POSTNATAL DE EMERGENCIA

 “El mundo nunca está preparado para el nacimiento de un niño” (Wislawa Szymborska, poeta polaca)

Se supone que evolucionamos, nos confirmamos humanos, partiendo por el cuidado de nuestros cachorros. Mucho más en la adversidad, el peligro. Son tiempos de pandemia ¿cómo vamos a concurrir? En Chile se discute el postnatal de emergencia durante la pandemia. Pandemia, emergencia, postnatal: tres palabras claves que no deberían necesitar de inteligencias superdotadas para procesar el imperativo de proteger esas fragilidades. Al nacer, todas. En pandemia, todos. 

 

postnatal y cuidado de la niñez en los siglos

En 1919, la OIT adoptó la primera convención de protección maternal para mujeres trabajadoras: 12 semanas de permiso pagado, divididas en partes iguales antes y después del nacimiento. Actualmente, la norma legal (ver informe OECD 2019) varía desde licencias limitadas y sin remuneración como en EEUU –aunque las empresas pueden definir otros beneficios-, hasta más de un año de licencias remuneradas e irrenunciables para madres y padres, seguidas de fueros laborales para ambos (asegurando el empleo y no-despido por determinados tiempos para proteger el cuidado de los infantes) como en algunos países escandinavos.

La trayectoria del postnatal, y de las maternidades, es inseparable de cambios de paradigma sobre el cuidado infantil, y de la percepción de los niños y niñas como personas humanas dignas de cuidados.

El cuidado de cada nueva generación de niños es la actividad más determinante y transformadora del curso de la humanidad. En nuestra historia evolutiva, partimos haciéndonos humanos en la mutualidad, cuidando a las crías de todos entre todos (no era sólo la madre), empujando juntos la supervivencia. Alguien alimentó, abrigó, alguien no dejó morir. La vida importó mucho antes de inventarle un nombre. Es triste imaginar en qué momento exacto cortamos ese lazo; cuándo comenzó la trayectoria de nacimientos y muertes de cachorros humanos, pero destituidos de humanidad. Siglos de existencias menos importantes que la de ganados merecedores de mayor dedicación por su evidente “utilidad”, y que no debieron sufrir, como los niños, la condena de un macabro y delirante “pecado original” que llevó a los adultos a doblegarlos, o “moralizarlos”, a toda costa y a todo martirio durante eras.

Hay crónicas sobre prácticas de “cuidado” de los niños en siglos pasados que son difíciles de leer, físicamente incluso una queda demolida. En Europa –cuna de tantos saberes y progresos-, en Francia ni más ni menos, las vidas de los niños y niñas son una historia de horror. La historiadora Elizabeth Badinter documenta casi dos siglos, entre 1700-1900, de sobrecogedora desafección por el destino de los bebés que, en su mayoría, eran delegados a nodrizas inmediatamente luego de nacer. Inmediatamente no es un decir: del canal uterino pasaban a la carreta que los llevaría a lugares, en general, muy alejados de sus familias. Si no morían aplastados durante la travesía, los sobrevivientes de éstas y otras vulneraciones en etapas sucesivas, podían continuar viviendo con extraños hasta sus 4 o 5 años de edad.

Las nodrizas eran mujeres que amamantaban y cuidaban a los bebés de otras mujeres, a cambio de un pequeño pago. Vivían en extrema pobreza y se responsabilizaban por decenas de niños –en desmedro de los propios- a quienes malamente podían nutrir o proteger. Muchos bebés eran maniatados y morían sofocados o bien esperando atención en colgadores (sí, ganchos de madera en murallas) cuyo objetivo era limitar su movilidad mientras las nodrizas realizaban múltiples quehaceres. Otros pequeños morían siendo sacudidos –para “hacerlos dormir”- o forzados a consumir alimentos sólidos antes de tiempo.

Edward Shorter, historiador de la psiquiatría, comparte recuentos sobre bebés dejados a su suerte, llorando y agonizando de inanición en colchones empapados de orina y heces. Las tasas de mortalidad infantil, en algunos territorios podía llegar al 90%. En el Paris de 1780, de 21.000 bebés nacidos, sólo mil permanecieron bajo el cuidado de sus propias familias. Los otros veinte mil fueron enviados lejos: no eran sólo hijos de la aristocracia o de madres que morían dando a luz, sino también de familias donde las madres trabajaban (ref: Mother of All Myths, Aminata Forna). En Norteamérica, no era tanto mejor la situación. Los hijos seguían siendo una carga, eran brutalmente golpeados, obligados a trabajar o, en el caso de los bebés de mamás esclavas, vendidos al nacer. Las mujeres eran percibidas como poco aptas física y moralmente para el cuidado, y los hijos e hijas dependían de los padres que inclusive, en casos de divorcio, conservaban su custodia.

La percepción de los niños, lentamente, comenzó a cambiar a fines del siglo XVIII (con aportes desde la ciencia médica, la literatura, y primeras activistas por la niñez), pero la Revolución Industrial horadó el cuidado una vez más: la explotación más brutal de los niños y niñas como trabajadores, la cesión de su custodia a la Iglesia Católica (como en Irlanda, recordemos), el aumento del aborto e infanticidio, el abuso a mujeres madres y hombres padres en trabajos rasantes en la esclavitud, escriben una historia de desesperaciones que quisiéramos fueran cosa del pasado. No lo son, no todas, no todavía.

madres y cachorros humanos hoy

Desde la distancia de este milenio, y pese a muchos avances que agradecer, sorprende que la situación de la infancia y de las madres, siga siendo vulnerable a incontables violencias y precariedades. Las carencias son continuas, los abusos de poder, las decisiones dañinas de terceros –deliberadas, en pleno uso de facultades- que resultan en vastos abandonos, desprovisiones de salud y muertes para los humanos niños y niñas y sus cuidadores. En este milenio, con todos nuestros progresos, cerca de mil mujeres mueren diariamente dando a luz, y un millón de bebés no sobrevivirá el día de nacido.

El patriarcado, el capital, el modelo. Tantos nombres para una sola presencia. Para algo que asusta y que debilita ante la certeza de que algo no está bien. Por algo estamos hablando de esto. Por algo seguimos contando heridas que se originan única y exclusivamente en la intención, la elección de otros. Porque siempre ha existido la posibilidad de elegir: cuidar o no cuidar, dañar, no dañar. Dejar que otros sufran no es un accidente ni un azar cuando es posible evitarlo y se decide no hacerlo.

Me doy el tiempo para estas letras porque, a pesar de todo, las heridas son un cable a tierra, cable a cuerpo y mucho más: pueden ser el lente y el instrumento que nos ayude a sanar, salir del tráfago, del daño, todas las veces que sea necesario rectificar rumbo hasta que el cuidado, tanto más y todo afín a la vida, sea el camino claro (no sé si llegaré a verlo, pero estoy convencida que cada empeño en esa dirección suma, y eso es motivo suficiente para perseverar).

En Chile se discute el postnatal de emergencia durante la pandemia. Pandemia, emergencia, postnatal: tres palabras claves que no deberían necesitar de inteligencias superdotadas para procesar el imperativo de proteger esas fragilidades. Al nacer, todas.

El postnatal de seis meses en Chile existe desde 2011. Pero la idea era anterior. Si la ley no pudo ser promulgada antes, fue por falta de acuerdo en criterios de inclusión universal. Las madres que no tenían contrato de trabajo –estudiantes, temporeras- no debían quedar marginadas, pero la ley finalmente se promulgó dejándolas fuera. A pesar de esa deuda ética pendiente, el aumento de 3 a 6 meses es un avance, aun cuando a muchas y muchos siga costándonos comprender la dificultad de consensuar el cuidado de los bebés y de la primera infancia como inseparable de la protección del vínculo con sus madres, y sus padres, sobre todo durante los primeros años de vida (los “primeros mil días”).

Las ciencias han sido clarísimas en definir esos años como críticos para el establecimiento del apego –suelo de resiliencias, aprendizajes, capacidades relacionales-, para el desarrollo cerebral y de una base inmunológica que permita mayor defensa ante enfermedades, y para la estimulación neurológica y social determinante de progresos en etapas sucesivas. No sé quiénes, en su sano juicio, pueden concluir que con 6 meses de cuidado una guagüita está lista para ser delegada a terceros cuidadores, por magníficos que sean. No se trata de ser insensato u obtuso, es claro que hay análisis insoslayables al momento de resolver qué modalidades de post natal son necesarias y posibles de habilitar como país. Pero estamos en una situación de emergencia sanitaria global, y el discernimiento no debería ser complejo frente a la protección de la vida bajo estas circunstancias.

La maternidad se ejerce en este país desde la indiferencia o la desvalorización de su función y rol social, de modo consistente con el abandono y devaluación de otras actividades ligadas al cuidado humano. Antes, durante y después de la pandemia, sigue siendo esa, para mí, la mayor raíz de crisis sociales y la mayor herida traumática que nos atraviesa. La displicencia frente al cuidado no es exclusiva de ciertos grupos, o de la gestión de esta pandemia –que aun con el cambio de la autoridad sanitaria, sigue siendo desoladora- o de determinados gobiernos, sino que la hemos sentido en otros abandonos y negligencias activas en años de democracia, desde su retorno en 1990. Hay mucho que necesitamos rectificar y sanar.

Por supuesto ha habido logros que valorar, en educación prescolar, apoyos parentales a la crianza –como Chile Crece Contigo-, o la existencia de la defensoría de la niñez. Sin embargo, distamos de contar con garantías esenciales –mínimas, no extraordinarias- para el cuidado de la infancia y la promoción de la maternidad. Las hostilidades y puntos ciegos para las mujeres madres, y las agresiones sociales, siguen siendo innumerables –inconsecuentes con un supuesto “apoyo a la familia, los niños primero, etc”- en materia de empleabilidad, condiciones de trabajo, seguridad y acceso a salud, respeto por nuestras trayectorias de vida.

Para una mayoría de empleadores, pese a derechos ciudadanos ganados –nada ha sido una concesión-, sigue siendo un “inconveniente” el tema del cuidado infantil y las madres. Postular a trabajos en plena edad reproductiva ya es difícil, y ni hablar de retomar un desarrollo de carrera digno luego de “bajarse del tren” para dedicarse de modo primordial a los hijos -con trabajos free lance- por algunos años.

En la catástrofe actual, progresos de inserción y desarrollo laboral que fueron lenta y arduamente conseguidos en décadas recientes, dicen los expertos, enfrentarán retrocesos de a lo menos diez años. Eso ya lo estamos viendo, la pérdida, precarización o inclusive abusos en muchos trabajos, junto al deterioro de nuestra salud física y mental en jornadas donde “doble” o “triple” no alcanzan a describir la magnitud de las exigencias y el desgaste que implica el trauma de la pandemia en nuestras vidas y nuestras actividades de cuidado. Otra palabra que se vuelve pequeña es “sobrehumana”, pero de ahí hacia arriba es la carga que están enfrentando las mujeres hoy dedicadas a sostener la primera línea en salud, la educación, y otros trabajos críticos en la emergencia (provisión de alimentos, seguridad, mantención de las ciudades, policías, etc.). Habría que apoyarlas. A todas.

Ya se ha advertido del riesgo adicional que corren los bebés menores de un año frente a enfermedades asociadas a covid19. En condiciones de no-pandemia, el 75% de las muertes infantiles ocurre durante el primer año de vida (WHO, OMS). ¿Cuántas muertes podrían evitarse si toda una sociedad está atenta y cuidando el primer año, y los “primeros mil días”, y los que sigan?

el cuidado en la EMERGENCIA

Una emergencia sanitaria como la que vivimos, necesita respuestas de un Estado capaz de discernir entre lo que cuida y lo que no, como mínimo. No puede el cuidado de los lactantes e infantes suplirse a costa de precarizar todavía más la situación de sus madres y padres. Es lo que propone el gobierno con su Proyecto de Ley de “Crianza Protegida”, presentado luego de negarse a patrocinar la extensión del postnatal que ha sido apoyada por sociedades médicas y de salud mental –y ha contado con el encomiable liderazgo y tesón de la diputada Gael Yeomans-, y que suma tres meses de espera en el parlamento. Tres meses.

Es incomprensible que, en vez de haber resuelto de inmediato la urgencia de los recién nacidos, el Ejecutivo haya elegido demorar –pensemos en lo que significa un trimestre en la vida de un lactante- para priorizar una moción que bajo al argumento de un beneficio más amplio –extensivo a cuidadoras y cuidadores de niños y niñas menores de 6 años-, exigiría acogerse a la ley de Protección al empleo, utilizando ahorros individuales del seguro de cesantía. No es posible aumentar el “gasto público”, nos dicen en nuestro país a ras de OCDE. Mientras no se entienda que el cuidado humano no es “gasto” sino inversión, estamos a la deriva.

El resto del mundo desarrollado atiende a otras razones y evidencias. En años recientes,  James Heckman, Nobel de Economía (2000), ha promovido la inversión en primera infancia (ref, The Heckman Equation, Perry Preschool Project) como una herramienta contundente para el crecimiento económico y humano de las sociedades, debido a su valor preventivo y sus altas tasas de retorno en capital humano (aumento escolaridad y desempeño profesional, reducción de costos en salud, sistema penal, etc.). Ojalá esta racionalidad resuene con nuestras autoridades, ya que la ética del cuidado o la decencia humana mínima de concurrir por el más indefenso, no bastarían al parecer. No hasta aquí, pues miles de lactantes continúan expuestos a lo que ya está significando el forzado retorno laboral de sus madres, en plena pandemia, peligrando contagiarse ellas y sus bebés.

La situación de la guardería clandestina ligada a Fruna es un reflejo de la crisis de cuidado que se ha agudizado durante la emergencia sanitaria, llevando a respuestas deseperadas (Tammy Palma lo explica muy bien via RRSSS) que arriesgan las vidas de los niños, sus madres, padres, de las cuidadoras, de las familias de las cuidadoras, y así, hasta llegar a otras personas, a nuestras familias, a todos. Seguirá siendo un problema urgente a resolver el cuidado de los infantes prescolares, una vez que se apruebe la extensión del postnatal.

Por cada mes del año se vecen en promedio entre 7000 y 8000 permisos de postnatal (SuperIntendencia de Seguridad Social). El proyecto de ley de postnatal de emergencia superaría las 20.000 mujeres trabajadoras beneficiadas, durante este período extraordinario.

La situación necesita resolverse ya, sin más demoras indolentes ni desmoralizantes. La discusión sobre admisibilidad del PL de extensión del postnatal y su rechazo –en el peak de la pandemia, ni más ni menos- es un ejemplo de ello, aunque pueda entender la sobre precaución (vivimos contemplando la ingrata probabilidad del TC durante todo el trámite de imprescriptibilidad ASI). Las constituciones y las leyes no pueden entenderse disociadas de la humanidad que las creó, o del cuidado que hace posible la vida. Virginia Helds lo expresa mucho mejor: no puede existir la ley, la justicia, sin el cuidado, pues sin el cuidado ningún ser humano sobreviviría y no habría personas a quienes respetar.

En Nueva Zelanda, han transitado la pandemia sintiéndose un “team”, un equipo o colectivo, estrechamente unidos unos con otros, ¿cuándo fue la última vez que nos sentimos así? ¿Y si ésta fuera la ocasión, pensando en la protección de los cachorros humanos más-más pequeños?

El postnatal de emergencia no es un pedido excesivo ni estrafalario, sino del todo congruente con derechos exigibles -que ya son parte de nuestro marco legal- y con una ética del cuidado humano que, a pesar de todo, ha ido logrando abrirse paso en algunas de nuestras legislaciones. Recordemos Entrevistas Videograbadas e Imprescriptibilidad del abuso sexual infantil (gracias eternas a cada una y uno), Ley Sanna o la Ley del Cáncer: leyes modernas, en base a evidencias, y a lógicas de cuidado. Leyes que nos enorgullecen, que indican posibilidades de adhesiones distintas, más significativas (añoro), a un parlamento y un Estado que lleguen a linearse del todo con sostenes para la vida y bienes para la vida en común. Podemos seguir en esa dirección, claro que podemos.

Este martes y jueves próximos son instancias decisivas para el PL de postnatal (ver naexo pdf resumen). Mantengamos la atención al máximo por favor, abramos el tema en redes, escribamos un mail diario al gobierno si es preciso, todos, cada mujer, cada hombre, sin importar nuestras edades, o si somos madres, padres, abuelas y abuelos, tíos, de los más chiquitos. Podemos todos, igualmente, aportar al inicio de sus vidas. No es una causa sólo de sus mamás y papás, o de un grupo de parlamentarias y ciudadanos de buena voluntad. Somos todos, su círculo de cuidado. La aldea que acuna a sus cachorros, que quiere verlos sanos y vivos, y acompañarlos a crecer (#Ittakesavillage).

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Anexo: Minuta PL Extensión postnatal

Minuta-proyecto-sobre-extensión-del-post-natal-en-la-crisis-sanitaria-Difusion

 


Imagen destacada: Meghan Elizabeth, Minneapolis, USA