Diversidad sexual y la nueva generación: ¿Cómo hablamos con nuestros niños de 4 a 7 años? (Parte I)
En tiempos en que se debate una gran reforma a la educación en nuestro país, motiva conversar de diversidad, de infancia temprana, de género y desarrollo humano, y del cuidado ético de la niñez.
Gracias por compartir este cuarto posteo de nuestra serie. Antes de su lectura, les invitamos a revisitar la Presentación, y muy especialmente la etapa de los 0-3 años (partes 1 y 2).
En tiempos en que se debate una gran reforma a la educación en nuestro país, motiva conversar de diversidad, de infancia temprana, de género y desarrollo humano y del cuidado ético de la niñez. Aunque hasta aquí sean temas más bien lejanos en la discusión de la reforma, no lo son para ciudadanos y familias que sí estamos soñando en qué nación más acogedora e inclusiva querríamos que crezcan y se eduquen nuestros hijos, y los niños que vienen.
Muchas evoluciones esenciales se dan durante la primera infancia. El suelo decisivo para el bienestar presente y futuro de nuestr@s hij@s se construye en estos años. Sólo hay que pensar en que el cerebro alcanza el 80% a 90% de su tamaño adulto ya a los 3 años de edad (y tomará hasta los 20-25 años para su maduración completa).
En los primeros años, junto al acelerado desarrollo físico, motriz, cognitivo, también se despliega el desarrollo de la afectividad y asimismo de la sexualidad (que comienza antes de nacer y nos acompaña hasta la ancianidad). El tema de la diversidad sexual se engrana en este recorrido.
Recordemos que hasta los 3 años lo más recomendable es destacar el valor de la diversidad (en la vida, flora y fauna, la humanidad), y contar ojalá con la cercanía de parejas y familias diversas (mono, biparentales, homo/lesboparentales, distintos países y religiones, etc.). Los niños no realizan juicios (y si los realizan, es porque aprendieron de los adultos): sólo resuenan con el afecto y el cuidado presente en las relaciones que conocen en su entorno.
Durante la etapa de los 4-7 años, las recomendaciones se vuelven más específicas: niños y niñas están más conectados con sus cuerpos, sus interacciones con otros niños, y la actividad central del juego. Nuestro acompañamiento en estas esferas es fundamental.
Asimismo, a los 4,5 años ya existirá la noción del amor romántico –pololos, enamorados, “casarse”-, y aumentan las preguntas sobre las parejas, la familia y el tener hijos. Hacia el final de este período y/o comienzos del que sigue (8-12 años), las interrogantes serán aún más detalladas en torno a la sexualidad y reproducción, y la diversidad sexual. De ello hablaremos en la segunda sección (próxima semana).
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La corporalidad, la sexualidad y el cuidado
Abordar el tema de la diversidad sexual nos lleva a tocar necesariamente algunos hitos del desarrollo de la sexualidad infantil durante estos años, y de la relación de los niños con lo corporal.
El cuerpo es el “hogar primario” (ref: “Mi cuerpo es un regalo”), todo habita en él. La forma en que nuestros hijos/as se vinculen con los demás y consigo mism@s, comienza aquí. Una herramienta útil para familias y educadores, nos la entrega el conocimiento específico sobre qué es frecuente, común o esperable (y a partir de ahí, qué podría no serlo) en la relación con el cuerpo y el desarrollo de la sexualidad durante la infancia temprana.
Desde el nacimiento, la curiosidad por conocer –el mundo, las personas, la naturaleza, los objetos- se expresa desde el cuerpo. La asociación vista-tacto es un canal preferido para descubrir y jugar durante la infancia; también lo es en la autoexploración.
La autoexploración se da primero sobre aquello que es visible para los niños, y podrán dedicar tiempos largos a contemplar sus deditos de las manos, o de los pies. También entrarán en contacto con sus áreas genitales, casualmente al comienzo -mientras mudamos, aseamos, etc.- y luego con mayor intención –a partir de los 3,4 años- conforme reconocen sensaciones de placer: algo que se siente “agradable” (sin connotación sexual para ellos), tal cual podría ser comer chocolates, flotar en agua tibia o ser arrullados.
Al llegar a los 4 años, la mayoría de los niños conocerá bien los nombres de las partes del cuerpo, incluidas las llamadas “partes íntimas” o privadas: vagina, pene, ano, y también se consideran aquí la boca y las manos. Insistiremos en estos nombres correctos, con cariño, seguridad, una y otra vez. Recordemos, a modo de ejemplo, que aunque nos digan Chabela o Pepe por cariño, debemos saber siempre que nuestros nombres propios son Isabel y José.
En esta etapa los pequeños ya reconocen las diferencias entre los cuerpos de las niñas y los niños, y también querrán saber de aquellas entre cuerpos adultos (específicamente de las mamás, papás, si los ven desnudos y ésa es una elección sobre la que vale conversar en cada pareja/familia). Luego continuarán, desde un desarrollo saludable, en el pulso de este tiempo marcado por interacciones propias de la niñez, es decir, entre niños y niñas.
También entre los 4-7 años recordamos las distinciones entre aquello que es “de grandes, o adultos” y “de niños” y, asimismo, reforzamos continuamente la diferencia entre el espacio “privado”, personal, propio del niño/a (donde desvestirse, ir al baño, o autoexplorar), y el espacio público.
Los límites son indispensables, y ayudamos a los niños a establecer los suyos. Desde la ética del cuidado, cuando somos receptivos al llanto de un niño, a su cansancio, o a su negativa –pese a toda “gracia” y posibles avioncitos- de una cucharada más, estamos diciéndole “te escucho”, “tus límites existen”. Cuando cuidamos la intimidad de actos como amamantar, mudar, ir al baño, estamos comunicando que existen espacios propios y personales, y merecen respeto. El cuerpo se cuida.
Un tema sobre el que vale insistir es cómo los niños van a saludar e interactuar con adultos, partiendo por nosotros sus mamás y papás (ver artículo), y cómo van a participar de actividades con otros niños (en un contexto de buenos tratos y sin coacción). En este trazado, comienza a forjarse muy lentamente – y llevará hasta la adultez joven-, el consentimiento.
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Los juegos, las interacciones con otros niños y lo corporal
Durante la etapa de los 4-7 años, el juego es una actividad predilecta, imprescindible. Si hasta los 3 años los adultos actuábamos muchas veces como facilitadores, durante este período vemos que son los niños quienes proponen, piden jugar, hacer (para ellos casi todo es lúdico: pintar, leer, bailar, ayudar).
Además de la estimulación y desarrollo social, una preocupación frecuente de las familias, cuando los hijos ya asisten a jardines o al colegio, se relaciona con los juegos corporales o “de connotación sexual” (aunque para los pequeños no tengan ese significado).
Es fundamental conocer los criterios para considerar estos juegos dentro del estándar esperable o común para esta etapa, a saber: deben darse entre niños de una misma edad o muy cercanas (1-2 años de diferencia, no más, para preservar paridad y para efectos de prevención); pueden jugar juntos niños y niñas, o bien sólo con los de su mismo sexo (hacia los 5, 6 años tiende a darse una preferencia en este sentido); los niños se conocen, son parientes o amigos; la participación es voluntaria, sin coacción ni violencia, y es posible expresar preferencias (así me gusta jugar) y límites (así no quiero jugar); y por último, el tono del juego es ligero, inocente, travieso.
De hecho, la risa de los niños constituye un indicador de cuán saludable y natural es este tipo de juegos, y no dejarán de reír si los sorprendemos en la situación. Una vez más, insistimos en la noción de que el cuerpo es privado y las partes íntimas también, y en la distinción entre espacios personales y sociales. Los aprendizajes toman tiempo: aquí también. Nuestra guía es afectuosa y muy clara.
Lamentablemente, no es infrecuente que el mundo adulto censure los juegos corporales entre niñ@s, calificándolos precipitadamente como impropios o “desviados”, e inclusive, como una alerta de posible abuso sexual.
Antes de las prohibiciones, interpretaciones y alarmas, por favor prevengamos o estemos absolutamente seguros de que nuestros niños no han sido expuestos a contenidos inadecuados en televisión, internet (tablets, celulares), revistas, o bien en directo (sorprendiendo interacciones sexuales de hermanos o primos adolescentes con sus parejas, o de los propios padres y madres). Conozcamos los indicadores que sí pueden requerir de evaluación experta: cuando los juegos imitan conductas sexuales propias y específicas de los adultos, y/o llevan una carga violenta, o son demasiado repetitivos, con escasa capacidad de distraer al niño/a en otras actividades.
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Los juegos, la diversidad sexual y las restricciones del género
A más de algún pequeño le han dicho que su forma de jugar no es la adecuada para una “niña” o para un “niño”. O bien, lo han calificado de “gay” o le han advertido que va a terminar siéndolo (como una predicción amarga). Los juicios de nuestro mundo adulto –muchas veces desinformados- pueden inhibir el juego, una actividad esencial para la supervivencia y desarrollo humanos.
El juego infantil es fundamental para conocer el mundo, adquirir habilidades, descubrir talentos, potenciar el desarrollo intelectual y la salud física y emocional (reduciendo el estrás y aumentando inmunidad). Es también un espacio donde se nutren vínculos, repertorios de cuidado y buen trato, emociones, la autoimagen y la confianza en los propios recursos.
En la infancia temprana se recomienda estimular el juego libre, diverso, disfrutarlo junto a otr@s niñ@s y/o consigo (una habilidad muy importante), y abstenernos de adjudicar rótulos de “femenino” o “masculino” a juguetes, juegos, roles, vestimentas, disfraces y/o estilos personales para jugar.
En el prekinder de un colegio, muy recientemente, las profesoras solicitaron a unos padres “desincentivar” a su hijo de “jugar tanto” con niñas, y en cambio invitar más niños varones a la casa, para facilitar la “inserción social” y “evitar preocupaciones a otros apoderados”.
Lo que omitió la evaluación del colegio fue que este niño –motivado por aprender y muy buen compañero- es el menor de cuatro hermanos hombres, con primos mayoritariamente varones. Asiste además a una escuela de fútbol (deporte que ama), 3 veces por semana. “Quiero jugar sin pelota y a otras cosas, que inventan las niñas” y además estar cerca de una niñita que “es la más divertida y linda: la que más me gusta a mí”. De haberlo escuchado en primer lugar, no habría sido necesario restringir sus juegos ni someterlo a supervisión de la inspectora durante los recreos.
A esta edad (4, 5 años, leer) la mayoría de l@s niñ@s habrá asimilado lo que conocemos como “rol de género”, es decir, las conductas, actitudes, etc., que la sociedad refuerza como propias del ser niño-niña, hombre-mujer (según el sexo biológico).
Nuestras actitudes frente a estos roles –de adhesión acrítica, o de reflexión que empodere a los más pequeños- serán determinantes, y desde el cuidado y la empatía con los niños, por favor consideremos el ahogo y frustración que puede significar para ellos el sentirse forzados a seguir estereotipos, evitar “inadecuaciones” o jugar según expectativas (o ansiedades) adultas.
El 2013 fue inolvidable el video de una niña argentina indignada con las princesas (versión tradicional de éstas, y ojo que hay muchas más hoy en día), y de otra pequeña enojada por la clasificación de juguetes según género. Del 2014 (Mundial), compartamos el reportaje “Mi hijo no juega fútbol”, y aunque en inglés, la columna más bella que he leído sobre desacato a los estereotipos es la de una mamá que se autodefine “brusca” y le habla a su hijo “suave y gentil” (leer).
El juego es todo un universo. Si bien se ha observado en numerosas investigaciones que niños y niñas tienden desde pequeños a jugar de formas diferentes (por ejemplo, las niñas se apoyan más que los niños en narrativas y personajes), asimismo ha sido probado que se amplifica el desarrollo infantil de aptitudes cuando juegan junt@s y de formas diversas (sin distinciones de género: muñecas y peluches para ambos, cocinas y tacitas, autos y trenes, pelotas y juegos de construcción, etc).
Promover la amistad y los juegos entre niños y niñas desde sus primeros años se ha evidenciado, asimismo, como un factor que aporta al establecimiento de relaciones románticas más saludables entre adolescentes, mejores interacciones laborales y co-parentales en la adultez, y al mayor respeto y cuidado mutuo entre hombres y mujeres. (Les recomendamos conocer los recursos sobre parentalidad y crianza no-sexista que Junji-Mineduc comparte en su sitio web).
Hoy en día, entusiasma ver cómo se multiplican iniciativas que alientan el juego sin restricciones (por ejemplo Let Toys be Toys y Goldie Blocks), en tanto cambian las clasificaciones de juguetes: textiles, plásticos, madera, didácticos o recreativos, para interior o exterior. Para tod@ niñ@.
En un contexto que abre posibilidades, familias y docentes tienen un rol central promoviendo prácticas y mensajes positivos en torno al juego y la diversidad; y enseñando a los más pequeños que no existe una sola forma de ser, vestir o comportarse para las niñas o para los niños, y que no por jugar ciertos juegos, o por preferir amiguitos o amiguitas, van a hacerse más o menos gay, o más o menos heterosexuales. Seamos activos, por favor, en disolver mitos que nos hacen mal.
Recordemos también que nuestro cuidado para con los niños se expresa mediante nuestro lenguaje. Es imprescindible separar palabras como gay, homosexual, lesbiana, trans, etc, de toda connotación negativa, ofensiva, y evitar el uso de otros términos peyorativos o sobrenombres para aludir a identidades sexuales diversas. Que los niños y niñas crezcan sabiendo que todos somos diferentes –personas y familias-, y que todos tenemos derecho al mismo respeto.
Ante la inquietud parental sobre el impacto o “efecto de inducción” que pueda tener una crianza o educación que integre la diversidad sexual, es importante insistir que no se decide ser heterosexual, homosexual, etc. Se es, se siente, y l@s niñ@s reconocen esos sentimientos –que les son propios, que vienen con ellos- a distintos tiempos (ver posteos anteriores y videos y enlaces incluidos).
¿Y si fueran nuestr@s hij@s? No alimentemos como sociedad el temor o la soledad de los niños ante las diferencias: de otras personas, propias, o bien de sus familias. Algunos pequeños, compañeros de nuestros hijos, tienen madres, padres, ti@s o abuel@s gay (hace poco supe de un señor que “salió del closet” después de los 60 años). Que la actitud sea de alegría y gratitud por el círculo de cuidado en torno a los niños: ellos lo reconocen claramente en las familias que somos.
La próxima columna abordará las preguntas de la etapa de los 4-7 años sobre cómo nacen los niños, cómo se convierten en padres y madres las parejas gay, y la reflexión de los adultos en torno a la adopción homoparental, un tema muy presente. Nos vemos.