Aire Fresco – Radio Duna 06/03/2014
La psicóloga Vinka Jackson y la Ministra del Sernam estuvieron junto a Polo Ramírez para presentar el libro “Niñas hoy, mujeres mañana”.
Enlace al podcast en la web de Radio Duna
La psicóloga Vinka Jackson y la Ministra del Sernam estuvieron junto a Polo Ramírez para presentar el libro “Niñas hoy, mujeres mañana”.
Enlace al podcast en la web de Radio Duna
Vinka Jackson Nació en 1968, en Santiago, y actualmente vive entre dos hogares: Chile y EEUU (su lugar de residencia desde 1996). Es mamá, psicóloga (U. de Chile) y escritora (Ediciones B). Su primer libro, “Agua Fresca en los Espejos, abuso sexual infantil y resiliencia”, fue honrado como obra inédita por el Consejo de la Cultura (Chile, 2006), y cuenta a la fecha con cuatro publicaciones. Hoy en día, trabaja en una serie de libros infantiles. “Mi cuerpo es un regalo”, publicado durante 2013 y primer volumen de esta serie, ha sido recomendado como material educativo por Junji-Mineduc para sus jardines infantiles a nivel nacional.
Antes de comenzar, Cuéntanos un poco de tu día a día ¿Qué haces en tus ratos libres? ¿Alguna rutina; lectura, música, silencio?
Tengo dos hijas, y una muy pequeña, de 5 años, que marca mucho el compás de mi día a día, y luego el trabajo. Es una vida bien movida, días largos, duermo poco, 4 a 5 horas diarias (eso desde niña no ha cambiado). La verdad es que añoro tener más tiempos libres, pero son escasos y de dos tipos: en familia (marido e hijas) y conmigo otro poquito. Esos los destino a leer poesía, escribir, a veces dibujar un poco, y bailar (aunque sea sola y por una canción).
Fruto de tu trabajo constante es tu último libro, “Mi Cuerpo es Un Regalo” que va ligado a tu anterior obra “Agua Fresca En Los Espejos“ ¿Es como una segunda parte? Háblanos un poco sobre ese trabajo y sobre esos libros.
Son obras hermanas; o una suerte de madre e hija. Ambas tienen la buena voluntad de aportar a la prevención de abusos, de proponer una convivencia entre adultos y niños donde el respeto y el cuidado sean vectores. Pero lo hacen de formas diferentes. “Agua Fresca…” es un trabajo dedicado a personas grandes, lectores jóvenes o adultos, eso porque la temática de abuso sexual infantil es difícil y muy dura, pese a la luz que aporta la narrativa sobre resiliencia y reparación. En cambio, “Mi cuerpo es un regalo” es un libro que nace por y para los niños –aunque la lectura ojalá sea acompañada por los adultos-, y la experiencia que propone es la de maravillarse con el cuerpo, la vida, y la dimensión irrecusable y enriquecedora del cuidado (y el autocuidado). En lo personal, fue super importante para mí poder hacer algo que alcanzara a la sociedad adulta, pero que también fuera un aporte directo para los niños, en su mundo. Entre la escritura del AF hace ya siete años, y el comienzo de la serie para niños ahora, siento que se completa un círculo de protección añorado, que yo necesitaba dibujar. Sin ánimo autorreferente, de niña habría agradecido que cayera en mis manos un libro como “mi cuerpo es un regalo”, o de adulta, como mamá, cuando comencé el camino con mi primera hija y quería entregarle la visión más bella sobre su cuerpo y también más clara en sus derechos.
¿Eres consciente de la importancia de tu trabajo como escritora?
Me tomo el oficio de escritora, y todos mis oficios, con mucha responsabilidad. Ahora, yo he elegido por un ciclo de tiempo largo aportar, mediante la voz escrita, en un espacio que es más bien comunitario, en temas sociales, desde la mirada del cuidado ético, como con los libros para niños, o desde mis columnas. Y admito que soy bien radical u obsesiva en el estándar que me exijo desde la consciencia sobre el efecto que una sola palabra, o una obra escrita mayor, pueden tener.. Para mí escribir tiene sentido en la medida en que, por luminosa o sombría que sea la temática de la que escribes, lo hagas con un sentido de profundo respeto y empatía -con quienes leen y con uno misma-, y con claridad en el para qué, el propósito o el posible horizonte que pueda alcanzar algo que escribes. Hay una coherencia que me importa cuidar: con valores preferidos, con una forma de convivir en la que creo o a la que aspiro y no estoy dispuesta a vulnerar. Le tengo terror a los mesianismos, las verdades absolutas, los llamados a la turba, los puntos ciegos que no nos dejan mirarnos, o mirar al prójimo, o que anulan la posibilidad de algo distinto, mejor… las palabras “terminales”, esas que destruyen, niegan al otro, descalifican, agreden…todo eso que uno lee o escucha todos los días, es algo que quiero lejos de mi propia voz. No quiero escribir jamás así. Por eso la obsesión con ser delicada y precisa; y con el aire que tienen que dar, o quedar entre palabras. No quiero ahogar, menos trasgredir, a otra persona, ni a mí, con lo que escribo.
De hecho, muchas veces me abstengo de escribir si siento frágil mi suelo. Desde niña, las confesiones son por escrito, los discernimientos, las lucideces. Puedo escribir una frase pensando en un tema contingente, y terminar de forma imprevista, develándome algo que me molesta, que está desajustado, o que duele, y a veces no quiero saber o trabajarlo, o no ahora. Si estás embarcado en algo grande, o alguien querido te necesita mucho, o uno misma está un poco en la niebla o con tristeza, agarrar lápiz y papel puede dispararte en direcciones tremendas, y poner luz donde todavía uno no está preparada para verla. Ahora, con lo fuerte que pueda ser, no lo cambiaría por nada. Uno agradece que desde dentro de uno misma, algo te mueva u obliguen a la lucidez, al autoexamen, al trabajo constante de conocerse, construirse.
¿Cómo es el proceso de escribir y publicar?
Una tempestad calmada, aunque suene a paradoja. Ahora para mí, el tema o la aspiración nunca fue escribir para publicar. Mi primer ofrecimiento para un libro, fue a los 22 años, un volumen de poesía, y no quise. Estaba concentrada en otros esfuerzos como ser mamá, sacar la carrera, proveer para mi hija. La literatura no era parte de mi ruta. Y sí, yo escribía desde chica, pero por necesidad; porque hablando, la voz no me salía. Sólo con un lápiz en la mano podía “escucharme”, entonces se trataba de una experiencia muy íntima y casi de supervivencia (sin escribir: puro ahogo). En mi juventud, alguien leyó lo que escribía e insistió en que lo compartiera, y hubo recitales de poesía, y luego hice un taller con la Pía Barros, y en EEUU me volvieron a tentar para publicar, pero tampoco quise. Tenía 30 años ya, y aún sentía que no tenía la madurez, o la confianza. Creo que, por encima de todo, aún no tenía claro el “para qué”, porque una cosa es escribir porque tú lo necesitas, y otra es hacer público lo que escribes. ¿Para qué?… tenía que verle sentido y eso vino cerca de los cuarenta, como un accidente, un azar donde yo intervine poco, y honestamente, sintiendo que me movía en un margen; un territorio en préstamo, extranjero. Además, en Chile la literatura de no ficción no era muy valorada (y todavía falta) y menos la literatura testimonial, viniendo de una total desconocida, una persona común y corriente. Ahora, eso era lo mejor, porque si alguien leía el libro, no sería por su autora, sino porque la relevancia estaba en el tema, en la mirada a esa experiencia humana que el libro presentaba. Entonces pudo hacerme sentido, y desde el servicio… “si le sirve a una persona”, eso que repetía mi hija mayor y mi terapeuta para animarme a dar a luz el “Agua Fresca…”. Me dieron confianza, y mi decisión pasó por proponer una conversación, abrir el tema del abuso sexual infantil, que no se hablaba mucho en nuestra nación, y abrir también el camino posible de la reparación desde el cuidado y la resiliencia. Quizás, cambiar un poco el mundo, una vida, o un ángulo de mirada de alguien… palabras mayores quizás, pero desde ahí todo lo que uno hace cobra valor. Desde lo más cotidiano, a lo más extraordinario, como puede ser gestar un libro con sentido.
Sólo cuando es nítido el sentido de escribir, el para qué, puedo hacerlo sabiendo que puede ser visto por otros. Pero para otros, o sólo para mí, no es tan distinto en esta imagen de la tempestad calmada que te mencionaba. Lápiz en mano, puedo saber que uno se entrega a la voz y a su cadencia y la mía va paso a paso, sin atropellos. Pero muy clara en el riesgo de salir transmutada, magullada, con más preguntas todavía, o a la deriva, y de ahí cualquier cosa: perderse más, o encontrarse frente a frente con la ambigüedad, los contrastes de luz y sombra todo el tiempo, la ausencia absoluta de absolutos de los cuales afirmarse, excepto el amor y el cuidado, conmigo, con el otro, muy consciente de que lo escrito, al salir al mundo, bien podía ayudar a construir, a dar aire, o a quitarlo. Esa brújula era no-negociable: no iba a escribir bajo cualquier estándar ni arriesgar facilismos o excesos, la cosa estridente, escandalosa, o algo que no fuera coherente conmigo. Yo me muevo en universos pequeños, soy super celosa de mi intimidad, mi soledad (podría no salir jamás de mi casa y ojalá no ver más que veinte personas que son parte de mi mundo íntimo); y le tengo mucho respeto a la emoción. Para escribir de ella, no veo mucha necesidad de accesorios ni alzas de volumen o colores chillones. El dolor es inmenso por sí mismo; el gozo también, y las ambigüedades, el punto donde no somos puramente blanco o negro, benignos o lesivos, todo eso que es tan humano, por impreciso que sea, por luchado, como que siempre está en gestación, puja que puja, también es inmenso en su sola presencia… por eso trato de describir sobriamente, si es que se puede llamar de esa forma el ejercicio…. o más simplemente, escribir desde el cuidado, el lápiz firme pero atento a la fragilidad y la dignidad que hay en todo. Es una opción bien personal, no digo que deba o pueda acomodarle o gustarle a todos, y es posible que ni siquiera yo logre hacer lo que me propongo cuando comienzo un escrito, y cometa decenas de errores, pero mi tranquilidad está en no distraerme y en poner toda la energía de hacerlo cuidadosamente. Esto no significa capitular ni modular lo que no puede ser modulado, como la indignación ante la crueldad, por ejemplo, pero sin perder de vista la ética del lápiz, del acto escritural.
Me doy cuenta de que sólo te hablo del proceso de escribir, y nada de publicar. Sobre eso, yo siento mucha gratitud por las casas editoriales a las que he pertenecido y pertenezco, y las editoras con quienes he trabajado, con mucha libertad, y con mucha contención y apoyo. Y claro que ha sido indescriptible y hermoso ver los libros impresos, recibir el número uno de cada edición, y saber después de sus nuevos “hogares”, todos los lugares y personas a quienes alcanzan. Pero sigue siendo lo más importante, o el mayor disfrute, la etapa previa, el proceso de escribir, la experiencia que uno navega y que atesora, todo lo que se revela y aprende en ese recorrido que es íntimo, sola. La etapa que sigue, ya no me pertenece, los libros tienen su vuelo propio, su existencia aparte. Me pasa que leo mi nombre en las portadas y no me reconozco, es una sensación muy extraña. Leo el nombre y recién después de un par de veces, experimento algo semejante a lo que sientes cuando descifras un acertijo, o recobras una parte de la memoria. Y te maravillas, y das gracias otra vez. Sobre todo con el libro para niños me pasa que me emociono mucho cuando lo veo por ahí, o cuando me cuentan los papás y mamás qué pasa con él y sus hijos. Eso es un premio, cada vez. Sin excepción.
¿En qué momento te sientes cómoda o inspirada?
Vivo escribiendo: en la ducha, el metro, la calle, la cocina, redactando internamente, escribiendo sobre aire, o narrando en un susurro interno que no termina casi a ninguna hora y muchas veces sigue en sueños, quizás a muchos debe pasarles, y ahí debo levantarme y escribir sin importar la hora. También llevo siempre una libretita en la cartera para anotar impresiones, y todos los días hay algo que vale la pena registrar. Ahora, en lo concreto, frente al computador, no dejo de escribir un solo día, soy súper disciplinada, aunque no salga nada muy luminoso, o aunque lo que escriba quede sólo conmigo. Mi momento ideal eso sí es la noche, sola o cuando todos duermen, y mi lugar preferido, cerca de los árboles. Eso se hace difícil donde vivo cuando estoy en Santiago, pero tengo casi una selva de plantas en el escritorio cosa de ver verde todo el rato.
¿Qué proyectos futuros tienes para contarles a los seguidores del Diario El Pluralista?
En lo literario, sigo trabajando la serie infantil con nuevos volúmenes dedicados siempre a temas del cuidado ético y prevención, y también preparo un libro “para grandes”, pero no puedo adelantar mucho más. Como psicóloga, mi trabajo en la esfera de prevención del abuso continúa, con padres y comunidades educativas. Espero pronto, también, poder terminar un programa online en mis temas que estamos haciendo junto a una fundación que trabaja en Educación en Chile y Latinoamérica. Entre enero y julio 2014 estaré en Chile, y luego debo regresar a EEUU por estudios y por un largo período que puede llegar a ser permanente. La vida dirá.
Para ir terminado y también darte las gracias por aceptar la entrevista desde los Estados Unidos, no puedo dejar de pedirte; Un mensaje final para los seguidores de este espacio que empiezan a conocerte y a interesarse por tu obra.
A mí me gustaría que todos leamos y escribamos sin límite. Hay decenas, cientos de historias que merecen ser contadas; muchas voces que no se oyen todavía. Yo leo muy poca ficción, confieso, casi sólo poesía y no ficción. Lo que me mueve, encanta, remueve, es lo que se escribe de la vida, e historias de hombres, mujeres, familias, comunidades. Ahí “rayo” y siento que hay un infinito de libros que esperan ser escritos, aunque no sean publicados. Que eso no detenga a nadie. Los niños, por ejemplo, gozan mucho con nuestras historias o nuestros cuentos improvisados (y ojalá nos animemos a ilustrar también, y pintar con ellos, sobre todo cuando chicos)… no hay que limitarse ni pensar “pero si no tengo talento para escribir o contar”. Hay que lanzarse en ese vuelo y pensar que en la medida que nosotros saquemos la voz, que contemos historias que deben ser contadas –nuestras o de las genealogías, o de personas que fueron determinantes-, también nuestros hijos encontrarán sentido y solaz en sus propias voces, y en sus historias de vida. La voz tiene un poder tremendo, de creación, de sanación, de rebelión, amor. Es una mega caja de herramientas; un arsenal en el mejor sentido imaginable. Cuando amamos, lo declaramos, lo escribimos; la verdad necesita voz, se las arregla para salir; o cuando sentimos miedo o dolor, la primera voz es interna, y aunque sólo sea un susurro dentro de nosotros, esa voz propia es una fuente de aliento, consuelo, y fortaleza también.
Por último, gracias a ti y a los lectores por poder “conversar” a través de los libros, aunque no lleguemos a conocernos en persona. Y gracias especialmente por la disposición a conversar sobre temas que dicen relación con algo que para mí es lejos lo más bello y revolucionario que existe: hablar y hacer desde el cuidado de los unos por los otros, y sobre todo de nuestros niños. Si perdemos de vista el cuidado, todo tiembla, soy una convencida –desde la experiencia- que ahí sí corremos peligro de fracasos mayores, para cada uno y para todos juntos, la especie humana, todo lo que está aquí.
Entrevista publicada originalmente en El Diario Pluralista
1-La travesía de cinco años, los ojos de los cinco años, los rostros que ya recuerdan esos ojos.
El infierno en una palabra. El niño no conoce “felación”. Tampoco otros nombres y verbos sobre actos de su vida cotidiana.
No llegué a saber si conocía su nombre (Gonzalo). Ante la pregunta: “Me llamo Chalo”.
No ha asistido al jardín ni a kinder en el colegio. Quizás ya es tarde. Aunque ojalá no lo sea.
Adultos buenos, tratan. Otros, dejaron de tratar. No preguntan por él. No lo buscan.
*****
2-Dos niñas, con cara de niñas. Trece años los cuerpos, las señas de la pubertad.
Ninguna conoce la palabra “proxeneta”. Una conoce la palabra “cuidado”. La otra niña no. No en su real sentido.
-¿No puedes arrancarte?
– Él es el único que me “cuida”, me da comida; a nadie más le importa.
– Pero no puede obligarte a hacer esas cosas. ¿Supiste del Sida? Te puedes morir de eso.
– Me da lo mismo.
– ¿Pero no usas condones, al menos?
– Ni sabría dónde conseguirlos.
-¿y una bolsa de plástico?… se me ocurre. Pero no muy gruesa. Para que no te duela tanto.
Escuché este diálogo, más de una década atrás, en un refugio nocturno para niños de calle.
Las niñas conversan en la antesala del baño-vaso de leche-camarote: la secuencia solemne de un amparo que sólo llega a ser esporádico. No alcanza a dejar huella.
La niña que viene de mejor vida comenta algo sobre el miedo que sentía su madre “cuando chica” frente a las vitrinas de las carnicerías. La otra guarda silencio.
*****
3-“No voy a denunciar, ¿de qué serviría?”. La pupila se rinde. Los prismas. Toda la luz
Los 16 años, su alquimia inexacta y confusa: riesgos versus recompensas. La candidez arrolladora de ese punto ciego donde el peligro que más nos elude, es el prójimo.
Era su novio.
Un vaso como cualquier otro, un líquido.
El cuerpo en el sacrificio.
Agonizar en un segundo festivo, o amoroso, o insensato. Despertar, y encontrarse con el horror. No recuerda casi nada de las horas robadas. No sabe cómo llegaron unas partes del cuerpo a sentirse separadas, en duelo unas por las otras.
“¿Quién me va a creer?” El final de la inocencia según términos ajenos: “ya sabía a qué se exponía”. Esa frase. Esa letra avergonzada. El diccionario de las lesiones.
A ser humanos, aprendemos. A dejar de serlo también.
En la manada, algunos juzgan.
El cuerpo humano en altares de piedra y mesas de disección; animales prometidos para el sacrificio y colgando de la maquinaria de los mataderos. Las imágenes que rondan. Ser ciega no haría la diferencia.
Detrás de la vida vivida, otra vida: la mano invisible del amor sobre mi hombro. Ser más vieja. Dar gracias por ello. Pedir perdón por la lentitud, el ensayo en la traducción, el error. La experiencia que conozco. Los muslos blancos del alma y el lápiz que más que decir, reza.
¿Cómo escribir a la velocidad debida? Cómo dar cuenta del tormento, sin culpa por reconocer el gozo. Ser consciente del humano combate interior donde a pesar de uno misma, la vida se venera. La intimidad con ella.
“Volver a los 17” cantaba la gran Violeta Parra. El número enemigo alrededor del cual damos vueltas en estos días, en esta nación. “Pero si tenían 17”… el argumento de algunos para excusar la humillación, los cuerpos vejados. El espectáculo noticioso y la complicidad indolente suma a cientos, quizás miles. Y es menos, pero intensa y determinada, la compasión: disenso y victoria en las entrelíneas del desdén y el olvido. La bondad de algunos.
¿Recordamos los 17 años? ¿nuestra capacidad de deliberar?, ¿cuál era nuestra sapiencia saliendo del colegio, cuáles nuestras certezas? ¿Qué historias traíamos con nosotros? ¿Qué siente la tristeza en el privilegio, o en la miseria? No es igual.
Después de. Nadie que no lo haya vivido, entendería ese después-de. Lo que queda del grito mudo, las palabras mudas, el silencio que no es siquiera sobre lo innombrable; que no lleva otras voces. Sólo es silencio y nada. Lágrima y cuerpos profanados. Parecen muertos, pero no lo están. Aunque deseen.
Víctimas de abuso sexual, de violación. A los 16, 17 años. Más de alguien preguntó sobre ellas “¿y dónde andaban, a qué horas, con quiénes, qué ropas vestían, qué hacían?”. La pregunta no es por su herida, o su cicatriz.
Se desoye a niños pequeños, se dice que fabulan, se confunden, hasta “mienten”. Se cuestiona su sanidad, a veces hasta su moralidad. Su credibilidad. Con víctimas adolescentes de abusos sexuales, mayor es la inmisericordia: “él/ella tenía edad de consentimiento, se fue a meter a la boca del lobo, no sabemos si en realidad se lo buscó”.
Se dicen las cosas más crueles. También, contra mujeres adultas víctimas de violación, o jóvenes que fueron sodomizados por sacerdotes (“¿pero cómo se dejó?: si era grande, pudo oponer resistencia, quizás lo disfrutó”).
No querer escuchar ni sollozar. Imaginar un mundo antes de nosotros, entender el horror en su prenatalidad. Haber sido capaces de desviarlo de curso… ¿sin él, cómo habrían sido los siglos, habríamos aprendido más de amor?
En mi país, la semana que termina vio el regreso a la comunidad de un hombre (el nombre no es importante) que cumplió una condena de 12 años de cárcel (rebajados a 10 en consideración a su “conducta sobresaliente” dentro de la prisión). Sus delitos fueron estupro (de cinco adolescentes), producción de pornografía infantil y explotación sexual de menores de edad (aunque muchos hablen aún de “prostitución”, “clientes”, “prostitutos de 17 años”).
No era alguien impedido de discernir. No es alguien de quien conozcamos en qué condiciones sale en libertad o cuál es la probabilidad de reincidencia que estiman los profesionales que lo han evaluado/atendido. Pero si existiera alguna certeza tranquilizadora para la comunidad, no es difícil suponer que ésta ya habría sido compartida con nosotros. Debería ser exigible. No basta saber que cumplió condena alguien que abusó de menores de edad (plural); alguien que podría volver a abusar.
Los medios cubren diversos ángulos, pero olvidan a los jóvenes de quienes ese hombre abusó; sus víctimas (y todas las víctimas). Se ha dicho de ellos que “no eran ningunos muchachitos inocentes, recibieron dinero, no fue ese hombre ni el primero ni el último ‘cliente’”. Se les ha degradado, de la misma forma en que lo hicieron sus proxenetas y los adultos que los explotaron sexualmente. Pero en esta oportunidad, no son perversos, desviados ni criminales los responsables de su victimización: es la propia comunidad, o parte de ella, la que condena y desposee.
Las cifras de explotación sexual comercial infantil son casi siempre inciertas, pero Sename informó de la atención en Chile -durante el año 2012- de 1198 niños, niñas y adolescentes explotados sexualmente, quienes, y es lo más triste, no suelen reconocerse como abusados y explotados por el hecho de haber recibido “algo a cambio” (dinero, comida, hasta un par de zapatos). Volver a mirar, leer, sentir: 1198 menores de edad. De ellos sabemos que existen, que han sobrevivido el infierno -no hay otra palabra para describir el que unos seres humanos, indefensos, sean mercancía de otros seres humanos-. De ellos, sabemos…
Cinco, doce, diecisiete años de edad. La biografía desmembrada en la calle y en las redes de explotación sexual (no puedo imaginar peor forma de esclavitud ni mayor fragilidad). Cualquiera sea la edad no hace la diferencia, ni un decimal, en la inocencia de estos niños y jóvenes. Si hay culpa es nuestra, como sociedad, como nación: no es de la infancia vulnerada. Pretender poner sobre sus espaldas una parte o todo el peso de nuestro fracaso en cuidarlos, es inhumano. Y una nueva victimización.
La culpa no transfigura. Sobre la llaga, otra marca. Vergüenza sobre horror, crueldad sobre crueldad, cuerpos vivos apilados unos sobre otros, y cada uno, fosa de sí mismo.
Carol Gilligan, Judith Herman. Sus voces de décadas advirtiéndonos del tremendo poder de la comunidad en restituir intimidades, dignidades, éticas del respeto, el latido inequívoco de la seguridad ante quienes cuidan, y quienes no. Cuerpos, espíritus quebrantados, trauma: recobrarse junto a los otros, todos quienes somos, nuestras víctimas. Aquí, fracaso.
Yo también fallé, en alguna medida. No los conozco, no hemos cruzado camino, pero quedo en deuda con esos jóvenes. No lo digo por exceso de severidad, ni exceso de trauma como algunas personas han querido suponer con el mayor desconocimiento.
Es cierto, no soy neutral. No hablo desde lejos de la cicatriz. Y el abuso sexual es una cicatriz que no se borra, que por épocas duele más, ajena a nuestra voluntad y mejores esfuerzos (entretejida a la memoria del cuerpo, las alquimias, el telar neuronal, la vida). Pero la cicatriz es piel cerrada, y en un cuerpo que envejece, además (como mi alma). No es importante. Otros esmeros sí lo son, y otros seres humanos, más jóvenes en la tribu.
Hubo un programa de televisión, destacado, contribuyente –como ha sido- en conversaciones sociales inmensas: por ejemplo, acerca del embarazo infantil. Es una tribuna donde podría hablarse, confié, de l@s niñ@s y jóvenes que sufren de explotación sexual, de su protección y restitución; del ejercicio no-imposible (y moriré viéndolo así) de la justicia dentro de coordenadas de cuidado.
Los crímenes contra niños y adolescentes piden otra mirada, y asimismo otras respuestas. No se trata de asaltos a bancos. Son cuerpos vivos, indefensos, vidas apenas escribiéndose. Las leyes deberían revisarse, modificarse o derogarse -aquellas que no sirvan al propósito de proteger-, y nadie propone anarquías ni incivilidades. El pedido es actualizar (nuestra ley de menores es del siglo pasado, no incluye consideraciones sobre víctimas, reparación desde un marco de derechos, restitución en la comunidad), aprender, entender que la justicia no es enemiga, sino hermana del cuidado; que la vida de un niño es mucho más importante (en todo sentido, y como “bien jurídico” también).
Lamentablemente, la insistencia no ha sido sobre los derechos de las víctimas, sino del victimario, su libertad, su “deuda saldada”, el “beneficio de la duda” (algo que no existe para sus víctimas sojuzgadas). Algo se incumple. O todo.
Aunque prefiero mil veces escribir en soledad, o cuando mucho, conversar en la radio (le tengo terror –físico, psíquico- a las cámaras), acepté ir al programa mencionado. Con dos especificaciones: la primera, hablar desde el cuidado de la infancia y de las víctimas de abuso, y no desde la polémica sobre un abusador en particular y las disgresiones (que podían llegar a ser interminables, inútiles) acerca de gradaciones de pedofilia o perversión que por demás, son dominio de un experto en psiquiatría forense. Yo no lo soy (ni querría. Tampoco podría).
La segunda recomendación fue contar ojalá con un abogado (recomendamos a dos destacados en el trabajo por la infancia), pues el debate no podía prescindir y necesitaba para sostenerse, de un experto en derecho penal que pudiera iluminar, adicionalmente, la relación entre justicia y el cuidado a las víctimas y la comunidad.
De más está decir que ambas coordenadas propuestas, se diluyeron entre día y noche: el momento de aceptar concurrir, y la hora decisiva del diálogo en cámara. Me cuesta perdonarme no haber declinado, o haberme retirado junto al primer augurio del tenor de lo que venía, inclemente con las víctimas. Los acuerdos se honran. Los límites han sido una gesta. Merecen respeto.
Durante ese día, antes de llegar al programa y en las horas que siguieron, las voces de pacientes o sobrevivientes a quienes conozco, y el impacto que tuvo sobre ellas el juicio a los jóvenes víctimas del abusador liberado. Algunas con crisis de angustia. Otras, pánico. Retroceso. Lo que se leía u oía decir a algunos comunicadores, personas influyentes, tuiteros en las redes sociales, o personas comentando en el metro o las oficinas, fue demasiado. También lo fue el diálogo por televisión, sus puntos de fuga.
El daño indivisible. No son tan distantes, aunque algunos así lo crean, la realidad de un adolescente que sobrevive en la calle (quizás desde muy niño) y que es sometido a la explotación sexual acaso diaria (o muchas veces en un mismo día), y la realidad de un hombre o mujer que desde otra vida, igualmente atravesó la experiencia del abuso sexual durante su juventud, o su infancia temprana, o la mujer anciana víctima de violación o de torturas. No son realidades imposibles de hermanar.
El daño, ese daño, puede intersectar a much@s y no solamente, como algunos acusan, desde el “están tod@s traumad@s”, sino desde el duelo compartido; la solidaridad más íntima imaginable. Pueden ser 80 años, 50, 20, o los que sean: respiramos juntos (#tribu) y a veces más intensa y fieramente (los más viejos) cuando se trata de los más jóvenes. Víctimas que tienen menos años y más futuro, más vida por delante.
Me fui a negro. Como nunca. Los ojos turquesa de una mujer admirada (senadora de la república), esos los recuerdo bien. Diáfanos y ansiosos, en el otro extremo de la mesa. Compartimos la súplica, pero las otras voces –de los interlocutores hombres- fueron acaso más fuertes, inconmovibles. No lo sé. Pero sé que no logramos llegar a destino; el prójimo se nos escapó de las manos.
He pasado por pruebas mayores, preguntas mucho más difíciles. Pero aquí no pude. La calma se corrompe, la lucidez. La imperturbabilidad es imposible ante violaciones a los derechos humanos. No me he visto jamás en televisión (ni una vez he revisado una grabación y es largo de explicar); tampoco en esta oportunidad, aunque bien sé que estuvo lejos de ser una contribución. No cuando apenas recuerdo el evento. Sólo el pulso en ascenso de una sensación cautiva, impotente. Ganas de irme a casa con los míos, mis hijas, nítidas en sus edades, protegidas de desuellos y sospechas. No como esos jóvenes a quienes fallamos en defender.
En los balances, al menos haber logrado decir que lo que importa es la protección integral de la infancia, que los menores de edad son eso, menores, y que no se puede hablar de prostitución cuando la definición correcta –no es una interpretación ni un capricho de “radicales por la infancia”, sino el término consensuado por comunidades autorizadas- es Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA). La exactitud de las palabras permite situar las preguntas sobre el rol de la justicia, las acciones de enmienda y prevención. Palabras en las cuales todavía insistiremos para detener y reparar el retroceso que significa que personas con peso en la opinión pública, omitan o banalicen daños y vulnerabilidades de los más indefensos.
Hace poco, Google, Microsoft y Terres des Hommes (Sweetie), dieron importantes pasos para proteger a niños y adolescentes de la explotación sexual, cyberbullying y otros peligros vía la web. Si un/a adolescente publica una foto que luego lamenta, no se le considera descriteriado/a o co-responsable: se le sigue cuidando, sin condiciones ni distinciones absurdas y despiadadas sobre la edad o capacidad de deliberación que pueda haber tenido. El cuidado es un imperativo ético incondicional. Incondicional.
Cuando se condiciona o niega el cuidado, no sé qué nos ocurre, de verdad, no lo entiendo. Nadie en su sano juicio podría retener un remedio para la gripe o la indigestión cuando un niño o un adolescente están enfermos, mientras se evalúa su posible “responsabilidad” (por andar descalzos, jugar en el frío, o haber comido demasiadas golosinas) o sus notas, o su conducta. Lo mismo debería ser para el sufrimiento en otras experiencias, a veces, mucho más destructivas para el cuerpo, sus vidas.
Lo que de humanidad se desdibuja en los juicios colectivos, quizás pueda ganar contorno valiéndonos del trabajo en la salud: nadie, en las urgencias de los hospitales, preguntaría al herido de un choque si fue el responsable o la víctima del accidente, para prestarle atención. En los campos de refugiados -por guerras o desastres climáticos-, no existe la pregunta sobre creencias, trayectorias, faltas o virtudes de las personas que requieren auxilio: todas son acogidas. Que en naufragios se priorice por niños y mujeres, refleja el instinto de la supervivencia que debe ser preservada, cuidada. Podría seguir, aunque quizás de todos modos no logre poner luz donde necesito. Se siente un fracaso esta semana.
Hay personas que disfrutan hablar en público. Hay personas para quienes es mucho más difícil. Diferencias que pesan al momento de querer ser efectiva en comunicar algo, cuando el medio no es el preferido o el que se siente más natural. Para mí, sólo las letras: desde que tengo memoria, ellas son la voz y el hábitat primordial. Con ellas, junto al trabajo de cada día, espero servir mejor.
Me queda poco tiempo en esta ciudad y país, la cuenta regresiva está en marcha, los adioses comienzan a reunirse todos en uno. Pero hasta el último día en julio 2014, al menos desde esta tribuna y refugio (wordpress), las palabras serán en mis términos. Sin olvido de la #tribu, ni de las nuevas generaciones que han visto su vida interrumpida por tragedias que ningún niño ni adolescente debería conocer. Seguiremos hilando la gasa que necesitamos ser, todos juntos, mientras y hasta que cada herida transmute en cicatriz. Cuidar. Cuidarnos. Sin condiciones.
Fotografía del titulo: 17
De entrevista de V.Jackson a BioBio (con extensión contenidos).
“¡Déle un besito a la tía, no sea pesadito!”. ¿Cuántas veces has escuchado o incluso dicho esta frase a un niño que se niega a entrar en contacto físico con otra persona? Pese a que la mayoría de los adultos que alguna vez dijeron estas palabras sólo querían ser cordiales, es probable que no tengan conciencia de la importancia de respetar los espacios y conductas de los pequeños, incluso en situaciones como la descrita. BioBioChile conversó con la madre, psicóloga experta en cuidado ético y autora del libro para niños “Mi cuerpo es un regalo”, Vinka Jackson, sobre el respeto a las decisiones de los menores en esta materia, y la importancia de criarlos sin miedo a negarse cuando una situación no les parece cómoda.
¿Por qué no es recomendable insistir u obligar a los niños a dar muestras de cariño a otras personas cuando manifiestan expresamente que no quieren?
“Para los niños es fundamental aprender sobre sus preferencias y sus límites, y esto no sólo es para el cuidado y autocuidado durante la niñez, sino que es la base para todo el desarrollo y ejercicio del consentimiento y la libertad en años de la juventud y adultez”, explicó Jackson.
A ello, agregó que el proceso de aprendizaje sobre cómo vincularse con los demás, no es muy distinto de aprender a caminar o a leer: son procesos que toman tiempo, van paso a paso. Por lo tanto, los niños tienen derecho a que sus ritmos sean respetados y a saber que pueden expresarse, elegir de qué forma prefieren vincularse con los adultos y también con otros niños. Los saludos son parte de ese aprendizaje
¿Deben los niños decidir cómo relacionarse y expresar su afecto o cordialidad al resto de las personas?
“Sí. A nosotros los grandes, nadie podría o debería obligarnos a besar o abrazar a alguien si no queremos. El mismo respeto merecen los niños”, enfatizó la psicóloga.
Jackson explicó que el rol de los adultos es “cuidar y estimular a los niños y niñas a que ell@s vayan encontrando su “medida justa” o su estilo, para saludar, demostrar afecto, cómo se vinculan, con quiénes, y cuándo. Por lo tanto, los padres pueden proponerles un abanico de posibilidades, por ejemplo, sólo decir hola con la manito o a dar abrazos cuando así lo sientan.
“Y en esto necesitamos apoyarnos todos. Es fundamental contarle a la familia extendida, amistades, el señor del almacén, l@s educadores, a medio mundo, en qué estamos con nuestros niños. Tal cual participamos con el “por favor y gracias”, podemos hacer que otros comprendan y ojalá nos ayuden a enseñar que hay distintas formas de saludar para los niños, y que no podemos forzarlos”.
Por lo mismo, es fundamental tratar con respeto a los niños, preguntándoles previamente “¿Cómo quieres saludar al abuelo?” o “¿Me quieres dar un abrazo ahora o mejor después?”, por ejemplo.
Jackson identificó estas frases y otras afines, como un “tremendo regalo” que se hace a los pequeños, a su desarrollo y a la relación soberana con sus cuerpos, y su espacio físico. Esto último siempre en dos tiempos: centrados en su presente, y también pensando en su bienestar futuro.
Cuando los padres insisten en que sus hijos muestren afecto a terceros sin su consentimiento, ¿están propiciando instancias de abusos posteriores?
Ante esta interrogante, la autora de “Mi cuerpo es un regalo” insistió en que los padres que alguna vez han tenido estas conductas no deben desesperarse, sino reflexionar acerca de cómo respetan el derecho a decidir – en este aspecto- de los más pequeños.
“Muchas mamás y papás conminan a los niños a saludar de cierta forma porque también hay una necesidad hasta de especie, que se mueve en lo profundo de todos nosotros: ¿si no estuviéramos, quién querría y cuidaría a nuestros hijos? Pero también, ojo, está la presión del medio, los juicios a la crianza de una mamá o papá: si su hijo no saluda quizás no faltará quien diga que el niño es “antisocial, poco sociable”. He escuchado a adultos decir de algunos niños que éstos son “hoscos” y no, no es eso: los niños pueden ser perfectamente cordiales y decir buenos días/tardes/noches pero no es mandatario dar besos a medio mundo. No debería ser.
Las formas de expresar simpatía, afecto, confianza, y también de saludar, algo tan sencillo, todo eso toma tiempo para encontrar su punto justo, y es distinta para distintas personas, y hasta en distintos días, inclusive. ¿A quién no le ha pasado que hay cumpleaños donde no tenemos ganas de despedirnos uno por uno de todo los invitados y en cambio, hacemos una seña general de adiós?”.
La especialista añadió que: “no es recomendable en lo absoluto, que los grandes entreguemos el mensaje de que podemos obligar o forzar la relación física de los niños, no sólo porque es un factor que desprotege, sino porque se abre un flanco donde el niño puede asimilar que no tiene derechos, que tiene que someterse, que no puede elegir, o que tiene que ‘ceder’ por obediencia o por los motivos que sean -y proyectemos eso a la adolescencia, con los pares, o a la adultez, en distintas relaciones-. En definitiva, el riesgo es que aprenda que su cuerpo no es del todo suyo y que debe hacer lo que los adultos, u otros, ordenen sin posibilidad de cuestionarlo”.
Y agrega “también necesitamos ser muy explícitos en esto de ‘hay que hacerle caso a los adultos’, y dejar espacio para la excepción. Porque no son TODOS los adultos ni en todas las situaciones”.
Jackson también enfatizó que a los niños se les debe criar desde el cariño y respeto a sus cuerpos, conociendo su maravilla, “escuchando” lo que dicen esos cuerpos, por ejemplo, al sentir hambre, o sed, o cansancio, y permitiendo reconocer y explorar límites y preferencias en cómo se expresan. Necesitan también saber que tienen derecho a decir “no”, a preguntar, a expresar su bienestar o malestar. Esto último es una tremenda protección y algo que además ayudará a construir su autoestima y auto-confianza hasta adultos.
¿Qué cuidados deben tener los padres con niños que son muy efusivos y afectuosos con facilidad frente a desconocidos?
La psicóloga precisó que los niños son todos distintos y únicos. Es decir, algunos serán más expresivos físicamente, otros en lo verbal, y otros más reservados. Y también cada familia es única, diversa, con su propia identidad y dinámicas.
En este contexto, la profesional propone una recomendación pensando en cada niño y tomando en cuenta las diferencias en la crianza de cada familia. Ésta consiste en dar espacio a los pequeños y alentarlos en el ejercicio de su derecho a poder expresar sensaciones de bienestar, afecto, comodidad (o sus contrarios), cada emoción, y junto a los mayores, ir aprendiendo también de autorespeto y autocuidado, y de nuestras formas de relación con los demás.
“Los niños nos están mirando todo el tiempo, aprendiendo de nosotros. Cómo tratamos a las personas que amamos, o con las que interactuamos en distintos espacios; cómo nos tratamos a nosotros mismos -de qué forma nos referimos a nuestros propios cuerpos, o a nuestras cualidades y defectos- es algo que los chiquitos asimilan. Lo hacen propio, y lo replican. Un tema, por ejemplo, en que hay que reflexionar, es el de los besos en la boca con papás y mamás, o con otros parientes.
Para algunas familias, esos besos pertenecen al territorio exclusivo de la pareja -yo concuerdo- y para otras, es parte de su dinámica afectiva con los niños. Hay que reflexionar sobre el sentido de estos besos, y comprender que aunque se advierta a un niño o niña “esto es sólo en la casa o sólo con la mamá o papá”, de todos modos puede trasladarlo a otros entornos y besar en la boca a sus pares -muchos de los cuales vienen de hogares donde esto no se usa- y también a adult@s por quienes sienten afecto. No es una distinción fácil para los más pequeños, y da lugar a confusiones, lo veo frecuentemente en mi trabajo, y a veces, con consecuencias lamentables”.
La psicóloga afirma que un suelo esencial, vital, es conversarles a l@s niñ@s sobre sus derechos, e incluir como uno, el de ir eligiendo su forma de relación, de distancia/cercanía con los demás. Y usar cada oportunidad para practicar estas pequeñas elecciones. Es importante, insiste Jackson, pedir a familia, educadores y conocidos que participen de esas dinámicas.
La escritora también sugiere “que nos acostumbremos todos los grandes a preguntar a los niños ¿cómo prefieres saludar?, ¿quieres que conversemos ahora o después?. Los ahora-después son muy útiles, así como el validar los ‘sí’ y los ‘no’, escuchando, dándoles un peso igual. Esto en el contexto del respeto mutuo, entre grandes a chicos, y viceversa. El respeto jamás será equivalente a sometimiento. Al contrario, es un suelo que permite apreciar la dignidad de cada quien chiquito o grande, sentirse valorado, y construir otra convivencia basada en el cuidado, en la empatía”.
Enlace al artículo en BioBioChile
La sicóloga autora del libro “Agua fresca en los espejos” recuerda el proceso que la llevó a escribir este libro testimonial sobre el abuso sexual infantil. Junto a esto aclara los ambigüos conceptos que rodean esta temática y se refiere al evidente retraso del Estado Chileno en las campañas de Educación Sexual en relación a otros países. Habla acerca de su campaña puerta a puerta pro respeto y cuidado de los niños que consiste en repartir atractivos y didácticos cuelgapuertas con el lema: “En este hogar cuidamos y respetamos a l@s niñ@s”. Finaliza lanzando una fuerte crítica al tratamiento que dan los medios de comunicación al momento de informar acerca de las denuncias de abuso sexual infantil.
Enlace al podcast de la web de Programa El Debate
Entrevista completa de Vinka Jackson junto al panel de Tolerancia Cero de Chilevison.
En entrevista única, Vinka Jackson conversó con Cony Stipicic sobre Abuso Sexual y Justicia a partir del proyecto de ley que busca reducir el número de entrevistas a las que se somete a menores víctimas de ASI para evitar la revictimización.
Enlace al podcast en la web de Radio Duna
En un nuevo capítulo de Letras Privadas, Pablo Simonetti, conversó con la escritora y psicóloga Vinka Jackson, quien destacó el libro “La Verdadera Explicación” del escritor argentino, Pablo Bernasconi.
Vinka fue invitada a Aire Fresco a comentar sobre las reacciones que ha generado el informe de UNICEF junto al Poder Judicial acerca de los abusos sexuales detectados en diferentes hogares del SENAME. “Aquí lo único importante son los niños. Y eso exige de parte no sólo del SENAME si no también del poder judicial y de Unicef una cierta actitud en el trabajo donde se respeten todos los criterios, se hacen bien las cosas y se contiene bien a los niños”.
Enlace al podcast en la web de Radio Duna
Guía para el autocuidado infantil de Vinka Jackson. Este libro busca convertirse en una herramienta que ayude a los niños preescolares hasta los 4 o 5 años a establecer un suelo temprano para el desarrollo del cuidado hacia sí mismos y hacia sus prójimos. Este involucra nociones básicas sobre la salud, el bienestar, el aprecio por sí mismo y los demás, los buenos tratos y la convivencia respetuosa, y la valoración de la vida, su integridad, nuestra corporalidad.
Cada concepto, dibujo y texto ha sido definido teniendo en mente las posibilidades de comprensión, lenguaje y motivación de los niños durante la primera infancia, así como las posibles conversaciones –entretenidas, interesantes, amorosas, atentas al presente y también a lo que se deja sembrado para futuras etapas del desarrollo– que los adultos podamos propiciar con los más pequeños.
Una invitación a que los niños más pequeños comiencen a conocer y conversar -alentados por nosotros, los grandes- sobre la maravilla del cuerpo humano.
Ilustraciones de Marianela Frank.