Esta muy buena campaña de Unicef Chile ayuda a tomar conciencia sobre la necesidad de estar atentos y de ser responsables, en comunidad, para cuidar a todos nuestros niños y en todo espacio donde habitan, juegan y crecen: calles, plazas, playas, hospitales y escuelas, salas de espera, baños públicos, teatros, centros comerciales, eventos masivos, y por cierto, en reuniones familiares, en nuestros propios hogares y todo aquel que nuestros hijos e hijas puedan visitar.
El video es parte de un esfuerzo colectivo por prevenir abusos sexuales: experiencias que no ocurren sólo por la existencia de un abusador, sino que también por la inactividad y omisión de testigos y personas cercanas a los niños y niñas. Por eso la apelación es mucho más extensa: no se trata únicamente de estar concentrados en evitar abusos sexuales, sino de cuidar, propiciar entornos bientratantes y protectores, prevenir todo sufrimiento que sí sea evitable a los niños(como el abuso sexual, o el maltrato físico y psicológico), y apostarse en que tengan la mejor vida posible.
La disposición a cuidar está, es parte de nuestra humanidad, la llevamos en nosotros y se activa instantánea, por ejemplo, cuando debemos socorrer a un niño, nuestro hijo/a o los hijos de otras personas, o por ejemplo, para movilizarse en busca de un niño o niña que se ha perdido en una multitud.
Sin embargo, más de una vez dudamos sobre si responder e interceder frente a ciertas situaciones donde los niños pueden correr peligro o ser dañados: cuando sospechamos o atestiguamos que golpean a un niño, o alguien les contesta mal o les grita; o cuando escuchamos que alguien habla mal de su hijo (esté o no presente), o de otros niños; o bien, cuando en el curso de nuestros hijos vemos que se trata mal a uno de sus compañeros, que existe bullying y nadie hace nada, o sus papás no ven o no se atreven a reclamar; y cuando, como alude el video, un extraño se les acerca en un parque para ofrecer dulces, juguetes o pedir que lo acompañen a ver o buscar un perrito perdido (hasta nosotros como adultos partiríamos a ayudar, sin mayor precaución; con mayor razón los niños).
Son todas situaciones donde podríamos expresar nuestra preocupación, a lo menos, preguntar ¿qué pasa?, ¿puedo ayudar?, ¿usted conoce a este niño al que le da dulces?, ¿cómo sabe si no es diabético, o qué puede y no comer?, y llamar a su cuidador/a por si no ha advertido la situación. O bien, directamente, expresar opinión, o pedir algo concreto en favor del cuidado de ese niño o niña.
Acompañamos a los seres humanos niños por muchos años, para sostener sus vidas, entregar herramientas, y una de ellas es aprender a autocuidarse, evitar peligros. Esto toma mucho tiempo. Los niños no nacen con un radar desarrollado, y aunque sus sentidos e intuición (esa voz interna, tan sabia) sean de ayuda y puedan movilizar algunas alertas, lo más frecuente es que no vean riesgos y es común, por ejemplo, que los chiquitos traten de alcanzar algo así se venga un estante encima, o que vean una piscina, y quieran lanzarse a nadar, sin ayuda.
Menos aun detectarán claves sutiles o confusas -como las que caracterizan interacciones de predadores sexuales-. Su programa para la vida supone poder confiar en los grandes de la manada, para ser cuidados. Y nosotros los adultos somos los responsables de cuidar, nutrir, y también de proteger y auxiliar en el peligro. Estamos mejor preparados para reconocer e identificar riesgos.
Es comprensible que los límites de lo privado o personal aparezcan como argumento interno y dudemos: “¿tengo derecho a entrometerme?, ¿cómo intervengo?, ¿y si cometo un error o me meto en problemas?”. Son preguntas humanas, sensatas, y también lo es, y creo mucho más importante, la pregunta de ¿y si fuera mi hijx y no estoy presente, qué querría que hicieran otros por él/ella?, ¿querría que lo cuidaran o que fueran indiferentes, que “no se metieran”?
Me atrevo a pensar que casi todos querríamos que otrxs concurrieran, que tuvieran la audacia de sentir que está bien actuar, que hay amor y nobleza en esa audacia. Y si es así, ya sabemos entonces, y tenemos nuestra respuesta: es mil veces preferible arriesgar un error y tener que luego pedir disculpas, que arriesgar ausencias e inacciones, y en ellas, abrir el flanco que haga posible la vulneración de un niño/a, o simplemente su sensación de soledad, de omisión del cuidado. Una comunidad que se vuelve difusa o inexistente, si no mira, si quita la vista, o si viendo, no intercede y calla.
En cuanto al video, que es un excelente material para usar en escuelas y a difundir donde sea posible, recordé algo que creo sería un tremendo aporte, pensando en las plazas donde a diario juegan nuestros niños. Es un letrerito que he visto en otras latitudes: “por favor, en este parque, sólo niños acompañados de adultos. No se admiten adultos solos”, y mejor aún “en esta plaza los adultos sólo son bienvenidos si un niño los acompaña” =) Ojalá nuestros municipios pudieran incorporarlo
En nuestro diccionario (RAE) interceder se define de la siguiente forma: “hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal”. Simple y rotundo. En ese verbo, cuánto poder para cuidar el presente. Cuánta ayuda hacia el futuro.
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