Marihuana y la niñez
Inmediatamente, despejar posiciones: apoyo el uso de la marihuana con fines medicinales, y como muchos, exploraría de inmediato esa opción si fuera sugerida por un médico para algún ser querido. No sé para mí, quizás en cápsulas gel, y sin niños bajo mi cuidado. Los niños, sobre todo.
Mi experiencia con la marihuana es mínima. Además, es un límite físico el que no soporte su olor; tengo impregnado ese aroma en la memoria de mis tiempos de universidad. Perdí dos amigos además, consumidores habituales: terminó uno muerto (un accidente en un río, supuestamente, pero lo “accidental” nunca quedó completamente claro), y el otro se suicidó. No es el único tono de experiencia, lo sé, pero lo vivido entonces reforzó mis cautelas.
En mis años, apenas la probé un par de veces. La primera fue en mi casa, a los 18, habiéndolo informado a mi madre. Era importante que un adulto supiera pues ignoraba totalmente la primera reacción de mi organismo ante una sustancia desconocida. Aspiré un poco y fue suficiente y grato: el verde más verde, la luz del sol más intensa, ok. El contrapunto lo puso una segunda vez, terrorífica. Registros polares, útiles para guiar a mis hijas (y no sólo desde lo que creo o he estudiado).
Las premisas: información progresiva y exacta (estudios científicos e historias reales), y si los hijos preguntaban por nuestra preferencia -eso nos señalaban los expertos del colegio de mi hija mayor en EEUU-, la respuesta debía ser “ojalá no, o después, cuando el cerebro termine de madurar, idealmente post 20-25 años, en la adultez” (un poco en el tono de los abuelos que nos decían: “si va a fumar, hágalo con su plata, cuando sea grande”). Si aun considerando todo argumento, los hijos querían experimentar, entonces la recomendación era pedirles que por favor no lo hicieran en cualquier lugar (desprotegidos) sino en la casa –con el compromiso de evitar juicios o esfuerzos disuasivos de última hora- donde sí podíamos cuidarlos. Una metáfora muy linda que fue útil con mi hija mayor, entrando a la adolescencia, fue la de los artesanos del vidrio: conocen bien las temperaturas de fundición; hasta dónde soplar una pieza sin que estalle. Uno sabe menos de su cuerpo, y menos aún, frente a una droga. No vale la pena arriesgar un estallido. Mejor el cuidado, el autocuidado, en cualquier situación (uso o no uso).
El cuidado es una herramienta, creo, siempre valiosa: los niños resuenan con el relato entusiasta sobre el cerebro -único que tienen, y no se puede reemplazar con transplantes- y el cuidado que éste merece y lo que NO necesita. Lo esencial: “el cerebro de los niños a esta edad requiere….”. Esto en relación a una variedad de de temas: nutrición, jugar al aire libre, tiempos regulados (y supervisión) en uso tecnologías, criterios sobre qué ver y no en televisión, o cuándo (“a los 5 años no, quizás a los 10 sí”).
Como adulta, he conocido a muchas personas que fuman marihuana con fines recreativos y respeto esa deliberación y ejercicio individual, siempre que no se involucre a niños ni adolescentes, de ninguna manera. He conocido a menos personas que la usan con fines medicinales, y lo que informan en verdad es motivo de gratitud. No obstante, en tiempos de avance en la legalización, me rondan preguntas que no puedo omitir.
Una, por ejemplo, tiene que ver la responsabilidad de manejar y los accidentes automovilísticos (¿existe forma de medir in situ los niveles de marihuana en la sangre, como con el alcohol?). Yo no viajaría en un bus ni delegaría el transporte de mis hijas ni por tres cuadras a alguien que hubiese consumido (o consume regularmente). No hay juicio, es sólo cuidado y una preferencia personal no-negociable.
La segunda pregunta, y más urgente, apunta a qué estamos habilitando cuando se habla de legalizar la marihuana sin realizar mayores distinciones entre mundo adulto y el mundo de los niños y adolescentes. Estas omisiones, son una ausencia enorme de cuidado, a nivel de gobierno, legisladores, todos. Un factor de desprotección.
Sociedades médicas y organismos de salud internacionales han advertido reiteradamente sobre el riesgo de esta ausencia. En Chile, el año 2014, las posiciones médicas pasaron casi inadvertidas, pero creo que para quienes estamos criando niños es imprescindible conocer lo que dicen, en mi opinión, de manera sensata y mesurada (ver carta). La invocación es al colectivo: pensar en la niñez, examinar la información concluyente, no-concluyente, y ese espacio intermedio donde debemos discernir nuestra propia posición, y nuestras formas responsables de cuidar y guiar a nuestros hijos.
El conocimiento crece y se profundiza, nos lleva a cambiar criterios, mejorar el autocuidado. Recuerdo, en mi primera maternidad, consejos de amigas de mi abuela y de mi madre, de tomar malta con leche o con huevo como ellas lo habían hecho durante sus embarazos. Pero la advertencia contraria al consumo de alcohol ya estaba de sobra establecida y las mamás de mi generación la conocíamos bien.
En relación a la marihuana, hasta aquí, suficientes investigaciones informan de potenciales efectos negativos para distintos ciclos de la niñez: en el desarrollo pre y post natal, para niños que son expuestos, y adolescentes que la usan. Son cerebros, los de la infancia, en proceso de maduración y uno que toma muchos años. La neurociencia ha informado de deterioros que así fueran en un 0,0001 merecen consideración, o a lo menos 15 minutos de atención para informarnos bien (aquí un reportaje bastante completo, vale la pena leerlo).
En una sociedad donde hoy en día se conversa mucho del consumo y legalización de la marihuana (por sobre otros asuntos que considero, lejos, de mayor urgencia social), y donde se oyen voces de líderes y personalidades públicas endosando su uso, poco se habla de los niños ni de cómo vamos a cuidarlos en un escenario nuevo para nuestro país.
Como sociedad, necesitamos anticiparnos, y contar, por ejemplo, con más de una estrategia para trabajar el tema durante toda la escolaridad (incluyendo a las familias); Mineduc tiene un rol clave. La educación lo tiene, en un sentido vasto: no sólo desde jardines y escuelas, sino a nivel público, es decir, el Estado, los ministerios, hospitales, los medios de comunicación, etc, TODOS son “educadores” y necesitamos que nos ayuden a todas las familias por igual, en el acceso a conocimientos actualizados sobre una serie de temas importantes para poder cuidar mejor a nuestros hijos. Uno de ellos es el consumo de marihuana y sus posibles efectos. Hoy por hoy, es muchísima, casi abrumadora, la cantidad de información que existe –científica y no- y no es difícil sentirse inseguro, o confundirse.
Las confusiones ya son cercanas: los adolescentes cuestionan consejos de sus padres calificándolos de “urgidos” y argumentando que “hasta los senadores fuman”, y los propios adultos se sojuzgan (“eres un retrógrado, conservador, etc”) o peor, pueden exponerse a errores y experiencias aflictivas como hemos atestiguado en el caso de la mamá de Talcahuano separada de su hija recién nacida -por casi dos semanas- debido al consumo de marihuana durante el embarazo.
Protocolos médicos, un informe toxicológico que dio positivo, y un tribunal de familia local convergen en un dictamen extremo (y muy cuestionable), para proteger el bien superior de la niña, eso, en lo que respecta al posible consumo, porque en relación al apego no hubo la menor consideración sobre los daños infligidos.
Luego de dos semanas en que la madre apenas podía “visitar” a su niña (dos horas y media en tres turnos diarios), y de varias apelaciones, una demanda en la Corte Interamericana de DDHH más un nuevo informe toxicológico, esta vez negativo, hoy finalmente mamá e hija se encuentran juntas. Ignoro qué etapas siguen, o si esto es el cierre definitivo del proceso, pero es claro que queda mucho por aprender de lo sucedido.
No sé mucho sobre protocolos médicos o en función de cuáles indicadores en un informe toxicológico, es posible que un tribunal implemente medidas tan inmediatas y drásticas como separar a una recién nacida de su mamá (inclusive corriendo el riesgo de derivación al sistema de protección), pero la violencia de esa separación resuena fuerte. De las alternativas de respuesta posible para un dilema como el que se enfrentó, cuesta entender que se optara por la más disruptiva y la más vulneradora. En sólo siete horas transcurridas entre el alumbramiento y la ejecución de la medida, claramente no hubo tiempo ni mentes serenas que resolvieran acciones mejor diseñadas y favorables a la salud y el vínculo de la pequeña con su madre (y cualquier madre, aun con problemas de adicción, requeriría apoyo primero que nada). No podemos olvidar que el cuidado de todo niño involucra, necesariamente, apoyo y auxilio para sus cuidadores. Es de esperar que las debidas revisiones y actualizaciones de procedimientos sean asumidas con carácter urgente.
Quedan preguntas abiertas, entre otras: cómo se va a priorizar y proteger el vínculo madre-hijo en circunstancias de posposición de la lactancia por ejemplo, debido a una investigación judicial; cómo asegurar a futuras madres que la confidencialidad médico-paciente sigue siendo un estándar ético y un factor protector (si las madres sienten que necesitan callar o mentir por temor, cuántas vidas se arriesgan); cómo prevenir o actuar en una realidad donde las “prescripciones” de uso de marihuana con fines medicinales en el embarazo o lactancia, podrían ser cada vez más frecuentes. Qué esfuerzos educativos -tal cual otros en relación al uso de alcohol, tabaco o hasta de un antigripal- se necesitan realizar desde el Estado, el ministerio de salud, y otros organismos médicos, para informar y clarificar que la marihuana, hasta aquí, no se considera inocua ni recomendable en embarazos y lactancias (en EEUU, en muchos estados, debe venderse con etiqueta de advertencia sobre posibles riesgos para la salud de los bebés).
Otra pregunta a despejar es si y cómo puede evaluar un tribunal la co-responsabilidad de un “terapeuta naturista” versus la de un médico (que posiblemente sería demandado de inmediato) en decisiones potencialmente dañinas para la madre o su hijo antes y/o después de nacer. Ignoro si el ejercicio de ese oficio es reglamentado por un ministerio de salud, o si el terapeuta considera información médica (exámenes de sangre, ecografías, etc,) antes de indicar a una mujer embarazada el uso de un remedio por natural que éste sea, o si existe una instancia obligatoria para advertir sobre posibles efectos secundarios -que se exigen hasta para una vitamina C- y sobre posibles problemas con la justicia, si lo que se prescribe es una droga ilegal todavía, lo que no es un detalle menor.
La mamá de Talcahuano informó al personal del hospital sobre el consumo medicinal poco antes del parto. Cualquiera sea nuestra posición al respecto, al menos es una seña que esa mamá haya elegido hablar, no callar. También señaló que la prescripción del “terapeuta naturista” –para aliviar dolores óseos- fue acompañada de certezas acerca de su carácter inocuo. La madre da crédito a este consejero sin segundas opiniones médicas, y sólo consulta fuentes de internet donde verifica “lo inofensivo del consumo” (no queda claro en base a qué criterios, o si su consulta es en sitios médicos o foros públicos). Hace unos días publicaron testimonios de otras mujeres que habían fumado marihuana embarazadas (ver), y esa percepción se repite: no la consideran una droga, están convencidas de que es inocua, no aparece mención sobre su ilegalidad, y además la evalúan como muy efectiva para aliviar síntomas varios, sin expresar temor por posibles riesgos para la salud de sus hijos. Estas nociones y actitudes surgen y se refuerzan desde diversas fuentes, y es comprensible que influyan en las decisiones de un número de madres. Se hace evidente -y urgente- la necesidad de informar mejor.
Ahora bien, con y sin información, las creencias o caminos que cada uno asuma para sostener su salud pueden ser diversos y es un derecho elegir. Pero la responsabilidad es muy distinta cuando nuestras elecciones comprometen a nuestros hijos. Un ejemplo aterrador lo encontramos en relación a las vacunas, donde por opciones de sus padres, muchos niños terminan sufriendo de enfermedades como la polio o la TBC, y han muerto también. ¿Cuál es el límite entre opciones personales y negligencia? ¿Dónde fracasa el imperativo del cuidado? Son preguntas ineludibles.
Podemos celebrar que en relación a la medida de separar a madre e hija en Talcahuano, sean muchas más las voces que han abogado por el vínculo, por el apego, claros en su importancia y claros también en los daños que se arriesgan cuando no se lo protege y promueve. Pero tanto como desaniman los juicios y mini-inquisiciones que se organizan espontáneamente en estas circunstancias (contra la mamá, contra el hospital, contra el Estado, etc), asimismo desconcierta que la posición de nuestra sociedad sea bastante menos nítida y categórica en relación al cuidado de una manera integral. En escuelas, hogares, el congreso, los medios, etc., hace falta que la conversación donde se intersectan marihuana y el cuidado de la infancia, sea mucho más vasta, lúcida y amorosa de lo que ha sido hasta aquí. Nos queda camino.
Fotografía del título: “Their World… Our Children“.