Vinka Jackson: Una historia de abuso sexual contada para ayudar a otros a sanar

Está afincada nuevamente, por un tiempo, en Chile, después de itinerar durante los últimos años entre Santiago y Atlanta, donde armó un hogar en 1996 que hoy traslada a estas tierras junto a sus dos hijas.

vinkaSu historia está plasmada en un libro autobiográfico, “Agua fresca en los espejos”, que devela los abusos sexuales sufridos a manos de su padre y el camino recorrido para sanar. Publicado por primera vez en el 2007, una reedición acaba de ser lanzada con algunos acápites nuevos, entre ellos, un posfacio escrito por José Andrés Murillo, presidente de Fundación Para la Confianza y denunciante del caso Karadima.

Vinka Jackson habla de su experiencia con cuidado, pero sin recelo, esperanzada en que ésta puede dar luz y ser de ayuda a quienes sufrieron y sufren lo mismo que ella.

Por lo mismo, reconoce que se convirtió en psicóloga de la Universidad de Chile y por años trabajó en temas de abuso sexual infantil, hasta que en 2006, junto con la edición del libro, decidió concentrarse en terapia sólo con adultos por razones de autocuidado.

Afirma que escribir el libro tuvo que ver con un proceso de sanación personal que le llevó tiempo. “Era absolutamente necesario contar la historia que era necesaria sanar; pero la intención del libro es hablar de la capacidad de resiliencia, de rearmarse. No pensaba escribir un libro, fue un accidente de mi terapia y tuvo un buen eco en muchas personas que tienen una historia similar y se pudieron reconocer en ella”, explica.

-En las primeras páginas de tu libro narras que los primeros abusos tuvieron lugar cuando tenías cuatro años. ¿Los niños tienen conciencia a esa edad de lo que les está pasando?
“No hay conciencia a los 4 años, lo que yo tengo son recuerdos que luego, a la luz de la experiencia, uno puede interpretar como que esas cosas ya tenían que ver con una historia de abuso”.

-¿A qué edad un niño puede tener conciencia de lo que les está pasando?
“Creo que sin mayor información no antes de la pubertad o adolescencia. Es súper difícil tener conciencia de algo para lo que no te han preparado ni entregado las palabras ni el repertorio para cuidarte. En las cosas que un adulto puede hacer con un niño, si alguien no le ha dicho que son incorrectas, el niño no tiene como procesarlas y significarlas como abuso”.

-En un momento señalas que descubriste palabras como ‘abuso’, que no estaban en tu vocabulario, recién a los 8 años. ¿Ese es el momento en que se empieza a descubrir lo que pasa?
“En el lenguaje de los niños no están las palabras abuso, violación o incesto hasta más grandes y a los 8 no se entiende bien de qué se trata. Yo, en realidad vine a entender cuando tenía 14; recién ahí el concepto de incesto se me vuelve cercano. Creo que un niño, sin ninguna preparación de parte de su familia, no tiene como leer en su experiencia que lo que pasa es incorrecto, excepto a través de sus sensaciones. Sólo si ha tenido una guía para decir que no, quizás pueda identificar algo de sus sensaciones negativas en el intercambio abusivo con un adulto”.

-¿Todos los niños abusados viven buscando ser invisibles como en tu caso? ¿Es ese su mecanismo de defensa?
“No me gustan las generalizaciones, pero conozco de muchos niños y niñas abusadas que tratan como pueden de evitar las ocasiones para el abuso o el maltrato y ojalá, evadir el contacto con el adulto abusador. De esa manera, se tiende a soledades y aislamientos”.

-¿Esas conductas son señales que los adultos debieran observar?
“Absolutamente, cualquier cambio en las rutinas habituales de un niño deben ser atendidas. Los papás tienen una conexión especial con sus hijos y cuando están atentos pueden notar rápidamente los cambios. Uno conoce la forma cómo su hijo estudia, se alimenta, juega, duerme y sueña, y si todas esas rutinas habituales empiezan a mostrar alteraciones, es clara señal de que algo preocupante ocurre. No necesariamente porque pueda estar siendo abusado, sino porque pueda estar pasándola mal también por otros motivos”.

-¿Una situación de abuso se ve agravada cuando los adultos que están a su alrededor se desentienden de lo que pasa?
“En el abuso siempre hay una víctima, un abusador y un montón de testigos pasivos que pueden saber o no lo que está pasando, pero que claramente no están prestando atención ni cuidando como es debido. Por algo el abuso puede ocurrir.
“No creo que un niño pueda evaluar a los adultos que lo rodean con total precisión, pero tienden a saber con quién pueden contar y con quién no. Si tienen un adulto presente, incondicional y que ha hecho expreso y ha demostrado que está ahí para cuidarlo, el niño va a tener un canal a quien dirigirse”.

-¿Los niños tienen la capacidad para poner ellos fin al abuso, enfrentándose al abusador?
“Hay niños que logran hablarlo pero en la gran mayoría de los casos es otro el que descubre que ese niño está siendo abusado. Con los años, la edad ayuda a ganar capacidad para decir basta, pero en el caso de los más pequeños, la experiencia señala que casi siempre depende de que alguien más, un adulto, descubra y revele que el niño ha sido abusado”.

-¿El niño no tiene entonces esa capacidad para poner fin a la situación?
“Es sólo un niño, es mucho pedir. Un adolescente quizás tiene más posibilidades de buscar ayuda o de reventar y contar lo que está pasando, pero alguien más pequeño –que además muchas veces ni conoce bien las palabras para nombrar las partes de su cuerpo – difícilmente lo hará. El lenguaje, en la falta de exactitud o de repertorio, es uno de los obstáculos que uno se encuentra para que las denuncias puedan ser creíbles, porque se cuestiona la credibilidad de el niño si no es capaz de decir claramente qué le pasó”.

-Usas en el libro la palabra saqueo, que pareciera la mejor para expresar lo que viviste. ¿Uno se puede recuperar de algo de lo que te es despojado y nunca te devuelven?
“Puede haber personas que no se recuperan. Hay niños y niñas víctimas de esta violencia que han muerto, y otros niños han contraído enfermedades de transmisión sexual. Esos daños son irreversibles y hay que decirlo.
“En otras situaciones, el cuerpo tiene una tremenda capacidad de autosanación y el alma hace lo suyo; pero hay una memoria corporal que demora en sincronizarse completamente con el resto del proceso de reparación. Esta memoria permanece, y el desafío es cómo uno convive con ella. Hay cosas que no se olvidan nunca y hay sensaciones que se evocan sin que medie conciencia ni voluntad, y uno aprende a enfrentar esa realidad de distintas formas. Los años te ayudan mucho”.

-¿El autoatentar contra sí mismo es una situación habitual en los niños que han sido abusados?
“Durante la juventud y adultez, las estadísticas y experiencia con pacientes abusados indican una alta proporción de ideaciones suicidas; y hay un 50 a 70% de las víctimas que lo intentan alguna vez. También es resultado de cuadros depresivos. Una salida desesperada que en algún minuto suena como la única forma de terminar con algo que duele demasiado; que extenúa mucho, también.
“A mí me cuesta harto hablar de esto y si lo hago es sólo por el valor que pueda tener para alguien que esté pasando por lo mismo, porque de verdad, pensar en la muerte como salida alguna vez, fue desde la desesperación de sentir que no puedes cargar con más con el secreto. Por eso es tan absolutamente imprescindible compartir la verdad, sentirse amparado. Ahora, en la perspectiva de los años, quiero tanto la vida, quiero tanto estar viva y aprecio tanto lo que viene con ella, que no volvería jamás a ese lugar”.

-En el libro dejas claro que querías una explicación de parte de tu padre. ¿Esa explicación la buscan todos, la necesitan?
“Lo que todo niño necesita es tener la certeza de que no pasará nuevamente por la experiencia, nunca más. Creo que explicaciones para el abuso no existen; en mi caso yo las busqué porque necesitaba intentar hacer sentido de lo imposible, buscar un cierto orden interno. En cualquier situación dolorosa de la vida uno tiende a preguntar por qué; lo hacemos cuando muere una persona o enfrentas una pérdida importante, el por qué es casi por instinto…aunque no todo tenga respuesta”.

-¿Esto forma parte de la sanación?
“Creo que fue clave en la sanación en el sentido de entender que el camino lo iba a recorrer sola, porque las respuestas de mi papá no me aportaron mucho. Lo realmente valioso fue sentirse capaz de preguntar, mirar de frente, y hablar con menos miedo. Si uno logra o no explicarse ciertos dolores, es historia aparte. Pero igualmente tratamos, como sociedad e individualmente, de encontrar sentido a lo que vivimos”.

-Eres un ejemplo vivo de resiliencia. ¿Todos tienen esa capacidad?
“Esto es bien misterioso, y creo que todos venimos con ella. El cuerpo resilia: uno se corta y cicatriza, qué más gráfico que eso. El tema es desde dónde potenciar esa resiliencia, y si uno está en entornos donde no cuenta con ciertos apoyos, posiblemente esa capacidad no logrará desarrollarse bien. Aquí resulta vital el afecto, el estímulo de la autoestima del niño, de la confianza en sí mismo, el reconocimiento de sus talentos –uno o diez-…reforzar el aplomo y autonomía en constante contrapunto con la disponibilidad de apoyo y cuidado”.

-Hablas de sanar, ¿se logra?
“Se logra, puede ser súper desafiante, pero la posibilidad está. Mientras antes pueda un niño comenzar un proceso de terapia, mientras mayor acceso exista para los jóvenes y adultos que no lo tuvieron en su momento, mucho mayor es la posibilidad de poder desarrollar una vida lo más normal posible. Como todas las personas.
“Esto no se puede hacer siempre solo; aunque conozco algunos que lo hicieron a partir del cariño y amor de otros, que son una fuente de resiliencia. La maternidad también ayuda, porque el tener hijos plantea tal nivel de desafíos, que tiene un efecto potentísimo en la voluntad de querer sanar, de estar bien”.

-Al publicar el libro tu abres tu historia, la socializas. ¿Es necesario hacerlo, con la familia, los amigos?
“Creo que poner la verdad sobre la mesa es parte imprescindible de cualquier proceso de reparación y sanación. No solo para las ex víctimas, sino para todos. La mentira, el ocultamiento, no ayudan a nadie; no se puede crecer así. Aunque la verdad venga con dolor, sana y permite avanzar. Ahora, cada quien define el cuándo y cómo de su verdad. Quizás muchas personas llegan a su adultez sin hablarlo; y otros quizás nunca lo hagan. Es una elección muy íntima; pero sigo creyendo que hay tanto silencio en el abuso, que sacar la voz, tome el tiempo que sea, es siempre un regalo.
“Yo hice un proceso largo, antes de sacar el libro. Ya había sacado mi voz, pero mi hija mayor me dijo que si hacerla pública le servía a una sola persona, valía la pena. Y yo sabía que sí, porque a mí me sirvió escuchar las historias de otras mujeres. Las voces y relatos de cada una, animan y acompañan a otras que aun no han hablado. Y también ayudan a la sociedad entera.
“La mejor forma de proponernos un país mejor, donde no ocurran más abusos, es conversar y entender bien el nivel de daños que estamos enfrentando cuándo un niño es abusado sexualmente, para hacer todo lo que podamos por erradicarlo y prevenirlo. Para aprender a cuidarnos mejor. Esto se está dando en Chile con más fuerza, a la par de muchas personas que han ido develando y compartiendo sus experiencias y, por eso, hay que agradecerles”.

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