto no sirve, no es crucial, no es radical, ¿qué diferencia podría hacer?”. Para el amor, la hace.
Lo pequeño, lo tímido inclusive, y hasta lo intermitente: nada se pierde: el mundo, la tierra, siguen queriendo sernos familiares, fraternales, que lo seamos entre nosotros, también. Lo más tenue y amable refulge en la maravilla. Que en la pena o desastre no pasen desapercibidos; que nos aligeren, así sea por un instante (como la escena en Three billboards outside Ebbing, Missouri, donde Mildred usa sus zapatillas de descanso, rosadas y peludas, como si fueran títeres; una inflexión en el ahogo dolorido, omnipresente, pero distinto por unos segundos), para poder seguir amando, cuidando
A cuatro días de finalizar el período 2014-2018, el Ejecutivo confirió suma urgencia al Proyecto de ley por la imprescriptibilidad de los delitos sexuales contra menores de edad (#derechoaltiempo), que ya fuera aprobado en su primer trámite, el 21 de marzo de 2017 en el Senado (y qué alegría radiante fue).
En la suma urgencia otorgada por el gobierno saliente y en su ratificación –ojalá- por el gobierno que recién asume, se abre una GRAN oportunidad que no podemos dejar pasar, para que #derechoaltiempo se convierta en ley de la república y gracias a un esmero de todos (qué bien nos haría): dos presidentes, parlamentarios antiguos y nuevos, ciudadanos sobrevivientes ASI y de todas las avenidas de la vida. Países hermanos lo han logrado, y Chile también puede. Es tiempo. Por favor que ya lo sea.
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