Sexualidad y la niñez

“Let it be / like wild flowers/ Suddenly, an imperative of the field” -Yehuda Amichai

Según datos compartidos por estudios recientes, la edad de inicio de relaciones sexuales en Chile, es de 16 años para las niñas, y 15 para los niños. En los últimos años, el contagio de VIH-Sida ha aumentado un 74% entre adolescentes de 15-19. Con ellos, ya llegamos tarde. Con miles de otros niños y niñas estamos todavía a tiempo.

A nivel mundial la educación sexual se reconoce como un factor promotor de la salud, y un factor protector determinante, por ejemplo, en materia de prevención del abuso sexual infantil (una lucha mayor, en este tramo del milenio, es por la erradicación del matrimonio infantil que es práctica común en otras latitudes).

La orientación en afectividad/sexualidad y relaciones humanas merece dedicación y respeto, también entusiasmo (y tanto). No es una actividad extraprogramática, ni un mero apéndice o pie de página en la misión integral de educar. Es central. La sexualidad es para toda la vida.

De modo coherente, en muchos países, partiendo desde prekinder y kinder, los esfuerzos se concentran no sólo en la entrega de información pertinente a salud sexual, el cuidado y el consentimiento. La reflexión es insistente en la esfera de los afectos y las relaciones humanas, en torno al “me gusta”/”no me gusta”, “me siento bien”/”no me hace sentir bien”, “tengo derechos y el otro/a también”, “me siento seguro, convencido (y cuánto), o no”, “esta experiencia puedo vivirla bien, alegre, cuidándome, apreciando mi vida”.

Se releva en este tipo de programas, la reflexión personal y grupal, el escuchar la voz interna, el detenerse en las emociones, el amor (según lo entiendan los niños/as de cada edad), la conexión y los vínculos, la mutualidad -¿cómo querría ser tratado cada uno, y cómo entonces van a disponerse a tratar al otro? (quizás, algún día en el futuro ¿cómo queremos refulgir junto a alguien elegido?). Además del autocuidado, es también un tema primordial la construcción de intimidad, ya las reflexiones progresivas sobre decisiones y consecuencias, los Sí consensuados y los No inequívocos, el deseo, el placer, preferencias en los valores y actitudes para una sexualidad sana, responsable y feliz, hoy, mañana. TODO esto comienza a gestarse desde la primera infancia.

Dos videos (y hay muchos más) que creo marcan el tono de lo que intento expresar, son uno del sistema educ. holandés Spring Fever, que comienza en kindergarten (ver sesión, aunque ésta es con niños de 11 años) y otro acerca del consentimiento, que circula en las redes, dirigido a preadolescentes y adolescentes.

En Chile, nuestra trayectoria es incipiente, y creo ha progresado, pero no en la forma que requiere esta era y sus generaciones. Escuchamos de los adolescentes declaraciones que nos hacen recordar nuestras propias adolescencias (décadas atrás), desde vacíos o confusiones de información que resulta increíble persistan en este milenio. ¿Cómo podríamos hacerlo mejor?

Si bien una mayoría puede concordar en que la educación sexual es un imperativo, lo frecuente es que ésta, más que despertar interés o fascinación, genere resistencias, objeciones y hasta angustia. Es comprensible, por la dimensión de la tarea y la motivación de estar a la altura.

Qué distinto sería si ante el comunicado de “vamos a comenzar un programa de educación sexual en este colegio”, la primera reacción fuera no de resquemor, sino de júbilo y compromiso, y la primera pregunta fuera “¿cómo participamos todos?” y no “¿cómo evitamos conflictos, errores, o caer en los temibles “de más”, o “de menos”?

En nuestro país, la educación sexual no es obligatoria (en cambio sí religión para todos los establecimientos educacionales públicos, por el decreto 924 que aún no se deroga), y es escasa, o inexistente en un número considerable de jardines infantiles, e incluso en la enseñanza básica y media. Cuando la hay, suele comenzar tarde (hacia la pubertad), y las trayectorias de familias y escuelas no son tan afinadas o colaborativas como sería esperable. El escrutinio y los reparos (o salvaguardas) suelen ser más que los intercambios enriquecedores, y los apoyos mutuos.

Un número importante de apoderados prefiere esperar a que el colegio dé el primer paso, y/o se haga cargo completamente de orientar a los niños y niñas en materia de sexualidad. Por su parte, muchos colegios esperan que sean las familias quienes cumplan su rol predominante –o único-, limitando las intervenciones de la escuela a crisis y emergencias. Son más bien excepcionales los establecimientos que desde PreK a enseñanza media están trabajando en ed. sexual, hombro a hombro, docentes, familias y estudiantes.

El ministerio de educación pone a disposición 7 programas (ver listado y enlaces para cada uno) para su uso en escuelas, pero pocos de nosotros los conocemos en detalle. Creo es importante ir directamente al sitio de Mineduc (aquí, su premisa para educ. sexual) y cada un@ formar una opinión sobre si lo que existe hoy en día es suficiente, o bien falta algo más –o muchísimo más- para llevar a cabo esta tarea indispensable. JUNJI está mejor encaminado y hace unos años trabaja con prescolares desde contenidos adecuados a su edad, y con un énfasis en la ética del cuidado y el autocuidado (usando “Mi cuerpo es un regalo” como texto de apoyo”), la igualdad de género, y el buen trato.

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Algunos criterios que vale considerar: la educación sexual según  UNESCO necesita desarrollarse durante todo el ciclo escolar (Prek a la secundaria), contar a lo menos con diez a doce sesiones al año, e incluir información comprensiva y moderna sobre salud (junto a prevención de contagio de enfermedades e infecciones de transmisión sexual), autocuidado, cuidado mutuo y consentimiento, relaciones afectivas, el ciclo vital, las familias, la identidad de cada unx, los derechos sexuales y reproductivos, métodos anticonceptivos y de barrera, diversidad sexual, inclusión, la no-discriminación, la prevención de violencia sexual y violencia de género, y la responsabilidad colectiva en la creación de una cultura de bienestar y respeto.

Las recomendaciones apuntan a que cada contenido, actividad, diálogo, material audiovisual que se utilice en educación sexual, sea elegido de acuerdo a la edad, capacidad de comprensión, características y etapa evolutiva de los niños/as y adolescentes.

La información debe ser correcta y pertinente: no sólo pensando en edades, sino en lugares, climas, realidades en que viven distintos niños y niñas, y lo que necesitan aprender, además, para ese contexto específico. Las respuestas a las necesidades y dudas de los niños son consideradas, y ojalá puedan ser integradas a otras asignaturas del currículum, toda vez que sea posible (historia, cs. Naturales, artes, etc).

Aun respetando la diversidad cultural y de tradiciones o credos en diversos países, comunidades, familias, y escuelas, el imperativo ético de educar parauna sexualidad saludable es superior. No puede supeditarse a posiciones morales, ni se debe negar a los niños aquellas herramientas críticas para su autocuidado y el ejercicio de responsabilidad.

Una meta de estos programas, además de fortalecer conductas favorables a la salud, es la posposición -cuanto sea posible- de la edad de inicio de relaciones sexuales. Este criterio es sensato, apunta a dar tiempo de madurar (el cerebro toma 25 años para ello), de sentirse mejor preparados y poder responder a todo lo bueno y/o lo difícil que pueda venir con una vida sexual activa.

Por cierto, cualquier esfuerzo requiere de docentes con orientaciones claras –sean responsables o no de conducir los programas de ed. en sexualidad y relaciones humanas- para responder a inquietudes de los estudiantes, y de sus familias. Ésta responsabilidad exige permanente actualización, y voluntad de colaborar.

Premisas como “los padres son unos despreocupados”, “esta generación no escucha”, y/o “los profesores son retrógrados, o bien demasiado “revolucionarios”, acrecentan brechas donde los más perjudicados son los niños. Sincronizarnos, familias y educadores, es esencial. Esto lo hacemos junt@s.

Hasta hace poco tiempo atrás, se trataba de evitar la presentación de ciertos materiales en las escuelas. Hoy por hoy, en países como UK y algunos estados de EEUU, se recomienda revisarlos en el hogar y el aula, o por lo menos en esta última, habiendo informado a los apoderados previamente (bien para que consientan, o sólo para que tomen conocimiento). Se trata de compartir junto a hijxs/estudiantes, materiales sensibles y/o muy gráficos, y comentarlos de inmediato, sin juzgar, pero sí estimulando la reflexión.

Vale plantearse nuestra posición al respecto, o cómo lo haríamos de acompañar a nuestros hijos, o mejor aún, invitarlos a compartir ciertos materiales. Existen libros para cada etapa del desarrollo (siempre es recomendable que nosotros los leamos antes); videos educativos; películas. Creo que la escena más conmovedora que he visto de sexo -y fue razón de un diálogo bello y muy agudo con estudiantes de secundaria- la encontré por casualidad en un film llamado “Innocence”, a mis 30 años (ver trailer y resumen). Sus protagonistas tenían setenta y algo años.

Hoy por hoy las posibilidades son casi infinitas en lo que a recursos educativos se refiere. Textos, documentales (Discovery, NatGeo, BBC, y otros, casi todos disponibles en youtube), series de TV (en EEUU un material popular y muy formativo resultó ser la crítica desde un late show, el de John Oliver en HBO, justamente a los programas de ed.sex. por irrealistas y pacatos), cientos de sitios web, aplicaciones didácticas (para los más chiquitos), en fin. Además de herramientas, pueden ser instancias inolvidables a vivir con nuestros hijxs.

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“Human sexuality, unlike calculus, is something you actually need to know about for the rest of your life.” – John Oliver

Nos preguntamos por la educación sexual, y en realidad, ésta partió desde el primer día de nacidos nuestros hijxs. El cuerpo, “hogar primario”, primer hogar.

Desde el nacimiento, cada interacción ya es “formativa”, “educativa”. Enseñar es mostrar, presentar: los alrededores, la vida, los colores, sonidos, sensaciones. Los niñxs están descubriendo sin cesar. Todo segundo cuenta. Poco a poco, se revelan a sí mismos: miran sus manitos, sus pies, tocan, se embelesan. Los escuchamos como un trino.

Establecemos nosotros el tono en este descubrir: de vitalidad, de alegría, de placer por estar vivos, por ser alimentados, acurrucados por sus mamás/papás. Sentir. Latir en consonancia: el cuidado. Baños de palabras, de cariños, de respeto. Reverencia, me atrevo a decir. De la manera en que los tratamos, esperarán ser tratados; aunque sean chiquitxs, esa registro queda, echa raíz, que no nos quepa duda.

“Son como cosquillas ricas” (a diferencia de las cosquillas forzadas, impuestas), dicen niñas y niños prescolares. Se refieren a la sensación agradable que les provoca tocarse a sí mismos, también en sus partes privadas. Como son privadas, asimismo irán aprendiendo que el espacio para ese autoconocimiento (aunque no lo llamen así), también es personal, privado, íntimo (otra palabra inmensa y bella que aprenderán más adelante).

Con otros niños, otros adultos, se va extendiendo la red de interacciones,  vínculos, cercanías y afectos. “Yo”, “los otros”, y el respeto ya va dibujando sus primeros trazos en el cuerpo. No ocurre la experiencia en el aire, sino en el cuerpo.

“Me gusta más, menos, nada”, “suave/brusco”, “feliz/triste/duele”,  la voz toma forma, y en las declaraciones más sencillas, encontramos las primeras piedras en la base del consentimiento que tomará muchos años más, desarrollar.

Jugar, aprender, la vida se expresa por doquier. Explorar, ensayar, contemplar. El cuerpo gana más y más presencia y suma voces: respirar, el corazón que late, la “guatita” que pide comer o se siente nerviosa. Aprender a reconocer esas “voces”, nombrar las partes del cuerpo. Resuena el “mío”, “mis”, cada vez más: mis manos, mis ojos, MI cuerpo.

Lo corporal es también la forma en que se revelan los amiguitxs (no van en átomos y células sueltas), los primxs, los compañeoxs de jardín de colegio, y también los miembros de la familia, los profesores, los “grandes” de la manada.

Distinguir, observar, ayudar a establecer diferencias entre quienes cuidan y no, entre quienes tratan con gentileza y no. Habilitar, agradecer el uso de la “intuición” en los niñxs: ella es útil, es protectora. Si duda, si toma distancia, está bien. Que sepan los niñxs -porque se los dijimos- que un NO puede sentirse, profundo. Que puede, debe ser declarado también.

Poner atención en la belleza, las vulnerabilidades, lo pequeño y lo inmenso que nos rodea. Hay un cuerpo en cada planta, cada ser vivo, y podríamos decir, también en la tierra, el país (¿si lo pensáramos con un cuerpo, “hogar primario”, cómo sería?, ¿nos movería a mayor atención lo que supura en él, lo que le duele, lo que le causa placer?).

No he tomado un desvío ni me pierdo en digresiones. Todo lo anterior tiene un lugar, un rol, son piezas de lego que no se pueden saltar en el esmero de guiar/educar a la nueva generación en la esfera de la sexualidad/afectividad. Son los primeros pasos en una tarea que etapa tras otra crece en desafíos, aprendizajes;  maravilla, y también errores, dilemas, o duelos de distintos tamaños (no están separados de la experiencia).

Durante un tiempo largo, acompañamos este recorrido. ¿Cómo recordamos el nuestro?, ¿cómo nos gustaría que nuestros hijos e hijas recuerden el suyo, algún día?

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En lo que conocemos como “ed. sexual” habrá contenidos que no pueden faltar en cualquier programa. Pero además, siempre necesitan ser incluidos aquellos que para los niños y niñas sean importantes. Quiero compartir, a modo de ejemplo, preguntas planteadas por estudiantes de 7o básico en un buzón anónimo (disponible antes de comenzar el programa, y durante el resto del año):

¿Cómo sé si yo le gusto a la niña que me gusta? ¿Es normal que me toque la vagina/el pene no sólo con las manos sino que use otros objetos para ver qué se siente? Mi hermano mayor habla de sexo oral, yo me pregunto si es rico, si da arcadas, cómo se aguantan, ¿está bien negarse si me da “cosa”? ¿Se pueden tener relaciones con la menstruación? ¿Cómo les pregunto algo de sexo a mis papás sin que piensen que planeo hacer “algo malo”? ¿Cómo puedo saber si soy gay? ¿Está mal excitarse viendo a mujeres que amamantan frente a uno en un restorán (aunque uno trate de no mirar)?

Es importante disponernos a responder y pensar nuestras respuestas a preguntas como las anteriores, con mucha calma e integridad, francamente, sin juzgar, sin negar información, desde la familia o en la escuela. Siempre habrá preguntas más sencillas, otras difíciles, y el pudor o nerviosismo pueden jugarnos en contra (o hasta a favor, desde el cariño y el humor), pero lo esencial para los niños es que nos sientan presentes, y que valoremos la confianza que reflejan todas estas inquietudes (de otro modo, los niñxs no las compartirían con nosotros, ni siquiera en un buzón anónimo). En otras palabras, la emoción y actitud nuestra es tan importante como lo que respondemos.

Un pilar inmenso en nuestra tarea es cuánto conocemos a nuestrxs hijos: es lumbre nuestra historia compartida con ellos, y cómo desplegamos nuestra escucha. Los niños hablan en palabras y en sus silencios también. Y nosotros, padres y madres, también necesitamos escucharnos, nuestra voz interior, el balance de nuestras vivencias en lo sexual, y nuestras preocupaciones, nuestros buenos deseos para la nueva generación que es preciso expresar, con candidez, con sinceridad, con identidades en movimiento (las de nuestros hijos, las nuestras), creciendo juntos.

Podemos proponer horizontes bellísimos, compartir consejos y posiciones personales, o bien alertar también sobre riesgos y consecuencias. Cualquiera sea nuestro afán, podemos usar de sostén nuestro amor incondicional, y el respeto por la persona que es cada niño y niña, hijo e hija.

Del tiempo reciente, en Chile, éstos son algunos ejemplos desprendidos de consultas de mamás y papás y profesores/as que llegan cualquier mes, o en una semana (Últimamente, con sorprendente frecuencia):

-Niños de kinder, primero básico, que han sorprendido a sus padres en el acto, o visto accidentalmente escenas de alto contenido sexual en tv, tablets o computadores, y luego comentan con sus compañeros, también pequeños, o intentan replicarlo en juegos, baños del colegio, o con mascotas (por ejemplo, lamer sus partes privadas el niñx al perro, o viceversa).

-Niñitas de 5 años que ya conocen la mecánica del acto sexual –compartida por padres bienintencionados y en exceso informativos, para responder a la pregunta ¿de dónde vienen las guaguas?- y que no encuentran extraño que un hermano o primo mayor (9, 10 años) quiera “jugar” a “practicar” con ellas.

-Establecimientos que no informan a los apoderados y presentan material que para niños pequeños (1ro, 2do básico) resulta confuso, o que para prepúberes (cuarto básico) resulta chocante, y que al comentar con sus padres, los encuentra sin respuesta.

-Niñas y niños están compartiendo información, correcta o incorrecta, sin la menor guía; de nadie. Pequeñxs hablan de “tetas”, “poto” y otras palabras de uso adulto (o soez, derechamente) para señalizar los genitales, muchos de ellos sin conocer o sin recordar los nombres correctos.

¿Pero dónde aprendieron “esto”? se preguntan familias, profesores. ¿Dónde estamos nosotros, y qué podemos hacer de otra forma? son preguntas imprescindibles, y urgentes creo, como sociedad.

En lo que nos concierne como cuidadores, un criterio tan importante como preguntar por el currículum, los protocolos de convivencia, o de prevención de bullying y abusos, es preguntar por la visión y programas de educación en sexualidad/afectividad del jardín o colegio de nuestros hijxs, desde el momento de la matrícula (o en cualquier otro). Hacernos partícipes. Protagónicos.

También es una forma de cuidar/guiar, el conversar periódicamente y el ponernos de acuerdo en pareja, entre familias y entre apoderadxs de jardin/escuela sobre puntos relativos a la educ sexual, cómo y cuándo hablaremos ciertos temas, el uso de internet, etc. Estos apoyos que nos prodigamos en comunidad van en directo beneficio de nuestros hijxs.

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Este es un recorrido largo, exigente; nos pide ductilidad y desprendimiento. La crianza, formación, la madurez de los cachorros humanos es la que toma más tiempo en el reino animal. Se despliega en años, en distintos espacios, acompañados de diversos adultxs que guian.

Suena grande, y lo es, pero también lo hacemos progresivamente como padres, un paso a la vez. Ojalá partiendo por el “para qué”, una brújula principal. 

¿Para qué la educación sexual?, ¿qué sentido le vemos en la vida de cada niña y niño?, ¿cómo queremos escucharles y qué queremos transmitir, cuáles palabras y voces serán elegidas por nosotros, para ellxs? ¿cómo nutrimos la confianza, y esa memoria esencial de que siempre pueden pedirnos ayuda y contar con nosotros? Son preguntas útiles, y además, cargadas de oportunidad.

Será distinto movilizarse para hacer “lo correcto”, o sólo para evitar desgracias, riesgos, cifras ominosas y proyectos de vida tirados por la ventana o jamás esbozados para lxs más jóvenes –y prevenir todo esto, por cierto, es fundamental-, que disponerse con una fuerte base en el amor, el cuidado, el goce de acompañar el camino con nuestros hijos hasta que ellos decidan sus vidas.

Fuímos niños, adolescentes, todos los adultos que hoy estamos vivos. Ese sólo antecedente, esa memoria, por vaga que sea, tiene que servir como fuente de empatía e inspiración. Podemos ser tremendo aporte en la experiencia de las nuevas generaciones –y de paso actualizar nuestra propia experiencia, porque también nuestra sexualidad continúa creciendo, resignificándose cada año de adultez, de vida.

No va por el lado de lo “experto”, ni de las verdades absolutas, tedtalks, infomercials, cifras para convencer, ni nada del estilo. Sólo puedo compartir lo vivido, en distintas latitudes, con niñxs y familias diversas.

Ha sido constante el asombro en decenas de historias y grupos donde las premisas y métodos de trabajo de la ética del cuidado, llevados a la educación en sexualidad/afectividad, resuenan en niñxs que se apropian de esa forma de mirar, preguntarse por sí mismos y navegar sus relaciones: desde el autocuidado y el consentimiento, el respeto mutuo en el derecho a habitar cada quien su experiencia, a su ritmo, en la medida de sus posibilidades (cuerpo, mente, espíritu, madurez, vulnerabilidades y resiliencias, soportes materiales y afectivos, etc), y de sus límites y sus preferencias.

La educación en sexualidad/afectividad, es difícil concebirla separada de la formación humana integral, son demasiadas intersecciones con temas vitales como el ejercicio de responsabilidad, de la libertad, de la capacidad y derecho a discernir, deliberar, tomar decisiones que ayuden ojalá a fortalecer la vida, no a menguarla. ¿Cómo no va a ser de la mayor trascendencia? Esta misión requiere mucho más que campañas publicitarias (más o menos conservadoras, atrevidas o faranduleras, no es el punto; no, sin una columna vertebral y un bien pensado “para qué”), un par de charlas y/o  clases de ciencias naturales, o una recomendación ministerial de programas optativos para establecimientos escolares.

Es necesario un acuerdo colectivo de cuidado todavía más firme, concienzudo, para proteger/acompañar/empoderar a niñas, niños y adolescentes. En ese acuerdo, la educación sexual es un acto responsable. Uno mayor.

Un acto de amor, también, que alcanza las vidas de los niños y niñas que están creciendo, y de los adultxs que serán un día. Y sabemos cómo es eso. Estamos escribiendo esa historia cada día; la que cuenta que unas décadas no terminan con los descubrimientos, que el deseo evoluciona, transmuta, se acomoda distinto según nuestros años y pieles, y que una pérdida, una pena de amor, o un dolor (aun bestial) no pueden detener esa energía que nos empuja desde lo más profundo hacia la vida (el deseo de ella), su plétora. Querer eso y más para los que vienen. Mucho más.

Les invito a leer  esta entrevista en Diario laTercera realizada por la periodista y editora Mónica Stipicic . Octubre 31, 2015, Chile.