Sin discriminación, el amor (3 de 3)

Termino en este posteo una serie de 3 dedicados a los niños, los niños hombres (ver, RENT 1, y RENT 2). Las letras van sin ánimo de separar, de descuidar a nadie, aunque no debería ser precisa la aclaración.

Si he querido detenerme en los niños y su trayectoria particular en la voz, sobre todo, ha sido por empeño de reunir, de prevenir disociaciones u omisiones más profundas de las que ya percibo a mi edad, y en este milenio.

Veo en estos escritos, una oportunidad de aprender y asombrarme también, porque aunque parta desde las fragilidades, es hacia la resiliencia del amor y el cuidado que estoy caminando, todo el tiempo. De ida y vuelta.

Llevo en la memoria el registro de experiencias que me han ayudado a poner más dedicación, y otras, que me han maravillado simplemente. Con casi 50 años, las historias que he escuchado en voz de niños y adolescentes no son pocas. En el aula, en sesiones de educación en sexualidad/afectividad y relaciones humanas, en el trabajo con niños refugiados, en la práctica clínica. Tantas voces que nos enseñan. De niños, o de los hombres que una vez fueron niños.

Veo también en estos escritos, y creo es justo sincerarlo, una oportunidad de reparar tejidos, como cada vez que me acerco -aunque me sienta ignorante o inadecuada o sin derecho a hacerlo- al mundo de lo masculino. El padre, más que quebrarme a mí, quebró un vínculo con la vida donde también habitaban, más o menos en un 50%, los hombres que eran y son parte de la humanidad. Hombres que son hermanos, aliados, prójimos, semejantes. Con quienes comparto, como mujer, como persona, mi vida. El cuidado.

El trabajo con la infancia ha sido una fuente de redención y renacimiento, de aprendizaje mayor, cada niña, cada niño. También, los papás dedicados que he conocido en procesos de reparación del trauma de sus hijos/as. Mis colegas sabios, amigos amados, el compañero de ruta. Desde la ética del cuidado, la energía es atenta e insistente, el amor y respeto por niñas y niños. Cuando alguno se nos queda atrás, olvidado, no escuchado, necesitamos regresar, enmendar, replantearnos cómo lo estamos haciendo. Una niña. Un niño. Quien quiera, no quede fuera de nuestro amor.

Erich Fromm dijo (en “El corazón del hombre”) que “la condición más importante para el desarrollo del amor por la vida en un niño (o en la niñez), es estar con gente que ama la vida”. Ese amor es contagioso, y se contagia en los gestos, los ejemplos, el tono de voz, las relaciones afectuosas, la libertad, la influencia estimulante: “abundancia contra escasez”, propuso Fromm, por supuesto sin separar a niñas de niños. Vulnerables, mortales, si la condición humana insistimos en llevarla a la discrepancia, a la separación, ¿cómo poder amar?

 No dejamos de preguntarnos de dónde sacar amor por la vida -fuera de nosotros y nuestros mundos- cuando el tono predominante de este tiempo como nación, en lo que expresa la conducta de quienes nos gobiernan, las historias que hemos conocido, tiene un volumen nefasto y mezquino. Más de pérdida, de muertes (de niños), que de vida buena. Pero siempre nos queda apuntar el alma con cariño hacia cada niño y niña mientras crecen; hacia su maravilla y “perseverancia en el vivir”, en el aprender a vivir. Con oportunidades -abundantes, equitativas, deben ser- para desplegar su potencial y el amor que ellos mismos pueden llegar a sentir por la vida, y a volcar en ella.

Pensemos en los niños que están realizando, ahora mismo, durante sus infancias, proyectos increíbles en beneficio de sus vidas y de la humanidad. Richard Turere (Africa), Jack Andraka (EEUU), Travis Price y David Sheperd (Canada), Kesz Valdez (Filipinas), por sólo mencionar algunos ejemplos, son testimonio de cómo el cuidado y afecto incondicional prodigado por una persona al menos, hizo florecer inspiraciones y tesones para llevar a cabo sueños que no tuvieron y no tienen por qué esperar a la adultez para cumplirse, si los niños cuentan con todos nosotros apoyándolos. Y si cuentan también, con sus pares, su generación.

No partamos diviéndolos, o poniendo el acento en las brechas. Las diferencias son otra historia: hay que mirarlas, aprender de ellas, asombrarse, maravillarse en su presencia. Son distintos, claro que sí, niñas y niños, mujeres y hombres, y todos los seres humanos. Pero “diferencias” en igualdad: igualdad de trato, de respeto, de cuidado, de amor. Niños y niñas, lo repito en cada lugar que voy, con cada grupo de estudiantes, de cualquier edad: necesitan disfrutar y propiciar la mutualidad del aprecio un@s por otr@s, del respeto, del cuidado y buen trato. Más que los géneros, la educación desde la ética del cuidado de la niñez, el desarrollo humano, la construcción de humanidad.

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Recuerdo lo emotivo que fue el discurso de la joven actriz Emma Watson ante Naciones Unidas el 2014 por la campaña “He for She”. Muchos no dejamos de añorar, todavía, mucho más que una campaña de “She for he” (también se ha propuesto), una de “She and he for us”. Todos y todas, por todos y todas, resistiendo toda discriminación, toda injusticia. Tratándose de la infancia, ¿cómo separar a niños de niñas o viceversa? No lo hacemos con nuestros hijos. No lo hacen otros mamíferos con sus cachorros; no existen discriminaciones sexistas, ni existen defensas por uno u otro género donde se arriesguen puntos ciegos o mudos para unos cachorros u otros.

El discurso de Emma Watson fue comentado por una columnista de TIME, Cathy Young. A propósito de las innumerables menciones que realizó la actriz al feminismo, Young presentó sus críticas, muy duras, por la actitud divisiva y el lenguaje utilizado por el feminismo radical (demoledor en relación a los hombres) y en relación a la ausencia de un debate, todavía, serio acerca de los derechos a cuidar, iguales para mujeres y hombres. Pero su más sentida advertencia, y la que resume todo, fue la siguiente: “mientras el feminismo no reconozca activamente la discriminación ejercida contra los hombres [niños incluidos], la lucha por la igualdad de género será siempre incompleta” (ver columna, inglés). Absolutamente.

Recuerdo haber comentado la columna de TIME con Carol Gilligan. Por ese tiempo, emocionadas por el film “Boyhood” (y aunque muy distinto el género y tema central, la serie Stranger things de Netflix logra capturar formidablemente la sensibilidad y mundo de los niños), y compartiendo la preocupación por el silencio de los niños, la siguiente anécdota fue una inyección de poder y esperanza:

En una conferencia sobre ética del cuidado, en una universidad francesa, en la parte final de las preguntas y comentarios del público, un grupo de mujeres feministas la interpeló provocativamente acerca de su definición como tal, y su compromiso con la causa.

Con su serenidad imbatible, Gilligan respondió que se reconocía feminista -entendiendo el feminismo como un movimiento de liberación para mujeres, hombres, niñas y niños-  y siempre conservaba un compromiso férreo por la igualdad de derechos de todas las personas (con una prioridad por los derechos de la niñez). Pero a su edad, y en relación a la pregunta central, simplemente le parecía innecesario tener que adherir a rótulos o encasillarse en caracterizaciones que la alejaran de lo más importante: su condición humana, y la ética humana del cuidado, como el mayor desafío y vocación, una urgencia mayor en estos tiempos.

Aplauso cerrado, en mi alma también (ovación de pie), porque hubiese espacio para honrar la lucha de tantas mujeres que se apostaron a luchar por sus derechos y los de sus hijas, sus nietas, y todas las que vendríamos después, y también para honrar a los hombres buenos, humanos y humanas que en cada generación han dedicado sus vidas, su amor de vivir, a resistir injusticias, faltas de cordura social, de cuidado.

En ese mismo círculo, poder agradecer también la lucidez amorosa de dos hijas, las dos personas gracias a quienes más aprendo de vivir y con quienes más entiendo –aunque todavía me falte mucho- cómo es que se va cambiando el mundo.

Es la fortuna que uno tiene de compartir con niños; la belleza de lo que viene engranado naturalmente, quizás, en el ciclo de la vida: esa capacidad de los más pequeños de regresarnos a lo esencial; de despejar, suavizar el corazón herido o el intelecto cuando se ha vuelto duro e intransigente.

Los niños y niñas nos transforman. Su ética en estado cristalino nos ayuda en la exactitud para reconocer gestos hospitalarios, bienes para la vida, sin separar a unas personas de otras, sin hacer diferencias. Todos los estudios, todo el trabajo y aprendizaje de décadas no serán más trascendentes que esas luces y tantas otras que todos recibimos, todavía en ventaja, de niños y niñas más que del mundo adulto. Quizás el tablero se equipare más adelante, no perdamos esperanza.

Justo en el día de publicación de este posteo, encuentro este video encomiable realizado por Hay Mujeres, organización chilena fundada y dirigida por una gra cientista política y querida amiga, María de los Angeles Fernandez-Ramil.Ojalá puedan verlo y compartirlo: “Yo me libero”