Tiempo de justicia, tiempo de cuidado (ley #derechoaltiempo)
Cada día estamos más cerca de contar con la ley que establece la imprescriptibilidad del abuso sexual infantil (ASI) en Chile (ver nota en LT).
Es casi imposible describir la diversidad de apoyos que han ido sumándose en casi una década; imposible saber a cuántas personas debemos agradecer en esta trayectoria compartida por miles. Ojalá todos en Chile podamos hablar en presente y hacia el futuro de “nuestra ley” (se necesita de toda una aldea, todo un pueblo).
Una década no es un tiempo menor ni trivial en la vida de un ser humano o un colectivo. Tampoco en la tramitación de una ley que a muchos podía parecernos lógica, justa, una imprescindible revolución del cuidado, pero con eso no bastaba.
El proceso no se limita a lo legal, sino a cambios culturales, de sensibilidad, de mentalidad, tanto respecto del crimen y del trauma por abuso sexual infantil, como de lo que significa el daño y los procesos de reparación para sus víctimas, y el tiempo que necesitan. Tiempo que no puede cargar además con la angustia de enfrentar un plazo arbitrario, sin fundamentos científicos, que ha dejado a miles de víctimas sin acceso a justicia, y miles de abusos en la impunidad.
La justicia suele dibujarse, esculpirse, como una mujer con los ojos vendados, una espada en una mano y en la otra, una balanza, ¿qué víctima se acercaría a alguien que se cubre los ojos y tiene ambas manos ocupadas con objetos duros y pesados? Me imagino otra justicia (otro sistema judicial), con manos libres y tibias, la mirada franca. El cuerpo blando y seguro.
Una justicia que no necesite deshumanizarse ni abandonar el cuidado: ni el de las víctimas –sus familias, sus comunidades-, ni de quienes habiendo sido juzgados y sancionados por sus crímenes, viven privados de libertad en las cárceles. Esa es la parte más difícil, somos humanos. Una joven norteamericana -lo he compartido antes- se quedó en mi memoria, a fuego. Ella no lograba encontrar consuelo ni reparación en la idea de que su violador fuera vejado –cómo él hizo con ella- en la cárcel: ¿en qué persona me convertiría? nos preguntó a varios adultos -padres, profesores, su abogado, la policía, su terapeuta- que no nos atrevimos a arriesgar una respuesta. La suya era la única que contaba: “me convierte en alguien parecido a él”. Son muchas las víctimas cuya compasión y humanidad me han dejado en silencio reverente, mientras soy testigo de su tenacidad en exigir justicia. Todo de la mano, sin separar. Sin blanco/negro. Sin “versus”.
Por todas las víctimas que crecieron sin que nadie interrumpiera a tiempo sus abusos, necesitamos que nuestras sociedades empujen las leyes de imprescriptibilidad, de restitución, de prevención. El trauma es demasiado complejo, demasiado dañino como para no hacer lo imposible por apoyar la reparación, y evitar a otros niños vivir lo mismo.
En 2016, Holanda autorizó el primer suicidio asistido para una víctima de incesto y ASI, por sufrimiento psíquico insoportable, y estrés post traumático incurable. Naciones Unidas ha señalado que el ASI puede concebirse como tortura (crimen de lesa humanidad, sí), y el Estado tiene responsabilidad no sólo si sus agentes lo perpetran, sino también en un rol pasivo y no protector, aun conociendo la prevalencia de estos delitos. En EEUU para el establecimiento de la imprescriptibilidad, y de las ventanas de retroactividad –en los estados en que se ha implementado esta respuesta para los casos ya prescritos-, los argumentos han sido el crimen permanente o la comparación del ASI al asesinato (como crimen mayor pues después de la muerte, nada queda por hacer). Psíquicamente, la devastación puede entenderse como un asesinato, un exterminio. Pero las secuelas del cuerpo, lo que el trauma deja como huella, sigue viviendo en la memoria. Los estudios de la CDC han estimado una reducción en la esperanza de vida de hasta veinte años para ciertas víctimas. No queremos acatar designios, pero sabemos que no podemos descuidar la atención. El autocuidado.
Frente a la evidencia científica solamente, parece irracional e inhumana tanta espera para una ley como #derechoaltiempo. Pero los cambios también lo tienen: derecho, necesidad de tiempo. Nos dimos cuenta desde un comienzo que hablar de todo esto era difícil. Primero, de abuso sexual infantil, y no sorprende una encuesta reciente en UK donde se señala que dos tercios de los adultos en la población, prefieren no conversar del tema, aun cuando pueda preocuparles (por sus hijos, por ejemplo). Luego, la dificultad de plantear la imprescriptibilidad en un país como el nuestro. “Nunca”, nos dijeron expertos y personas queridas. Comenzamos a conocer las aprensiones, argumentos y resistencias desde el mundo del derecho, sobre todo. El ex senador Patricio Walker fue visionario y valiente al momento de presentar el proyecto, y el nombre del boletín era claro y correcto. Pero por ley solamente, no llegan las palabras con toda su profundidad y su intención, a la consciencia de todo un colectivo.
¿Cómo invitar entonces a poner atención para escuchar, conversar de la ley, comprometerse en hacerla realidad? Vueltas y vueltas, en la cocina o alrededor de mis propias galaxias, hasta que un buen café nocturno y luna nueva por la ventana, ayudaron con la inspiración. Acuñé “derecho al tiempo” como una forma de abrir primero el espacio suficiente para poder ir compartiendo evidencia y desarrollando las ideas (siempre con el corazón puesto mucho más allá de una ley), y luego volcarse en conversaciones y debates sin la rasmilladura y la ansiedad que de entrada generaba la palabra “imprescriptible”. Hubo que cultivar la paciencia antes de poder escribir, declamar, IMPRESCRIPTIBILIDAD con todo aplomo.
Han sido años intensos de escuchar, de estudiar, de abrirse a múltiples ángulos de la razón, la emoción. Años -desde 2016- de viajes a media semana entre Santiago y Valparaíso, y a otros países (gracias a las grandes mujeres que desde el comienzo han apoyado desde España, EEUU, Argentina, Perú). Trabajando y soñando junto a amigos, profesionales, sobrevivientes, todos voluntarios llenos de amor e intensidad en las acciones y las ideas.
Desde 2007 -inicio de todo este recorrido con sobrevivientes del primer grupo de autoyuda, y mi hija mayor- quiero decir que lo más transformador ha sido el encuentro en persona o vía redes con sobrevivientes (#tribu) de hasta 90 años, que han compartido sus testimonios, sus luchas, sus intentos desconsolados por justicia, su defensa de los que vienen. Son voces generosas, que enseñan, que duelen, que alientan, y a las cuales debemos pedir perdón también, porque en el tráfago, más de una vez no pudimos escucharlas con la tranquilidad que hubiésemos querido, aunque siempre han sido el pulso y la brújula mayor.
Con la tribu en el alma, ha sido posible perseverar, sabiendo que siempre es necesario el balance del autocuidado, el cuidado mutuo, y también el de la república, la democracia. Estoy convencida de que una causa como #derechoaltiempo, y cualquiera por la niñez, no puede eximirse de esos estándares. Por eso el autoexamen constante para ir avanzando -con distintos gobiernos e interlocutores- sin perder el norte ni prescindir del diálogo en torno a una mesa donde quepamos todos, y todo. Cada punto de vista, cada aspiración y preocupación; los dilemas éticos; las historias de transformación, de redención; las derrotas, las posibilidades.
El activismo por #derechoaltiempo no puedo dejar de entenderlo como una herramienta que se cuida. Desde la resistencia contra lo injusto y lo que hiere, el motor más profundo sigue siendo el amor por el vivir, poder crecer y construir una vida desde la niñez, sin el asedio de esta violencia (del ASI o cualquiera; el monstruo es siempre uno solo). En las situaciones más complejas, la pregunta de esta causa ha sido ¿cuida esto a las víctimas y sobrevivientes?, ¿qué cuida más ahora, y hacia el futuro? Al final del camino, con la ley promulgada, ¿qué queremos compartir con nuestros hijos, o nietos, sobre aquello logrado?
El sentido fundamental de la ley que al fin fue aprobada en su primer trámite, es terminar con la impunidad, reconociendo derecho al tiempo a víctimas que debido a su corta edad, ni siquiera podían entenderse como tales al momento de sufrir los abusos, ni durante muchos años a consecuencia del trauma. Recordemos que una acción judicial se inicia con una denuncia y ésta necesita de un relato que las víctimas de ASI no están en condiciones psicológicas de verbalizar hasta entrada la adultez. Algunas, nunca. Qué macabro darse cuenta que aun sin intención, el sistema de justicia y sus plazos terminan actuando de una manera similar al abusador: desoyendo, aislando, ignorando la fragilidad, la necesidad de elaboración paulatina –y no bajo presión- del duelo y la dolencia.
Las voluntades que hoy se expresan son de rectificación, de exigencia de responsabilidad a victimarios y encubridores, de cumplimiento del deber de investigar y establecer la verdad en nuestros tribunales, y de una respuesta social más contundente frente al ASI. En este sentido, valoramos del gobierno su disposición a conversar sobre alternativas de acompañamiento, salud y reparación para las víctimas, y prevención a nivel nacional, para cuidar a las nuevas generaciones.
Lo inimaginable hace una década, hoy es posible. Y podemos aspirar a más. Más amor, más humanidad, más coherencia. Si hemos resuelto que debe terminar la impunidad y que los delitos de ASI no pueden prescribir, es razonable cuestionarnos por qué habría de ser diferente el daño y el crimen perpetrado hace treinta años, de aquel cometido hace un mes; o qué haría distintas a unas y otras víctimas. Son los mismos cuerpos de niños, niñas; las mismas vidas trasgredidas.
Queremos hacer nuestro mejor esfuerzo por entender argumentos jurídicos, limitantes constitucionales (a nivel mundial, y no sólo local), o la necesidad de tiempo para realizar un discernimiento más profundo y robusto, inobjetable ojalá, a la luz de evoluciones científicas, éticas y del propio derecho. Pero no podemos renunciar al deseo vital, en una sociedad civilizada, de que las leyes, con inteligencia y sensibilidad, con dedicación, sean capaces de encontrar soluciones a dilemas como el que plantea la retroactividad del ASI. Hemos aprendido que nunca será intimidante ni destructivo explorar caminos que desde el amor y el respeto a la niñez, conduzcan a una mayor justicia y cuidado.
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Parte de esta columna fue publicada como carta al director en el diario La Tercera del domingo 7 de abril pasado.
Imagen: Mother and child (1956), escultura de Elizabeth Catlett, escultora norteamericana.
Les invito a conocer el tremendo trabajo de la red de sobrevivientes de ASI en la Iglesia en su sitio web (ahí encontrarán también el Mapa del abuso en CHile): https://www.redsobrevivientes.org/post/mapa-abusos