Acompañando a niños y niñas en este período (covid19)

Comparto este recurso luego de muchas dudas y mucha espera, para no abrumar, y respetar el tiempo de asimilar esto nuevo y difícil que nos toca vivir como humanidad.

Como todos, he sido testigo y receptora del alud de información, primero sanitaria, indispensable, para la prevención del contagio por coronavirus, y luego, un constante flujo de tips, recursos y actividades para sobrellevar períodos de confinamiento que nos está tocando enfrentar de distintas maneras, compartiendo un hilo común en la preocupación por el cuidado

Hay una minoría de personas -por distintos motivos: tipo de actividad, condiciones contractuales, etc- que pueden quedarse efectivamente en sus hogares. Otras no pueden hacerlo y entre ellas están quienes trabajan en salud, funciones críticas, fuerzas armadas, etc. Para los NNA que son hijos e hijas, nietos, sobrinos, de adultos que salen a cuidar a la comunidad, “allá afuera” -trabajadores municipales, de la salud, transporte, científicos, bomberos, carabineros, docentes, incluso autoridades, entre otros-, la pandemia se vive distinta desde la preocupación por sus seres queridos y  ayuda mucho que puedan sentir o ser testigos de expresiones colectivas de aprecio y gratitud por esa entrega.

La gratitud es fuente de resiliencia. Los niños y niñas en general se benefician -y aprenden- viendo nuestros actos de gratitud, y esos actos pueden ir dedicados a ellos también, en cada hogar, cada espacio. Ojalá las autoridades, asimismo, destinaran tiempo para enviar mensajes de aprecio a los niños y niñas, y/o para recibir sus preguntas y sugerencias (han salido ideas muy buenas durante el confinamiento). En algunas instancias -desde la defensoria de la niñez, colegio médico- se ha dado este ejercicio del cuidado. Se necesitan MAS. 🙂

Desde las familias, papás, mamás o terceros al cuidado de los niños, estamos tratando de hacer lo mejor que podemos para  responder al desafío de estos días. A las necesidades de cuidado habituales, se ha sumado apoyar sesiones de clases a distancia (con todo lo que eso ha implicado en presiones para docentes, niños y familias, considerando además, las desigualdades que también aquí nos alcanzan), contener, animar, ayudar al reemplazo de juegos que antes eran con amigos y en el exterior por otras actividades. Se sugieren muchas “para aprovechar”, he leído, “la oportunidad de recreación y de hacer cosas nuevas” en el confinamiento. Una invitación que puede volverse, a veces, hasta una presión.

El cerebro humano suele inclinarse a actividades que recompensan; si podemos hacer cosas interesantes y entretenidas durante este período, qué bien que existan recursos en cantidades para ello. O sólo darle tiempo a lo más simple, lo más significativo, lazos y afectos, interacciones -en el hogar, por telefono, y otras formas- con familias y amigos.  Y podríamos hacer nada también, dejar entrar la pausa, mirar por la ventana, o dejarnos estar aburridos o “chatos”, que también tiene su sentido, sirve, acaso más en sociedades donde el tiempo siempre parece “faltar” cuando en realidad sólo está desbordado -y cansado- intentando hacer caber más de lo que el cuerpo de sus minutos, horas y días, puede contener.

Es un derecho del cuidado, un signo de amor y autogobierno como familia el poder respetar nuestros ritmos y límites frente a agobios de antes y otros nuevos; tratar de protegernos de sentimientos de culpa y reproche que sólo nos minan. Aceptar que algunas cosas podemos hacerlas y otras no, en un período donde no se interrumpen responsabilidades y exigencias de provisión y protección para sostener nuestras vidas y de nuestros seres queridos y comunidades, al tiempo que nos constantamos vulnerables y la pandemia hace surgir miedos muy humanos y diversas preocupaciones -que nos consumen mucha energía también- en función de lo que va ocurriendo con el contagio, la intensificación de esfuerzos para “aplanar la curva”, y lo que se avizora para el tiempo que siga, de recuperación, de replanteamientos.

Chile venía desde octubre de 2019 viviendo un estallido social y un trauma país con pedidos vitales, con duelos de DDHH, con necesidades de transformación y también de reparación, ineludible, de un tejido que es nuestro, pero que es parte de una urdimbre mayo, con la humanidad que hoy enfrenta la pandemia, en todo lugar, con la incertidumbre que también es compartida, sobre cómo se escribe este 2020, el porvenir.

El futuro no es sólo el que imaginamos desde nuestros lentes más angustiados o entusiastas (mirando desde el dolor del planeta hasta la posibilidad de autos voladores y casas idem). Es también la relación con un virus (el actual u otros, siempre han estado en nuestra historia), que nos recuerda que no somos invencibles y que necesitamos y nos fortalecemos en relaciones vitales: con otros humanos, nuestra comunidad, todos los seres vivos.

Interdepedencias y fragilidades, así como necesidades humanas, y resiliencias y colaboraciones, se ven más nítidas junto a cielos, mares, valles, calles en distintas latitudes donde nuestra ausencia ha permitido a la tierra una pausa. Claro de luz, aun en medio de los duelos que junto a los actos de amor y de cuidado, necesitamos honrar también.

Un pedido especial que me gustaría hacer es a la prudencia en la información que sitúa a adultos mayores o personas con enfermedades previas como los más vulnerables o con posibilidad de morir. Todas las personas de todas las edades podrían afectarse con el virus y todos tenemos que cuidarnos. Apena escuchar a autoridades o inclusive médicos apelar a la tranquilidad social señalando que el virus sobre todo es peligroso para los mayores de 80 años. Una cosa es plantear un hecho que ha sido observable, y otra usarlo a modo de paracetamol social. Ese tipo de discurso, que han escuchado fuerte y claro demasiados niños y adolescentes, ha sido generador de mucha angustia (y ha producido descuidos en poblaciones más jóvenes, al sentirse menos expuestas al peligro).

Por cierto, la muerte es siempre una posibilidad, poco hablamos de ella, pero también la salud y la resiliencia lo son y hemos visto a personas de muy distintas edades -y hasta mayores de 90- recuperarse. La conversación principal con los más pequeños no es quiénes morirán o cómo “nos están matando (aludiendo a lideres corruptos, o fuerzas oscuras tras las pandemia)”, sino sobre la vida,

Desde nuestras ventanas no deja de emocionar ver la llegada de la primavera en el norte, o del otoño en el sur, junto a todos los animales que han salido a explorar, en el sosiego de nuestros poblados. Podemos seguir hablando, insistentemente, de la vida. Sin “dorar la píldora”, sin negar la realidad. Vuelvo a lo que E. Fromm decía al terminar la IIGM -y no me imagino lo que puede haber sido asimilar un holocausto que ni siquiera terminaba de revelarse en toda su atrocidad-, que las nuevas generaciones necesitan adultos acompañantes, sobre todo contagiosos del amor de vivir. No adultos maníacos, no hiperventilados ni hiperkinéticos, tampoco románticos, esotéricos, o haciendo de todo una oda o un tratado filosófico.  Sólo instalados, un día a la vez, en las ganas o el aprecio por el vivir, la vida en sus distintas manifestaciones (y son tantas menos mal, de las que podemos valernos para poner atención en ella). Me ha llamado la atención escuchar de algunas mamás y papás que viven en departamentos sin patios ni mucha vegetación cercana a la vista, que sus hijos pequeños han pedido “traer más plantitas cuando esto termine”. Mientras tanto, si no hay tierra o una maceta, han recurrido al experimento del algodón húmedo envolviendo un poroto, o bien han pintado árboles y recortado flores de papel, que luego han pegado en las murallas. O visto youtubes de pajaritos e insectos yendo de aquí allá en medio de bosques y llanos floridos. Amor de vivir. Por ejemplo

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Con la mejor intención -porque también soy mamá y humana y esta situación no me deja intacta en lo absoluto- va este material. Los contenidos ya son familiares, seguramente, pero la insistencia va en ayudar a situar nuestra atención en algunas esferas que son clave en el cuidado, con acciones que están a nuestro alcance en general, a las que podemos dedicar ratitos en distintos días, pensando sobre todo en prevenir o disminuir el estrés tóxico y la ansiedad -frente a eventos o circunstancias donde no tenemos mucho control, ni muchos recursos previos para orientarnos- que no sólo pueden impactar nuestro estado emocional o psicológico (e incluso aumentando las posibilidades de estallidos emocionales o agresivos en el hogar), sino de modo inseparable nuestra salud física, y sistema inmune.

Y perdón que insista, pero es muy difícil comprender que todavía en la respuesta de los Estados a la emergencia, no se incluya como un pilar determinante, la salud mental de la población y de los trabajadores de salud y de apoyo en funciones críticas. Entre los traumas colectivos de mayor impacto están las pandemias, lo hemos leído en los textos y no nos había tocado vivirlo, pero es tiempo de preparar la respuesta para ahora ya, y para el tiempo venidero.

Por lo pronto, cada comunidad, cada país, y cada familia están tratando de hacer sus mejores esfuerzos. Como familias, además, conocemos a nuestros seres queridos, lo suficiente al menos -desde la pregunta de ¿qué cuida más, en este momento?- como para ir tomando el pulso y desplegando acciones conocidas y otras nuevas para apoyar y contener a los más pequeños y los adolescentes.

Con o sin pandemia, a veces tenemos instancias familiares para “botar el estrés” que serán aun más necesarias en el encierro, desde ejercicios de respiración, hasta bailar y cantar,  saltar sobre un cojin, gritar fuerte unos segundos (a ver quién dura más) 🙂 , etc. En la cuarentena de estos días, la hora de los aplausos para agradecer a quienes están en la primera línea del cuidado puede ser de gran apoyo. En esta familia, nos ha servido mucho con la más pequeña: salir al balcón, aplaudir fuerte, silbar, gritar braaaaavoooo. Es duro el encierro para los niños, hay casas sin patio, departamentos sin balcón, y el juego al aire libre -el ir a la plaza- no es sustuible fácilmente por alternativas entre 4 paredes. El movimiento necesita su cauce y conforme pasan los días, quizás se deberá pensar alguna medida especial pensando en las nuevas generaciones (que no fueron consideradas por la autoridad, cuando sí se pudo hacer para las mascotas).

No sabemos cuánto puede durar este tránsito pero sabemos que no será eterno, y para los niños es fundamental la regulación de noticias justamente para evitar esa sensación de no-final que se refuerza con el flujo ininterrumpido de información. Explicitar la noción de lo temporal, lo transitorio, contribuye además a que, una vez superado un evento o ciclo traumático (las pandemias lo son), los niños  se recobren mejor.

Todavía estamos aprendiendo; entendiendo esta experiencia, las evidencias que son dinámicas, en Chile, y otros países. Por ahora nuestros pilares son las ciencias, el conocimiento, la corresponsabilidad y la solidaridad. Y sabemos que dependemos de las decisiones y experticias de otras personas, autoridades, científicos, médicos, etc (y ojo con lo que comentamos sobre estas figuras, porque las denostaciones o expresiones de desconfianza pueden aumentar la angustia de los más pequeños), en la respuesta a la pandemia o el logro por ejemplo, de una vacuna. Pero aunque nuestro radio de acción como ciudadanos comunes y corrientes sea más acotado, sí tenemos poderes.

El poder de actuar pensando en el bienestar y cuidado de unos y otros; de respetar las recomendaciones sanitarias que nos han entregado, y de favorecer y compartir disposiciones en el apoyo a los niños y niñas, mientras vamos encontrando la forma de adaptarnos, día a día, manteniendo lazos de afecto, de comunidad; dando espacio a lo que sentimos, sin negar abatimientos ni alegrías esperanzadas (un factor de salud, como también el humor resiliente), hasta terminar de navegar este tiempo. #JuntosnosCuidamos