Abuso sexual y educación superior: no+ silencios

“Han pasado casi 4 años desde esa noche, la noche en que a mi amigo se le olvidó nuestra amistad, la noche en que lo único que vagamente recuerdo haber dicho fue: ‘Los amigos no hacen esto’”-  Testimonio de una estudiante de Cs. Políticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, publicado de forma anónima en FB, el 21 de abril (aquí, información). Le han seguido al menos 10 testimonios similares. TODA nuestra solidaridad y apoyo.

No imaginé que en tan corto tiempo mencionaría a Lady Gaga una vez más, pero vuelve esa canción, la imagen de las jóvenes víctimas de violación tomadas de la mano en los Oscar 2016 (video, subtitulos español): “’Till it happens to you”, hasta que te toca a ti: de verdad, no hay forma de imaginarlo hasta que se vive. Que no sea necesario; cuidemos a quienes sí podemos cuidar todavía, sin lamentar más ausencias y destiempos.

¿Cuándo seremos capaces de dimensionar realmente el alcance del abuso sexual, de la violencia sexual en nuestro país? Niñas, niños, pequeñísimos (algunos discapacitados, o hasta en estado de coma), adolescentes, estudiantes universitarias (y universitarios también), mujeres adultas, y hasta ancianas.

Hace menos de dos años, me preguntaba si en nuestro país se develarían los abusos en instituciones de educación superior tal cual estaba atestiguándolo en EEUU a través del movimiento “Carry that weight” iniciado por Emma Sulkowicz. La joven, estudiante de Columbia University, juró llevar con ella, a todo lugar, el colchón donde fue violada, hasta que su violador –alumno de la misma universidad- fuera expulsado.  Inevitable recordarla al conocer de los abusos denunciados en la PUC, por una joven de la misma generación.

El valiente relato al que siguen otras denuncias en la PUC (señalan que habría casos de embarazo, inclusive) visibiliza descarnadamente una realidad de la que sabíamos, y apenas es el comienzo. ¿Cuántas y cuántos jóvenes lo habrán vivido en Chile? Las voces serán una cascada, como ya lo están siendo gracias a un historia compartida.

El testimonio anónimo en FB es de una honestidad arrolladora: cada emoción, cada tránsito en el proceso de esa joven: la soledad, la disociación, los auto-reproches (siempre injustos), la verdad que comienza a devolver un sentido de integridad, de cordura a la víctima, pero casi por cuenta propia, a pulso llevando su duelo y la memoria.

En la PUC, las estudiantes víctimas estarían enfrentando una realidad con protocolos inexistentes o incompletos. Puede haber alguna contención, pero se deja sentir una institución más bien distante en la respuesta a la tragedia de sus alumnas. Sin procedimientos actualizados todas y todos los estudiantes están siendo desprotegidos, y las víctimas quedan más expuestas, más vulnerables y confundidas. Las jóvenes necesitan saber qué hacer, a quién recurrir, con absoluta claridad en que son víctimas y merecen justicia.

Recordaba a jóvenes de enseñanza media y universitarias con quienes he cruzado camino en la consulta, casi disculpándose por un dolor al que no terminaban de conferir existencia, inseguras como se sentían de haber vivido o no una violación. Las historias tienen tantos elementos que se repiten: “Lo conocía, fuimos juntos a la fiesta, éramos amigos, pololos, compañeros de carrera, quizás bebimos de más o di la señal equivocada, entonces no sé”…traducción: no sé si fui violada, aunque nunca dije que sí, un sí inequívoco, con todos los sentidos y voluntad: con pleno CONSENTIMIENTO. Es lo único importante: el Sí consciente y rotundo, todo lo demás es NO (no está de más compartir este video, simple e inapelable en su propuesta).

El consentimiento es un tema del cual escasamente hablamos (detenida, largamente como merece, desde la infancia), y un repertorio vital de cuyo desarrollo no nos hacemos en lo absoluto responsables como país, dejando indefensos, de unas y otras formas, a generaciones completas que no reciben la educación y orientación que necesitan (eduación sexual, cuidado etico, prevención abusos, formación para la vida y ciudadanía, entre otros).

Pero sí: claro que era violación, en todos esos casos, y lo es, para cada muchacha o mujer que no consintió una relación sexual. Y es siempre terrible confirmar que sí; que hubo abuso sexual. Pero mucho más trágico es creer que se comparte responsabilidad  en un crimen del cual se fue víctima, y sólo víctima, no importa cuántas excusas se quieran levantar, o cuántas “atenuantes” o “facilitadores”del delito. Insistir en esta línea explicativa daña, no sólo a víctimas, sino a niñas y niños que están creciendo y necesitan saber, desde muy chiquitos, que No es NO, que su integridad merece respeto y que nadie tiene ni tendrá derecho a violentarlos, a ninguna edad.

El problema que enfrentan muchas sociedades, incluida la nuestra, es que se condona o relativiza la violencia sexual –exonerando de paso a los violadores – cada vez que se mencionan, aun cuando no sea con afán exculpatorio, hechos como los siguientes: “[las víctimas] estaban ahí por decisión propia, con personas conocidas, en lugares conocidos donde además hubo consumo excesivo de alcohol o de sustancias equis”. Se instala más de una duda destructiva (para ciudadanxs y la comunidad completa), cuando escuchamos a abogados o académicos exponiendo estos argumentos, o a autoridades (parlamentarios, por ej) “deslizándolos” irresponsablemente en debates de proyectos de ley como el 3 causales, en la causal de violación específicamente.

Las denuncias que se han realizado en la Universidad Católica, han surgido antes en otras universidades, tanto a través de alumnas como de académicas, y no serán las últimas que tengamos que conocer. Pero perturba que en la vocería PUC, hasta aquí, ya se hiciera mención a “lugares y personas conocidas, posible exceso de alcohol”.

“Son situaciones difíciles de abordar” dijo el director de ASuntos Estudiantiles. Cierto, difícil, pero por otro lado, es muy simple y nítido en los compromisos a adquirir. Entendemos que en situaciones de perplejidad, y duelo, las respuestas que se articulan pueden distar mucho de ser apropiadas, pero el mensaje queda incompleto sin el compromiso explícito, en acciones detalladas y categóricas, para erradicar la violencia sexual en la PUC (y esto es necesario en toda institución de educ. superior): con protocolos de prevención del acoso sexual, términos muy exactos de relación (físicos-emocionales-sociales-online, y hasta cuándo vamos a rogar por esto) entre docentes-estudiantes y entre estudiantes; estándares de protección del alumnado, de reparación para las víctimas (procesos de justicia y terapéuticos), y en la investigación y sanción de los delitos y de quienes resulten responsables de haberlos cometido, o encubierto (se trate de estudiantes o académicos).

Sin lugar a dudas, deben ser respetados el debido proceso y el principio de presunción de inocencia (hasta que se compruebe lo contario) de quienes sean denunciados como responsables de los delitos, pero deberíamos pedir, al menos lo mismo para las jóvenes abusadas: el debido respeto y contención, sin acusaciones precipitadas, sin desacreditar sus testimonios, ni juzgar –como ha sucedido con tantas víctimas, incluso menores de edad- su criterio, sus comportamientos, repertorios de autocuidado, etc. Antes que presunciones de “dobles intenciones” y hasta “desequilibrios psicológicos” (lo “desequilibrado” y enfermo es un sistema que endosa abusos e impunidad), ojalá las respuestas puedan ser de escucha, de reflexión. Empatía.

A Emma Sulkowicz, la tildaron de loca, agitadora, patética (y cosas peores), la trataron de disuadir, de extenuar a pulso de indiferencias y dilaciones para acoger su denuncia. Ella incólume, con una entereza sobrecogedora, hizo visible ante toda una comunidad, el peso que acarreaba internamente, ella y cada víctima de violación, encarnado en su colchón. Muchos sabemos lo que pesa un colchón, si alguna vez nos hemos mudado, o simplemente, al cambiar las sábanas. Cuántos colchones habría que llevar sobre los hombros, o arrastrar por caminos de tierra y piedras, para dar con el equivalente al peso de una violación, a cualquier edad.

Colchones o no, la sensación es de estar al borde de trizar espinas dorsales y esqueletos completos, si continuamos llevando el peso de miles de víctimas cuyo sufrimiento no alcanzamos a evitar a tiempo en Chile. Si hubiésemos hecho más, si hiciéramos. Pero no damos abasto, y nos necesitamos todxs en el esfuerzo, partiendo en la infancia temprana. Y volvemos al Estado, a las autoridades de salud y educación, para que tomen riendas en lo que ya no es menos que una emergencia nacional: un abuso sexual infantil cada 30 y algo minutos, estimó Fiscalía Nacional hace dos años; 70% de las víctimas de violación del país son niñas; apenas 2% de los delitos sexuales son denunciados.

El abuso sexual no ha sido abordado con fuerza desde la salud pública, y no han sido satisfechas demandas protectoras imprescindibles, realizadas al sistema de educación: protocolos de prevención para toda institución educativa y ciclo de enseñanza (jardines a educación superior), educación no sexista, orientación de los alumnos prek-4to medio en sexualidad/afectividad, relaciones humanas, cuidado y consentimiento. Hacen falta diálogos nacionales urgentes en torno a qué sociedad aspiramos construir; el consentimiento; la violencia. Poder contar con información que propicie cambios de actitud y de estructuras mentales, a diario, por doquier,  hasta entender que no podemos continuar viviendo así.

La estudiante de la PUC que compartió su testimonio, escribía: “Él entendía perfectamente lo que significaba mi NO, todos mis no, pero nunca le importó”. La grieta bestial en lo que entendemos por consentimiento; el abuso de poder y la violencia naturalizada.

¿Qué acciones tomará el alumnado, las familias? ¿Qué dirán lxs docentes, el rector de la PUC? ¿Y otros rectores, y autoridades de gobierno? Las señales necesitan ser cristalinas; el mensaje de tolerancia cero con delitos sexuales en instituciones de educación superior (y en cualquier lugar); el compromiso con la justicia; con el cuidado

No podemos sentir que niñas, niños, jóvenes sigan expuesto como hasta aquí. Nuestra inacción los expone; la espera. La violencia sexual la llevamos adherida de siglos, el incesto aún lo viven miles de niñas, niños y adolescentes, los abusos en tantos espacios (tenemos en la retina, ahora mismo, al sistema de protección), las vulneraciones que no son en el “callejón” sino en el campus universitario, el hogar, la iglesia, y en tantos lugares que debieron ser “seguros”.

El límite pide a gritos ser dibujado, defendido, y no sólo desde la desesperación y la indignación (que podrían perder fuerza con los días), sino desde el amor que es mucho más prensil y tozudo, se nos agarra al cuerpo, las ganas, nos empuja las extremidades cuando no queremos movernos, y no nos deja rendirnos, ni descuidar. Que nos sostenga en rebeldía hasta que haga falta; hasta que no tengamos que estar pensando cada semana, o a diario, en cuántos más niños, niñas, jóvenes, mañana al amanecer, en unas horas apenas, habrán sido abusadas y abusados; en cuántos silencios deben todavía encontrar su voz.

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Imagen: Columbia University, NYC, #Carrythatweight Day, 29 de Octubre 2014