Tempestad calmada – El Diario Pluralista 18/01/2014

Con una tempestad calmada, para el Pluralista nos dice Vinka Jackson , “Sólo con un lápiz en la mano podía (escucharme), entonces se trataba de una experiencia muy íntima y casi de supervivencia “sin escribir: puro ahogo”.

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Vinka Jackson Nació en 1968, en Santiago, y actualmente vive entre dos hogares: Chile y  EEUU (su lugar de residencia desde 1996). Es mamá, psicóloga (U. de Chile) y escritora (Ediciones B). Su primer libro, “Agua Fresca en los Espejos, abuso sexual infantil y resiliencia”, fue honrado como obra inédita por el Consejo de la Cultura (Chile, 2006), y cuenta a la fecha con cuatro publicaciones. Hoy en día, trabaja en una serie de libros infantiles. “Mi cuerpo es un regalo”, publicado durante 2013 y primer volumen de esta serie, ha sido recomendado como material educativo por Junji-Mineduc para sus jardines infantiles a nivel nacional.

Antes de comenzar, Cuéntanos un poco de tu día a día ¿Qué haces en tus ratos libres? ¿Alguna rutina; lectura, música, silencio?

Tengo dos hijas, y una muy pequeña, de 5 años, que marca mucho el compás de mi día a día, y luego el trabajo. Es una vida bien movida, días largos, duermo poco, 4 a 5 horas diarias (eso desde niña no ha cambiado). La verdad es que añoro tener más tiempos libres, pero son escasos y de dos tipos: en familia (marido e hijas) y conmigo otro poquito. Esos  los destino a leer poesía, escribir, a veces dibujar un poco, y bailar (aunque sea sola y por una canción).

Fruto de tu trabajo constante es tu último libro, “Mi Cuerpo es Un Regalo” que va ligado a tu anterior obra “Agua Fresca En Los Espejos“ ¿Es como una segunda parte? Háblanos un poco sobre ese trabajo y sobre esos  libros.

Son obras hermanas; o una suerte de madre e hija. Ambas tienen la buena voluntad de aportar a la prevención de abusos, de proponer una convivencia entre adultos y niños donde el respeto y el cuidado sean vectores. Pero lo hacen de formas diferentes. “Agua Fresca…” es un trabajo dedicado a personas grandes, lectores jóvenes o adultos, eso porque la temática de abuso sexual infantil es difícil y muy dura, pese a la luz que aporta la narrativa sobre resiliencia y reparación. En cambio, “Mi cuerpo es un regalo” es un libro que nace por y para los niños –aunque la lectura ojalá sea acompañada por los adultos-, y la experiencia que propone es la de maravillarse con el cuerpo, la vida, y la dimensión irrecusable y enriquecedora del cuidado (y el autocuidado). En lo personal, fue super importante para mí poder hacer algo que alcanzara a la sociedad adulta, pero que también fuera un aporte directo para los niños, en su mundo. Entre la escritura del AF hace ya siete años, y el comienzo de la serie para niños ahora, siento que se completa un círculo de protección añorado, que yo necesitaba dibujar. Sin ánimo autorreferente, de niña habría agradecido que cayera en mis manos un libro como “mi cuerpo es un regalo”, o de adulta, como mamá, cuando comencé el camino con mi primera hija y quería entregarle la visión más bella sobre su cuerpo y también más clara en sus derechos.

¿Eres consciente de la importancia de tu trabajo como escritora?

Me tomo el oficio de escritora, y todos mis oficios, con mucha responsabilidad. Ahora, yo he elegido por un ciclo de tiempo largo aportar, mediante la voz escrita, en un espacio que es más bien comunitario, en temas sociales, desde la mirada del cuidado ético, como con los libros para niños, o desde mis columnas. Y admito que soy bien radical u obsesiva en el estándar que me exijo desde la consciencia sobre el efecto que una sola palabra, o una obra escrita mayor, pueden tener.. Para mí escribir tiene sentido en la medida en que, por luminosa o sombría que sea la temática de la que escribes, lo hagas con un sentido de profundo respeto y empatía -con quienes leen y con uno misma-, y con claridad en el para qué, el propósito o el posible horizonte que pueda alcanzar algo que escribes. Hay una coherencia que me importa cuidar: con valores preferidos, con una forma de convivir en la que creo o a la que aspiro y no estoy dispuesta a vulnerar. Le tengo terror a los mesianismos, las verdades absolutas, los llamados a la turba, los puntos ciegos que no nos dejan mirarnos, o mirar al prójimo, o que anulan la posibilidad de algo distinto, mejor… las palabras “terminales”, esas que destruyen, niegan al otro, descalifican, agreden…todo eso que uno lee o escucha todos los días, es algo que quiero lejos de mi propia voz. No quiero escribir jamás así. Por eso la obsesión con ser delicada y precisa; y con el aire que tienen que dar, o quedar entre palabras. No quiero ahogar, menos trasgredir, a otra persona, ni a mí, con lo que escribo.

De hecho, muchas veces me abstengo de escribir si siento frágil mi suelo. Desde niña, las confesiones son por escrito, los discernimientos, las lucideces. Puedo escribir una frase pensando en un tema contingente, y terminar de forma imprevista, develándome algo que me molesta, que está desajustado, o que duele, y a veces no quiero saber o trabajarlo, o no ahora. Si estás embarcado en algo grande, o alguien querido te necesita mucho, o uno misma está un poco en la niebla o con tristeza, agarrar lápiz y papel puede dispararte en direcciones tremendas, y poner luz donde todavía uno no está preparada para verla. Ahora, con lo fuerte que pueda ser, no lo cambiaría por nada. Uno agradece que desde dentro de uno misma, algo te mueva u obliguen a la lucidez, al autoexamen, al trabajo constante de conocerse, construirse.      

¿Cómo es el proceso de escribir y publicar?

Una tempestad calmada, aunque suene a paradoja. Ahora para mí, el tema o la aspiración nunca fue escribir para publicar. Mi primer ofrecimiento para un libro, fue a los 22 años, un volumen de poesía, y no quise. Estaba concentrada en otros esfuerzos como ser mamá, sacar la carrera, proveer para mi hija. La literatura no era parte de mi ruta. Y sí, yo escribía desde chica, pero por necesidad; porque hablando, la voz no me salía. Sólo con un lápiz en la mano podía “escucharme”, entonces se trataba de una experiencia muy íntima y casi de supervivencia (sin escribir: puro ahogo). En mi juventud,  alguien leyó lo que escribía e insistió en que lo compartiera, y hubo recitales de poesía, y luego hice un taller con la Pía Barros, y en EEUU me volvieron a tentar para publicar, pero tampoco quise. Tenía 30 años ya, y aún sentía que no tenía la madurez, o la confianza. Creo que, por encima de todo, aún no tenía claro el “para qué”, porque una cosa es escribir porque tú lo necesitas, y otra es hacer público lo que escribes. ¿Para qué?… tenía que verle sentido y eso vino cerca de los cuarenta, como un accidente, un azar donde yo intervine poco, y honestamente, sintiendo que me movía en un margen; un territorio en préstamo, extranjero. Además, en Chile la literatura de no ficción no era muy valorada (y todavía falta) y menos la literatura testimonial, viniendo de una total desconocida, una persona común y corriente. Ahora, eso era lo mejor, porque si alguien leía el libro, no sería por su autora, sino porque la relevancia estaba en el tema, en la mirada a esa experiencia humana que el libro presentaba. Entonces pudo hacerme sentido, y desde el servicio… “si le sirve a una persona”, eso que repetía mi hija mayor y mi terapeuta para animarme a dar a luz el “Agua Fresca…”. Me dieron confianza, y mi decisión pasó por proponer una conversación, abrir el tema del abuso sexual infantil, que no se hablaba mucho en nuestra nación, y abrir también el camino posible de la reparación desde el cuidado y la resiliencia. Quizás, cambiar un poco el mundo, una vida, o un ángulo de mirada de alguien… palabras mayores quizás, pero desde ahí todo lo que uno hace cobra valor. Desde lo más cotidiano, a lo más extraordinario, como puede ser gestar un libro con sentido.

Sólo cuando es nítido el sentido de escribir, el para qué, puedo hacerlo sabiendo que puede ser visto por otros. Pero para otros, o sólo para mí, no es tan distinto en esta imagen de la tempestad calmada que te mencionaba. Lápiz en mano, puedo saber que uno se entrega a la voz y a su cadencia y la mía va paso a paso, sin atropellos. Pero muy clara en el riesgo de salir transmutada, magullada, con más preguntas todavía, o a la deriva, y de ahí cualquier cosa: perderse más, o encontrarse frente a frente con la ambigüedad, los contrastes de luz y sombra todo el tiempo, la ausencia absoluta de absolutos de los cuales afirmarse, excepto el amor y el cuidado, conmigo, con el otro, muy consciente de que lo escrito, al salir al mundo, bien podía ayudar a construir, a dar aire, o a quitarlo. Esa brújula era no-negociable: no iba a escribir bajo cualquier estándar ni arriesgar facilismos o excesos, la cosa estridente, escandalosa, o algo que no fuera coherente conmigo. Yo me muevo en universos pequeños, soy super celosa de mi intimidad, mi soledad (podría no salir jamás de mi casa y ojalá no ver más que veinte personas que son parte de mi mundo íntimo); y le tengo mucho respeto a la emoción. Para escribir de ella, no veo mucha necesidad de accesorios ni alzas de volumen o colores chillones. El dolor es inmenso por sí mismo; el gozo también, y las ambigüedades, el punto donde no somos puramente blanco o negro, benignos o lesivos, todo eso que es tan humano, por impreciso que sea, por luchado, como que siempre está en gestación, puja que puja, también es inmenso en su sola presencia… por eso trato de describir sobriamente, si es que se puede llamar de esa forma el ejercicio…. o más simplemente, escribir desde el cuidado, el lápiz firme pero atento a la fragilidad y la dignidad que hay en todo. Es una opción bien personal, no digo que deba o pueda acomodarle o gustarle a todos, y es posible que ni siquiera yo logre hacer lo que me propongo cuando comienzo un escrito, y cometa decenas de errores, pero mi tranquilidad está en no distraerme y en poner toda la energía de hacerlo cuidadosamente. Esto no significa capitular ni modular lo que no puede ser modulado, como la indignación ante la crueldad, por ejemplo, pero sin perder de vista la ética del lápiz, del acto escritural.

Me doy cuenta de que sólo te hablo del proceso de escribir, y nada de publicar. Sobre eso, yo siento mucha gratitud por las casas editoriales a las que he pertenecido y pertenezco, y las editoras con quienes he trabajado, con mucha libertad, y con mucha contención y apoyo. Y claro que ha sido indescriptible y hermoso ver los libros impresos, recibir el número uno de cada edición, y saber después de sus nuevos “hogares”, todos los lugares y personas a quienes alcanzan. Pero sigue siendo lo más importante, o el mayor disfrute, la etapa previa, el proceso de escribir, la experiencia que uno navega y que atesora, todo lo que se revela y aprende en ese recorrido que es íntimo, sola. La etapa que sigue, ya no me pertenece, los libros tienen su vuelo propio, su existencia aparte. Me pasa que leo mi nombre en las portadas y no me reconozco, es una sensación muy extraña. Leo el nombre y recién después de un par de veces, experimento algo semejante a lo que sientes cuando descifras un acertijo, o recobras una parte de la memoria. Y te maravillas, y das gracias otra vez. Sobre todo con el libro para niños me pasa que me emociono mucho cuando lo veo por ahí, o cuando me cuentan los papás y mamás qué pasa con él y sus hijos. Eso es un premio, cada vez. Sin excepción.

¿En qué momento te sientes cómoda o inspirada? 

Vivo escribiendo: en la ducha, el metro, la calle, la cocina, redactando internamente, escribiendo sobre aire, o narrando en un susurro interno que no termina casi a ninguna hora y muchas veces sigue en sueños, quizás a muchos debe pasarles, y ahí debo levantarme y escribir sin importar la hora. También llevo siempre una libretita en la cartera para anotar impresiones, y todos los días hay algo que vale la pena registrar. Ahora, en lo concreto, frente al computador, no dejo de escribir un solo día, soy súper disciplinada, aunque no salga nada muy luminoso, o aunque lo que escriba quede sólo conmigo. Mi momento ideal eso sí es la noche, sola o cuando todos duermen, y mi lugar preferido, cerca de los árboles. Eso se hace difícil donde vivo cuando estoy en Santiago, pero tengo casi una selva de plantas en el escritorio cosa de ver verde todo el rato.

¿Qué proyectos futuros tienes para contarles a los seguidores del Diario El Pluralista?

En lo literario, sigo trabajando la serie infantil con nuevos volúmenes dedicados siempre a temas del cuidado ético y prevención, y también preparo un libro “para grandes”, pero no puedo adelantar mucho más. Como psicóloga, mi trabajo en la esfera de prevención del abuso continúa, con padres y comunidades educativas. Espero pronto, también, poder terminar un programa online en mis temas que estamos haciendo junto a una fundación que trabaja en Educación en Chile y Latinoamérica. Entre enero y julio 2014 estaré en Chile, y luego debo regresar a EEUU por estudios y por un largo período que puede llegar a ser permanente. La vida dirá.

Para ir terminado y también darte las gracias por aceptar la entrevista desde los Estados Unidos, no puedo dejar de pedirte; Un mensaje final para los seguidores de este espacio que empiezan a conocerte y a interesarse por tu obra.

 A mí me gustaría que todos leamos y escribamos sin límite. Hay decenas, cientos de historias que merecen ser contadas; muchas voces que no se oyen todavía. Yo leo muy poca ficción, confieso, casi sólo poesía y no ficción. Lo que me mueve, encanta, remueve, es lo que se escribe de la vida, e historias de hombres, mujeres, familias, comunidades. Ahí “rayo” y siento que hay un infinito de libros que esperan ser escritos, aunque no sean publicados. Que eso no detenga a nadie. Los niños, por ejemplo, gozan mucho con nuestras historias o nuestros cuentos improvisados (y ojalá nos animemos a ilustrar también, y pintar con ellos, sobre todo cuando chicos)… no hay que limitarse ni pensar “pero si no tengo talento para escribir o contar”. Hay que lanzarse en ese vuelo y pensar que en la medida que nosotros saquemos la voz, que contemos historias que deben ser contadas –nuestras o de las genealogías, o de personas que fueron determinantes-, también nuestros hijos encontrarán sentido y solaz en sus propias voces, y en sus historias de vida. La voz tiene un poder tremendo, de creación, de sanación, de rebelión, amor. Es una mega caja de herramientas; un arsenal en el mejor sentido imaginable. Cuando amamos, lo declaramos, lo escribimos; la verdad necesita voz, se las arregla para salir; o cuando sentimos miedo o dolor, la primera voz es interna, y aunque sólo sea un susurro dentro de nosotros, esa voz propia es una fuente de aliento, consuelo, y fortaleza también.   

Por último, gracias a ti y a los lectores por poder “conversar” a través de los libros, aunque no lleguemos a conocernos en persona. Y gracias especialmente por la disposición a conversar sobre temas que dicen relación con algo que para mí es lejos lo más bello y revolucionario que existe: hablar y hacer desde el cuidado de los unos por los otros, y sobre todo de nuestros niños. Si perdemos de vista el cuidado, todo tiembla, soy una convencida –desde la experiencia- que ahí sí corremos peligro de fracasos mayores, para cada uno y para todos juntos, la especie humana, todo lo que está aquí.


Entrevista publicada originalmente en El Diario Pluralista