Abuso sexual infantil, una vez más

Mil veces prefiero escribir de deseos que de carencias, y siempre, más de amor que de odio. Aunque jamás será odio, sí una furía íntima, profunda, que surge del amor y su indignación ante trasgresiones que por mucho desbordan la noción de “lo injusto” o aberrante. No sé ya cómo expresarlo (y confieso que más de una vez les he preguntado a amigas y colegas si no hará falta pasar a explicar con fotos el horror para despertarnos como colectivo).

Los abusos contra los niños han sido conocidos por siglos, pero el reconocimiento de sus necesidades de protección y sus derechos es reciente en nuestra historia humana. En la de nuestro país, más reciente aún.

Siempre cuento que al llegar en 1996 a EEUU me impresionó encontrar textos de 1940 sobre prevención de abuso sexual infantil (ASI) para adultos y para niños. Ese mismo 1996, dos organizaciones pioneras comenzaban su trabajo en CHile –Previf y Paicabi-, pero como país demoramos unos años más en abrir el diálogo continuo. ¿Mediados del 2000? No fue hace mucho.

Cada época ha contado con personas que informan realidades de la niñez: en los siglos XV y XVI, escritos hablan de la utilización de niños como “juguetes sexuales”; en el XIX, de los efectos del maltrato físico y el abandono. Sólo en la temática de incesto padre-hija, en EEUU, se encontraron quinientos reportes que cubren 1817-1899 (la historiadora Lynn Sacco ha realizado un gran trabajo en acopiar esta evidencia; ref: “Unspeakable: Father-Daughter Incest in American History”). A mediados del siglo XX, Alfred Kinsey informa que al menos 25% de las niñas menores de 14 años había experimentado alguna forma de abuso sexual.

De este siglo, un estudio inclusivo de 22 países describía la prevalencia mundial del abuso sexual infantil (2009) que en algunos continentes llega a 35% (Africa), encontrándose los “menores” índices en el rango de 8-9% del total de población infantil (Europa, por ejemplo). No da para sentirse mejor.  No llegaron a estar considerados en este reporte, eventos recientes como el aumento de secuestros y tráfico sexual de niñas a manos de organizaciones terroristas (Bokoharam, Daesh), y el matrimonio infantil, obligado por los mismos criminales (lo siento, no tengo otra palabra). Además, el matrimonio es ahora un drama propio de campos de refugiados (Sirios, por ejemplo) donde familias terminan entregando a sus hijas como “novias” a fin de “proteger su honra” y su mera supervivencia.

El más reciente informe UNICEF sobre violencia infantil (2014), informó de 120 millones de niñas sexualmente abusadas en el mundo, y un número no precisado de niños varones (al 2005, la OMS había estimado 73 millones). Al ser consultados, los niños decían no querer develar ni pedir ayuda por temor a prejuicios, estigmas y represalias. En otros informes internacionales, las niñas también hablan de ese temor, y de la falta de justicia (¿para qué denunciar si no cambia nada?) como motivos de su silencio.

En Chile, al 2014, según Fiscalía Nacional, 74% de los delitos sexuales denunciados los sufrían niñ@s y adolescentes menores de 18 años (17,760 en total). De esta cifra, 84% corresponde a niñas y sólo una de cada 6 de ellas denuncia (Carabineros CL, 2012). La violencia sexual se reporta sólo en un 2% de casos (PNUD, 2013). No da ni para “punta del iceberg”.

No se trata de agobiar con números hórridos. Se trata sí, de revisar nuestras prioridades, ponderar desafíos y tomar en cuenta lo que significa cada demora o pasividad.

En las cifras, hay historias: de países, de colectivos humanos donde algo está pasando que la convivencia adultos-niños se malversa como una esfera más donde el abuso de poder nos hace zozobrar a todos, no sólo a los más indefensos. ¿Qué dice de nosotros, como sociedad, como país, el trato a nuestros niños?

En cada cifra, cada número, hay seres humanos, es lo que más duele: niños y niñas, cada uno con un cuerpo que necesitamos visualizar (cerrar los ojos y sí, imaginarlo), un espíritu que también soportó heridas indecibles; y está esa memoria que nunca, hasta la vejez, va a disiparse del todo (aun cuando resiliencias y procesos de reparación nos devuelvan esperanza en que otras historias puedan ser escritas).

Las víctimas en su mayoría son niñas, adolescentes (una de cada 4, o de cada 3 vivirá abusos sexuales antes de los 18 años). Pero aun asumiendo esa mayoría siniestra -en un sistema que no se agota en la violencia contra las mujeres-, y asumiendo además la posibilidad de que las niñas puedan ser víctimas de embarazo forzoso como resultado de violación (y ya sabemos cómo ha sido la respuesta inmisericorde de nuestro parlamento a este respecto), no podemos ni por un instante dejar de hablar de los niños varones.

La violencia sexual contra la infancia. Esa violencia que no puede dar para “mañana, si igual algo se avanza, ahora esperemos meses, de aquí al próximo gobierno, o milenio”.

 ¿Si fuera su hija, la mía, su hijo? Yo no querría esperar más, no quiero. Sabemos que los procesos no apuran su paso por nuestra angustia. Pero respetar ritmos humanos o democráticos, no es igual a olvidar lo importante, ni a ser ingenuos o “abusables”.

La serenidad se lesiona cuando vemos negligencia. Si vivimos como adultos acostumbrados al abandono del Estado, la indolencia de las instituciones, la corrupción, el trato injusto, el vínculo cotidiano con contextos abusivos que no llegamos a identificar, o que aún siéndonos evidentes no nos conminan a acción alguna, el riesgo entonces aumenta, inevitablemente, para los más pequeños porque no seremos capaces de detectar ni interrumpir a tiempo sus abusos y sufrimientos. No es separable un estándar de otro. Cuando decimos “no más abusos” no hablamos sólo de abusos que se verifican en lo sexual, sino a todos los abusos.

Mi pregunta al final de cada día es: por qué con 26 años de democracia, todavía el Estado no segura todos los recursos morales y materiales a su alcance, toda su energía y sentido de urgencia, para proteger, prevenir, responder a abusos sexuales ya vividos, y promover la educación pública del país en temas del cuidado, la sexualidad, los términos de convivencia entre adultos y las niñas, los niños, y con jóvenes mayores de 18 años también (apenas hemos comenzado a dimensionar el abuso sexual, por ejemplo, en instituciones de educación superior).

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La transformación que necesitamos no pasa sólo por un par de leyes, libros, informes, protocolos, registro de pedófilos (por más que en algo ayuden). Necesitamos un tremendo cambio de estructura mental y en nuestras relaciones.

Necesitamos una voluntad de “cuidémonos unos a otros” y de “no más abusos de poder” donde la primera prioridad sea evitarlos para con los niños y niñas. Es siempre injusto, pero es distinto enfrentar cualquier experiencia, por terrible que sea, como adultos: siempre será peor para seres humanos más pequeños.

No puedo evitar la insistencia en ver la ética del cuidado, atravesando todo: la educación, la crianza, la salud, las relaciones cotidianas. Es una forma de prevenir, de transformar, de reparar, de construir otro presente/futuro, e inclusive, de disfrutar, de llenarnos el alma si vivimos otra forma de relación con las nuevas generaciones.

En los desafíos pendientes en nuestra respuesta como sociedad, pienso por ejemplo, en la formación inicial de docentes, abogados, psicólogos, médicos, dentistas, etc. Cuánta falta nos hace instalar la infancia como tema vertebral en todo oficio y entorno, y el examen de las relaciones de cuidado (versus de poder) que establecemos desde distintas profesiones con niños y niñas: cómo consideramos e integramos sus necesidades y DD en nuestros oficios, y también, qué rectificaciones ameritan, y cuáles vacíos podemos disipar de una buena vez

Se trata de los niños, y también de sus familias. El cuidado y la reparación los debe alcanzar a todxs. El trato en cualquier circuntancia, y más cuando existen crisis, duelos, y traumas, necesita considerar todo ángulo de protección posible.

En atención en salud, por ejemplo, no puedo creer que aún no exista la pregunta obligatoria en controles médicos o exámenes –de la especialidad que sea, no la pensemos sólo en ginecología, urología o proctología- sobre si se han vivido experiencias de violencia sexual. No es un criterio universal en nuestros país.

Ese criterio –mandatario en otros países- es de cuidado ético, de respeto humano, y por encima de todo, de mucha ayuda para personal de salud y pacientes en relaciones que no encarnan en el viento, sino en cuerpos humanos.

Los dentistas, lo mismo, es una pregunta indispensable (a los cuidadores), pues para muchas niñas y niños el abuso sexual y el incesto se verifican, entre otras trasgresiones, en el sexo oral. Por eso la resistencia a abrir la boca, dejar que alguien la toque (a veces comer sera difícil), o las crisis de angustia durante procedimientos dentales. Entonces no sólo el cuerpo, la piel, la genitalidad, sino también la boca, su lengua, sus dientes, son un pequeño universo que merece el mayor respeto y delicadeza, siempre, y mucho más, cuando un niñx ha vivido el trauma del ASI. Podría seguir (da para otro post).

De los procesos de la justicia, una urgencia: el riesgo constante de revictimización. Niños y niñas víctimas de abuso deben compartir su relato de lo vivido muchas veces (5, 7, 9; años atrás el promedio era 12), durante procesos judiciales y exponerse a constantes evocaciones, en el momento, o días después, en medio de un recreo, o antes de dormir. Necesita abordarse de otra forma, apoyarnos en entrevistas videpgrabadas como propone el proyecto #nomepreguntenmas (y por favor continuemos apoyando) .

Consideremos además los resultados de la justicia a la luz de la pregunta de muchas víctinas: “para qué denunciar si nada cambia”. Una forma de no-respuesta, y de revictimización por cierto, es que los abusadores no sean separados efectivamente de la comunidad y entornos de los niños. No hablo de revancha, menos aniquilación o negación de derechos (o rehabilitación, si en algunos casos, muy limitados, fuera posible). Pero las consecuencias para quienes actúan violentamente en una sociedad , y más si se trata de violencias contra los niños, necesitan pasar por distancias protectoras y separaciones efectivas (una forma es la cárcel, triste, pero es así).

No se entiende, no es cuerdo, que circulen libremente abusadores que han sido encontrados culpables en procesos bien conducidos (aquellos que no dejan duda alguna sobre la responsabilidad en los delitos; en contraste, recomiendo leer ambos reportajes señalados en este link, sobre los costos de procesos negligentes y disociados del interés superior de protección de las víctimas). Todos los niños expuestos. Todos.

Los retrocesos en reparación son inevitables, cuando las víctimas viven asustadas de encontrarse con sus victimarios, en la calle, o en sus propios mundos. No son pocos los ofensores sexuales que, luego de la cárcel, son recibidos de vuelta en sus hogares. Los niñxs deberán vivir convivir con sus abusadores, en hiperalerta, evocando el trauma y/o arriesgando nuevos abusos.

De otra forma, también se revictimiza a hombres y mujeres que han develado el ASI de adultos, y se encuentran con que no existe reproche ni sanción social para sus abusadores. A nivel del Estado y su sistema de justicia, los actuales plazos de prescripción no dan cuenta de la complejidad del trauma y procesos de elaboración y develación; ni del carácter único de los crimenes sexuales contra niños (donde las víctimas no serán conscientes de que se trata de un crimen sino hasta mucho despues de su ocurrencia), ni permiten derecho al tiempo que necesitan las víctimas para ser capaces de denunciar y recorrer una trayectoria en la justicia. El acceso a ésta, esencial para la reparación, no existe para miles de víctimas.

Como si no fuera suficiente, muchos sobrevivientes deben continuar expuestos a encontrarse con sus abusadores en navidades, cumpleaños, etc., u optar por aislarse, separarse de sus familias. Lo descabellado es que en familias donde se excluye a parientes que no pagaron un préstamo, se casaron por segunda vez, o son “ingratos” , no existe inconveniente en seguir compartiendo con un abusador sexual: alguien que vulneró a niñxs del pasado, y con quien podrían correr riesgos los niños del presente (¿qué garantías podría haber?).

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Lo que ocurre en las familias no es diferente de la sociedad, y menos cuando ésta sistemáticamente desconfía de las víctimas, las culpabiliza, las desacredita, a cualquier edad que tengan. Como en Chile

“Las niñas y niños chiquitos se confunden, fantasean, mienten”, “las mujeres quizás en qué andaban, tomaron de más y luego dicen que las violaron”, “esxs adolescentes se lo buscaron, ¿cómo no iban a saber a lo que se exponían? Escuchamos estas ignominias, inclusive en voz de parlamentarios/as y personalidades públicas. ¿Cómo podrían las familias o círculos cercanos de las víctimas no verse expuestos, más de una vez, a la duda y a la indolencia con los suyos?

Es una distorsión mayor que la primera respuesta a quienes son vulneradxs sexualmente, sea el descrédito. Es cruel además, e irresponsable, porque esa desconfianza de autoridades, por ejemplo (es cosa de leer lo que dicen en el Congreso) nos confunde a todos, y expone a las víctimas. En este contexto, muchas que quizás hoy se debaten entre pedir o no ayuda, preferirán callar.

El descrédito es más insensato aún a la luz de los índices de “falsos positivos”. En EEUU, por ejemplo, para violación han sido estimados entre un 2-8% por diversos investigadores (ver artículo, 2015). Para los niños y niñas que han sufrido ASI, se estiman entre el 1 y 4%  (si alguien tiene mediciones en Chile, ojalá pueda compartirlas).

Por supuesto no da se trata de relativizar el principio de presunción de inocencia de quien es imputado por delitos de esta naturaleza. Pero los indicadores de error o falsedad, enmudecen ante la verdad descomunal de +90% de denuncias veraces. Por eso mayor es el revoltijo de alma ante quienes en pos de “evitar falsos positivos”, sacrifican y abandonan a  las víctimas.

La respuesta de cada unx y como colectivo ante estas experiencias, no es irrelevante, a veces un gesto pequeño, por ejemplo, compartir o RT una campaña en las redes, puede ser parte de una energía influyente que suma, crece, y tarde o temprano puede llegar a incidir en la política pública, la celeridad legislativa, o en cambios de percepción y actitud. Por otro lado, nuestras respuestas pueden ser una gran fuente de resiliencia y contención para víctimas ASI, niñxs y adultxs. Todo gesto cuenta.

Ojalá el próximo año, reevaluemos prioridades y cuánto más empuje nuestro requiere el cuidado de la nueva generación, desde pequeños y hasta la educación superior; esto excede la “mayoría de edad”. Más cuando el 2015, desde la neurociencia se nos recuerda que la etapa de la adolescencia se extendió, y alcanza desde los 10 hasta los 25 años (ver artículo reciente, diciembre, inglés).

Donde encontremos niñxs, alumnas y alumnos, es imperativo cuidar su integridad, y cuidar la integridad, también, de la relación adulto-niñx o docente-estudiante, desde la claridad absoluta en las asimetrías de poder (en la universidad, así uno tenga 50 y sus estudiantes 20, 35 o 60 años, la asimetría existe igual). Llevamos años insistiendo en que no sólo se deben compartir “recomendaciones” al respecto, sino “reglamentaciones”. Mientras más precisas, mejor para todxs.

No está a nuestro alcance detener la ocurrencia de daños (“a salvo” 100%, no existe, y somos vulnerables). Pero sí podemos mantenernos atentos, activos. De una vez por todas interpelar a nuestras autoridades y CONDICIONAR nuestros votos (en municipios, parlamentarias y presidenciales), al menos quienes tenemos hijxs,  según actuaciones, resultados y programas que profundicen el cuidado de los DD y vidas de los niños. ¿Qué pasa con la ley de garantías integrales? ¿Se dignarán asistir a sesiones los parlamentarios que deben asegurar su tramitación expedita para que entre en vigencia lo antes posible? ¿Y el Defensor del Niño, cuándo es el horizonte, fecha por favor?

Un colectivo consciente y con memoria puede hacer la diferencia (y hay que ver que hemos crecido, pero falta). Sabiendo también que aunque tenemos limitaciones, y que unxs y otrxs pondremos distintas energías en distintos momentos, de todas maneras siempre habrá alguien (ojalá miles) “cuidando la casa”. Esto es algo de lo que podríamos sentirnos orgullosos. Algo que podemos seguir haciendo juntxs. El 2016, una vez más.