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Niñas hoy, mujeres mañana
Quiero compartir este librito precioso que salió en una edición limitada como regalo de 8 de marzo para las niñas, el año 2014, desde el ministerio de la Mujer en últimos días de la gestión de la ministra Loreto Seguel.
A quienes quieran conocer la historia de su gestación y lo que hace seis años años compartimos de su sentido -de promoción de derechos de las niñas, de aliento de sus sueños y talentos, y de prevención de violencias contra ellas- , les invito a leer esta columna que relata los encuentros entre mujeres muy diversas, de avenidas políticas distantes, de generaciones más “viejas” y “jóvenes”, como Omayra Toro y Naomi Estay, alumnas recién egresadas del Liceo 1 y destacadas internacionalmente por su aporte a la ciencia y la ecología (guiadas por su mentora, Roxana Nahuelcura).
Nuestros oficios también eran diferentes, todos necesarios, y desde cada uno dedicamos los tiempos de todo un verano, con intenso entusiasmo (todas trabajando ad honorem, la ilustradora Marianela Frank, diseñadoras, Rocío Brizuela, la propia ministra) junto a nuestras hijas pequeñas que se hicieron parte de la aventura como “críticas” de las historias y sus dibujos. Pablo Simonetti ayudó con el nombre. Marilen Wood, de ediciones B, permitió generosamente que se compartiera material que debía ir para otro libro, antes de su publicación. Todos y todas, de manera amorosa y vital -en frecuencia de niños y niñas que juegan y crean algo juntos-, fuimos parte de un proyecto quizás pequeño pero muy entrañable que me alegra subir en este sitio, y durante este período de cuarentena escolar, donde siempre puede ser bienvenida su lectura en familia. Si se animan, sugiero ir dentro del sitio a la guia de TodosJuntos (para prescolares y básica inicial), pues ahi hay preguntas interesantes para seguir conversando, por ejemplo: ¿quiénes cuidan en esta historia? ¿quién o qué es lo que se cuida?, junto a otras relacionadas con derechos de las niñas, los buenos tratos y el cuidado, los talentos y la creatividad, la diversidad e inclusión, etc.
Los sueños y propósito de las niñas de distintas edades y latitudes, alentadas por al menos una persona adulta -imaginar cómo sería si fueran miles-, logran incidir en cambios para sus vidas, sus comunidades y a veces, un mundo entero. Las historias de “Niñas hoy, mujeres mañana”, siguen escribiéndose tal vez ahora mismo, en las bitácoras de cuarentena de más de alguna pequeña que forja horizontes en su imaginación, esperando verlos dibujados a trazo firme en la realidad de un futuro ojalá muy cercano. Depende de todas y todos nosotros, el aliento inicial se recibe en la niñez, es la etapa más importante para la construcción de cada persona, y necesita del cuidado y acompañamiento incondicional de familias, comunidades, países completos.
Necesitamos recordar que todavía en este milenio -con mil millones de niñas en el mundo- debemos hablar de horrores como el matrimonio infantil y las mutilaciones genitales, o de impedimentos para millones de niñas en el ejercicio de sus derechos de educación, salud y participación. Las víctimas de abusos sexuales y tráfico sexual infantil siguen siendo mayoritariamente niñas. Por supuesto, cada año más, crecen los esfuerzos por erradicar estas realidades, y colectivamente, se han logrado progresos, significativos o más pequeños, pero sostenidos. Quizás, poco a poco, los movimientos de mujeres y por mayo democracia a nivel mundial alumbrarán con mayor fuerza, y se comprometerán realmente con la defensa de las niñas y los niños, que son, lejos, los seres humanos que más necesitan de ciudadanías sensibles y generosas capaces de traer sus necesidades y voces al frente, y cuidar sus vidas como primera prioridad.
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Con mucho cariño aquí compartimos el enlace a pdf para descarga, impresión, y así compartirlo con otras niñas (y niños también, que les debemos su libro). Al final del cuadernillo hay una sección por si las lectoras pequeñas quisieran dejar escritos algun sueño, idea o proyecto (si no saben todavia escribir, sus papás, mamás, y profesores/as pueden darles una mano 🙂
Gracias por leer, y gracias siempre por estar en el cuidado. <3
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Teléfonos celulares y el cuidado
Más de alguna familia, en este momento, está contemplando adquirir un equipo de telefonía móvil para sus hijos niños o adolescentes. Quizás se trata de un regalo de cumpleaños muy esperado, o una necesidad de salud como puede darse en el caso de niños con diabetes, o convalecientes de un accidente. También puede haber parejas divorciadas donde ambos progenitores quieren mantener comunicación ininterrumpida con sus hijos en momentos en que se encuentran en uno u otro hogar. Otras familias tal vez habrán cedido a la presión de pedidos de sus hijos –con muy buenos argumentos algunos- o de sus propios sentimientos de culpa cuando ven que no contar con este equipo genera dificultades en la relación social de sus hijos con sus pares. , ya sea porque se van sintiendo aislados o separados de la dinámica que se comparte vía teléfono –y ya existen grupos de whatsapp a los 8 años- o bien, en casos extremos, porque no tener teléfono puede ser en algunos colegios, un motivo más de bullying. Hay tantos motivos.
Sin embargo, e independientemente de las razones que fundamenten una decisión final, me atrevo a decir que una mayoría de los padres y madres se plantea con afecto y preocupación la pregunta sobre el cuándo y el para qué de contar con un equipo celular durante la niñez. La Academia Americana de Pediatría (EEUU) y la Soc. Canadiense de Pediatría, han recomendado que niños menores de 12 años no usen celulares y menos sin control adulto –sí, “control” es la palabra, ni siquiera supervisión- y que las decisiones al respecto siempre deben involucrar criterios de cuidado y prevención de riesgos y abusos, en general, y consideraciones sobre el desarrollo, características, capacidades y trayectorias de cada niño y niña, en particular.
Las advertencias sobre el uso infantil de celulares van siendo mayores cada año en relación a las siguientes consecuencias: posibles alteraciones del desarrollo cerebral con serias repercusiones para el aprendizaje, la capacidad de atención, el control de impulsos, la regulación emocional y el rendimiento escolar; trastornos de salud mental tan serios como la depresión y la psicosis, y conductas de adicción (tan complejas de rehabilitar como en el consumo de drogas); tendencia al sedentarismo y obesidad que se relaciona con problemas vasculares, cardíacos y diabetes; mengua en los vínculos, habilidades sociales y convivencia, entre otras pérdidas.
Hay países donde se establecen restricciones muy claras para el uso de celulares en la escuela, o simplemente se prohíben como en Francia. En Chile, el tema no se ha abordado mayormente, no hasta ahora, desde la política pública. Algunas campañas indirectamente se vinculan con el tema de acceso de los niños a diversas tecnologías, vía prevención de grooming, abusos, acosos, cyberbullyng. Pero no profundizan en la pregunta medular sobre qué cuida más, cuándo y cómo, en relación al uso de celulares y otras TIC en la infancia.
En nuestro país, la preocupación –en muchos temas de infancia, no sólo en éste- es generalmente reactiva, la reflexión más bien escasa o es lo que podemos inferir cuando en espacios públicos, y de manera transversal, es común ver a guagüitas en coche “entreteniéndose” o “jugando” con un teléfono móvil que algún adulto ha puesto en sus manos.
Salas de espera, centros comerciales, en la micro o el metro, en el asiento trasero del auto, y en cualquier lugar, es una imagen de cada día: niños pequeños con el cuello doblado y los ojos fijos en la pantalla del celular por largos períodos, ya sea viendo videos, explorando alguna aplicación, o interactuando en la web con totales desconocidos en juegos como Roblox, Fortnite y otros. Sé de grupos de whatsapp donde mamás y papás ven mensajes enviados por niños y adolescentes a cualquier hora de la madrugada -3, 4 am- en días de colegio; y es mayor la circulación en noches de fin de semana.
En Chile existen más de 28 millones de celulares –diez millones más que la cantidad de habitantes del país-, el uso de internet móvil ha aumentado en 500% entre 2014-2018, el promedio de conexión diaria es de cinco horas sobre todo por consumo de videos con un 60% del tráfico, y lideramos el uso de redes sociales en Latimoamérica (datos INE, Telefónica). Del uso en niños y adolescentes, no sabemos mucho, y debería ser una ocupación primordial.
Las empresas de telecomunicaciones –o el retail- no entregan mayores orientaciones o sugerencias al momento de comprar un equipo o contratar servicios que incluyen plan de datos. Nadie pregunta nada: si el destinatario será un niño o adolescente menor de edad, poco importa. Podríamos esperar alguna atención o cuidado mínimo –tan sencillo como la entrega de información impresa para los padres, junto a los contratos- pensando en la nueva generación. ¿Pero por qué deberíamos? me dijo un ejecutivo alguna vez, “si para eso está la familia”. No hay que generalizar, pero cansa la actitud indolente de muchas empresas en nuestro país, en relación a la gente, el medioambiente, y los niños también. No pierdo esperanza en algunas que podrían sumarse al cuidado –junto a las de telefonía celular- y por ejemplo sería indispensable el metro, las micros, el transporte en general-, pero quien no puede faltar y hace mucho debió ejercer un rol protagónico en esto, es la autoridad en educación y la autoridad de salud.
Nuestro sistema educacional no cuenta con normativas en este sentido, iguales para todos los establecimientos (públicos y privados). Sin ir más lejos, en los últimos años se han entregado computadores a granel en las escuelas sin antes haber capacitado a todos los docentes, o a las familias de los niños que serán los usuarios principales de esos equipos. Durante 2017 perdí la cuenta de cuántas madres, padres y abuelas/os, especialmente en regiones, expresaban su impotencia porque frente a un computador no sabían ni encenderlo, y menos guiar o supervisar a sus niños navegando la web. Muchos sentimos esa limitación y aunque hiciéramos nuestro mejor esfuerzo para estar completamente al día en lo que a TIC se refiere, siempre nuestros hijos irán más rápido. Pero de lo que sí sabemos, y lo que no cambia en el tiempo, es del cuidado.
Algunos colegios están capacitando a su staff y a las familias, y a los estudiantes en materia de derechos digitales y autocuidado online. Otros establecimientos están cambiando sus protocolos, y optando por la prohibición total de celulares y tablets hasta la secundaria. En otras escuelas se acota este uso al espacio del aula para actividades educativas, o bien se prohíben en clases pero se permiten en el recreo algo que, en mi opinión, es lo más nefasto. Si ya las jornadas son excesivas y las pausas muy magras entre bloques de clases, el reducido tiempo para interactuar con los compañeros, termina siendo dedicado a las pantallas.
He sabido de establecimientos que este año están revisando su posición, o realizando consultas al cuerpo docente y los apoderados para resolver el tema y elaborar nuevos reglamentos. YA hay colegios donde se ha prohibido el uso al menos hasta los 12 años. Tambièn podrìan firmar contratos con los padres al momento de la matrícula, y aunque los niños sean muy pequeños, que ya sea de conocimiento general que no se permitirán celulares hasta entrada la adolescencia o hasta equis curso, o bien nunca.
Muchos padres/madres realizan también enormes sacrificios por proveer a sus hijos de oportunidades, y es sabido que el acceso a tecnologías -mayor o menor- es un factor más que agudiza brechas y la desigualdad en educación. Tal vez por eso vemos transversalmente a niños, niñas y adolescentes a la salida de sus escuelas, privadas o públicas, en distintos barrios, con equipos móviles en la mano. Algunos serán ultra sofisticados y otros menos, pero el hecho es que hoy por hoy el acceso se evidencia masivo y por eso más urgente se vuelve abordar el tema de forma de poder orientar y proteger a la mayor cantidad de estudiantes.
Puede haber distintas modalidades para abordar la problemática, pero lo fundamental es eso: abordarla. Ser indiferentes y dejar a los niños a la deriva, o bien descansar en criterios sólo individuales o por familia, o de la escuela únicamente, no es lo que más cuida. Lo que cuida es la coordinación y los acuerdos adultos que permitan, como comunidad, familias y escuelas, estar todos presentes en una trayectoria que requiere preparación, aprendizajes continuos, progresiones, ensayos, fortalecimiento de conductas de autocuidado, etc. La autonomía , el autocuidado, el pensamiento critico requieren tiempo para desarrollarse, ensayos, errores. La privacidad y la construcción de mundos íntimos y sociales, también. No se trata de ahogar esos desarrollos en nuestros hijos, sino de contribuir a fortalecerlos, y en mi experiencia, esa voluntad prístina nuestra -de los adultos- los niños y adolescentes pueden leerla y acogerla sin mayor problema, y hacerse partícipes, en la medida de sus capacidades y edad, de ese cuidado, confiando, aportándonos información y ayudándonos también a aprender de ellos, junto a ellos.
Hoy por hoy, son una minoría los niños y niñas que no tienen acceso a celular a ciertas edades, y se hace complejo sostener esa posición cuando tu hija o hijo te dice “somos apenas cuatro, o sólo yo” quienes terminan siendo marginados de ciertas actividades debido a una decisión de cuidado de sus padres/madres. Y los niños pueden comprender la buena intención de sus familias, pero asimismo se dan cuenta de la inefectividad de ciertas medidas. Más de una niña me ha comentado que su mamá le dice que nadie puede tomarle fotos, pero en el recreo hay compañeras que hacen videos en tiktok “y nos filman en el patio, con uniforme, insignia, y luego suben todo a internet”. Los niños están observando pensando, conversemos con ellos, y entre padres, madres, familias, tratemos de apoyarnos también.
Con la mejor intención, una profesora muy joven me comentó hace un par de años que había recibido “tantos likes y comentarios, hasta de bailarines de otros países”, por un video de mi hija bailando que había posteado en redes. Se imaginan mi cara de infarto, pero nadie en el colegio le advirtió que es preciso pedir autorización o notificar a los apoderados si se debe fotografiar o filmar alguna actividad donde participen sus hijos. Tampoco contó con alguna inducción o capacitación sobre temas de protección digital y cuidado online en el contexto escolar. Y hay responsabilidades personales, por cierto, pero sobre todo es un deber institucional el orientar a profesores como a familias en estas temáticas. La enmienda fue inmediata (bajar el video) y ambas sacamos buenas lecciones de la situación. Pero a mí me dejó pensando una vez más en la soledad que nos ronda, y en la dificultad de conciertos que no deberían ser complejos ni terminar en tensiones o conflictos, sino en compromisos. Quizás ninguna solución será cien por ciento representativa de las preferencias de cada uno, pero sí coherentes con un objetivo mayor de cuidado de los hijos de todos.
Sabemos que gigantes de la era digital –como Bill Gates, Steve Jobs y otros- no han permitido a sus propios hijos contar con un teléfono celular sino hasta los 15 años. Sus razones se han inclinado a favor del desarrollo de habilidades creativas, y a la protección del tiempo e integridad de niños y adolescentes. Como para tomar seria nota.
La conversación no está zanjada y periódicamente conocemos de estudios que nos dejan más tranquilos o angustiados con las diversas decisiones que hemos ido tomando al respecto de este tema. En cualquier edad, en cualquier contexto, si podemos proponer algo desde la ética del cuidado es justamente la pregunta de qué cuida más.
Creo que un celular en manos pequeñas, tanto como un martillo o una sierra, no es seguro. Y creo que las recomendaciones de quienes más saben, son un criterio del que podemos valernos. Pero en la deliberación familiar, si el resultado será a favor del celular, a lo menos deben ser definidos criterios anticipadamente y algunos términos de uso que puedan guiar a los niños y adolescentes menores de edad cuyo bienestar y protección nos comprometen.
La responsabilidad es nuestra: con nuestros hijos, y también con el equipo que ninguna compañía vendería a un niño de 5, 8 o 12 años, aunque llegara con todo el dinero en las manos. El contrato es entre adultos, y la responsabilidad final sobre lo que pase con niños menores de edad, también. Si se ven expuestos a contenidos de pornografía o violencia que no pueden comprender ni asimilar adecuadamente por su edad, si son víctimas de cyberbullying, si pese a toda recomendación cometen un error de juicio y envían fotos o mensajes comprometedores de su integridad que luego terminan siendo viralizados, en toda situación las consecuencias deberemos afrontarlas nosotros junto a nuestros niños y adolescentes. Por favor tratemos de prepararnos mejor. Podemos enseñar de autocuidado, pero sería negligente (y hasta vulnerador) restarnos de nuestro rol de guía y acompañamiento. Sigue siendo un imperativo adulto cuidar, y por más que nuestros hijos vayan creciendo y progresando en el ejercicio de autonomías, son hasta los 18 menores de edad, y personas cuya maduración no se ha completado (hasta los 25, en términos neurobiológicos).
Decía antes que es muy recomendable el definir un acuerdo familiar y términos o límites de uso del teléfono móvil. Antes de entregarlo a nuestros hijos, o al momento de hacerlo, aprovechemos de inmediato la ocasión para conversar en torno a pactos de cuidado. Inclusive. si ya tienen un equipo, nunca es tarde ni extemporáneo conversar del cuidado y de formas de reforzarlo en el mundo digital. La sola idea de elaboración de un contrato, o el diálogo en torno a cada punto posible, puede ser una instancia entretenida, didáctica, y que movilice reflexiones necesarias. Lo recomiendo con entusiasmo y con la confianza de años de ver el impacto positivo de estas acciones.
Aquí va una proposición de carta escrita con mucho cariño, y un contrato que puede ser útil para colegios o familias, como excusa para conversar, o como estímulo para redactar sus propios acuerdos de cuidado junto a la nueva generación. Gracias por concurrir, una vez más.
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Proyecto de ley #derechoaltiempo
(extracto del Documento presentado al congreso para discusión de Proyecto Ley por la imprescriptibilidad de los delitos sexuales contra niños, niñas y adolescentes menores de edad. Versión completa para descarga a pie de página).
1.- En primer lugar, en cuanto al argumento de que el conflicto penal pierde intensidad en el tiempo ello es, de por sí cuestionable en este tipo de casos, en que la víctima, en una etapa inicial bloquea el episodio o no es consciente de que ha sido víctima de un ataque debido a su edad y a procesos incompletos de desarrollo (y como resultado de la experiencia traumática y su impacto en la memoria). Así, el conflicto producirá sus impactos solo años más tarde cuando –con mayor madurez y capacidad de discernimiento- las víctimas comprenden que fueron víctimas, que lo vivido se trató de un delito y que el/la responsable de los abusos, cometió un crimen. por lo que el conflicto no perdería intensidad con el tiempo, sino todo lo contrario.
En efecto, la gravedad de estos delitos, la intensidad las secuelas que éstos dejan en las víctimas y el creciente número de los mismos, hacen dudoso el argumento de que con el tiempo se reduzca el conflicto penal en estos casos.
Por lo demás, señalamos que aun si el conflicto perdiese intensidad, la pretensión punitiva seguirá intacta y los eventuales problemas de proporcionalidad que esto pudiese generar justificarían, a lo más, una rebaja en la condena, mas no la renuncia a la aplicación de una pena.
2.- En cuanto al segundo argumento, referido a que se pierden pruebas en el transcurso del tiempo –lo que dificultaría la verificación de los hechos-, cabe señalar que este es un problema procesal que no justifica el renunciar a la posibilidad de demostrar el hecho, aun cuando ello resulte en una tarea más dificultosa. En cuanto a la desventaja que ello supondría para la defensa, recordemos que el estándar para condenar seguirá siendo el de “más allá de toda duda razonable” (y no el de mera preponderancia de prueba: 50% + X). La satisfacción de ese estándar sería garantía suficiente para situar de modo adecuado el riesgo de error fuera del ámbito del imputado. Es más, podría pensarse que el paso del tiempo aumentará las posibilidades del imputado de esgrimir una duda razonable que lo libere de una condena.
Por lo demás, existen numerosos grupos de delitos en que la prueba de los hechos es difícil y, sin embargo, nadie ha pensado siquiera en eliminar la pretensión punitiva respecto de ellos. Así, por ejemplo, en los casos de colusión o casos de negocios clandestinos (como el tráfico de drogas) casos que son de difícil prueba. La ley, lejos de la idea de renunciar a la pretensión punitiva estatal, confiere herramientas especiales a los organismos encargados de llevar adelante la persecución estatal para lograr la tarea que se les encomienda (por ejemplo, escuchas telefónicas), conforme al principio de legalidad sistémico (el programa punitivo del legislador debe ser cumplido y ello, por exigencias del principio democrático).[1]
Por lo demás, diversas disciplinas (la psicología, la psiquiatría, la medicina, la radiología, o imagenología que ha evidenciado, vía resonancias magnéticas, los daños neurobiológicos más frecuentes en víctimas de abuso sexual infantil[2]; daños que afectan estructuras cerebrales y su fisiología) podrían proporcionar las herramientas para poder probar, de modo aceptable conforme a los estándares del sistema, un delito sexual cometido hace años atrás pero develado recién después de mucho tiempo. De ese modo, en el caso de delitos sexuales contra menores, el riesgo de error originado por el paso del tiempo, puede ser conjurado a partir de los avances de las herramientas que permiten evaluar la veracidad de un relato.
3.- Respecto al argumento de que el Estado debe ser forzado a ejercer su actividad persecutora dentro de un tiempo acotado, podemos acotar el tiempo en que la acción penal sea pública, pero mantener a la víctima la posibilidad de activar la persecución penal. El riesgo que se buscar conjurar bajo este argumento es que el Estado instrumentalice estratégicamente el ejercicio de la acción penal. Si el ejercicio de la acción penal depende de la actividad de la víctima, el riesgo de manipulación estatal se conjura a este respecto.
Finalmente, cabe tener en consideración que 74% del total de los delitos sexuales en Chile afecta a niños/as y adolescentes menores de 18 años, y que por cada caso que se denuncia, 6 no lo harán[3] (Fuente: Carabineros de Chile, “Propuesta de estrategias en el control y la prevención para el delito de abuso sexual en niños, niñas menores de 14 años”, año 2012). La no-develación (y no detección de los abusos), o su demora hasta entrada la adultez, se debe a una multiplicidad de factores: primero, la edad e inmadurez neurobiológica de las víctimas (a quienes llevará años comprender que el abuso sexual es un delito), su dependencia vital del mundo adulto que incluye al abusador (en su inmensa mayoría, miembros de la familia y de entornos cercanos y significativos de los niños/as y adolescentes), las dinámicas de sometimiento y silenciamiento impuestas por el abusador, fenómenos de bloqueo y disociación debidos a la experiencia (sobrecarga emocional, cognitiva, física), miedo, vergüenza, estrés post traumático, ausencia de un espacio seguro (y suficiente distanciamiento del abusador) para verbalizar la experiencia, preocupación por las consecuencias de la develación para familias y seres queridos, entre otros.
En diversas fuentes, la tasa de develación durante la niñez (accidental o intencionada) se estima del orden de 20-30%. Un estudio reciente sobre develación de abuso sexual infantil en Chile, publicado por el Centro de Estudios en Infancia, Adolescencia y Familia Paicabí[4] en la Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, concluye algo semejante: “sólo un tercio de las niñas y niños revela de forma temprana. Esto es coherente con lo encontrado en estudios previos –e investigaciones internacionales- que describen que los niños y niñas tienden a revelar el abuso de forma tardía o incompleta, o revelar y retractarse, o revelar de manera progresiva”[5].
En términos generales, las conclusiones indican que a mayor complejidad del abuso sexual (intrafamiliar, crónico, con penetración y polivictimización, es decir, acompañado de otras vulneraciones, especialmente maltrato físico), la revelación será menos frecuente y más tardía. Por su parte, Fundación Previf, en Chile, comparte un promedio de 17-20 años en pacientes mujeres adultas (mayor prevalencia del ASI es en niñas, una de cada tres) para comenzar a verbalizar el abuso vivido en la niñez y/o adolescencia. Este dato es consistente con la literatura especializada (y lo que reportan organizaciones internacionales) que señala un promedio de 15 a 20 años de demora (independientemente de intentos de develación en distintos momentos de la niñez o adolescencia, desoídos o ignorados), tomando a algunas víctimas 30 años poder verbalizarlo –especialmente si incluyó violación-, y a otras hasta el final de sus vidas.
Para la inmensa mayoría de las víctimas la demora en develar y denunciar los hechos obedece a que se encuentran inmersas en procesos complejos que no es posible acelerar en base a reglas que injustificada y arbitrariamente hemos impuesto a estos delitos y a sus víctimas. Esto resulta del todo relevante puesto que, teniendo en consideración que por regla general estos procesos se originan por el relato de las víctimas y éstas demorarán años en sólo darse cuenta o comprender que se vieron involucrada en un ataque a su autodeterminación sexual, entonces, con anterioridad a que la víctima del delito complete su proceso psicológico, sencillamente no existen las condiciones requeridas para punir tales conductas.
Por ende, si la sociedad tiene pretensiones de que los delitos sexuales contra menores sean efectivamente penados, debemos asegurarnos de que existan las condiciones que aseguren que ello sea posible y ello será únicamente en la medida en que permitamos a las víctimas completar los procesos necesarios para que puedan comunicar lo vivido. Solo así, la pretensión de punición contra tales delitos tendrá una posibilidad de efectuarse en la realidad.
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[1] Este principio no debe ser confundido con el principio de legalidad en cuanto derecho fundamental del imputado a, entre otras cosas, a ser condenado solo por conductas que se encuentren expresa y completamente descritas en al ley.
[2] Un muy buen trabajo es el de Noemi Pereda y David Gallardo-Pujol de la Universidad de Barcelona, “Revisión sistemática de las consecuencias neurobiológicas del abuso sexual infantil” (2011). Lecturas recomendadas: “El cuerpo violado” de Maurizio Stupiggia (Cuatro Vientos, 2011) y “The body Keeps the score”, de Bessel Van der Kolk, (Penguin Random House, 2014).
[3] “¨Propuesta de estrategias en el control y la prevención para el delito de abuso sexual en niños, niñas menores de 14 años”, Carabineros de Chile, 2012.
[4] En Chile, las dos organizaciones pioneras (a partir de los noventa) en intervención ASI son Paicabí, en la V región, y Previf en la R. Metropolitana. Son dos espacios donde recurrir por información valiosa y actualizada.
[5] Arredondo, V., Saavedra, C., Troncoso, C. & Guerra, C. (2016). Develación del abuso sexual en niños y niñas atendidos en la Corporación Paicabi. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 14 (1), pp. 385-399.
Descargar PDF: “IMPRESCRIPTIBILIDAD DE LOS DELITOS SEXUALES CONTRA MENORES EN CHILE”
Transporte escolar y el cuidado
Descargar PDF: “TRANSPORTE ESCOLAR Y EL CUIDADO”
No es a propósito de las tragedias que hemos atestiguado este verano, sino una preocupación, u ocupación necesaria y entrañable y constante del cuidado, el poder plantearse una serie de preguntas y revisar o compartir, también, los estándares que como adultos queremos a ver que sean respetados en materia de transporte escolar y la relación con nuestros niños.
Es la época del regreso a clases y muchas familias necesitan recurrir a apoyos como el transporte escolar (T.E.), por exigencias de sus horarios, o de localidades donde los tiempos de traslado o características del territorio así lo exigen. Esta necesidad puede darse en relación a niños y adolescentes de diversas edades, y pensando en los más pequeños, especialmente –por su menor desarrollo-, es muy importante poder establecer o al menos estar informados de algunos criterios y recomendaciones de forma de poder realizar decisiones informadas al respecto de empresas de transporte, y/o de los conductores/as que trabajan de manera independiente, a quienes confiaremos el traslado de nuestros hijos al colegio o el jardín.
El ejercicio del cuidado en esta esfera, considera las normativas de seguridad, pero es mucho más vasto y requiere considerar otros estándares de cuidado ético, de protección de derechos, de prevención y contención de una serie de situaciones o eventualidades.
No sólo en el inicio del año escolar podemos consultar o evaluar estándares de cuidado en el T.E.. En cualquier momento de la relación de una familia con una empresa o conductor independiente –antes de la contratación, cada vez que se renueva el contrato, o durante el año-, es y seguirá siendo una prerrogativa preguntar y acceder a información acerca de diversos aspectos del servicio. Nuestras inquietudes y atención ininterrumpida son un tremendo factor de protección en la prioridad de procurar la integridad, bienestar y salud de nuestros niños, y también, para prevenir malos tratos, omisiones, o abusos que puedan darse en la esfera del transporte.
Es importante señalar que Chile cuenta con un registro nacional del transporte escolar (ver enlace por favor, y si no funciona, informar al ministerio vía RRSS) para consultar antecedentes. Es un punto de partida mínimo. Existen países, y municipios en diversas ciudades del mundo, donde existen protocolos muy exactos de seguridad, cuidado y prevención de abusos infantiles, relativos a servicios de T.E. provistos ya sea por los estados o por particulares.
Aquí reunimos algunas sugerencias que son parte de actividades, guías, y capacitaciones que ya llevamos a cabo en algunos establecimientos (y con responsables del transporte escolar). Ojalá sean útiles, y muchas seguramente ya han sido consideradas por familias y apoderados, pero cada año se suman pequeños que usan por primera vez el transporte, o padres y madres que también son primerizos y se hacen una serie de preguntas (como una se las hizo la primera vez también). No está de más 🙂 :
EN RELACION A LOS ESTABLECIMIENTOS EDUCATIVOS (escuelas, jardines, instituciones deportivas, etc.):
A diferencia de otros países, en Chile son pocos los establecimientos de los cuales depende directamente el servicio de T.E. y éste generalmente es externo (con algunas excepciones donde se da que el colegio o institución deportiva, por ejemplo, se responsabiliza de contratar los buses para traslado de los niños y jóvenes a ciertos eventos o estadios o lugares de paseo).
Los acuerdos se toman entre familias y empresas de transporte o bien directamente con conductores/as que operan de forma independiente (y con la venia del jardín o colegio, por supuesto). Pero hay que ser muy claros en que aunque la prestación y los contratos se realicen de forma externa, los establecimientos e instituciones son responsables a lo menos, de definir inequívocamente cuáles son los criterios para autorizar qué transportes operan, de qué manera, qué requisitos deben cumplir vehículos y conductores, qué información deben compartir con familias y escuelas y en qué plazos, y un conjunto de otras responsabilidades y criterios que no pueden ser dejados al azar porque involucran el trato y cuidado de nuestros hijos.
El año pasado, una profesora de una escuela vio por casualidad, como a cuadras del establecimiento, se realizaba el intercambio y trasbordo de niños pasajeros entre dos liebres, de la forma más insegura. La mayoría de las familias no sabía de ésto, y muchas no vieron mayor problema, pero la dirección fue categórica en defender un criterio de cuidado y seguridad, estableciendo que aunque los apoderados no tuvieran objeciones, no se autorizaría a servicios que recurrieran al trasbordo de niños (y menos en plena calle o avenida, estacionados en áreas no autorizadas donde el día menos pensado podría un niño terminar atropellado).
El involucramiento de la escuela es fundamental así cómo a colaboración más estrecha entre familias y colegio, y con los propios conductores y empresas de transporte. Como papás y mamás, es importante conocer los criterios de la escuela para autorizar y trabajar con ciertos transportes (y otros no), y si éstos no existen o no han sido todavía definidos, vale la pena enfatizar cuán necesarios son para que sean precisados en el menor plazo posible.
EN RELACION A LAS EMPRESAS DE TRANSPORTE:
Ssi el conductor/a está vinculado con una empresa, es muy importante conocer al dueño o responsable, y si tiene oficinas no está de más visitarlas. Es fundamental no sólo consultar sino, comprobar la vigencia de los seguros con los cuales cuentan los vehículos, el estado de éstos, y la idoneidad y antecedentes de los conductores. Ya la actitud y disposición de la empresa a compartir transparentemente la información es informativa de su ejercicio de responsabilidad y del compromiso con el cuidado. Adicionalmente, puede ser muy útil pedir referencias a alguna familia que conozca el servicio (y a sus conductores), antes de decidir la contratación.
EN RELACION A LOS VEHICULOS (liebres, buses, etc):
es importante contar con información acerca del estado de los vehículos, años de uso o kilómetros recorridos, certificados de revisión técnica y patente al día, pólizas vigentes, partes y multas (indagar si ha estado involucrado en accidentes, etc.). Verificar correcta identificación del vehículo como furgón escolar (de equis establecimiento, si corresponde), y verificar estado de asientos, cinturones de seguridad, ventanas, lugar para las mochilas, etc. Algunos servicios permiten (y hasta promueven) realizar al menos un viaje con el apoderado/a acompañando al niño/a; es una buena opción a considerar, la recomiendo mucho. Con mi hija mayor, el conductor me permitió ir sola, primero (y pude hacerme una idea de cómo conducía y sobre todo, cómo se relacionaba con los niños), y luego con ella durante una semana. Él mismo lo consideraba una forma de propiciar la serenidad de niños y apoderados, y eso se agradece.
También es importante conocer cupo máximo de niños por vehículo, criterios de edad para organizar grupos, condiciones que permiten traslado cómodo y seguro de niños con discapacidad o capacidades diferentes; y consultar de antemano por itinerarios, rutas, si están contemplados o no trasbordos (y si eso es algo que los apoderados quieran autorizar y en qué condiciones), y si se utilizan bitácoras que efectivamente se actualicen a diario y sean de acceso público (donde se reportan incidentes o situaciones especiales ocurridas durante los viajes). Como ya señalaba, se ha dado que servicios de transporte cambian niños de buses en algún tramo del recorrido –de forma ocasional, o a diario- sin registrar el evento en la bitácora que algunos jardines y colegios exigen), y con la agravante de que estos intercambios pueden ser realizados en plena calle, a veces en segunda fila, con tráfico en ambas direcciones, asumiendo riesgos para los niños de los cuales los apoderados no están conscientes (pues no fueron informados ni consultados con antelación)
Por último, hay servicios de transporte escolar cuyos vehículos cuentan con sistemas de georreferencia, favoreciendo la ubicuidad y el cuidado. Si el T.E. en nuestro jardín o escuela no cuenta con ello, puede ser un aporte indagar si lo tienen considerado, para cuándo, o si estiman que es necesario o no y los motivos de esas elecciones. Toda información –independientemente de nuestras preferencias y exigencias- nos ayuda a tomar mejores decisiones, o a sentir que hicimos lo mejor de nuestra parte no solamente en el proceso de decidir y elegir –acorde a nuestras realidades-, sino de contribuir en la mirada del cuidado y en formas de materializarlo que si bien pueden no alcanzar a beneficiar a nuestros hijos, sí lo harán con generaciones y familias que vengan después. Todo suma. Todo ayuda a ir construyendo una cultura de cuidado donde tal vez, algún día, ni siquiera sea necesario realizar una serie de preguntas o precisiones, porque estás ya habrán sido consideradas.
EN RELACION A LAS/LOS CONDUCTORES:
En primer lugar, contar con antecedentes y estar seguros de que nunca será ofensivo ni invasivo consultar por éstos. Es sólo responsable y se trata de información que debería siempre ser accesible (y compartida por iniciativa, ojalá, de los propios conductores).
Por una parte, es importante saber si los conductores/as cuentan no sólo con cursos de conducción general, sino además con experiencia probada en conducción de T.E., específicamente. No es igual haber manejado un auto –o camiones, si así fuera- por equis cantidad de años, que llevar diez o más niños en cada recorrido.
Empresas de transporte y establecimientos escolares, en sus procesos de contratación y/o establecimiento de convenios de T.E., deberían requerir siempre antecedentes y certificados que demuestren que no existe inhabilidad para trabajar con niños. Aunque el registro de ofensores sexuales en Chile adolezca todavía de problemas de actualización (y es impresentable), es necesario habituarnos a solicitar esa información (y de paso estar muy atentos como ciudadanos a que jueces y registro civil mejoren significativamente su gestión para que los registros estén al día). Para algunos padres/madres puede ser suficiente la respuesta afirmativa, y para otros será indispensable ver el documento que acredita la consulta al registro civil. Lo esencial es contar con la seguridad de que esa exigencia existe y que las contrataciones de adultos que trabajan con niños cumplen y se guían por ella (tanto dentro del jardín o escuela, en relación a todo su personal, como en servicios externos). No se trata de alarmas, sino de un criterio realista y protector en base a información ya disponible y denuncias por abuso sexual infantil en transportes escolares, de responsabilidad directa del conductor/a (particularmente en tramos donde niños pueden viajar solos, sin el grupo completo, en compañía del adulto) o por fallar en interceder cuando el abuso sexual (incluidas situaciones de acoso sexual) se da entre niños/as o adolescentes menores de edad, durante los trayectos en la liebre o el bus de turismo (utilizado en muchos establecimientos para paseos, actividades deportivas, o viajes en la enseñanza media).
Un tema a considerar, que no es todavía práctica habitual, es el de las evaluaciones psicológicas y médicas que informen sobre condiciones de salud de los conductores para el adecuado ejercicio de su trabajo, y en la interacción y trato exigibles (trato ético, no violento, no abusivo) para con los niños bajo su responsabilidad. En la medida que realizamos la consulta sobre estas evaluaciones de salud –aunque sean infrecuentes y nos digan que no cuentan con ellas-, vamos estableciendo y alentando un estándar de cuidado que debería ser requerido. Se trata de nuestros niños. La salud física y mental de quien conduce un transporte escolar, problemas de adicción o consumo de sustancias, etc., no son aspectos menores sino fundamentales a considerar, que pueden hacer toda la diferencia en la seguridad de nuestros niños.
Consultar por estos aspectos, y esperar una respuesta satisfactoria al respecto, no es histeria, paranoia o sobreprotección. Es cuidado. En establecimientos donde ya hemos trabajado con transportistas escolares, esperanza ver cómo estas reflexiones o recomendaciones protectoras son bien recibidas, entendidas. Aun considerando que la implementación de estos cambios sea pausada (o directamente muy lenta) o dificultosa, ya es un buen signo de cambios en curso.
Si la ley no exige monitores, acompañantes o copilotos para todas las edades, podemos consultar si es posible contar con un acompañante adulto para el conductor, ya sea como una preferencia o bien, como una condición o exigencia de los padres, especialmente con niños pequeños.
Las familias tienen derecho a conocer currículum de los conductores, referencias, antecedentes legales, etc. y también programas o cursos de actualización periódicos (anuales, semestrales) a los que asistan, ya sea por requerimiento de la empresa y/o por motivación profesional/personal de cada conductor/a. Esta sola pregunta va creando consciencia sobre la necesidad de capacitar continuamente para la prestación del mejor servicio posible, y el más seguro, sobre todo, para los niños y niñas.
No podemos olvidar por un momento que muchos conductores/as conocen a los niños por largos períodos, quizás se establecen vínculos de aprecio y confianza, y si un niño/a comparte con el adulto algo que lo hace sufrir es indispensable como adultos contar con algunas herramientas básicas para responder. Por ejemplo, si un niño o niña menciona o le cuenta al conductor/a, durante un trayecto, que está viviendo una situación de violencia física o sexual en su hogar o de bullying en la escuela que no se ha atrevido a contar a sus papás ni profesores todavía ¿qué puede/debe decir el conductor/a en ese momento? (fuera de obviamente reportar la situación a su superior y al colegio), ¿cómo responde si el niño/a le pide que “no le diga a nadie”?, ¿se sienten preparados los/las conductores/as para hacer frente a este tipo de situaciones? Estas preguntas no pueden quedar irresueltas. Es una responsabilidad contar con respuestas, y para eso sirve que las propias empresas de transporte, y/o desde las escuelas y jardines, los directivos y administradores se compartan estos contenidos, o se invite e incluya periódicamente a los conductores de transporte escolar a actividades formativas que tocan los temas de cuidado infantil, educación para la sexualidad/afectividad/relaciones humanas, y sobre todo aquellas que informan sobre prevención, respuesta y denuncia de abusos infantiles.
COMPROMISOS FAMILIA Y ESCUELA:
Es indispensable conocer como familia los propios deberes y derechos, junto a los protocolos y reglamentos definidos por cada escuela (y/o estándares para selección, licitación, desvinculación, etc.) para las empresas de T.E. y las/los conductores que se vinculen con sus estudiantes. Por ejemplo: deber de llevar bitácora, reportar situaciones (cuáles, en qué plazo, etc.), derecho del colegio a especificar tipos de respuesta y márgenes de acción/autoridad dentro del transporte escolar para cuando el conductor debe intervenir en alguna situación. El colegio debería tener derecho, asimismo, a solicitar suspensión (pendiente revisión de reclamos o denuncias) y/o desvinculación permanente de conductores, junto a sanciones y criterios de prescindencia de alguna empresa por incumplimiento, faltas, etc.
Derechos y deberes: consultar con servicio de transporte si se prepara a los conductores y si cuentan ellos/as con información relativa a
- Derechos de los niños, en general; estándares de protección y prevención de abusos, acoso escolar, etc.
- Derechos específicos de los niños en el transporte escolar: por ejemplo: los niños tienen derecho a un asiento cómodo, seguro, con espacio para la mochila; derecho a protección y buenos tratos, etc.
- Deberes: por ejemplo, los niños tienen el deber de subir y bajar con cuidado del furgón; no botar basura; tratarse bien entre compañeros/as; hacer caso a instrucciones del conductor como por ej. abrocharse el cinturón, permanecer sentados, etc. ¿Se comparten estos criterios en algún documento o instancia de orientación a las familias que contratan el servicio? ¿Se comparten derechos-deberes con los niños/as, ya sea de manera verbal, escrita, o contando con algún afiche visible en el bus como recordatorio permanente?
- Términos de relación conductores-niños: además de la mutualidad del respeto, conocer normas específicas sobre relación física, psicológica, social, entre adultos-niños. Obviamente no habrá nunca golpes, gritos y/o cualquier forma de trato violenta al niño/a. Se espera adecuación del trato del adulto/a a las edades, etapas del desarrollo del niño/a, y siempre en marco de protección de derechos infantiles. Con adolescentes, ser muy claros en criterio acerca de celulares o emails (no debería el conductor compartirlos con los alumnos: relación contractual de empresa es con apoderados y por ende coordinaciones regulares o excepcionales).
- ¿Cuál es el criterio en relación al uso de teléfonos celulares para el conductor y para los niños durante trayectos? Es importante que se especifique. Evidentemente quien conduce, no puede distraerse con llamados ni mensajes. En relación a los niños, perfectamente podría ser una regla del transporte escolar –lo es en algunos- el no uso de dispositivos electrónicos durante los viajes. Cuando en una misma liebre van niños desde prekinder a octavo o enseñanza media, se ha dado que los más chicos son expuestos a contenidos inapropiados para su edad, sólo por exposición casual a las pantallas de los adolescentes. Cuando los niños más chicos replican en su hogar o en el aula palabras e interacciones (de alto contenido sexual adulto) que observaron en los trayectos –y asimismo esto puede ocurrir en sus casas u otras que visitan-, no siempre hay un relato que permita entender el origen de la conducta y más de una vez se ha dado una denuncia por sospecha de abuso a propósito de esto. Muy recomendable, una vez más, ver la película The Hunt, o La cacería, La caza, Jagten (título original, 2013) de Thomas Vinterberg. En realidad, creo que debería hace años ser un recurso imprescindible en todos los colegios, y en cátedras de educación en las universidades e institutos.
- Conocer qué criterio existe, y también precisar y explicitar el criterio como familia en relación a cuestiones como uso de nombres (el conductor no es un “tío”, los niños no son “m’hijito”, “mi niña”, todos tienen sus nombres propios), los saludos (cordialidad de “buenos días-tardes” que no fuerza ni es equivalente a besos, abrazos, etc.), formas de llamar la atención o amonestar, y otras interacciones físicas, sociales, que se puedan dar.
- Derechos y deberes de las familias: más allá de lo que defina la relación contractual, conversar de antemano con empresa y conductor sobre tips o reglamento para la familia (ojalá por escrito), y precisar con exactitud qué pueden solicitar o no las familias, a qué información pueden o no tener acceso, qué tipo de solicitudes o exigencias son posibles y cuáles no, etc., junto a qué actitud o responsabilidades se esperan de las familias (ser puntuales en la mañana, avisar con xxx tiempo de anticipación que niño no asistirá a colegio, o indicar alguna situación especial como estar enfermo de la guatita, por ejemplo).
- Cuidado-autocuidado: si empresas de transporte o los propios conductores/as no han considerado algunos de los puntos antes señalados, es una gran oportunidad como familias poder sugerir que lo sean. En primer lugar, por una orientación al cuidado y la excelencia, al bienestar de todos. Pero asimismo porque los adultos que trabajan con niños están especialmente expuestos: ya sea como receptores de relatos de abuso o sufrimiento infantil, o bien, siendo sujetos de denuncia por vulneración de derechos, negligencia, abusos, etc. A mayor precisión en la definición de estándares de cuidado y de los términos de relación con niños y niñas, en el ejercicio de medidas de autocuidado de los propios conductores, con el reforzamiento de buenas prácticas, la educación continua (incluido el conocimiento de las leyes relativas a infancia), la comunicación y colaboración mutua, etc., mejor preparados estaremos todos.
Gracias por concurrir en esta lectura. Por cierto, es solo un resumen, y todavía más información podría ser considerada. Pero es al menos un punto de partida. Sabemos que en materia de cuidado –y de la relación ética entre mundo adulto e infancia- todo está en constante movimiento y actualización; continuamente aumenta y/o cambia la información, y mantenernos actualizados –junto a otros padres, madres, con quienes nos podemos ayudar entre sí para ir al día- nos provee de mejores herramientas (aprendizajes sumados, inclusive de nuestros errores u omisiones) que serán puestas al servicio del cuidado. Todo esto necesita reflejarse y ser integrado periódicamente en protocolos de protección, en formas de hacer las cosas, y de habitar (y cuidar, valga la redundancia) las relaciones entre familias, comunidades educativas y prestadores de servicios diversos para poder cuidar mejor.
VJ
Develación ASI y recepción del relato: algunas claves
La voz tiende el puente entre nuestro interior y el mundo que habitamos; nos confirma existentes, autores de nuestra propia historia. Sin ese puente, quedamos aislados; ateridos ante experiencias como el abuso sexual infantil. Como si tuviéramos por delante un enorme precipicio que quisiéramos, pero resulta imposible de cruzar en tanto no se cuente con voz, con un cuerpo capaz de escucharse a sí mismo contar lo vivido, con prójimos dispuestos a dar crédito y responder a ese relato.
Del otro lado de ese abismo, después del relato, de la resignificación de lo vivido, se vislumbra la posibilidad de una vida preferida, de una autoría al fin propia sobre el propio devenir. Pero sólo después de esa primera vez; ese salto desde lo indecible (sin importar la duración del silencio, siempre demasiado largo).
Para un niño, una niña -o para los adultos que una vez lo fueron- comprenderse en tanto víctimas de un crimen atroz, a manos de alguien querido o cercano –el “victimario” que únicamente, como cualquier adulto, debió ser “cuidador”-, y poder elaborar el daño y trasgresión que exceden por lejos las vejaciones sexuales (la herida es masiva, no exonera esfera vital alguna), es un proceso descomunal y como tal, requiere de una variedad de pilares: recursos personales, hitos del desarrollo, capacidades cognitivas, resiliencias, madurez biopsicosocial, una distancia protectora en relación al abusador, un entorno a salvo con alguien digno de confianza que ayude a verbalizar el trauma, o que sea al menos alguien capaz de sólo escuchar incondicionalmente la historia. Esa historia que fue arrebatada -en el mandato de secreto, en la profecía de “nadie va a creerte”, o en la indiferencia y desprotección de los alrededores- junto a todo lo demás que el abuso sexual roba de vida.
La evidencia existente en relación al ASI –aunque se desoiga o se la ignore deliberadamente- ha establecido que por cada víctima que devela durante su infancia (o cuyo abuso es detectado e interrumpido por la intercesión de un tercero, aun sin haber contado con su relato), otras seis a siete no hablarán de lo vivido sino hasta mucho después, entrada la adultez. Quizás, cerca de la ancianidad, o la muerte. Quizás nunca.
Que cada vez sean más los niños, niñas, adolescentes que puedan pedir ayuda y contar su historia, depende de diversas condiciones y presencias (que asimismo serán de ayuda para sobrevivientes adultos que constatando entornos más propicios, quizás puedan abrir su relato por fin): familias incondicionales, figuras de apego seguro, o bien docentes bien dispuestos y prístinos en su rol de cuidadores (indivisible del rol de educadores), y servicios de salud donde existe el espacio para que los niños sean escuchados –y no sean sólo los adultos acompañantes quienes respondan por ellos-, y donde se realicen las preguntas que permitan relatos sobre toda posible adversidad de la niñez.
También son importantes las actitudes de los medios –y las palabras y forma en que tratan temáticas de vulneración de la niñez-, el comportamiento y sensibilidad de la autoridad y líderes políticos, los diálogos cotidianos y los que abren las artes (libros, películas, etc) en torno al abuso de poder y la vulneración de la niñez, y de cada uno, cómo se expresa nuestra atención y buen trato hacia los niños en nuestro barrio, en los medios de transporte, las plazas, las salas de espera de hospitales, oficinas públicas, etc. Todo puede convertirse en signo de cuidado y de disposición a acoger, o bien, de intemperie y soledad en cuyos confines (o confinamiento) se perpetúa el silencio. En la dependencia vital, y en la inexorable asimetría de poder y desventaja de los niños en relación al mundo adulto (aun en la familia más amorosa, la escuela más respetuosa, la sociedad más protectora de la dignidad de sus ciudadanos menores de edad), necesitamos explicitar una y otra vez que estamos disponibles, despiertos, presentes en la trayectoria, con actos y palabras, con escucha incondicional, cuidando.
Hemos compartido información sobre las dificultades de los niños y niñas víctimas para poder develar (ver “Denuncia y actos de cuidado“) y de esta forma, poder propiciar entre todos, una mayor empatía y entendimiento de la experiencia infantil del abuso en la restricción de la voz. Pero si contra todo obstáculo e indiferencia, con miedo y confusión, sin contar siquiera con todas las palabras necesarias, un niño o niña logra expresar de alguna forma el abuso que están viviendo, es importante que nosotros podamos responder de la mejor manera posible a ese testimonio: escuchando, dando crédito, comprometiéndonos a hacer lo que esté a nuestro alcance (sin imprecisiones ni exageraciones ni promesas que no podamos cumplir) para proteger a ese niño o niña.
Hace dos semanas, nos conmovió profundamente la historia de dos niñas de 10 años quienes, luego de varios intentos, filmaron el abuso del padre de una de ellas como na forma de denunciarlo y evitar que no les creyeran. El fiscal a cargo del caso en Uruguay, dijo “deberíamos avergonzarnos todos” y en ese “todos”, no habita sólo la sociedad de un país, sino todos los adultos, de distintas latitudes, que todavía no reflejan una disposición de apertura y acogida incondicionales a las vivencias de los niños; y muy específicamente, a sus sufrimientos en el abuso sexual. ¿No dejaremos más alternativa a los niños que la de defenderse solos, exponiéndose a más peligros y heridas con tal de probar ellos mismos la violencia a la que son sometidos? Podemos hacerlo de otra forma.
Es difícil resumir en unos pocos párrafos, la complejidad y detalle de procesos tan delicados como la develación del abuso sexual. Hoy es más accesible la información y muchos de nosotros nos estamos actualizando constantemente en temáticas relativas al cuidado y la evitación de daños evitables –como el ASI- a nuestros hijos. Sin embargo, sabemos que es una tarea mucho más inclusiva, de resorte colectivo, y necesitamos a muchas personas en el círculo de cuidado. Para expandirlo, y para contar con muchas más presencias cuidadoras –considerando incluso al Estado, en nuestras interpelaciones y activismos también- es importante compartir todos los conocimientos y herramientas posibles, ojalá de manera expedita, con nuestras familias, compañeros de trabajo, diversas redes y comunidades de las cuales formamos parte y a las que querríamos sentir en sintonía, muy cerca nuestro, en el cometido de cuidar y prevenir abusos.
Un rol protagónico, además de las figuras de cuidado más cercanas a quienes los niños puedan recurrir –mamás, abuelas, papás, hermanos mayores, etc.-, es el que tienen los/las docentes y en diversos ciclos educativos. Esto, tanto en la detección (sobre todo con los más pequeños) como en la recepción de relatos, de manera creciente, a partir de la pubertad (11, 12 años) y de forma coincidente, muchas veces, con el aumento de conocimientos y acceso a información sobre sexualidad humana y/o la oportunidad de dialogar al respecto de éste y otros temas afines –en clases de biología, educación sexual, o en actividades de orientación y consejo de curso, entre otras. Las carreras de pedagogía han demorado en incorporar este tema, no existe capacitación obligatoria al respecto en un enorme número de escuelas, y la política pública va muy demorada en materia de prevención e intervención ASI, quedando todavía a criterio de cada establecimiento –o sujeto a las posibilidades e iniciativa personal de cada docente- el cómo se verifica la respuesta ante el abuso sexual infantil, más allá de contar con protocolos de denuncia mandatarios por ley.
La mayor esperanza está, no obstante, en la motivación que he percibido en diversas comunidades educativas -profesores y familias- y también centros de alumnos y estudiantes de pedagogía –de manera independiente y muchas veces solitaria, en relación a sus casas de estudio-, y en cuerpos docentes de jardines infantiles y colegios (en distintas regiones) quienes por su cuenta organizan actividades formativas o de perfeccionamiento, tanto para su gremio como para familias y comunidades a quienes puedan comprometer en el cuidado de sus alumnos, quienes hoy por hoy, pasan mucho más tiempo en sus escuelas que en sus propios hogares (por las jornadas escolares extendidas), con la cercanía que ello implica en el vínculo con sus maestros.
Quedan aquí para descarga, tres recursos que espero sean de utilidad: dos de ellos informativos, en lo general, sobre el proceso de develación y la respuesta siempre necesaria –ESCUCHAR, CREER, PROTEGER- para ayudar a ese proceso y lo que siga, y adicionalmente, un listado más específico de claves para la recepción del relato de abuso (que cada uno podrá adecuar a la situación y contexto, y sobre todo, de forma sensible en relación a la edad, estado físico y emocional, capacidad de comprensión, vivencia, etc de cada niño al momento de contar su historia). Muchas gracias, como siempre, por estar juntos en esto.
GUÍA: “Cuidado ético y resiliencia: 5 pilares de atención (COVID—19)”
Ética del cuidado, estrés y resiliencia en tiempos de COVID—19
Cuidado ético y resiliencia: 5 pilares de atención