Niñas hoy, mujeres mañana: proyecto de vida y cuidado ético
Women have always been in the company of girls, if only of the girl they once were themselves — Carol Gilligan
8 de marzo, día internacional de la mujer: convergencia de nuestra memoria (las trabajadoras que murieron quemadas en una fábrica textil en Nueva York, en 1857), de nuestras carencias, todavía; y el deseo de un futuro bueno y justo, algún día, para todas las mujeres, hombres, niños y niñas.
Mi primer 8 de marzo consciente, conocido, fue en en 1985. Me llevó a una marcha -a pedido mío- la mamá (QEPD) de un querido amigo del colegio. Ella era comunista y feminista, extravagante y extraordinaria, muy alta y maciza. Imposible no sentirse protegida a su lado.
Nunca caminó cerca de sus compañeras porque se dedicó a cuidarme, a ir conmigo todo el tiempo, y en lo que fue una larga jornada, conversamos mucho. Tal cual años después lo harían Pia Barros, y Carol Gilligan (mis maestras), la madre de mi amigo marcó fuertemente mi destino (y con él, el de mis hijas). Triángulo amado.
Más, mucho más que insistir solamente en la violencia del patriarcado (que nos lesionaba igualmente a hombres y mujeres), ella puso luz sobre la raíz del movimiento feminista: solidario con y entre mujeres, incapaz de avalar el descrédito, indolencia o agresión (todas formas de violencia, pasiva o activa: justamente lo que se trataba de erradicar) contra mujeres que pensaran diferente, o que inclusive se opusieran a vindicaciones que el propio movimiento defendía.
“Estamos juntas en esto, pensando en las niñas, las ancianas, todas las generaciones, las mujeres que nunca conoceremos porque viven demasiado lejos, y también en los hombres, yo soy mamá de un hijo ¿cómo no pensar en él, en otros hijos?: eso decía.
Ella estaba convencida de que no valía de nada protestar si no había, de fondo, un compromiso de largo plazo (los cambios tomaban tiempo, “no lo olvides”), responsable e inclusivo. “Nos necesitamos todas y todos”, repetía, y si algo parecía ir en la dirección del bien colectivo, entonces había que estar presentes. Qué responsables sus palabras. Cuánto cuidado por mi edad, mis primeros pasos en la tribu de las mujeres más grandes (aunque apenas tuviese yo 16, 17 años). Herencia benigna.
Gracias a esa mujer-madre-activista, comenzó un camino de exploración propio que no fue completo hasta convertirme en mamá de una niña, a mis veinte años (y de otra hija, a mis cuarenta). De mi propia niñez no había hablado aún. Hasta Diamela, el perdón, luego mi pequeña Emilia. Con ellas la vida, y cada voz, en cada libro.
Hubiésemos querido compartirlo para el Dia Internacional de la Niña, el pasado 11 de Octubre 2013, pero terminó siendo para el 8 de marzode este año, 2014:
“Niñas hoy, mujeres mañana” (y gracias por la inspiración del título al querido Pablo Simonetti), es parte de otro trabajo mayor (Tod@s Junt@s), que ojalá vea la luz en 2014, a 25 años de la Convención de Derechos del Niño.
Del libro mayor, pedir sólo las historias de las niñas, e iniciar un camino.
¿En qué estas trabajando ahora? la pregunta inevitable después de “Mi cuerpo es un regalo” (publicado en Junio 2013). Llevaba años acopiando historias de niñas y niños haciendo cosas maravillosas en el mundo, demostrando que con el apoyo de al menos un adulto incondicional en su amor y protección, los talentos, los sueños, las resiliencias y empeños de la nueva generación, encuentran cómo expresarse. Es la única forma. Solos no pueden. El cuidado habilita sus alas.
En la anécdota, y es importante señalar las energías buenas, fue Carolina Schmidt, primero (¿y si se pudiera hacer algo especialmente dedicado a las niñas, afectaría demasiado el destino del libro mayor? preguntó con respeto), y luego Loreto Seguel, siendo en su momento Ministras de SERNAM.
Ambas sabían que no voté por S. Piñera (ni por coaliciones de derecha), y que tengo importantes, profundos disensos (sobre los que siempre fue posible el diálogo, como por ejemplo, en torno al derecho a interrumpir el embarazo en casos de incesto y violación), además de esa tristeza no perecible de una época en Chile (como muchos, crecí en dictadura, entre mis 5 y 22 años de edad).
Más de alguien me preguntó, antes de salir “Niñas hoy…” , ¿estás segura: te van a vincular, descalificar, cuestionar, etc? Una lista de desgracias u objeciones que no puedo alcanzar a ver cuando se trata de construcciones colectivas, y de personas que han sido -y siguen siendo, aunque no sea público ni mediático- fuerzas siempre incondicionales en apoyo a la causa de prevención y respuesta al abuso sexual infantil. Eso es inolvidable y es eterna gratitud. Me pareció un signo positivo poder unir voluntades -como insistía la mamá de mi amigo- distintas mujeres (todas niñas alguna vez), por las niñas que un día, también construirán sus destinos como humanas adultas.
Aquí comparto agunas reflexiones del prólogo:
“A la luz de distintas etapas, ver a las niñas crecer. Las vidas presentes de las niñas irradian hacia el futuro, en todo momento y a cada paso: hacia las mujeres que llegarán a ser. Lo que las niñas puedan hacer hoy, y lo que nosotros hagamos por ellas –o dejemos de hacer- escribe, simultáneamente, su historia actual y la de cinco, diez, veinte años o más.
La infancia habita un “doble tiempo” ineludible: niñas hoy, mujeres mañana, humanas pequeñas y grandes, una sola vida, cada año contenido en el que sigue (como esas muñecas rusas de madera pintadas con flores).
Alentar en las niñas su propia mirada sobre el presente y sobre su futuro, es una tarea grande y maravillosa. Nos convoca desde formas de jugar, de enfrentar la educación, de relacionarnos y conversar en familia, de participar en comunidad, en nuestra democracia.
Disfrazarse, visitar un museo de historia natural, asistir a un concierto en la plaza, plantar un árbol, escuchar un discurso presidencial o un recuerdo de la abuela, leer una noticia sobre el espacio, o sobre la terrible realidad de una guerra: todo podría convertirse, para las niñas, en reflejo posible, en preguntas y proposiciones para sus vidas.
¿Cómo acompañamos mejor sus vidas? Las más pequeñas y las adolescentes tienen derecho a contar con oportunidades para desarrollar su potencial y disponer de todos los apoyos necesarios mientras crecen y hasta que puedan ellas mismas cuidar y decidir sus proyectos de vida. Aun en tiempos confusos o ante realidades desoladoras, este deseo no cambia. Esta determinación de que la experiencia de las niñas y las mujeres sea, como en el verso de Gabriela Mistral, de “verídico reinar”.
Ser niña, adolescente ¿qué significa?: quizás, como para muchas madres y padres, la reflexión irrumpe, emocionada y urgente, la primera vez de acunar a las hijas recién nacidas. Entre las mías, veinte años de historia humana y de encuentros memorables con niñas de distintas latitudes –y con mujeres que fueron niñas una vez-, en el trabajo como psicóloga y educadora. Las voces que permanecen y enseñan.
Escuchar la voz de las niñas ha sido descubrir una y otra vez que el cuidado es para ellas, a distintas edades, un valor que observan atentamente. Duele cuando falta; lo reconocen como indispensable para crecer seguras, sintiendo que sus vidas son apreciadas, e importan.
En sus palabras y con diversos ejemplos, las niñas suelen describir el cuidado como una voluntad o un deber del mundo adulto, más allá de sus solas familias. Las niñas saben.
Historias de madres y abuelas incondicionales; de padres que infundieron coraje; educadores que cambiaron un destino o estimularon una vocación; quizás vecinos que acudieron en ayuda, o tías que consolaron penas y desilusiones; personajes de libros, o emprendedores, inventores, líderes, hombres y mujeres reales, ejemplares.
En las vidas de las niñas (y también de los niños), casi siempre aparecen personas que dejaron huella por la forma en que cuidaron y guiaron; por la confianza y entusiasmo que infundieron. Aunque las biografías conozcan de duelos y pérdidas, de infancias o adolescencias difíciles, refulge al menos una experiencia valiosa, con alguna adulta o adulto inolvidable, y tan necesario.
Las niñas que son el alma de este libro, también contaron con el apoyo y presencia de uno o más adultos nobles. Las historias de estas niñas se están escribiendo hoy, en distintos lugares de la tierra, y también en nuestro país.
Ellas no se conocen entre sí, pero son hermanas de bandada, unas con apenas cinco años, otras con once, las más grandes con dieciséis y diecisiete: cada una, aun en la adversidad, ha ejercido su derecho a decir, proponer, volcarse en lo que cree, lo que ama hacer. Elegí sus historias –y habría querido incluir muchas otras- en la esperanza de que nuestras niñas, y nosotros mismos, compartamos el estímulo. Aquí en Chile. Ahora.
Pensar en las niñas de nuestro país nos lleva a preguntarnos por sus vidas en cada región y paisaje: qué hacen, qué sienten; quiénes son importantes para ellas; conocen o no sus derechos; qué significa el día a día en familia, en la escuela, o con sus pares; cuánto saben de sus cuerpos, de su salud y autocuidado, de la sexualidad, los afectos; cuánta serenidad o angustia se experimenta en relación a la corporalidad; qué preguntas las motivan, o cuáles callan y por qué; qué consideran posible o imposible de lograr; qué certezas tienen sobre nuestro respeto y cuidado incondicionales, o bien, qué temores; cómo descubren sus talentos y qué proyectos les interesan; qué las hace dudar o las detiene; cómo perciben la historia o el hacer de mujeres adultas, y qué sentimientos emergen ante la idea o proximidad de la adultez; cómo pertenecen a su comunidad, ejercen su ciudadanía, o cómo viven su vínculo con las niñas del mundo (o con toda la infancia, niñas y niños); qué necesitan para confiar en que pueden crecer a salvo, ser felices en su país, como niñas y como las mujeres que serán.
La resonancia de estas preguntas es conocida para quienes acompañamos las vidas de niñas y adolescentes. Pero sabemos que el eco no alcanza todavía, no como es preciso, a toda la comunidad que es nuestra nación. La historia nos recuerda que nuestras propias abuelas o bisabuelas, hace menos de un siglo, no tenían derecho a sufragio universal (éste se logró en 1949).
En el presente, todavía la pobreza, la violencia y la discriminación de género son los mayores obstáculos en las vidas de niñas y mujeres, y existen países donde apenas existe acceso a vacunas y auxilio básico en salud, o donde se prohíbe a las pequeñas asistir al colegio mientras son forzadas al matrimonio infantil (y embarazos obligados), al trabajo y la explotación (y apenas dimensionamos el horror del tráfico humano de niñas y jóvenes).
En la esfera del abuso sexual infantil y juvenil, la OMS y la CDC estimaban, al 2007, que al menos una de cada tres niñas en el mundo es abusada sexualmente antes de los 18 años (son unas 250 millones de niñas en la tierra; la cuenta es trágica). Las violaciones y abusos no terminan en la mayoría de edad: mujeres jóvenes son asaltadas en sus propios campus universitarias, o forzadas sexualmente en su propio hogar, sus propias parejas. ¿Cuándo se detienen los daños?
Las tareas pendientes como humanidad exceden lo imaginable y, por supuesto, no se trata de separar las vidas de hombres y mujeres, o de los niños y las niñas, pero es innegable que, aún en este milenio, las restricciones y vulneraciones que sufren muchas niñas y mujeres -por ser niñas y mujeres, justamente-, así como las condiciones que se requieren para garantizar su protección y desarrollo pleno, exigen compromisos que no pasan solamente por acuerdos que promuevan igualdad de derechos. Hoy se necesita más.
Las niñas de hoy están actuando, expresando sus aspiraciones y demandas, en distintas tribunas, vía internet, o en documentos magníficos como “La Declaración de las Niñas” donde 508 muchachas del mundo piden a los adultos que las tomen en cuenta, las orienten y trabajen por ellas y con ellas, en la perspectiva de la agenda de desarrollo post 2015 (ver texto completo de la declaración y video).
Las niñas y jóvenes quieren ser activas en el examen de sus necesidades y sus problemas, en el avance de sus derechos, y en la proposición de soluciones y caminos de progreso. Se trata de sus vidas, y en sus vidas, ellas quieren sentirse seguras, habilitadas para decidir y crear, para ejercer su autonomía sin que ello implique la separación o el olvido de sus comunidades. Más bien, una forma diferente de conexión, como mujeres que contribuyen a escribir el destino colectivo junto al propio.
Sin ánimo arrogante y sólo responsable, las niñas nos necesitan, tenemos una deuda histórica con ellas.
Marcos legales internacionales y nacionales establecen sus derechos, y el rol garante de Estados, familias, instituciones y el mundo adulto. Pero no ha sido suficiente para que todos y todas tomemos parte activa en asegurar una vida plena a todas las niñas. Hace falta otra mirada, otras respuestas. La ética del cuidado propone una brújula valiosa,creo, imprescindible.
Los seres humanos nos necesitamos unos a los otros; sobre todo, los más indefensos nos necesitan. Cada niño y niña que nace depende de sus padres y familias, pero también dependerá, en distintos momentos, de otros cuidadores en la comunidad: personas que trabajan en hospitales, escuelas, diferentes instituciones, el propio Estado. Nadie puede sentirse ajeno.
Los hijos e hijas son de todos y ante experiencias hermosas o devastadoras, la pregunta de mujeres y hombres en una sociedad democrática que cuida, debería ser:¿Y si fuera mi hija, mi hijo? O quizás: ¿Y si yo fuera niño o niña, otra vez? Y por último: ¿cómo, desde mi vida adulta, puedo servir a las nuevas generaciones?
Nosotros, y Chile, podemos, debemos crecer mucho todavía: en ser más sensibles y completamente responsables del “doble tiempo” en que niñas, niños y adolescentes construyen sus vidas. Me cuesta decir lo que quiero, pero hay palabras que, junto al cuidado ético, emergen cuando pienso en cualquier país donde crezcan nuestras hijas:
Desde sus ojos de niñas ojalá pudieran ver, o al menos imaginar, un país consagrado a su bienestar y que con ellas fuese amoroso, respetuoso, franco, ágil, creativo, alegre, autocrítico, valiente para abrir cauce a todo el potencial de las nuevas generaciones. Nuestras hijas, y nuestros hijos.
Gracias a las niñas Omayra Toro y Naomi Estay (jóvenes científicas, Liceo 1 de Stgo, reconocidas internacionalmente por su aporte al cuidado de las aguas del planeta), Malala Youszafai (líder y activista por el derecho a la educación de las niñas y niños, nominada al Nobel de la Paz 2013 con apenas 16 años), Vivianne Herr y Jayden Smith (las más chiquitas: vendiendo limonadas han aportado a fundaciones que trabajan para erradicar el tráfico de niños y adultos, y para prevenir el bullying y promover la aceptación incondicional de familias diversas), Paloma Noyola (de un pueblo mexicano fronterizo asolado por el narcotráfico, al reconocimiento nacional e internacional como genio matemático), Olivia Hotshilt(desde un trastorno genético que afecta su estructura ósea, ha llevado su activismo hacia las niñas que se sienten angustiadas por la presión de las apariencias), las skaters de Afganistán (en un país que restringe severamente las vidas de mujeres y niñas, incluido poder andar en bicicleta, ellas son campeonas y han multiplicado la práctica del skate) y las 508 niñas de la Declaración de las Niñas. Para todas ellas, nuestra mayor gratitud por lo que nos enseñan en la ruta de la humanidad. Hoy y mañana”.
Ilustraciones de Marianela Frank según concepto gráfico de VJ, todos los derechos reservados, prohibida su reproducción.
“Niñas hoy, mujeres mañana” en su edición especial (y realizada de forma probono) para 8 de Marzo 2013, fue de distribución gratuita en regiones de Chile, con atención prioritaria en comunidades vulnerables y/o apartadas geográficamente.