carta por la nueva generación, y una revolución añorada (*)
Concedo a la emoción y la libertad que habilitan las palabras y la voz, la mayor importancia. Para mí han sido un puente a la vida, a la sanación, al encuentro con otros para construir juntos, mundos posibles, más acogedores y propicios para la vida de los niños y niñas.
Cuando desde tantos ángulos observamos fracasos del cuidado –en la relación con la niñez, con nuestro planeta, en la existencia, todavía, de la pobreza, o en la negación de derechos humanos esenciales como salud y educación aun en este milenio-, lo que más se necesita es disposición a hacer en comunidad. El diálogo es ya un hacer inmenso. La actividad del cuidado que se fortalece a partir de ese diálogo. Y el amor por el vivir que re-descubrimos y se renueva en esa actividad imprescindible durante la infancia.
La escritora norteamericana Joyce Carol Oates dijo en el amor todo es cuerpos y palabras. Desde el primer día, el de nuestro nacimiento, es así. Y la forma de tratar los cuerpos de los niños, la delicadeza y la ternura de nuestros gestos y nuestras palabras, nuestro respeto profundo e incondicional, ya comienzan a escribir la historia presente y futura de ese ser humano niño o niña que aprenderá a cuidar de sí, de otros, de su mundo, en gran medida, a partir de la forma en que fue tratado y cuidado a lo largo de años determinantes de su infancia y adolescencia.
No quiero que las ausencias que encarnan en abandonos, violencias, abusos contra los niños, no puedan ser desactadas para luego devenir en historias de vida resilientes y hermosas. Pero el camino será tanto más difícil, tanto más doloroso, y muchas veces se gastará años preciosos de existencia, en reparar daños y aflicciones. Años que podrían haber sido dedicado a otros afanes e imaginaciones; a otros descubrimientos conmovedores en esta travesía de vivir, de experimentar el mundo íntimo y el mundo social desde los cuales cada ser humano se construye -y podría florecer- como lugares más espaciosos y amables. No amenazantes ni destructivos.
Evitar sufrimientos evitables es una premisa del cuidado como ética. El abuso es un sufrimiento evitable, completamente. Ajeno a lo que debería ser la vida de todo niño que viene al mundo. No podremos evitar desastres naturales, pero la violencia infantil si es algo que está a nuestro alcance prevenir.
Desde nuestros oficios en la educación, en la salud infantil, en la justicia, en todo rol donde reconozcamos el cuidadohumano como una necesiadad, como una prioridad ojalá, estamos cada día resistiendo naufragios y construyendo –más lento de lo que quisiéramos, pero sin perder tenacidad- el mundo que añoramos y creemos merecen los cachorros humanos, y todos nosotros, en realidad.
Los niños y niñas son en tiempo presente, pero en la relación ética y amorosa con ellos, estamos ya ayudando a escribir no sólo la historia de hoy, sino de diez, veinte, cincuenta años hacia adelante. El potencial de cada nueva generación es inmenso. Dicen que los millenial son malcriados, remilgosos, o hasta arrogantes. Pero resulta que son la generación más filantrópica y dedicada al voluntariado que ha existido. De los que siguen, la generación zeta, se han estimado proyecciones de no recuerdo qué porcentaje alarmantemente bajo de empatía y disociación y hoy por hoy son la generación más consciente de sus “trastornos” y limitaciones en la esfera de la salud mental. Y ya vemos: de esta generación surge el movimiento más franco y provocativo –#fridaysforfuture– en defensa de la tierra y sus dolores actuales.
A mí me disgustan quienes hablan mal de los niños y los más jóvenes, sobre todo porque no he encontrado todavía en los adultos –no como una mayoría aplastante- más conexión con la cordura, el no-juicio, y la ética del buen vivir de la que he encontrado junto a niñas y niños, y adolescentes, en mis casi 30 años de trabajo en clínica y el aula, y en mis 31 años de mamá de dos hijas de quienes aprendo cada día algo nuevo –y no es un decir, sino un parámetro exacto.
Erich Fromm dijo al término de la segunda guerra mundial, preocupado por las nuevas generaciones y los valores humanitarios que harían falta para nunca más repetir atrocidades como el holocausto, que los niños necesitarían durante la infancia, de la presencia y guía de adultos contagiosos del amor de vivir. Me pregunto cada día si somos esos adultos: en nuestros actos, en nuestro auto examen, en nuestras formas no sólo de vincularnos con niños y niñas, sino con otras personas de cualquier edad, y con todo ser vivo. Observo detenidamente qué vitalidad, qué fuerza, qué afectos, qué verdad irradian nuestros cuerpos. Qué dicen y qué construyen o no nuestras palabras elegidas, el tono de nuestras voces, nuestras formas de dialogar, pedir, de expresar indignación o de expresar nuestros deseos más entrañables. Es distinto hablar firme y alto, que vociferar. Es distinto compartir opiniones o preferencias, que creernos dueños de la verdad por noble que nos parezca. Es distinta la indignación ética, el reproche a las violencias, que aquellas declamaciones donde se olvida el punto de quiebre, la falibilidad humana, que todos llevamos con nosotros.
Pocas cosas me asustan más, pensando en los niños que crecen, que perpetuar la estructura narrativa de esos cuentos donde las personas son sólo buenas, o sólo villanas. O en el mundo adulto, sólo impecables, o sólo perversos, despreciables. La construcción personal en una vida es mucho más compleja que eso, y más hermosa, más ardua, más confusa, más desafiante, más emocionante también cuando descubrimos sentidos, deseos, creatividades y propósitos que nos son significativos y entrañables a cada uno, o como colectivo.
Las posibilidades de crecimiento, o de educación integral, e inclusive de reparación del trauma, se amplifican o se constriñen, creo, dependiendo de qué versiones posibles de vidas preferidas, y también, de prójimos, o de humanidad, o de vulnerabilidad, compartamos con la nueva generación.
En los cuerpos y las palabras, vuelvo a la ética del cuidado. Espero contar con la oportunidad más temprano que tarde, de poder encontrarnos y conversar sobre sus proposiciones y herramientas de trabajo. Al decir “ética” estoy diciendo lente, fuente, sistema para ayudarnos a deliberar y tomar decisiones, para ejercer autocuidado, consentimiento, para poder responder ante dilemas de la propia vida, o en la relación con niños y niñas, y con otros seres humanos y con el mundo que nos acoge y nos da un hogar. No digo ética como moralina, no hay dogmas ni imposiciones aquí, nada más lejano.
La ética del cuidado es una pasión, un camino, un lugar, para mí, donde he encontrado más respuestas y soluciones que en ningún otro, y por eso se queda tanto, y la atesoro, y siento el cariño y confianza que siento, ganados en años de ver cómo deja huella y apoya procesos de crianza, de educación, de prevención del abuso, de renacimiento después del trauma, de diseño de políticas públicas, de construcción democrática, de cambios impresionantes en la ley como por ejemplo ha sido derecho al tiempo (la ley por la imprescripptibilidad del ASI). Han sido años, también, de constatar su huella en mi propia trayectoria de reparación y de elección de una vida en mis términos.
Gracias por las vocaciones y amores que se dan cita hoy. Gracias por estar en este encuentro que como cada uno, es una semilla, un sumarse a transformaciones que no son menos que radicales en estos tiempos. En un sistema, una era, donde los abusos de poder y la inclemencia han llegado a límites tóxicos, lo que hacemos es revolucionario: hacer comunidad, compartir experiencias y conocimientos, todo en aras de proteger y acompañar de la mejor forma a cada nueva generación, evitando como podamos las violencias que pueden asolarlas.
Si hay una revolución en la que vale apostarse de la forma más transversal y madura, más generosa y apasionada, es en una revolución del cuidado. Lo he dicho antes, y lo repetiré, intuyo, hasta muy vieja. No imagino una rebelión más llena de amor y sensatez que ésta.
Gracias Aseinco, Gloria, todos, por la inspiración de este día y de vuestro trabajo. Y gracias por estos minutos de poder estar ahí, aunque sólo sea por ahora en el cuerpo de estas palabras. VJ
#revoluciondelcuidado
(*) CARTA Para el equipo de Aseinco, en la ciudad de Coquimbo, Chile: