Sename, y el fracaso colectivo del cuidado (*)

“A ver si alguna vez nos agrupamos realmente todos y nos ponemos firmes como gallinas que defienden sus pollos”. Nicanor Parra

Este escrito es la versión completa (y extendida) de la columna en VOCES LT (aquí enlace):

Pedir perdón, a cada niño, cada niña, los vivos claro está. Qué perdón cabe pedir cuando han partido. Sólo jurar no olvidar, no volver a abandonar. CUIDAR.

No es la primera muerte, y no sabemos si será la última: la semana pasada, una niña cuya protección fue confiada al Estado de Chile, falleció en un hogar dependiente del Servicio Nacional de Menores (Sename).

En los últimos 9 años, habrían muerto 14 niños y niñas (en un período que incluye a un gobierno de derecha y dos de una misma presidenta). Desde que existe la institución -1979- cuántos obituarios no debieron ser. Una década de historia de Sename en dictadura, otros 26 años en democracia. Las diferencias que deberían haber sido inconmensurables. Pero los niños, la institución, permanecen frágiles.

La investigación tomará un tiempo, y en pleno duelo -para una familia, para otros niños y también para quienes trabajan en el propio servicio, junto a la comunidad que todos hacemos, juntxs- es muy difícil que comunicados, declaraciones, o versiones posibles, tengan mayor valor que simplemente responder a la presión de decir algo, de dar algún sentido (en vano) al huracán de la pérdida.

Sí sabemos que como país hemos fallado rotunda e inapelablemente. Sobre todo fallamos desde un Estado indolente al cual, como ciudadanos, no hemos sido capaces de conminar a actuar con la urgencia que hace mucho debió conferir a la protección de la niñez. Todo niño y toda niña que viva en Chile. Los hijos de todxs.

¿Cuántas niñas y niños, en 26 años de democracia, han sido abusados, o han muerto, mientras la política nacional para la infancia ha pasado por una y otra revisión/redacción/campaña/evaluación/trámite?

Ejecutivo y legislativo, mudos por estos días (aunque nunca faltarán los “voceros” por la niñez que en unas semanas, volverán a olvidarla completamente). 

La muerte de una niña esta semana, pesa sobre sus espaldas y las nuestras. No es un decir, no son “palabras para el bronce” (o para una lápida). El imperativo de cuidar es una responsabilidad de especie y cuando no evitamos sufrimientos que sí son, o habrían sido evitables a los humanos más indefensos, el fracaso es entonces compartido, colectivo. Asimismo, debería ser asumida colectivamente la oportunidad de rectificar. Ante una muerte, no hay más oportunidades. Pero miles de niños viven todavía en centros de la red.

De Lisette, dicen era el nombre de la niña, no conocemos su historia completa, pero quizás otros niños –más que fichas clínicas o expedientes judiciales- la contarán por ella (una joven mujer convoca a sus ex compañeros en hogares-Sename a contar sus historias en un grupo de FB). Cuántas niñas, o mujeres adultas, vivieron algo de esa historia y la reconocen como propia, también,

Hasta aquí, sabemos que Lisette era una niña entrando en su adolescencia (con todo el movimiento que ese proceso impone, y las energías que consume, para cualquier niñx), tenía 11 años de edad, casi 12. Desde sus cinco se encontraba en el sistema de protección. Más de la mitad de su corta vida. Cada niñx es único, pero esta historia se repite.

Ingresó al sistema por vulneraciones graves. Luego, en la red, quizás qué otras sobrevivencias desoladoras. Residía junto a otras 100 niñas en un centro con capacidad para sólo setenta. Esta realidad se especifica en un informe del 2012 –con datos sobre 48 hogares- que no concitó mayor interés ciudadano (por favor leer esta nota) aunque describía un escenario terrible: hacinamiento, abusos, carencia de condiciones higiénicas mínimas, falta de ropa de cama y hasta alimentos vencidos. Entonces, las subvenciones por niño eran de 150 mil pesos cuando lo necesario para una atención de calidad se estimaba en dos y tres veces más. ¿Inversión ética? Hemos sabido de presupuestos denegados para reponer sistemas de alarma de incendio en algunos hogares.

Se arruman informes, copy-paste al infinito, recomendaciones de profesionales y organismos nacionales e internacionales, unas más sólidas y sinceras que otras. Cada tragedia nos remece, luego se pide la cabeza de alguien, y resurgen exigencias de reestructuración del servicio, pero la agonía no ceja. El fracaso sigue mirándonos a la cara, aterido, no quiere más. La vida en el país continúa, después, como si nada. Hasta el siguiente duelo.

En un texto esencial, el académico y doctor en historia Osvaldo Torres (fundador de ACHNU, Bloque por la infancia, ver enlace U. de Chile para descarga, pg 33) analiza el abandono de la niñez y comparte cifras difíciles de aceptar si quisiéramos creer en nuestras evoluciones como nación: al año 1981 el monto entregado por subvenciones llegó a más de 400 mil pesos por niños, en 1986, 197,908 pesos por cada niñx. En 1989, un año antes del retorno a la democracia, se redujo a $166,908. No todo se trata de dinero, es mucho más complejo, pero es un indicador que en algo ayuda a trazar este mapa negro y su calendario.

Es 2016. El tiempo detenido. Denigrado. SENAME, desde su creación, se ha sostenido con el equivalente a un sueldo mínimo institucional. Un botón lamentable, para muestra, en gastos recientes de la democracia: 20 millones en campaña “todos x Chile”, 2015, destinada a mejorar imagen del gobierno y moral interna (y otros 50 millones para levantar al Congreso), 40 millones este 2016 para un documental sobre la Presidenta, y 75 más para un docurreality del proceso constituyente. Por supuesto, la inversión urgente que se ha solicitado (implorado también) durante años para Sename no será resuelta con esos 185 millones destinados a maquillaje político. Pero la forma en que el gobierno dispone de nuestros recursos, demasiadas veces, dice mucho sobre cuáles son sus prioridades. Los niños no lo son. No lo son.

El proyecto de ley de garantías integrales para la infancia, muy publicitado (su debut #2 fue el pasado marzo, el #1 en septiempre 2015), presenta 14 indicaciones de “sujeción a disponibilidad presupuestaria” y una “sin gasto adicional”. ¿Cómo, entonces? Se trata de la niñez, ésa para la cual Gabriela Mistral decía que un colectivo honesto debía proveer abundantemente, con “derroche” inclusive (pero sabemos que el derroche va por otro lado, y de la honestidad, qué podríamos decir por estos tiempos).

Volver a 2016, abril. El cumpleaños de Lisette habría sido el próximo 25. En el primer comunicado por su fallecimiento (que no toca la responsabilidad del Estado ni invoca autoexamen alguno de parte de nuesta sociedad), Sename señala que la muerte por paro cardiorrespiratorio se habría gatillado por de una crisis emocional severa.

Todavía falta el informe del SML pero queda la pregunta entonces sobre cuál fue el apoyo terapéutico con que contó la niña –en siete años-, y cúal está disponible en cada uno de los hogares de la red, o con qué contención contarán los niños que atestiguaron la muerte de su compañera, luego de infructuosos intentos para reanimarla “durante 45 minutos, dada la demora de la ambulancia”.

Dan ganas de gritar –y de escuchar también el grito desde la entraña de la institución hacia el país- cuando leemos que “se hizo todo lo posible” por salvar la vida de Lisette. Hace mucho tiempo que ya no se hizo “todo lo posible”; que no hay cómo hacerlo. El estado de la red lo refleja, su deterioro es de larga data. En el centro donde murió Lisette -como en muchos otros- es inconcebible que 13 funcionarios estén a cargo de cien niños quienes sólo por el hecho de encontrarse institucionalizados (sin siquiera considerar las causales de ingreso, siempre dolorosas), necesitan atención especial, energías mucho mayores. El “salvataje de vidas” es cotidiano y si no se ha asumido esa tarea con la mayor vocación y recursos, se arriesgan pérdidas. De más vidas, justamente.

¿De qué están hechas esas vidas? Abuso sexual, incesto, maltrato físico, explotación, negligencia, abandono y más: las llagas espirituales y heridas íntimas que traen niñas y niños al momento de ingresar a un centro residencial darían para imaginar la más dedicada de las acogidas. Pensemos cuándo uno de nuestros niños viene triste de regreso del colegio, o simplemente mojado por la lluvia, ¿qué hacemos, cómo expresamos nuestra disposición a contener?

El estándar mínimo de no re-victimización (o de no-muerte) para niños y niñas que ingresan a nuestro sistema de protección, no puede ser lo único que aparezca en el debate (es inhumano), y las conversaciones en torno a materias de derecho u orientaciones técnicas, no logran involucrarnos a todos como ciudadanos.

Falta otro diálogo. Uno más humano, mamífero, que aborde también la ética del cuidado, el cómo pensar amorosamente, con ternura, con cordura, “en cuclillas” y con ojos de niños, cada una de sus trayectorias en el sistema de protección, lejos de lo que conocen, de sus familias y vínculos (sin juzgar, comprendamos que para una mayoría de niños ése es el nido que reconocen como propio y muchos preferirán permanecer en él, a pesar de daños y peligros).

Cómo se verifica la reparación, la reinserción social de cada niño; cómo se reescribe su historia; cómo se acompaña a familias en problemas, y se les cuida, para que puedan a su vez cuidar (qué historias de niño y niña tendrán los padres de los niños de Sename, ¿qué oportuniddes tuvieron al crecer, y cuáles para articularse como adultos-cuidadores? El abandono en eslabones al infinito, por cuántas generaciones quizás). El sistema no está en condiciones de sostener todas las acciones reparatorias que se necesitan.

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Los niñxs tienen la necesidad y derecho humano -lo consigna la Convención de DD del niño- a vivir en familia, en comunidad, con su manada (como todos los cachorros). Si ese derecho entra en conflicto con el derecho a ser protegidos de abusos, podemos entender la necesidad de una separación de su entorno, pero cada “ingreso” al sistema de protección no puede ser visto separado de un “egreso”, o “regreso” más bien: a una familia, escuela, su comunidad, al recorrido vital que sigue.

¿Cómo son los centros del sistema de protección? En Chile no existe un “hogar modelo”, un estándar común exigible a todos los hogares; pero sí existe, en cambio, una cárcel-modelo. Ya no es sólo “una nueva institucionalidad de infancia lo que se requiere”, como tanto se repite (y estamos hartos de escuchar). Lo que se necesita es un nuevo paradigma, desde el cuidado ético. Una relación profundamente respetuosa –desde el buen trato y la preservación de derechos íntegros para quien es más indefenso y que no por serlo pierde una pizca de dignidad- entre ese “adulto enorme” que es el Estado, y los niños.

Hasta aquí ese “adulto enorme” no es sólo indolente, sino francamente abusivo de su poder y cruel con su infancia a la que vulnera, directamente, o a la cual no auxilia mientras es vulnerada. Ser testigo pasivo, negar, demorar, son todas formas directas de abuso, y una negación a cuidar que ya no podemos ver -por más que quisiéramos- como inconsciente o accidental.

Una trabajo sustantivo desde la ética del cuidado en el sistema de protección -que involucre a funcionarios del servicio, profesionales, el poder judicial, el acompañamiento de niños y familias- es lo que creemos nos llora. Cuidar sin desatender el apoyo en reparación, en compartir herramientas para diseñar una vida, valorarla, acunarla cuando necesita contención, dejarla cantar a su ritmo, vincularla a otras vidas, soñarla.

El cuidado es responsable. Expresa una intención y deseo de bienestar para el otro, de aprecio incondicionado por su existencia. Pone atención sobre la estructura gruesa del “refugio” para vivir –abrigo, alimento, afecto y mucho más- y sobre rincones sagrados donde en intimidad consigo o en vínculo con los demás, se construye la identidad de cada ser humano. Cómo llevar todo esto a la red; ¿cómo transformar un sistema de protección para que realmente honre su función de procurar sostén y reparación para la vida de los niños? Necesitamos tener esta conversación en acción, en movimiento, sin más esperas.

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Las demandas y problemáticas de los sistemas de protección de la infancia a nivel mundial, o nacional, son diversas y superiores muchas veces a nuestra capacidad humana de respuesta. Pero más allá de posibles modelos o experiencias a seguir e implementar (que tomen en cuenta cada cultura, las necesidades de sus niños, y los recursos disponibles), una guía simple y sensata para reflexionar acerca de los sistemas de protección infantiles (ojalá no usemos más “de menores”) es la que comparte Eileen Munro, trabajadora social, filósofa y académica del LSE, en The Munro Report.

Su centro está en el ser humano niño y en su realidad, sus lazos, sus necesidades, su desarrollo, los contextos que habita, y el principio de que no existe una “talla única”, o un solo modelo capaz de responder a las demandas de protección, reparación y revinculación de todos los niños y niñas que han sufrido vulneraciones y han ingresado al sistema. El informe está en inglés (ver pdf), pero compartimos aquí algunos principios esenciales, muy coherentes con el paradigma del cuidado, y la apelación a un cambio cultural profundo en la forma de mirar las intercesiones e intervenciones desde el mundo adulto, en las vidas de los niños vulnerados.

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Chile tiene una de las tasas más altas de internación en Latinoamérica: anualmente Sename atiende a 15 mil niños en más de 300 centros de los cuales menos del 10% son de administración directa de la institución. La externalización de algo tan delicado como los hogares, vuelve exigibles la más concienzuda supervisión y mejora continua. En diciembre 2015, un informe de la auditoría realizada por Contraloría en 89 centros colaborativos , arroja diversas fallas en al menos 33. En algunos ni siquiera se contaba con la certeza de que los trabajadores no tuvieran antecedentes penales. La orientación a hacerlo bien, a fiscalizar, la disposición a corregir pueden estar, pero Sename no da abasto.

Las salidas no son simples; reformular, “sanar” un sistema de protección exánime, es titánico. Pero hay que hacerlo de una vez, y llevamos muchísimo tiempo perdido sin mayor autocrítica en tanto el rasgado de vestiduras es esporádico, y tan desmedido como e inútil si no se expresa, después, en “manos a la obra”.

A lo largo de estos años, olvidamos la cuenta de a cuántos parlamentarios o autoridades de la institución les hemos rogado que antes de decir nada, resolver nada, fueran a los hogares, pasaran un buen número de días y noches ahí (sin cámaras), tomando turnos de los funcionarios para entender cómo se desarrolla su trabajo, y sobre todo, para poder atender cálida y servicialmente a los niños, acompañarlos en sus rutinas, por encima de todo escucharlos, observar gestos, sus interacciones, sus silencios, sus luchas, sus horas de insomnio pensando en qué, en quiénes, qué nostalgias perforadoras han de sentir en esos minutos antes de dormir, si es que llegan a poder hacerlo. Acercarse a comprender cómo podrían sentirse si creyeron que venían “por un tiempo” y van tres, siete años, en la red.

El 2007 se inician fiscalizaciones integradas en los centros con participación de Ministerio Público, Defensoría Penal Pública, ONGs, Unicef, y en regiones, académicos de universidades. A partir de 2011 incorporan la pregunta sobre intentos de suicidio. En 2016, supimos que éstos habían aumentado en un 91% en hogares de la red y este índice no contempla lesiones auto-inferidas, o simulaciones, hijas de la desesperación también. Cuántos duelos, por más resiliencia que tenga un niño, puede resistir un espíritu, un cuerpo que no termina de crecer y ha padecido lo que nosotros no viviremos en cien años.

Los suicidios no sólo en Sename, sino entre niños y adolescentes en general, aumentan en Chile, en vez de disminuir (son la segunda causa de muerte en el grupo de edad de 15 a 29 años, y además, nuestro país presenta una de las tasas más altas de depresión). ¿Qué estamos haciendo?

El aumento anual de suicidios infantiles, alertó la OMS, se observa en dos naciones del mundo: la nuestra, y Corea del Sur. La OMS pidió a Chile una legislación urgente en salud mental (ver nota por favor). ¿Importará? ¿O continuamos perdiendo niños? Los intentos de suicidio, no vienen de la nada, y el aumento anual es una alarma que no puede ser desatendida ni abandonada, como tanto es abandonado cuando se trata de los niños y adolescentes que viven en CHile.

No conocemos la causa de muerte, y Lisette no murió de “pena” o abandono per se (que no son causales médicas, por cierto) pero su dolor, sus quiebres, son parte de la historia (el corazón humano duele, se rompe) y, quién sabe, de las condiciones que pudieron precipitar su muerte. Es difícil descartar motivos (urge informe del SML); tanto como es irresponsable descartar negligencias, no sólo recientes sino históricas, de parte del Estado de Chile.

Alguien nos comentó no hace mucho, y es terrible recordar y hasta escribirlo: “poco les importa a las autoridades de gobierno, si los hogares vienen a ser como un basurero de niños, al final”. Pero no hay vida dispensable , ni valores “diferenciales” entre vidas de niños, y si un sólo niño o niña se siente así -dispensable, desechable-, la palabra “fracaso” no alcanza a describir el grado de inhumanidad que habríamos alcanzado y consentido como país.

Del abandono somos todos responsables: ciudadanos, gobiernos, parlamentarios, instituciones públicas, ONGs y fundaciones, los medios, el propio Sename, y también organismos internacionales que trabajan en Chile (ver nota pie pg).

¿Qué hemos hecho por los niños de Sename, qué estamos haciendo? Cuántos ciudadanxs conocemos un hogar (o la web de la institución a lo menos), o a un niño o una niña que viva o haya vivido ahí. Más importante: qué vamos a hacer de ahora en adelante, cómo nos involucramos, con afecto, con firmeza, y no para “hacerle la pega o el favor al Estado” (aunque sea así un poco y no debe ser objeción para ponernos a diposición) sino para participar todos del cuidado, y quizás llegar así a entender, en parte, que si los niños de Sename están cómo están, es también debido a nuestras ausencias y omisiones que no pueden continuar.

El 2014, asumía un nuevo gobierno. Uno que debió auxiliar de modo urgente al sistema de protección luego de la crisis del 2013. En cambio, comenzaba con la creación de un Consejo Nacional de la Infancia cuya sola razón de existir era proponer un proyecto de protección integral, en un plazo máximo de 18 meses, aun cuando existía un proyecto en trámite a la fecha. Se inauguraba un organismo percibido más bien distante de Sename, una suerte de “hermano venido a menos” (revisen trayectoria, por favor, de instancias en que Coninfancia haya efectivamente concurrido, defendido, intercedido por Sename y sus niñs en dos años de existencia: escasas, y eso es decir mucho. No ha habido mayor compromiso). Ya durante el primer trimestre de gob, cundían los anuncios de “eliminación” o “división” de Sename. El tono era terminal, no transformador: como si se tratara de derrumbar un puente viejo, y no de hacerse responsables de 131,822 niños, niñas y adolescentes (ingresados al sistema, al 2014 según datos del servicio).

Antes de crear y financiar comisiones adhoc (¿en vistas a convertirse en Defensor del niño por default? y sí, por supuesto que es desconfianza), el apoyo mayor del Ejecutivo debió ser para Sename, sus niños (más con una Presidenta que bien conocía el estado de la red y ha de haber sido notificada de las muertes y suicidios de niños ya durante su primer período)

Los niños, de Sename o cualquier niño y niña, no han sido importantes para nuestra democracia (y es una seña de lo mal que está): ni su cuidado, su educación, su presente/futuro. Tomó un cuarto de siglo –tiempo robado de muchas vidas- presentar un proyecto de ley que hace muy poco se vinculó a la “agenda larga” del gobierno. Cuántas más muertes serán “tolerables” en los diez años requeridos para materializarla. La pregunta es para el Estado de Chile, todas y cada una de sus autoridades.

Ahora que Coninfancia cumplió el cometido que justificó su creación -redactar el PL de garantias integrales, de forma deficitaria más encima (así lo señaló Bloque de Orgs. por la infancia, y abogados de infancia como Fco. Estrada, ver minuta de problemas)-, no se justifica mayormente su continuidad; misión cumplida, y esperemos nadie se tiente con oportunismos para ir “al rescate” del sistema de protección, si nunca antes se le tendió una mano ni se expresó mayor vínculo ni vocación por colaborar con éste.

Los recursos y energías ahora se requieren para los niños más vulnerables y vulnerados, vinculados a centros de la red Sename. Ojalá los 3 poderes del Estado, como un sólo cuerpo/alma/mente, así lo entiendan y lo reflejen en sus acciones, en la inversión material y moral, y en el acompañamiento que se prodiguen -de expertos y personas idóneas- para llevar a cabo la tarea. La espera ha sido inexcusable.

No podemos sumar más muertes, más abusos,  más torturas, más violencias contra los niños, y contra nadie, de ninguna edad, ningún género, si somos todos vulnerables, en distintas medidas, ¿por qué tendríamos que abandonarnos? ¿por qué sentirnos indefensos o expuestos, y nuestros hijos, en nuestro propio país?

Chile no es un país bueno para ser niño. Tampoco es un país bueno CON sus niños. Después de este rin imperdonable, del velorio, del entierro de Lisette, y todavía muy presentes en nuestro duelo, necesitamos poner cabezas, manos, corazones y todo lo que tengamos, a disposición de apropiarnos de otro destino, y cuidar de verdad, si todavía estamos a tiempo, antes de que más cuerpos de niños heridos o muertos sean necesarios -y cuántos podrían ser- para hacer reaccionar a un Estado con el corazón de piedra y a un país aterido, que no opone resistencia a este olvido de sus hijos.

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Sename, 2013, crisis, Comisión Jeldres- Unicef:  Tenemos que detenernos aquí un momento, y recordar el 2013, cuando se evidenciaron graves falencias metodológicas y éticas -en conflicto con los propios estándares indicados por Unicef Internacional, según consta en este manual, pág 15– en el estudio realizado por la Comisión Jeldres-Unicef Chile. Dicha comisión no cumplió con el deber de denunciar abusos sexuales infantiles de los cuales tomó conocimiento. La investigación en el Congreso, que fuera cuestionado por la jueza Chevesich por arrogarse atribuciones que no correspondían (ver) no sancionó esta brecha (el reportaje de Ciper, la omitió permanentemente). Tampoco la condenaron como era esperable organizaciones y líderes del activismo de infancia. La repuesta devastadora que recibimos de algunos al pedir apoyo fue: “es complicado, tenemos patrocinios de Unicef Chile, véanlo ustedes”. Entonces recurrimos a diversas tribunas e interlocutores, hasta llegar a solicitar una auditoria a Unicef headquarters, EEUU, por presunto “child endangerment” de parte de la Comisión Jeldres-UnicefCL (no conocimos sus conclusiones, pero vía Linkedin, supimos de la remoción y reasignación de Tom Olsen, representante en esa época). La vastedad del abandono].

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(*) Este escrito contó con la colaboración de Rodrigo Venegas, académico y psicólogo (con trayectoria en Sename), especialista en prevención y tratamiento del abuso sexual infantil. Gracias también a Franciso Estrada, académico y abogado experto en derechos de la niñez.

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Algs. lecturas relacionadas:

Carta Ps. Matías Marchant: Residencias del Sename (La tercera)

Ps. Camilo Morales: No podemos olvidar la protección de la niñez (Quinto Poder)

Ps. Miguel Molares: Sename y la negación de la injusticia social (Quinto poder)

Carta ANFUR (funcionarios Sename) por fallecimiento de Lisette (no tengo un link mejor, mis disculpas)

Carta director ejecutivo Corp. María Ayuda (con centros en sistema de protección): Muerte de niña en el Sename (La tercera)

Ps. Pamela Soto: Una muerte, tantas muertes (Cooperativa)

Pablo Walker, sj, Capellán Del Hogar de Cristo, “Fallamos todos” (el mostrador)