Dejemos fuera a los niños
Fotografía:EFE
En días recientes, la prensa ha vulnerado a los niños en más de una oportunidad y ya son varias denuncias y reclamos en el Consejo Nacional de Televisión. Por valorable que sea contar con esta instancia, y más allá de acciones sumarias, lo que más se requiere es la definición de estándares actualizados para cobertura noticiosa, y acaso nuevas legislaciones que efectivamente protejan a los niños y sancionen a quienes los expongan a sufrimientos evitables, y mayores daños.
La prensa se hace presente de forma masiva y casi ininterrumpida, como en toda situación en que la atención ciudadana es alta y el requerimiento de información es mucho mayor. Es loable la acción de periodistas valientes y serios y se agradece la edición sobria y clara de lo que es informado (hay dolores que no necesitan nada, ni titulares ni música triste de acompañamiento, para sernos evidentes).
También nos damos cuenta de la responsabilidad y compromiso de algunos medios por sostener la energía, preocupación y solidaridad de quienes no han vivido la tragedia, para concurrir en auxilio de quienes apenas y comienzan un proceso que no se limita al desastre reciente, sino que es largo en la mitigación y recuperación -moral y material- luego de los daños sufridos.
Sin radio, televisión, medios escritos, redes sociales, sería mucho más difícil saber de los nuestros, y plegarse a iniciativas de apoyo como comunidad, cuando el país vive una catástrofe. Nadie desconoce el valor de esas contribuciones. No obstante, involuntariamente, desde la presión y precipitación por informar, o voluntariamente, desde la competencia por protagonismos mediáticos y el insensible (y no siempre sensato) rating, se cometen errores y excesos. El más grave, creo, dice relación con los niños. Los más indefensos.
Llevamos años pidiendo la protección integral de sus derechos, y su cuidado incondicional, en cualquier situación, todos los niños, niñas y adolescentes sin distinciones. Parte de esa protección les corresponde prodigarla a los periodistas, que también integran el mundo adulto y deben respeto a los derechos de los niños, no desde una voluntad ética personal (que sería esperable) sino porque así lo establece la ley, y el Estado de Chile, en marcos nacionales e internacionales a los que nuestra nación adhiere, clarísimos en lo que se refiere al cuidado de la infancia.
Desde el derecho al resguardo de la identidad de los niños, su derecho a la privacidad, el respeto a su dignidad como personas humanas (sólo de menor estatura y sin derecho a voto), desde el deber del mundo adulto de proteger la integridad física y psicológica de los niños, desde la consciencia sobre los riesgos de la revictimización (por la reiteración de relatos y revivencia de episodios dolorosos y traumáticos para los niños), y también desde muchos otros ángulos, no se justifica que la cobertura periodística incluya a los niños, y menos aún es aceptable que se les hagan preguntas insensibles y crueles.
Durante el año 2013, a propósito de la cobertura del embarazo como resultado de abuso sexual infantil de una niña de Pto Octay, se indicó muy precisamente -no sólo para ese caso- que si se llegaba a entrevistar a un niño esto debía ser con el consentimiento y autorización de sus guardianes legales (generalmente las madres, padres, u otros familiares).
Una recomendación, a nivel internacional, es que aún existiendo consentimiento de los guardianes, los periodistas -en una situación de mayor control emocional y distancia de la tragedia- deben ejercer criterio.
Aun cuando una persona autorice a sus niños a ser entrevistados o esté ella dispuesta a serlo, no quiere decir que sea ético o humanitario concordar en que lo haga, forzando la voz en pleno trauma o pleno duelo. Desde un periodismo en la ética del cuidado, el rol del periodista podría/debería ser el de desistir de la entrevista (al menos por un tiempo), o el de aconsejar y desalentar a las personas, aun a costa de perder alguna “primicia” y sacrificar el “rating”. No debería doler tanto: no son seres vivos.
En los seres humanos, las pérdidas y las experiencias traumáticas sí causan dolor, confusión, perplejidad, estrés, fatiga física y moral. Las personas no están en condiciones óptimas para organizar sus actos, ideas y dichos, y menos para deliberaciones sobre posibles consecuencias de una entrevista. Si un adulto puede no estar habilitado para responder a una, menos lo estará un niño.
En días recientes, la prensa ha vulnerado a los niños en más de una oportunidad y ya son varias denuncias y reclamos en el Consejo Nacional de Televisión (CNTV). Por valorable que sea contar con esta instancia, y más allá de acciones sumarias, lo que más se requiere es la definición de estándares actualizados para cobertura noticiosa, y acaso nuevas legislaciones que efectivamente protejan a los niños y sancionen a quienes los expongan a sufrimientos evitables, y mayores daños.
No se puede dejar el cuidado de los niños a merced del criterio o sensibilidad de los medios o el rating. Estamos hablando de derechos que deben ser protegidos y respetados, y no de preferencias o recomendaciones sobre cómo hacer periodismo cuando se trata de niños en situaciones de catástrofe. O cuando se trata de niños, simplemente.
Aun en la mejor situación, por ejemplo: niño genio gana premio de matemáticas o niña gimnasta gana medalla olímpica, los derechos de la infancia continúan existiendo, el mundo adulto (y cada Estado) continúa siendo responsable y garante de esos derechos así como de necesarias consideraciones éticas sobre la exposición vs el bienestar de los más pequeños, y el imperativo, al menos, de consultar y requerir el consentimiento de padres, madres, cuidadores, custodios, para cubrir noticias donde se involucre a niños y niñas.
El día de ayer, el canal del estado transmitió una nota desde los cerros de Valparaíso (ver), para hacer presente el impacto de la catástrofe en las vidas de los niños. Ignoro si se firmaron las debidas autorizaciones para hablar y mostrar a niñas y niños en cámara, pero sí fue observable, para muchos, y para mí también, la ausencia total de preparación, reflexión y conocimiento o respeto a los derechos de los más pequeños, de parte del periodista que realizó la nota.
El juicio a las intenciones no es el punto ni es posible. Quizás el periodista se sentía convencido de que su trato fue acogedor, simpático, o al menos, no completamente inadecuado. No sabemos. Lo que lamentablemente, sí podemos saber, es que se malversa el cuidado de los niños entrevistándolos en medio de una tragedia (entre cenizas y escombros), o entregando un billete de diez mil pesos en cámara a una pequeña para reponer un juguete.
El reproche no es sólo para el periodismo, sino para cualquier adulto en cualquier oficio -podría ser abogado, pediatra, psicólogo, profesor, carabinero, autoridades, etc- que insista en interrogar o forzar el diálogo con los niños, y peor aún si éste se realiza en torno a sus pérdidas y padecimientos, a procesos donde existe un límite íntimo por el cual velar, tan vulnerables en la herida (de cuerpo o espíritu, lo que se fuerza o “exhibe” no es tan distinto).
En la nota deTVN, la espina se hiende en la pena de las niñas entrevistadas por lo que sufrieron en el incendio, incluida la muerte de sus mascotas. La indolencia en ese intercambio dudo seriamente que pueda haber “emocionado” a alguien de la manera en que la televisión quizás entiende la emoción. El efecto se dispara en otra dirección y lo que nos queda es impotencia, y rabia, porque no hubo quién protegiera a esas niñas de la entrevista, porque todavía existan reportajes en los cuales se ignora y arriesga toda la dignidad y respeto que merecen las personas, todas, y espcialmente los humanos más pequeños. La rabia es todavía mayor porque en esa miseria donde nadie pero nadie “elegiría vivir” -como dijo una señora en otra entrevista inmisericorde el pasado domingo-, más se evidencia desigualdad sobre desigualdad de la infancia. No basta ya con ser niño o niña, con toda la indefensión, desventaja, y asimetría que ello implica en relación al mundo adulto. Además se trata de niños o niñas en la mayor pobreza, y tratados con mayor desconsideración aun. Desde el cuidado, creo que no podemos guardar silencio en esto, ni quietud. Los adultos, como dice Carol Gilligan, necesitamos ser activistas por nuestros niños.
Dondequiera que sea posible, abramos el diálogo acerca de cómo debería ser la relación entre la infancia y los medios; reflexionemos sobre estándares irrenunciables de protección en los reportajes; imaginemos cada vez más alta la vara con que se despliega y observamos el cuidado; manifestemos nuestras resistencias y desacuerdo con las formas de hacer periodismo que arriesgan o vulneran directamente a los niños.
No sé, en días como hoy, qué vergüenza corresponde sentir. Si sólo ajena, o quizás no tanto. Como comunidad compartimos responsabilidades, y puede que no sean directas en la gestación de la inequidad, pero sí en su sobrevida, en la demora, en nuestra aquiescencia, o al menos, con los niños, en no ser la voz que necesitan que seamos para ellos. Tomemos en cuenta lo que han logrado movilizar otros activimos en nuestro país. ¿Cómo reaccionamos ante la misma trasgresión cuando se trata de adultos, y cómo, cuando son niños? No es igual. No son tratados con la misma dignidad ciudadana que se reconoce o exige para otros compatriotas, o bien, en comparación a otros grupos o “minorías” (y los niños no lo son, más encima).
Es frecuente que se postergue a los niños, que ni siquiera sean tomados en cuenta, o se los vea. Quizás los adultos miramos muy alto, o nos miramos el ombligo, o a veces hacia abajo, conscientes de que les fallamos: porque no concurrimos a tiempo, o porque no los escuchamos ni fuímos sus voces. Ni siquiera pensamos en ellos a la hora de votar.
Recuerdo del 2013, las primarias de junio, cuando de ambas coaliciones ganó el único candidato (uno de dos en la alianza, y una entre cuatro de la Concertación-Nueva Mayoría) que no tenía ningún programa de infancia escrito, detallado, ni compartido con la ciudadanía. Cero. Hubo una fuerte campaña en las redes sociales pidiendo votar informadamente, y había propuestas excelentes, como las de Andrés Velasco y de Claudio Orrego, luego J.A Gómez, y muy limitado a un par de puntos, Andres Allamand. No importó. Luego, para la primera vuelta presidencial, el candidato Alfredo Sfeir insistió en su campaña sobre el compromiso con los ciudadanos niños (como había propuesto A. Velasco antes), y tampoco fue determinante. Uno se preguntaba qué país se puede soñar o crear, sin los niños en nuestro horizonte.
Actualmente, seguimos sin contar con una ley de protección integral de la infancia que podría y debería abordar por ejemplo, entre otros, el tema del cuido ético de la infancia y la responsabilidad de los medios de comunicación. El Consejo Nacional de la Infancia, y por favor leamos detenidamente lo que señala el decreto que oficializa su creación (ver aquí), cuenta con un año, prorrogable en seis meses por facultad presidencial para formular una política nacional de la infancia y adolescencia, para proponer al Ejecutivo. Un año y medio. Para “formular”. Ok.
Ahora debería ser momento de “actuar” y resueltamente: el Consejo Nacional de la Infancia junto a CNTV, el Consejo de Etica de los Medios de Comunicación, Unicef, el Congreso, las fundaciones dedicadas a infancia, y quien pueda y quiera ponerse a disposición para garantizar que en un próximo evento trágico, ningún medio omita el cuidado de los niños ni un milímetro.
Sé que puede ser cansadora la insistencia en ciertos temas, pero si hoy o mañana nos preguntan nuestros hijos ¿y tú qué has hecho? querríamos poder responderles, con éxitos a nuestro haber, o con fracasos, que nunca dejamos de intentarlo, por lentos o vanos que hayan podido ser nuestros esfuerzos.
Creo que muchos papás y mamás, en muchas esferas, nos movemos así: desde la claridad compartida sobre los hijos de todos, sabiendo que lo que hacemos por otros niños, y que lo que dejamos de hacer no sólo afecta a los niños que no conocemos, sino que en alguna parte toca la vida de nuestro propio hijo o hija también.
No veo mayor poder, inclusión y posibilidad de resistencia transformadora que repetir como un mantra “estamos todos juntos en esto”. Sólo existe una “exclusión” con la que sí sueño para los niños, y para mi hija también: que permanezcan lejos, muy lejos, de todo lo que pueda mellar la integridad de su ser y de sus infancias.
Fuera de asedios y abandonos, de negligencias y abusos, de precariedades e injusticias, y de ejercicios indolentes como entrevistas forzosas y al fragor del trauma. Fuera de todo descuido, maravillosamente fuera. Por favor.
1. Link entrevista TVN a niños de Valparaíso
3. Ética periodística y trauma: http://www.dartcenter.org Columbia (recursos en inglés y español)
4- Referentes en Chile, profesor Abraham Santibañez, periodista, Presidente Consejo de Ética de los Medios de Comunicación Social, y la periodista y académica Lyuba Yez, Ética periodística y trauma.
5. CC Denuncia al Consejo Nacional de Televisión:
Fecha Emisión: 15-04-2014
Motivos:
Dignidad de las Personas, protección de la Familia y formación de la niñez y la juventud Fundamentos: