Entrevista Verdadera 20/09/2016
Vinka Jackson y James Hamilton fueron entrevistados por Beatriz Sánchez en “Entrevista Verdadera”.
Vinka Jackson y James Hamilton fueron entrevistados por Beatriz Sánchez en “Entrevista Verdadera”.
Muchos papás y mamás nos preguntamos cuándo es el momento para enseñar “los nombres correctos” de las partes privadas, o si podemos usar diminutivos o apodos. No solemos hacer las mismas preguntas en relación a otras partes del cuerpo: simplemente las enseñamos usando sus nombres, con la mayor naturalidad. Es lo mismo para las partes privadas, y es positivo incluirlas desde el comienzo, incluso antes de que nuestros hijos comiencen a hablar. Hoy en día, el criterio es universal: lo encontramos en casi todos los jardines infantiles, salacunas, escuelas, en libros, en visitas al pediatra, etc. Esa sintonía expresa cuidado: la información es protectora, en cambio, la desinformación o la confusión desprotegen a nuestros hijxs.
Estamos compartiendo con nuestros hijxs una “historia” acerca del cuerpo humano, de sus cuerpos, que va con afecto, respeto, y mucha maravilla, al mismo tiempo que les enseñamos a cuidar, a cuidarse, a conocer sus derechos, sus límites y ejercerlos. Lo anterior representa un factor protector, y también empoderante para niños y niñas: provee un sustento para interacciones y relaciones que se irán construyendo en el tiempo, y para el desarrollo del consentimiento que quizás, cuando vemos jugar a nuestros niños pequeños, se ve todavía muy lejano, pero no lo es y ya comenzamos -desde el primer día- a nutrir su desarrollo. Lo demás, en las tarjetas 😉
Gracias una vez más, VJ
No celebramos “el día del menor”, como bien dice Beatriz Sanchez (destacada periodista chilena) al comienzo de este video que apela a estudiantes y profesionales del periodismo, y que también podemos acoger nosotros, en cada una de nuestras comunidades: por favor dejemos de usar “el menor” o “los menores” y en cambio nombremos al “niño”, “niña” y/o “adolescente”, en la justicia, la salud, la educación, en todo entorno.
Hemos escuchado muchas veces “lo que no se nombra no existe” y es efectivo: de alguna manera desdibujamos presencias, generaciones completas, al simplemente hablar de “menores”, y no de PERSONAS. Seres humanos niños y niñas.
Estamos claros que hasta los 18 años, ante la ley, niñxs y adolescentes efectivamente son “menores de edad”. Pero son personas, antes que todo, con dignidad, derechos, integrantes de una comunidad, países, un planeta entero. Es más largo utilizar “niños, niñas y adolescentes” (NNA), y tener que especificar más de una vez tramos de edad en esa “minoría de años”: “niños y niñas menores de 10 años, niñxs menores de 5”, etc., pero es un esfuerzo valioso.
Imaginemos versos inolvidables, o declaraciones de amor (a nuestros hijos), reemplazando niño o niña por “el o la menor, mi querido menor”: suena muy extraño, impersonal; posiblemente jamás se nos ocurriría usar esa palabra. En el cuidado, las palabras son actos mediante los cuales también expresamos nuestros compromisos e intenciones, y ayudamos a nutrir vínculos, historias de vida, la forma de convivencia que deseamos. “Niños, niñas y adolescentes” expresa respeto, desafía lo invisible. No se trata de un capricho, sino de una herramienta, una voz precisa, ahora sí.
Hay semanas vergonzantes. Otras además se sienten inhumanas. El 14 de marzo se conocieron los resultados del informe Jenafam, 2015 en el cual se indica que 79% de las denuncias por delitos sexuales que recibe la PDI, corresponde a niños, niñas y adolescentes menores de edad. Son 4890, y no son los datos completos.
Para hacernos una idea, ha habido años con un total de trece mil, catorce mil denuncias. Esto no ha generado mayor reacción, y es durísimo admitirlo. Más bestial es la pregunta de cuántos niños tendrían que vivir qué clase de vejámenes para decidirnos a actuar, sin dejar pasar un día más. Fiscalía entregó estimaciones (como en 2014) de un abuso sexual infantil en Chile cada treinta y algo minutos, y no sé cómo se miran las manecillas de cualquier reloj después de saberlo, o cómo acunamos a nuestras hijas e hijos sin ver en ellos a todos los niños (sabemos que el abuso es transversal).
Un 8,7% de las niñas y niños que viven en Chile ha sufrido abusos sexuales –desde abuso impropio hasta violaciones- antes de sus 14 años (Unicef, 2012). Según un estudio de Carabineros del 2012, por cada niña/o que denuncia, otros 6 no llegarán a hacerlo. En Chile, sólo el 2% de los delitos sexuales –total país, adultos y niños- se reporta a la policía (PNUD, 2013). No da ni para pizca de iceberg.
Es efectivo que una mayoría de víctimas de abuso sexual infantil no devela; muchas compartirán su historia en la adultez y otras, nunca. Un número considerable de denuncias surge de situaciones muy extremas, o desde relatos que niños pequeños comparten de manera casi accidental(sin saber bien lo que viven o están contando en realidad). En muchos casos, el pedido de ayuda nace de la desesperación de niñas o niños abusados que quieren proteger a otros niños (herman@s, primos, compañeros).
Hablamos de develación, de denuncia, y nos detenemos muy poco a meditar sobre el significado de estas experiencias. Siendo adultos podemos sentir vergüenza (aunque no corresponda) al dejar constancia de la agresión de una pareja, y no hay cómo describir los sentimientos que acompañan una denuncia por asalto sexual o violación. Para los niños, el abuso sexual vivido excede todo: su estatura, madurez, vocabulario, capacidades. Cómo asimilar que personas queridas que debían cuidar, atormenten (sabemos que en su mayoría, los abusadores son de la familia o muy cercanos).
Es tremendamente complejo el proceso de denuncia, las fuerzas que jalan en direcciones opuestas, contar o no, y cómo, a quién, qué vendrá después. Imaginemos los niños al centro, y a su alrededor, todos los universos que ellos habitan y cuyas energías –de apoyo, contención, indiferencia o abandono- están percibiendo, sean o no conscientes de su influjo. Imaginemos al mundo adulto, desde diversos ámbitos, debiendo crear las condiciones que permitan a los niños que han vivido abusos, saber que pedir ayuda es un derecho, y que nosotros haremos algo con ese pedido.
El cuidado debería ayudarnos a evitar, colectivamente, daños evitables. Si fracasamos en eso, y aun con la consciencia de esa derrota, a lo menos el cuidado debería servirnos para acoger la voz y verdad de los niños, y sostener la denuncia y lo que se abre con ella, viendo una oportunidad de reparar y no de sumar más heridas. No es así, no todavía.
En el caso de muchas víctimas, sus familias no advirtieron el abuso, o bien, aun sospechando “algo”, optaron por “esperar”, por desconocer, y cuando la evidencia fue inapelable, aun así eludieron la denuncia y trataron de minimizar los hechos, o pidieron a las víctimas “paciencia” u “olvido” (como si fuera posible), para “no meter a todos en problemas”. Quizás los adultos reaccionan distinto cuando se trata de un extraño que de un abusador conocido, y se sentirá distinta, en uno u otro caso, la angustia frente a costos morales y materiales de un posible proceso judicial. Pero cualquiera sea el caso, los niños son leales con quienes aman y lo que piden, lo que sienten. No querrán ver a sus familias sufrir. Y si no perciben una voluntad clara e incondicional de apoyo, lo más probable es que callen.
Si faltara la familia, uno piensa de inmediato en otras personas de la comunidad que deberían notar que algo “anda mal”. Lamentablemente, la evidencia indica que las intercesiones ante el abuso sexual no son igualmente categóricas que cuando se trata de violencia física. Los vecinos prefieren no inmiscuirse, no “equivocarse”, ser precavidos y no “alarmar” con una denuncia (y podemos empatizar, pero si está en riesgo la integridad de un niño, ¿entonces qué?). El hecho de que ésta pueda ser realizada anónimamente no hace la diferencia, y en ciudades pequeñas o pueblos donde casi todos se conocen, la resistencia a ser “denunciante” es todavía mayor. También la soledad de las víctimas.
En la escuela, al menos, la denuncia es obligatoria –por sospecha o ante la evidencia de abuso sexual, física y/o mediante un relato del niño- y sin embargo, en demasiadas ocasiones se calificará de “problemáticos” a niñas y niños sin llegar a contemplar que en realidad, podrían estar siendo abusados.
Muchos profesores no cuentan con formación esencial –ni durante sus estudios de pregrado ni en sus lugares de trabajo- relativa a detección y respuesta frente a casos de abuso sexual. Otros educadores preferirán mantenerse ajenos para no verse obligados a notificar un posible caso a la justicia. Tal vez muchos más estarían dispuestos a correr el “riesgo”, quiero creer, si supieran que un número importante de niños y adolescentes habló por primera vez del abuso con un profesor/a por quien sentía afecto y confianza. La otra preferencia mayor es con las madres (o figuras maternas), y en el caso de los adolescentes, se mencionan también los pares (un mejor amigo/a o pareja). Muy escasamente aparecen profesionales como médicos, dentistas, psicólogos, asistentes sociales, etc. Y no son pocas las víctimas que señalan errores diagnósticos de parte de estos y otros profesionales. Cuántos “trastornos” de salud, conductuales, o del aprendizaje no eran sino una “voz” que intentaba develar, sin palabras, el abuso.
Los más chiquitos pueden usar el verbo “adivinar”. Los niños más grandes, así como sobrevivientes adultos de abuso sexual infantil, expresan en uno y otro estudio, o durante la psicoterapia, el deseo de que alguien hubiese sido capaz de prestar atención y reconocer su sufrimiento para socorrerlos y detener el abuso. Muchas víctimas sienten que sus cuerpos y emociones sí “contaron la historia”. Hubo quienes además usaron palabras, y tampoco fueron escuchadas. “Exageras”, “estás confundido”, “mejor no hablar de esto”. Volver al silencio; uno que, contrario a lo esperado, no habrá sido impuesto por el abusador, sino por las omisiones de todo un colectivo.
En relación al abusador, y no puedo saltarme este punto, sus amenazas, pactos, “secretos”, pueden ser menos determinantes en la no-denuncia que otras tensiones titánicas que enfrentan las víctimas. El desconocimiento y desinformación (la falta de educación en sexualidad/afectividad y en autocuidado y prevención) son un tremendo flanco expuesto. Ningún niño pedirá ayuda si no sabe que puede hacerlo o frente a qué. Tampoco lo hará si siente que, en alguna medida, es “culpable” de lo vivido o “no merecedor” de auxilio. En este sentido, es crítico el rol que juegan los medios e internet –donde nada se olvida- para niños que sí se dan cuenta de cómo se cubren noticias sobre delitos sexuales, y cómo se estigmatiza y desacredita a las víctimas, o se las desprotege al punto de que “todo el mundo termina enterándose” de sus historias, nombres, colegios, etc. Hemos visto cómo expedientes judiciales completos han llegado a la web con todo el costo que esa violación de la privacidad tiene para las víctimas, en todos sus entornos, en el presente y hacia el futuro.
Los niños y adolescentes que han develado, en su mayoría señalan como lo más reparador el que al menos una persona les haya creído y se haya mostrado dispuesta a detener el abuso. Pocas víctimas hablan de “castigo”, “sentencias”, o “impunidad”; ni siquiera de “justicia”. Son palabras más bien distantes del vocabulario y conversaciones de la infancia. Pero hay niños que sí llegan a saber por los medios que hay abusadores que continúan libres, como si nada. ¿Para qué denunciar entonces? Y si la denuncia se constata como una fuente de nuevos daños, es comprensible que muchas víctimas se retracten. Estamos muy claros en que la trayectoria de la justicia chilena aún expone a niñas y niños a la reiterada evocación del trauma (por eso la urgencia de contar con la ley de entrevistas videograbadas), en tanto muchos imputados tienen la prerrogativa de declinar evaluaciones psicológicas, optar a penas remitidas y hasta reducir años de cárcel por “buena conducta”, sin ninguna garantía de rehabilitación y no-reincidencia.
Las realidades y cifras de abuso sexual infantil están disponibles hace mucho, y más cuesta digerir la indolencia en un país donde a duras penas existe un proyecto ley –luego de 26 años de democracia- para la protección integral de la niñez, y donde día por medio se vindican los derechos humanos, pero de los adultos, o donde escuchamos hablar de “obligatoriedad de la denuncia” para víctimas de violencia sexual con una desafección alarmante, durante el debate para el proyecto de ley #3causales (recientemente aprobado en la cámara baja). Un 70% de las víctimas de violación en Chile son niñas: a ellas las ignoran, de ellas hablan con crueldad y sospecha, revictimizándolas. Y si fueran sus hijas.
Y si fueran las nuestras. ¿Podríamos decirles que confíen en su país?, ¿confiaríamos nosotros así como están las cosas? Cada uno con su respuesta, pero por favor pensemos en cuánta valentía y resiliencia han tenido los niños y niñas que aun con todo en contra, sacan la voz cada día, y los adultos que convierten esa voz en denuncia y apoyo para sus hijos, y en invocación, también, para nosotros.
Escribí hace unos días “Todo un pueblo”, reflexionando sobre el proverbio africano que el film Spotlight amplificó en resonancia al vincularlo al abuso sexual: “it takes a village to raise a child… and it takes a village to abuse them”. Se necesita de toda una aldea, de todos y cada uno, para criar a un niño…y para abusar de ellos también. Somos todos necesarios, asimismo, cada regazo y par de manos, para abrir paso a la verdad, ayudar a reparar. Ser un pueblo leal con sus niños. Ora na azu nwa (Igbo, Nigeria).
Publicado en Voces de La Tercera el 28/03/2016
Este material ha sido preparado especialmente para niños y niñas en la prescolaridad y ciclo básico temprano, 0-7 años (puede ser más, he visto excelente resonancia hasta los 9, y en esos casos, se aborda con muchas más preguntas y opiniones que niños un poquito más grandes están en condiciones de desarrollar), y para ser trabajado en compañía de sus familias y/o docentes.
Una buena idea es fotocopiarlo y compartirlo con la familia extendida que siempre puede ser una gran aliada si cuenta con información acerca de qué etapas y tareas del desarrollo están viviendo nuestros niños, y qué temas estamos conversando con ellos y cómo podemos cuidarlos y guiarlos mejor.
Los elementos centrales de este material -inspirado en el libro “Mi cuerpo es un regalo”- son “mi cuerpo me pertenece, es mío, escucho su voz, lo cuido, me ayudan a cuidarlo, merece ser cuidado de la mejor manera”, y la noción de “círculo de cuidado” , ese grupo de personas que para los niños y niñas son fuente de afecto, confianza, y cuidado incondicional.
La “voz del cuerpo”, y las necesidades de salud y bienestar de cada cuerpo de los niños y las niñas, necesitan estar presentes siempre, son temas cotidianos, que podemos retomar a diario, en pequeños intercambios. Conozco a muchos niños/a que desde este acercamiento temprano a la consciencia de lo corporal, hablan de “mi cuerpo me pide más agüa, más postre, más juegos, más amor, o menos acelga o brocoli (jaja)” y que expresan sus emociones asentadas en el cuerpo.
Los límites comienzan aquí también, en los menos y más, en los después, en los “me da un poco de susto, me emociona, siento nervios (situaciones sociales nuevas, etc)”, o en los “prefiero jugar de esta forma sí y de esta no”. No puedo enfatizar lo suficiente, cuán importante es dar presencia al cuerpo y su voz, y ser nosotros capaces de escuchar y acoger lo que esa voz expresa, para que así nuestros hijos también aprendan a escucharse a sí mismos desde pequeños.
Es sumamente importante que trabajando este material, y siempre, periódicamente, en diversos contextos, propongamos a nuestras hijas e hijos nombrar una por una a estas personas, y nosotros registrar, esos nombres. Si son 5 (es un buen número), pueden nuestros niños, por ejemplo, anotar sus nombres en cada dedo de una mano, o hacer un dibujo (que reúna a la mamá, papá, alguna maestra/o, pediatra, un abuelox , por señalar algunas personas que se repiten en la mención/selección de niños de diversas latitudes).
Es fundamental, asimismo, conversar de quiénes son y por qué fueron elegidas las personas del círculo de cuidado, pero sin cuestionar sus elecciones. Si notamos que hay alguna que nos resulta particularmente preocupante (por ejemplo, una tía o primo mayor o padrino que no tiene límites, que establece relaciones demasiado intensas, o que continuamente fuerza cosquillas e interacciones físicas), necesitamos redoblar atención, si es posible explicitar a esa persona nuestras preferencias acerca de cómo interactuar con nuestro hijo/a.
Recordemos explicitar a los niñxs que en su círculode cuidado (o su lista de personas favoritas que los cuidan) se pueden agregar integrantes o bien, que puede haber “turnos” -un concepto con el cual los niños están familiarizados- y por ende, ellos pueden perfectamente cambiar a una persona por otra. Estas instancias, por último, son propicias para conversar en general sobre el rol y responsabilidades del mundo adulto en el cuidado (y todos: bomberos, carabineros, choferes, personal de salud, gobernantes).
En relación al círculo de cuidado, por último, es muy recomendable que conversemos y compartamos con quienes fueron nombrados por nuestros niños en su círculo de cuidado, cuáles son las expectativas que trae consigo este “nombramiento”: la disposición a escuchar sin juicios, a creer y acoger lo que los niños cuentan (luego podemos examinar o preguntarnos por esos relatos lo que queramos, pero al escuchar, acogemos sin cuestionar ni ponerlos en duda, sólo escuchamos), a estar disponibles pues en situaciones de “malestar” la recomendación es recurrir, contar y/o pedir ayuda de inmediato a alguien del círculo de cuidado.
La afirmación, explícita o no, es todo el tiempo: “yo te cuido, yo te aprecio, yo te creo”. Por cierto, es necesario que todos nos ayuden -me refiero a quienes son parte del círculo de cuidado- compartiendo oportunamente toda información que nos sirva para proteger y orientar mejor a nuestros hijos.
Como una música que siempre acompaña, los “derechos de los niños”, al menos los que dicen relación con el respeto a su integridad, el buen trato, la protección, el derecho a estar saludables y seguros, a contar con cuidados.
En relación a las partes privadas, partimos de la base que es indispensable enseñar sus nombres correctamente y reforzarlos de forma constante (más aún si todavía se usan apodos cariñosos para nombrarlas a veces). No se hace fácil compartir orientaciones como “nadie puede pedirte tocarlas o que le toques sus partes a otro”, pero todo dependen del tono en que lo hagamos, la carga o naturalidad que imprimamos a ese mensaje. Es un mensaje protector, es empoderante, va con amor: no necesita ser tenso o sombrío. Sereno y claro, eso sí.
En relación a los secretos, reforzar la noción de que no son secretos sino “sorpresas” los regalos o fiestas que se preparan para personas queridas, sin que podamos contarles por un tiempo. Hablemos con amiliares y amistades para que ojalá compartan esta noción también y eviten naturalizar los secretos. Igualmente, si algo es privado o personal, no es sinónimo de “secreto”. Que no compartamos algo con los demás no significa que lo ocultemos, o que no confiemos en alguien. Por ejemplo, en el colegio cuando comienzan los niños y niñas a hablar de un amigx especial o un niñito/a que “les gusta”, no hay obligación de contarle a medio mundo o responder preguntas (así sean nuestras, o de los abuelos, etc). Pueden responder “es personal”, o “ahora no quiero hablar de esto, gracias”.
Cuántas veces nosotros como adultos no hemos querido compartir un proceso íntimo y terminamos a contrapelo contando la historia completa sólo para que nuestra reserva no se interpretara como algo negativo, oculto, o vergonzante, o como poco afecto o desconfianza por nuestro interlocutor. A muchos no nos enseñaron de niños que hay temas, espacios “personales”, simplemente. Tampoco nos enseñaron que no estábamos obligados a saludar de igual forma a todas las personas, o a que teníamos un cuerpo al que podíamos llamar “mío” y prodigarle afecto y cuidados, o que era un derecho de los niños establecer ciertos límites y decir NO si algo nos hacía sentir incómodos, confundidos o asustados. El reforzamiento de esta idea de los límites y el NO es fundamental como factor protector en la esfera del abuso sexual, y en otros dilemas que irán enfrentando nuestros hijos conforme crecen y la relación con sus pares aumenta en importancia, junto a las presiones sociales, también.
Más que el abuso sexual y su prevención que es absolutamente indispensable y una responsabilidad nuestra, todos estos materiales que estamos compartiendo convergen en algo mucho más vasto que es el desarrollo del consentimiento. Estamos construyendo su suelo desde que nacen nuestros hijos, y en la etapa prescolar y escolar temprana nos jugamos una tremenda oportunidad de hacerlo sólido para el futuro. Gracias por concurrir, una vez más, VJ. Les invito a conocer la tabla:
La prevención de abusos es un imperativo para todos los que somos madres y padres, convivimos y/o trabajamos con niños y niñas. Por supuesto nos hacemos decenas de preguntas antes de emprender este camino: ¿no será demasiado, realmente es necesario, cuánta afectará su inocencia o confianza en el mundo, no estaremos pecando de sobreprotectores, histéricos, etc? Categóricamente SI a la necesidad de la educación y prevención, y rotundamente NO a los cuestionamientos sobre nuestra “exageración”.
Esto se trata de responsabilidad, de cariño, de honestidad en la presentación de un mundo -el que van habitando y haciendo suyo nuestros hijos- donde siguen siendo más las personas que cuidan, pero donde también existen motivos para estar muy atentos en la protección.
Los niños, llegada cierta edad y conforme crece su capacidad de comprensión, saben que exiten “desviaciones” del bienestar y el cuidado: escuchan hablar de robos y ladrones, de la violencia y las guerras, o el maltrato a los animales, o los daños al medioambiente. No por estas nociones van a quedar para siempre traumatizados, atemorizados, o van a perder vitalidad y alegría. Pero claro que dudamos, en lo personal y aún trabajando en esta esfera, se me ha hecho difícil con mis propias hijas (y querría un mundo donde jamás hubiese sido preciso hablar de abuso sexual o combinar esas dos palabras en relación a los más indefensos). Hasta que constato que su entusiasmo y maravilla ante la vida, y el disfrute de los vínculos, no cambian porque hayamos conversado de “riesgos” o de medidas de autocuidado.
Por el contrario, entregar ciertas herramientas se siente empoderante. Y obviamente no vamos a hablar de “delitos sexuales” o “redes de pedofilia” a niños pequeños (aunque crecerán y nos preguntarán muy seguramente por éstas y otras nociones difíciles), pero sí de formas de tocar apropiadas y completamente inapropiadas, del derecho a decir NO y protegerse, y junto con ello estaremos nosotros muy alertas en el cuidado y el rol que nos pertenece, en la supervisión, la guía, sin dubitar ni creer por un momento que por esto afectamos el espíritu democrático y respetuoso de nuestra crianza, sino que estamos ejerciendo responsabilidad y dando ejemplo de ella.
Si por ejemplo, definimos controles parentales o reglas -por ejemplo, en relación a ciertos juegos de video y la edad que indican, ni un día menos; o a cuentas en redes sociales, uso de internet, uso de celular generalmente pagado por nosotros, etc-, no nos convertimos en “policías” ni tiranos ni padres “anticuados”, se trata de reglas claras, y de una actitud de cuidado que los niños aprecian cuando es translúcida, y no un subterfugio para el control sin más. Además, las reglas se reciben bien cuando se acompañan de diálogos y escucha, de entrega de información imprescindible (aunque no nos guste, aunque nuestra opinión sea negativa en relación a ciertos temas, no negamos datos vitales, que aportan al autocuidado de nuestros hijos), y sobre todo de amor y respeto.
En esta tabla volvemos sobre elmentos como la información precisa, educación en sexualidad/afectividad y relaciones humanas, conversaciones acordes a las edades, contextos, y capacidades de comprensión de los niños; el respeto a la “voz del cuerpo” e intuición, enseñanza de derechos, ejercicio y expresión de preferencias, y límites-límites-límites (una herramienta imprescindible). Son algunos pilares fundamentales, que siempre están en actualización, para la promoción del cuidado y la prevención de abusos. Más vasto aún: alcanzan el desarrollo de la identidad, del autoconocimiento, de la autoconfianza y autoestima de nuestros hijxs, y progresivamente, en la mirada de mediano y largo plazo, están proveyendo la base de sustento para el consentimiento adulto. Muchas gracias por concurrir. VJ
Entre 17 mil a 20 mil denuncias anuales: se estima que un 70% de los delitos sexuales en Chile los sufren niñas, niños y adolescentes (el Ministerio público estimó en 2013 un abuso sexual cada 33 minutos). Por cada niña o niño que denuncie, otros 6 no lo harán (Carabineros de Chile, 2012).
Las víctimas de abuso sexual infantil cuyas denuncias llegan a la justicia, transitarán un difícil camino con un sinnúmero de solicitudes –entrevistas, pericias, interrogatorios, audiencias, etc- que lejos de apoyar su reparación, producirán más daño al forzar la evocación reiterada de sufrimientos emocionales y físicos asociados a la experiencia de abuso. Daño sobre daño: victimización secundaria.
En Chile, familias de niños y niñas víctimas, junto a organizaciones y trabajadores de infancia, llevan años defendiendo la necesidad de garantizar la debida protección a los derechos de los niños durante el proceso judicial. El año 2014, el gobierno anterior presentó un proyecto de ley de entrevistas videograbadas. El gobierno actual modificó dicho proyecto durante 2014, llegamos a 2015 y en el mes de mayo compromete una nueva formulación (responsabilidad del Ministerio de Justicia) y posterior trámite. Es demasiada espera.
Ya suman 2 años esperando por esta ley, mientras niñas y niños siguen siendo vulnerados. No podemos dejar pasar más tiempo: es prioritario retomar la discusión en el Congreso, realizar las indicaciones que sean pertinentes y promulgar la ley (por cierto, asegurando los financiamientos necesarios).
En 2016 tenemos la oportunidad de completar el proceso y cumplir como país con esta #tareapendiente. ¿Cómo podemos ayudar?:
Otros recursos:
Llamado en redes a reactivar discusión y trámite de la ley, Fund. Amparo y Justicia, V. Jackson (ver enlace)
Carta diario La Tercera, Vinka Jackson y Rodrigo Venegas, Psicólogos ASI (ver carta)
Testimonio de mamá cuyas hijas vivieron ASI y victimización secundaria en la justicia (carta)
Columna sobre victimización secundaria y realidad chilena (texto completo, #VOCES LT)
Entrevista CNN a Fundación Amparo y Justicia, campaña #tareapendiente (video)
La escritora de la Guía para el cuidado infantil “Mi cuerpo es un regalo” y “Agua fresca en los espejos”, Vinka Jackson visitó la Universidad de Playa Ancha para dictar una clase a los estudiantes de Educación Parvularia.
Invitada por la coordinadora docente de Educación Parvularia, María Inés Fuentes Bardelli, la especialista compartió sus saberes con futuros formadores con la finalidad de elevar los estándares de atención a los niños en los establecimientos educacionales y en el diario vivir.
“No partamos de menos a más. Se deben establecer vínculos claros y seguros con los pequeños, donde haya estándares claros de cuidado y normas de convivencia definidos en cada establecimiento. Para ello es muy importante que los niños sean validados, que los adultos referentes aprendan a escuchar y creer en los niños”, aseveró la psicóloga.
-¿Qué relevancia tienen estas acciones en el desarrollo del niño o la niña?
“Sin ánimo soberbio creo que aquí estamos, en cada una de estas instancias cambiando el mundo, si no al menos cambiando el país, la educación o por lo menos cambiando la relación con los niños. Es fundamental entender que lo que hacemos ahora incide en el niño y en la mujer o el hombre que van a llegar a ser algún día. La charla de hoy es un granito de arena respecto a la relación que podrán establecer no solo con sus futuros estudiantes sino con sus propios hijos”.
-En ese sentido, esta responsabilidad nos alcanza a todos.
“No somos solo responsables de nuestros niños, compartimos una responsabilidad entre todos, es una tarea mancomunada y también cómo afrontamos colectivamente cuando no logramos evitar el sufrimiento de un niño. Lo que podemos hacer de la educación, de Chile, también nos compete a todos.
Tenemos una responsabilidad cívica y activista potente e indeclinable, todos quienes trabajamos en ámbitos vinculados con la niñez y también con los adultos mayores, pero especialmente con la niñez.
-¿Por qué especialmente con la niñez?
“Entre los 0 y los tres años se desarrolla el cerebro a un 80 por ciento y el resto alcanza su plenitud hasta los 25 años, imagínate la importancia de esos tres años. Todos los que están acá son docentes de párvulos, mujeres y hombres que van a tener un tremendo impacto en la vida de un montón de niños entre los 0 y 3 años, si bien no vas a lograr incidir en la vida de todos por igual, pero si incides en uno o en cinco es muy significativo”.
-¿Qué rol cumple entonces la educación en este trabajo de formación desde la niñez?
“Creo que no hay misión más noble y revolucionaria en estos momentos que trabajar en educación y especialmente en educación de primera infancia. Si hay una posibilidad para que este país cambie tiene que ser desde aquí.
Desde la educación parvularia se están haciendo muchas cosas, veo un interés de los docentes por replantearse la relación adulto – niño, el cómo la sociedad los concibe como ciudadanos como personas sujetos de derechos, etc.
Lo que puedes ver de aquí a 20 años podría ser increíble, realmente, creo que hay otros cambios que no se van a dar de otra manera. Creo que es un trabajo de hormiga y parte en la sala, con cada niño, con cada familia. En la actualidad ser niño ya no es fácil, y es cosa de ponerse de rodillas para ver el mundo desde esa perspectiva. Más difícil es cuando en tu país no está la disposición de acoger a todos los niños o que dé oportunidades a todos los niños por igual”.
-Es bastante crítica su postura.
“Lo digo porque la cantidad de talentos que estamos dilapidando es tremenda, el piso que da una Ley de Protección Integral de Derechos de la Niñez es lo mínimo, nosotros aquí podemos ir mucho más allá y hay una serie de niños que por las condiciones por las que viven, por el mayor o menor grado de expansión que tiene la educación hoy en día no están descubriendo todos los talentos con que vienen.
Existen doce tipos de inteligencia, todos tenemos talentos pero dependemos de que alguien nos haya ayudado a explorarlo y descubrirlo.
Los niños, y aquí sí que somos claves, y un solo adulto tanto en abuso sexual infantil como en la vida en general de cualquier niño, hace la diferencia.
El libro que lanzaré prontamente que se llama “Todos juntos”, trata un poco de eso. Hay historias increíbles de niños en el mundo que están haciendo cosas fascinantes, nobles, solidarias, y no es porque sean solamente tan únicos, que lo son y cada niño lo es, es porque tuvieron cada uno de ellos un adulto que se la jugó por potenciar sus talentos y habilidades.
Actualmente, los niños muchas veces sienten un cambio muy drástico en la enseñanza básica, el tono no debería cambiar. El cuidado es indivisible de toda la educación de 0 a 18 años y más, lo mismo la fascinación por el conocimiento. Nunca un niño está más abierto a la maravilla que durante la primera etapa, porque todo es nuevo para ellos, pero esa actitud fascinada podría durar toda la educación si quisiéramos”.
-Usted ha sido la principal promotora de la Ética del Cuidado, ¿cómo se vincula con este proceso formativo?
“La ética del cuidado pone en el centro algo que está en nosotros, que traemos y hay que vivirlo. La ética del cuidado no es que se aplique mientras sean chiquitos, es para toda la vida y además fortalecemos el cuidado de los unos con los otros.
Los niños deben comenzar a crecer en una comunidad preocupada por el otro, donde deben primar los buenos tratos, y donde los adultos referentes deben observar el mundo desde sus coordenadas.
En ese sentido, hay temas que se deben abordar abiertamente como el desarrollo de la afectividad y la sexualidad en los niños; la utilización de un lenguaje propio para la edad. Otro factor determinante es la posibilidad que le damos a los niños y niñas a decir que no en los primeros años, y respetar esa decisión. Con ello no estamos trabajando para los 3 o 4 años sino para los 14, 15 años, donde un 80 por ciento podrá decir que no a situaciones de riesgo”.
Autora de libros como “Agua fresca en los espejos” y “Mi cuerpo es un regalo”, la psicóloga Vinka Jackson ha trabajado extensamente desde su profesión sobre el cuidado y prevención del abuso sexual en niños y niñas. Sin embargo, no es un tema discutido públicamente y en el cual las ciencias sociales “tienen mucho que aportar”, según Jackson.
El último periodo de la dictadura marcó el ingreso de la psicóloga, escritora y activista por los derechos de la infancia, Vinka Jackson (47), a la Escuela de Psicología de la Universidad de Chile. Optó por la casa de estudios porque “desde donde yo podía ver o intuir como adolescente, era más diversa e inclusiva en su estudiantado que las demás de esa época”, recuerda. Sus primeros años de estudio estuvieron marcados por activas movilizaciones y resistencias a la “pesadumbre y espanto de esa época. Crecimos mucho en esos afanes”, recuerda.
Mientras cursaba su tercer año de carrera, triunfó el No en el Plebiscito de 1988, y más tarde Patricio Aylwin asumió como primer presidente de la transición, por lo que los cambios ocurrieron después de su partida de la universidad. “La formación que recibí, en retrospectiva, fue versátil, y en algunas asignaturas, con ciertos maestros y maestras, enriquecedora y provocativa. Hablo no sólo de mi escuela, sino de sociología y antropología también, y de muchos ramos de los cuales pudimos beneficiarnos como oyentes”, comenta.
Vinka Jackson es discípula de Carol Gilligan, Psicóloga Social de la Universidad de Harvard, quien destaca por ser pionera en la ética del cuidado. Jackson se ha dedicado y especializado en la prevención y tratamiento del abuso sexual infantil (ASI). Paralelamente, desarrolla actividades de orientación y educación en afectividad, sexualidad y relaciones humanas en comunidades educativas. Entre sus publicaciones, se cuentan el libro autobiográfico “Agua fresca en los espejos”, “Mi cuerpo es un regalo” y “Tod@s junt@s”, que será presentado el jueves 28 de mayo en la Fundación Cultural de Providencia.
-¿Cómo se ha desarrollado su vocación profesional por la psicología?
Yo creo que quizás la conclusión interna más importante es que dentro de la Facultad de Ciencias Sociales, miraba con enorme admiración y casi con poca autoestima a sociólogos y antropólogos en tanto estaban pensando la sociedad, mientras que los psicólogos la miraban de otra manera. Por eso, la psicología social resultaba tan interesante y te convocaba.
Pero, luego me percaté que el para qué de las cosas es la pregunta más importante que te puedes hacer en todo. A lo largo de los años, se me reveló que la vocación profesional vinculada a las ciencias sociales era tan relevante como si hubiese elegido estudiar medicina porque en esto del para qué de las cosas, la medicina tiene un para qué muy evidente y cotidiano. Eso, lo empiezas a ver más claro conforme creces, que tu carrera o área de estudios no es separable y es parte de un tejido mucho mayor donde todo incide en el vivir mejor.
-¿De qué manera han incidido las ciencias sociales en el análisis de temas contingentes como los derechos de la infancia, problema que has abordado constantemente en tus libros?
Es bien exacto el momento en que estamos viviendo. Yo siento que ha habido, y de parte no sólo de las ciencias sociales, sino que de las humanidades en general mucha contribución en este tramo, desde el cómo o porqué se origina una serie de dolencias y fallas o sufrimientos, en un sentido ético y social. Hay una sensación de malestar que va mucho más allá de la indignación y del grito, yo creo que nos sentimos apesadumbrados en este minuto. Ha habido conductas de la clase política o de las élites que nos han hecho mal de salud.
Ahora, he sentido nostalgia de verdad y, tal vez en una lógica muy práctica y cotidiana -y en eso la maternidad a uno la determina bastante- de cómo vamos a salir de esto: pensar el ahora y el mañana. Extraño también las voces provenientes de los cientistas sociales para señalar cómo caminamos, qué de nuestra experiencia recogemos, de qué manera hacemos justicia y nos perdonamos en distintos grados. Se usa mucho la frase de que todos somos responsables. Yo creo que sí la responsabilidad es compartida porque incluso no responder y no actuar muchas veces es una forma de respuesta.
A partir de las primarias estuve haciendo campaña para no votar desinformadamente. Creo que un tema álgido es la situación de la niñez: los niños no tienen votos, poseen una voz muy limitada, carecen de incidencia económica, por tanto en una elección no están visibles. ¿Quiénes hacemos sus voces visibles? Los adultos y si estoy compartiendo con niños con mayor razón estoy votando doble o triple.
A mí me parte el alma que no se acostumbre preguntar a niños(as) cómo te gustaría o qué te gustaría hacer. Es una interrogante que les hacemos pocas veces, y yo creo que ahí las ciencias sociales tienen algo tremendo donde aportar y desde otro lugar.
-Sobre modificar el ahora y el mañana en nuestra sociedad en temas como, por ejemplo, los relativos a infancia, ¿qué postura debieran adoptar las ciencias sociales?
Si las ciencias sociales pueden ayudar a que se canalice o despierte lo que sabemos y hacernos conscientes de todo lo que sabemos y plasmarlo en palabras y acciones, sería un tremendo salto.
Me ha gustado mucho conocer a profesionales jóvenes, es en ellos donde he visto señas esperanzadoras de, por ejemplo, esto que comentaba de humanizar o aterrizar el lenguaje de otra manera para que todos podamos conversar de ciencias sociales.
Cuando uno habla de cambiar el mundo suena utópico pero no, cada quien puede tener una propia agenda de cambios del mundo, mundos más chiquitos, mundos más grandes, y lo que una democracia, gobierno o todos en un país podríamos aspirar es a que la vida sea mejor y eso requiere cuidado, cuidados bien particulares que se expresan en leyes, actitudes y cambios culturales profundos. En este sentido, nuestra voz, como la de otras ciencias no se ha aprovechado al máximo todavía.
Con todo el entusiasmo que me provoca ver los cambios de mi propia escuela en la Chile, todavía tengo la añoranza y, para eso, pido a la academia en general que podamos interactuar, particularmente, con niños(as) y actualizar el currículum de enseñanza para integrar temas que tienen que ver con el cuidado y la prevención del abuso sexual infantil.
Es maravilloso tener la posibilidad de escribir un paper para la academia y desarrollar investigaciones que cambien el curso de la humanidad en las sociedades. No obstante, no nos perdamos con las tareas cotidianas. Sin perder los horizontes mayores -porque hay que soñar en grande y proponerse metas importantes- no hay que perder de vista aquellos espacios más pequeños donde de repente la semilla crece mucho más grande. Un proyecto de seis meses termina generando, por ejemplo, un cambio de estructura mental o de actitudes en alguna comunidad específica.
Carolina Escobar, periodista Facultad de Ciencias Sociales.
Publicado en Facultad de Ciencias Sociales de la Universaidad de Chile (FLACSO) 14/05/2015