La muerte es real

Realidades alternativas, cyber espacio, sociedad digital. Hogares, escuelas, la tierra. El cuerpo. Tan real.

Sentir el cuerpo, tocarlo, afirmar los pies contra el suelo. Recordar que somos, crecemos, envejecemos y morimos en un cuerpo que es nuestro hogar primario en el hogar mayor que es nuestro mundo. Palpable, maravilloso. Frágil también.

Nuestras experiencias humanas son reales. Las muertes de niños, niñas y adolescentes lo son. Muchas de estas muertes –y sus agonías a veces de años- son debidas a ejercicios de violencia como el bullying y cyber bullying.

En Chile, el primer estudio de acoso escolar (psicológico y físico) realizado por la Superintendencia de Educación de Mineduc –establecimientos públicos y privados- revela que los lugares donde éste ocurre mayormente son el aula y el patio; que el nivel con mayores denuncias es de niños de 8 y 9 años, tercero básico (corresponden a un 21% del total de casos) y que el promedio aproximado del resto de los cursos es de un 12%.

En cuanto al cyberbullying, un estudio liberado en Mayo pasado (ver documento), señala que un 39% de los Chilenos  conoce al menos a un niño, niña o adolescente menor de edad que lo ha sufrido (sobre 80% vía RRSS y 59% vía teléfono celular) y un 85% de las personas consultadas señala que es un fenómeno nuevo frente al que se requiere atención mayor y muchos apoyos.

¿Y si fuera mi hijo, mi hija, la víctima del acoso de sus pares? ¿Y si fuera mi hijo, mi hija, quien acosa? En ambas preguntas -por impensables que nos resulten, una o la otra- hay un pedido de cuidado, examen y  responsabilidad, insoslayable para cada uno de nosotros.

El abuso mental y emocional que involucra el cyberbullying desdibuja los límites entre mundos virtual y real con enorme facilidad, y en esa confusión, los adultos continuamos sin entender la gravedad del problema ni el sufrimiento y desesperación que provoca en seres humanos niños.

Cuántas vidas destrozadas por un arsenal que es de fácil acceso, y que ininterrumpidamente puede ensombrecer días, semanas, años enteros de niños acosados.

El mundo digital ha habilitado la posibilidad de atormentar sin feriados, sin fines de semana, sin separación entre día y noche siquiera. De madrugada pueden aparecer mensajes; en medio de un almuerzo familiar; o partiendo al colegio cualquier día, encontrarse con que fotos o videos humillantes han sido difundidos con la intención –porque es intencional- de causar daño.

Para quienes somos de generaciones más antiguas, el acoso entre niños y adolescentes podía al menos tener tardes de descanso (lejos de la escuela, la plaza, los lugares donde se daba el acoso). Un respiro –insuficiente, pero respiro al fin- y un momento en que las víctimas podían sentirse a alguna distancia segura de sus acosadores, reponer energía, o jurarse a sí mismas que “la próxima vez” sería distinto, o que pedirían ayuda finalmente.

Hoy pedir ayuda, saboteando toda cordura, se entiende por una mayoría de niños y muchos adultos como una forma de riesgo y casi una “debilidad”. Enseñarles a nuestros hijos a verbalizar malos tratos de sus compañeros/as, o bien a interceder para que otro niño o niña no sea acosado, también es difícil. “Después se van a desquitar conmigo, me voy a quedar sin jugar, fuera, etc”., escuchamos, y reconocemos un temor muy humano, más en edades en que el sentimiento de conexión o pertenencia con los pares es vital para niños y adolescentes.

Son múltiples los factores que pueden explicar dificultades para concurrir, pero mientras demoramos, el acoso escolar y cyberbullying continúan rampantes, resguardándose en miedos de los más pequeños, y de los grandes también. Tantos papás y mamás que dudan sobre cómo intervenir por no exponer a sus niños a más penas ni represalias de sus pares que los hostilizan, o a conflictos con otras familias, o con el colegio. Punto para la violencia.

Tal como en otros abusos, los silencios nos desprotegen. Por más que algunos  niños, niñas y adolescentes confíen en sus padres o en un docente, o amiga/o, es frecuente que adviertan que “no quieren hablarlo mucho”, que no buscan que castiguen a quien los acosa, que no quieren más problemas, siempre disculpándose un poco, o incluso justificando a quienes los hacen sufrir. A cuántos niños pequeños –o a sus padres y madres de buena voluntad- hemos escuchado tratando de disculpar el bullying que padecen: “es que mi compañero/a es así porque la pasa mal, porque sus papás se separaron, etc.”.

Esfuerzos por explicar y exculpar, con humanidad, con compasión. Y es encomiable que niños y adultos queramos ser empáticos y pacientes, comprensivos con el niño o niña que acosa (y preguntarse qué lo lleva a actuar así), mientras intentamos lidiar con nuestras propias inseguridades sobre cómo conducirnos frente a fenómenos que nos duelen y nos quedan enormes (especialmente frente a lo que significa el mundo digital), sin respuestas a firme para las preguntas más urgentes: ¿Còmo detenemos y prevenimos esta violencia? y ¿Quién protege a las víctimas, y cómo?

Reaccionamos frente a tragedias que llegan a la prensa. Las condolencias colectivas, luego el olvido, la conformidad. Pero el acoso no termina con la muerte, y continuará de otras formas, con otros niños y niñas, en edades cada vez más tempranas, con efectos cada vez más perniciosos, y sin respuestas adecuadas a nivel nacional.

En otros países la desazón y dolor han llevado a sobrevivientes, familias, comunidades y expertos a demandar respuestas judiciales cada vez más severas –aun reconociendo que las más efectivas son la educación y prevención– y penas de cárcel mayores para adolescentes que resulten responsables o corresponsables de los acosos, la coparticipación, encubrimiento, y negligencia en detenerlos. Legislaciones como Grace 2.0 (EEUU, Maryland, entrará en vigencia a fines de 2018) considera como base el “estrés emocional” causado  y la asunción de “intención”, de modo inapelable. Porque no hay nada de accidental -ni nada, absolutamente nada que lo justifique- en atormentar a otro, ridiculizarlo, o  exponerlo  a miles y millones de extraños vía internet. O a contemplar la muerte y el suicidio.

Si extremar los recursos judiciales es el último resorte –desesperado- para responder al bullying y cyberbullying, es porque los casos aumentan y a la par, el suicidio infantojuvenil. En EEUU entre 2007-2015 se duplicó el suicidio de niñas como resultado de acosos infligidos por otras niñas (casi 40% según datos NCHS, Centro Nacional de Estadísticas de Salud).

¿Qué esta pasando en Chile en las escuelas, en los hogares, que el bullying se ha convertido en la pandemia que es entre adolescentes y hasta niños pequeños? ¿Qué ocurre, específicamente, en relación a nuestras niñas y adolescentes mujeres? ¿Cómo hilamos los relatos de la reciente ola feminista, con lo que reportan vivir alumnas de distintas edades en relación a sus compañeras mujeres que las hostilizan (sobre el 80% del ciberacoso es entre niñas, datos Mineduc)? ¿Cómo estamos enseñando de solidaridad, toda solidaridad, entre generaciones, de género, o simplemente humana, desde la educación inicial? ¿Cómo hablamos de autocuidado, de intercesión, de corresponsabilidad? Pido perdón por estas preguntas pero no puedo acallarlas en semanas recientes.

Violencia de adultos hacia los niños, y entre los propios niños. ¿Qué estamos mostrando con nuestros ejemplos en el trato, el respeto, nuestra actitud frente a cualquier violencia? ¿Por qué familias y escuelas no somos, no todavía, los aliados que necesitamos ser?

La escuela debería prodigar un espacio seguro y libre de acosos, donde poder ser en paz, conocerse, descubrir talentos. Si el uso de internet también se aprende ahí -en conjunto con el hogar- cómo vamos a prevenir errores dolorosos y daños. Me lo pregunto. Si en muchos colegios los alumnos pueden usar el teléfono para apoyar aprendizajes en el aula, pero también en el recreo y a toda hora ¿qué límites y estándares de cuidado se han considerado? ¿Existen expertos a cargo de estos temas en cada escuela?

Internet no da tregua. Los teléfonos celulares. Tablets, computadores son entregados desde pequeños sin conversaciones en torno a reglas de uso, precauciones, límites y condiciones. Mismo caso el de las redes sociales a las que niños y adolescentes acceden muy tempranamente no obstante sus creadores recomiendan edades de uso casi nunca respetadas (mayores de 14). Juegos de video hieren o matan (a animales, personas) sin que adultos conversen y refuercen en los niños distinciones mínimas entre virtualidad o fantasía, y realidad. “Deberia ser obvio” podríamos pensar. Pero no lo es, y EL ACOMPAÑAMIENTO, LA PRESENCIA ADULTA y los diálogos en torno a internet, TIC, videojuegos (así como la revisión de expertos, orientaciones de usuarios, y el ajuste a criterios de edad) siguen siendo indispensables como factor protector.

No es el afán demonizar o prohibir la tecnología que puede tener maravillosos usos, pero sí hacernos las preguntas necesarias. Cuidar, pararnos desde nuestra cordura; desde distinciones clarísimas, radicales, entre lo que protege y lo que no. 

Tal cual no llegamos y dejamos un sencillo martillo en manos de niños pequeños, o un taladro eléctrico, al crecer, ni les confiaríamos un helicóptero al llegar la pubertad, de la misma forma podríamos detenernos como sociedad a pensar con mucho cuidado y sensatez de qué maneras, y a qué edades, podemos acompañar el acercamiento de niños y niñas a tecnologías y al mundo de internet que es un planeta casi independiente en lo que a derechos y deberes se refiere, sin importar cuántos protocolos y legislaciones intenten velar por nuestra seguridad.

En el mundo virtual, cualquiera puede operar desde el anonimato, por distintos motivos, algunos por timidez, tal vez ; otros por cobardía; y para ejercer violencias, predar y acosar sin ser reconocibles, otros tantos.

No existen consecuencias para muchos daños u ofensas que se despliegan en las redes, pero que sí serían sancionados en otros entornos y tendrían costos personales, académicos, laborales, etc. La exigencia de responsabilidad es un problema y un desafío enorme. Y las herramientas de autocuidado, el ejercicio de criterios protectores, requiere de tiempos, progresiones, constantes recordatorios durante infancia y adolescencia.

En casa, al menos podemos partir desde muy chicos, por enseñar de derechos en esta era digital. Es un pequeño pero decisivo punto de partida que debe darse paralelamente en familias y comunidades educativas:

e derechos

También necesitamos saber -tal cual en el abuso sexual infantil y cualquier violencia contra los niños, así quienes la ejerzan sean otros niños- cómo responder a las develaciones de bullying, y los pedidos de ayuda.

Si un niño o niña nos cuenta que vive acosos (humillaciones, golpes, via RRSS) necesitamos escuchar-dar crédito y proteger e intervenir a la brevedad, sin dilaciones: ” El adulto/a debe intervenir cuando crea que un niño o niña padece una situación de acoso a través de TIC, de abuso, de desamparo; debe propiciar su confianza, escucharlo, ayudarlo a hablar del tema y hacer que se sienta orgulloso de haberlo hecho. Hablar de lo que le sucede, para ese niño o niña, es una manera de comenzar a defenderse. El adulto no debe cuestionar la veracidad de los hechos relatados; cuando los niños refieren acoso o abuso, casi nunca mienten. Se debe desculpabilizar al niño o niña y decirle que no es responsable de lo que le pasó o le pasa; sí lo es el agresor/a”.     (Manual Por un uso seguro y responsable de las TIC, 2010, Unicef)

Lamentablemente, se repiten testimonios sobre la indiferencia que prima en muchas comunidades educativas. Una excusa común, y muy opinable, se refiere a los límites para sancionar lo que hacen los estudiantes fuera del colegio. Pero recuerdo años en que vecinos que reconocían los uniformes, podían informar a un colegio de estudiantes peleando a combos en la plaza cercana, y se tomaba acción.

Hoy por hoy, es frustrante la desidia cuando se reportan situaciones de acoso presencial o cyberbullying a algunos establecimientos, y abisman las respuestas que dan, muchas del estilo de “vamos a averiguar”, “trabajaremos más en habilidades sociales”, “no hay que darle tanta importancia, no hay que hacer caso al que molesta”, “son cosas de niños/adolescentes, lo van a superar, dejemos que desarrollen repertorios propios”. ¿Qué tienen en el corazón estas personas? 

A los 8, 12, 15 años de edad, ¿cómo justificamos ante un ser humano que parte de su “educación” es desarrollar respuestas para sobrellevar el tormento deliberado y que esta violencia puede caber en la categoría de “cosas de niños”? Escribo y me duele y da rabia lo descabellado de todo esto.

Creo que tenemos que rebelarnos contra excusas y sugerencias que son parches inútiles, por no decir idiotas (perdón la dureza, pero ya BASTA). Si en realidad el objetivo fuera cuidar a los estudiantes y que se fortalezcan repertorios virtuosos, sería necesario otro tipo de intervenciones con mirada sistémica y sistemática, además, donde las comunidades se involucren completas: administradores, docentes, familias, y los propios estudiantes que necesitan ser protagónicos -en cada ciclo- en definir qué funciona y qué no en materia de autocuidado y cuidado mutuo, y de recursos para detener el bullying y reprocharlo categóricamente.

Estoy cansada, angustiada –no hay aquí nada profesional, soy sólo humana en mi invocación- de escuchar razonamientos crueles, francamente: “por algo le hacían bullying, quizás tenía perfil de víctima esa niña, niño, habría que llevarlo al psicólogo para evaluar por qué lo acosan”, etc. NO. Categóricamente no: basta de endosarle a las víctimas responsabilidad en la violencia que sufren, y peor si son niños, niñas y adolescentes. Escuchemos a las víctimas adultas de acoso laboral, moral o sexual. Y ahora imaginemos esas angustias y temores cotidianos, pero vividos en cuerpos pequeños, psiquis en proceso de maduración, identidades que se están construyendo.  ¿Dónde pueden encontrar fuerza? ¿Dónde estamos nosotros?

Las respuestas–de escuelas o familias- a  situaciones puntuales de maltrato entre niños  no sirven de mucho sin estrategias integrales de prevención, detección temprana, respuesta y auxilio oportuno. Y para sanar heridas que sí deja el acoso y que pueden ser tan profundas que llevan a niños y adolescentes al suicidio.

No nos escondamos tras la excusa de “algún otro problema tenía, ¿cómo se va a haber suicidado por bullying?” para no hacernos cargo de que hubo sufrimientos que pudieron ser evitables y no lo fueron porque no actuamos y así perdimos a otro niño, niña, que tenía toda su vida por delante.

Se siente, como sociedad, una resignación de ruleta rusa. “Ojalá a nuestros hijos no les toque”, decimos, pero esas plegarias ligeras y al paso eso no rescatan, no transforman, no evitan muertes. Intercedamos por favor. ¿Cómo? Hablemos con nuestros hijos, empoderemos en el buen trato, y unámonos con otras familias, pidamos consejo a profesionales, solicitemos a colegios buenos protocolos (que hagan exigible a TODA la comunidad reportar acosos, interceder, y colaborar en soluciones).

Las historias llegan a nuestros hogares y más de una vez, si no nos afectan directamente, no decimos nada, o bien tememos hacerlo, incluso si se trata de nuestros hijos, por evitarles más pesares o porque es muy difícil llegar a tomar la decisión de cambiar de escuela -por su actuación pasiva y no protectora- porque sobre todo, se siente como una injusticia para el niño/a ya victimizado , mientras sus pares agresores permanecen en el colegio, igualmente desprotegidos porque aprenderán que no existen consecuencias, ni tendrán contención o guía en cuestiones  en que seguramente las necesitan y están solos, ni tendrán la posibilidad de reforzar distinciones entre lo que cuida y lo daña (a ellos, a otros), o seguirán creciendo en la ilusión de que es posible actuar de una forma frente a profesores y otros adultos, y de otra, lesiva, con los niños o niñas que son víctimas de su acoso. ¿Cómo se conducirán quienes acosan, a futuro, con otros seres humanos? No son imposibles los cambios, pero sin mayor apoyo, las posibilidades sobrecogen.

Actuemos en favor de cualquier niño, niña que sea acosado. Ser testigos pasivos nos convierte en cómplices de alguna forma. No nos censuremos por “exagerados”, o “problemáticos”.  Y es preferible eso, a ser corresponsables de más daños y más pérdidas de vidas.

Compartamos ánimo e información. Que ningún estudiante ni familia se sientan solos, que no duden en pedir ayuda y reportar, o en recurrrir a la Superintendencia de Educación. Cuestionemos consejos tales como “mejor no crear conflicto”, “mejor veánlo directamente entre afectados, no se hagan mala sangre ni mala fama, van a  a salir perdiendo”, pues sólo perpetúan el problema. Punto para la intimidación. Y para el acoso.

No más miedos. Lo cuerdo es abogar por la no violencia, la convivencia respetuosa, y combatir el silenciamiento. Supe de un colegio donde a los niños les dieron un hashtag para que todos se animen a reportar de inmediato malos tratos y acosos a compañeros de cualquier curso, sean presenciales o detectados en redes: #elbullyingnoessecreto. Y claro que no debe ser. Tiene que saberse, necesitamos ser vocales, conversar, apoyarnos, tomar posición frente a cada acoso, de cada niño o niña. Es la única forma en que se entienda que no es condonable y que se necesita actuar de inmediato. No callemos más.

¿Cómo van a denunciar o pedir ayuda las víctimas niños, niñas y adolescentes, si los adultos guardamos silencio? ¿Qué enseñamos sobre la indiferencia ante el tormento de otro?   

Yo no quiero vivir con esa carga en mi consciencia, y creo que ningún papá o mamá querría. Aunque no sea nuestra hija o hijo, es importante reflexionar en familia, y dedicar 10 o 15 minutos y escribir al colegio al menos expresando “sabemos que esto ha ocurrido, ¿qué acciones piensan tomar, qué podemos hacer?”. Que nuestra omisión o espera a que alguien más haga algo, no sea parte ni en un 0.00000001 %  del abandono, soledad o dolor de algún niño o niña que está viviendo estas situaciones.

Tenemos una voz, una presencia que pueden hacer toda la diferencia aunque demore todavía nuestra sociedad, ministerio de educación, escuelas y colegios, centros de padres, etc., en reaccionar. Insistamos. Busquemos, compartamos información para poder actuar antes de, a tiempo, de manera efectiva. Enfrentemos la posibilidad realista de que estos malos destinos podemos aplastarlos mucho antes de que tomen cuerpo. A puro cuidado.

Hemos leído, escuchado, compartido suficientes historias difíciles, y otras horribles e irreparables. Sobran cartas desgarradoras dejadas a las familias, mensajes en redes sociales, videos de youtube, explicando el abismo que vivieron antes de sus muertes, muchos niños, niñas y adolescentes en distintos lugares del mundo. Y en Chile.

Al año 2020 enfrentaremos un suicidio diario de niño, niña o adolescente. Las advertencias no ceden desde 2010, pero ¿qué ha cambiado? ¿No debería ser ésta una prioridad nacional? Cuántos pedidos van a ministerios de educación de gobiernos recientes para que temas del cuidado y la erradicación de la violencia infantil fueran prioritarios, y continuamos sin contar con planes nacionales para prevención de bullying, abuso sexual infantil, suicidio, en todo establecimiento (¿abordará esto la mesa por la educación constituida recientemente? DEBERIA) . Las familias tenemos una responsabilidad primordial, pero solos, sin la escuela, sin toda la sociedad, no se puede.

No hay más tiempo que perder ni hay excusa, la indolencia se alimenta de excusas, a ella solamente le sirven, pero no al amor, no al cuidado, no a las vidas de niños y niñas que hoy sufren ciberacoso.

Para cambiar radicalmente esta realidad, aprendamos y enseñemos a nuestros hijos de seguridad digital, autocuidado y cuidado mutuo, de responsabilidad, de no consentimiento con el daño. Es urgente hoy tomar las riendas hasta que del mismo modo que ocurrió con el abuso sexual infantil –recordemos cuánto costaba, hace apenas 10 años, incluirlo en nuestros diálogos-, nos encontremos una mayoría despiertos, muy unidos, y muy activos frente a esta violencia. No podemos perdernos en lo “virtual” de sus manifestaciones. No son virtuales sus daños ni sus muertes.

 

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Lectura complementaria: “Bullying y el cuidado”

Indispensable: de la acadèmica Marcela Momberg, Huérfano Digital

Manual “Por un uso seguro y responsable de las TIC”  y Derechos de la Infancia en la Era digital, Unicef

TED talk “Los jóvenes tienen la respuesta”, expone Andrea Henriquez, estudiante chilena. Ojalá puedan verlo y compartirlo en todo establecimiento educativo.

Para pedir orientación y apoyos: Fundación TodoMejora y Fundacion Jose Ignacio, Chile