Acompañantes de camino
Ayer jueves 12 de enero tuvimos una reunión con un grupo de personas (PRM) que trabajan con niños abusados y sus familias, en Maipú, Santiago, Chile. Unas pocas semanas atrás, nos encontramos con un equipo similar en otra localidad llamada Talagante. Profesionales de distintas edades (muchos de ellos muy jóvenes) apostados a la tarea de sanar y contener ese río susurrante de cuerpos pequeños (hijos de nuestros cuerpos) que se convierte en grito primero, y luego en poesía, canción, historias sobre abuso sexual infantil y sobre resiliencia, y dibujo de nuevas vidas.
El lenguaje a veces se hace pequeño y escaso para significar ciertos sufrimientos, pero entre semejantes los códigos más sutiles pueden comprenderse y procesarse como libros completos, como diarios y bitácoras de vida escritas en el aire, al infinito…una suerte de onda magnética o de sonido fuera del sonido convencional, que se vuelve especialmente perceptible –como ocurre con ciertos animalitos- para quienes compartimos ciertos caminos.
Es difícil de explicar lo que sucede cuando una conversa con colegas que han dedicado sus saberes y haceres a la causa de prevenir y detener el abuso sexual infantil. Siempre siento que sé tan poco, que debería guardar silencio y solo aprender de ellos; sacar la voz únicamente para agradecerles de formas que no se han inventado aún, la nobleza de sus vocaciones. Quizás algo de esa autoestima siempre en estado medio volátil, me hace dudar de que yo tenga algo que aportar a sus devenires, pero desde la vivencia, y el camino recorrido como ex víctima, puedo darme cuenta de que hay relatos que vale la pena compartir con ellos que me escuchan como adulta, pero también como la niña que uno fue (y la parte de ella que, como en todos los que somos grandes, siempre habita en una parte de la memoria).
Hay tremenda estatura y sabiduría en los especialistas que no creen contar con todas las respuestas, y que sabiendo que su trabajo se apuesta más que al presente, al futuro de los niños, buscan conocer más de esos recorridos en quienes ya debimos cubrirlos. Uno aprende tanto año tras año. La biografía suma páginas que hacen contrapeso a las páginas escritas en el secreto y la trinchera de la niñez (así se siente el abuso, desde ahí se vive), y ellas cuentan la historia que repara, los lugares, las personas. Muchas ex víctimas no pudimos hablar a tiempo, no fuimos a terapia cuando niños. Pero la sanación partió entonces, sin darnos cuenta, en cada espacio donde pudimos desplegarnos, con cada prójimo que nos regaló una palabra dulce, un aliciente a desarrollar algún talento, una mirada al futuro. En el ballet, las artes plásticas, los deportes, o el sencillo hecho de ir al colegio y de recibir atención de parte de nuestros maestros, vivimos posibilidades, escribimos otras historias internamente, nos mantuvimos cerca de la vida y sus itinerarios más simples y gentiles. Como en Hansel y Gretel, fueron quedando miguitas para señalizar el camino de regreso a plenitudes merecidas.
Cuando uno conoce equipos profesionales donde no hay pulso de arrogancia intelectual, de posesión de la verdad, cuando uno reconoce nítidamente la voluntad de los profesionales que trabajan con niños que fueron abusados, de integrar cuánto recurso sea posible para acompañar la reparación, y dignificar a familias y comunidades (que siempre son impactadas por el abuso, nadie queda libre) permitiéndoles contribuir –y en ello también repararse, cruzar del ahogo y el duelo al respiro- en el acompañar, crear, descubrir desvíos extraordinarios hacia relatos distintos, exitosos, inspiradores, por dios que se agradece. La historia de países completos puede re escribirse gracias a estos trabajadores, en estos espacios.
Niño a niño, imaginación tras otra, ahí están los profesionales y acompañantes de camino permitiendo a los pequeños mirar hacia el futuro, y a veces, casi sin nombrar el abuso (cuyo eco duele, jamás se acostumbra nadie completamente a su resonancia…ni debería), tocan su médula pero provistos de una invisible cajita de herramientas que permite no borrarlo, pero sí incorporarlo con una sangre y luz distinta. En juegos, dibujos, narraciones inspiradoras sobre otras experiencias (desde escalar montañas, hasta fábulas y novelas, o anécdotas virtuosas recogidas en el día a día) los acompañantes de camino, cual viejos de la tribu, guían a los niños y ponen luz sobre dos realidades portentosas: la posibilidad del cuidado con respeto y afecto (luego del fracaso en el cuidado que es todo abuso) y la posibilidad de una buena vida, construida según los propios términos, y no los términos impuestos por la violencia o el abandono vividos durante la niñez.
En la quinta región de mi país, en una pequeña ciudad llamada Quilpúe, otro grupo de profesionales (Paicabi, Ayelén) están dejado la huella más irisdiscente. Apostaron al tejido de la terapia de abuso y del ballet, con un grupo de niñas pequeñas que, imagino, podrán recordar –o sentir por primera vez, como alguna vez yo sentí- lo que significa el autogobierno, la conexión y propiedad sobre sus cuerpos, la delicia indecible de elegir conocer y desplazar esos cuerpos a ritmos únicos, personales, acompañados de pianos y violines, tan benévolos y respetuosos (mucho más que los seres humanos que fueron responsables de haber abusado de esas pequeñas).
En Santiago, otro equipo (Previf), concurre incondicionalmente por cientos de niños, hace muchos años. Acuden, sin preguntas, sin horario muchas veces, cada vez que yo -que sólo trabajo con adultos- los llamo para pedirles ayuda, recibir a un pequeño y su familia, orientar personalmente o a distancia a alguna madre o padre que no sabe cómo comenzar a caminar ante la sospecha de un abuso de su hijo/a. En su casa vieja de un barrio residencial, se respira nueva vida, y bien podría ser una maternidad, o un jardín, pero es una casa de todos. No estamos solos.
Solo menciono algunos ejemplos, y hay muchos más en nuestro país que trabajan con y por los más pequeños: Raíces, ACHNU, Opción, cada PRM, cada OPD, todas las oficinas de PAICABI en regiones, el mismo SENAME… y muchos otros que no alcanzo a mencionar aquí (y mis disculpas por ello)
Mientras fuera, en el mundo, muchas ex víctimas grandes y muchas personas despiertas hacen lo suyo tratando de aportar a la consciencia y de actuar en pro de la prevención del abuso infantil, en otro mundo, silencioso, anónimo y tenaz, un mundo que no siempre accedemos a conocer, cientos y miles de profesionales dedican muchas más horas de las que permite una jornada laboral, a acompañar el camino de sanación que están emprendiendo muchos pequeños y sus familias. Aunque falten recursos (y no nos cansamos de interpelar a nuestros Estados y sus agencias), aunque a cada alta de un niño o niña contenido/a en la primera fase luego del abuso (más adelante, vendrán otros desafíos terapeúticos, y habrá que contener y acompañar nuevamente) sigan otros veinte o cincuenta o cien pequeños que apenas habiendo realizado la denuncia, deberán comenzar sus procesos de terapia, ahí están ellos:
Mujeres, hombres, psicólogos, trabajadoras sociales, psiquiatras, sociólogos, médicos, enfermeras, educadores, secretarias, contadores, abogados, personal de apoyo, auxiliares que cuidan las casas de acogida, voluntarios, “padrinos y madrinas”, una multitud de navegantes en pequeños botes que en pleno oleaje tempestuoso, sacan el agua con sus manos, intentando mantenerse a flote. Así los veo, en un océano gigante donde el abuso continúa ocurriendo, aún en este siglo y milenio, incluso mientras escribo estas letras. Hay que tener mucha tozudez, mucho amor, mucho aplomo, para dedicarse a misiones que son tan titánicas como hermosas. No dejemos de verlos, de agradecer su compañía, de concurrir en su apoyo. Ellos hacen el trabajo más difícil, y lo menos que nosotros podemos hacer es levantar la voz, pedir más recursos, demostrar a nuestras autoridades que importa, que estamos atentos, que esperamos más apoyo al trabajo en infancia, más cuidado, mucho más. Que nuestras acciones se vean desde esos botes a mar abierto, como bandadas o como miles de pañuelos blancos esperando su arribo a buen puerto.
(Gracias infinitas, todas las del mundo).
Fotograia del título: Don Quijota y Sanco Panza