luz de cisne, luz nuestra

“In between the blinks, if you open your eyes, you will find the awe”—Jim Higley    (Gracias archivo ElPostCl)

A pocas horas de terminar el año, este último escrito. Balances, autoexamen. Contar bendiciones: todavía más necesario. Sin dejar pasar demasiado tiempo. Y un año es bastante. Haber vivido, estar viviendo, no es menor. Una primera gratitud en la lista.

Acciones de gracias, todo el tiempo. Levantar el hogar, salir a caminar, subir a un árbol (o subir dentro de sí, al punto más alto) y mirar la casa, mirarnos.

En este año, habrá quienes dieron a luz hijos, un sueño, duelos (podrían tener mucho de alumbramiento). Recordaremos con amor a nuestros vivos y nuestros muertos, las propias mudas de piel y alma, las despedidas del cuerpo, en el cuerpo (la fragilidad tiene sus estaciones también; la salud), y el asombro de reconocer que nuestra integridad seguía ahí, inmutable, aun con partes o funciones de menos.

Las ganas de estar aquí.

Las ganas de vivir.

A  pulso de espejos íntimos, que el cristal acogedor de los afectos pueda recibirnos con nuestros yerros y zozobras; nuestras heridas; nuestro girar con el mundo, y todo lo que viene en cada vuelta de 365 días. Bueno y no, feliz y no. Quizás alguna  “derrota” o como queramos llamar a esa música interna de violoncelos que sólo uno escucha, que sólo uno llora, honra y perdona. Nombrar lo que es bendición, o “triunfo”: otro acto tan personal. Defenderlo de definiciones prestadas, de métricas ajenas.

Las coronas de flores, las coronas de laureles (la ola de horizonte para la frente de la que hablaba Huidobro, sigue siendo un mantra). Cömo habremos de trenzarlas para que toda experiencia tenga lugar; todo aquello “ordinario” que siempre puede terminar siendo  “extraordinario”.

(Las pequeñas flores amarillas del cactario de una amiga tan amada, milagro de un lunes).

Espacio para crecer, para reparar vínculos, para transformar: en la fisura, las espinas, en camas blandas, en  cada uno de nuestros esfuerzos con amor (por los nuestros, por la tierra, por otros a quienes no conocemos y viven lejos). Esa energía que no nos pueden arrebatar. Tal vez sitiarla, pero quitárnosla, nunca.

Hay mucho que bien podría asemejar –así sea en destellos- un paraíso sobre este planeta que no cede un pelo de maravilla, a pesar de toda la congoja que lo arrecia. Cuánto de resiliencia, de generosidad nos enseña, Cuánto del perdón y de “segundas oportunidades”.

(Let the world have its way with you, luminous as it is… Mary Oliver).

500,600 minutos en un año (esta canción, bella). Días puestos a nuestra disposición y días, también,  que nosotros ponemos a disposición de la vida; días importantes. En qué los usamos no es trivial: los estamos sacando de una canasta invisible, una despensa de la que no conocemos su número y límite, pero sí sabemos no es infinito.

Los días se entregan, se usan, se pueden agradecer. No me refiero al “a pesar de todo, agradezco….”  sino al “antes que todo…”.

Una sola mirada a nuestras personas más amadas, o nuestro propio reflejo: sólo ahí, más de dos decenas de razones para agradecer (ojos, oídos, brazos y piernas, dedos de manos y pies). Sin negación ni delirio, sé de dónde provengo y puedo mirar alrededor y enmudecer todavía. Y puedo, sin perder una gota de reverencia (ante mis hijas, la naturaleza, la bondad humana que permanece), rebelarme y resistir lo injusto.

Cuidar qué escucha el alma ante palabras como “pérdida” o “plétora”. Usar la primera con precisión solemne. Cobijar y dar alas a la segunda como merece (y ella es mucho, mucho más, de lo que jamás habría imaginado o puedo todavía imaginar en esta vida). Ya sé que en el peor abismo, todo cambia si recuerdo a quienes amo, ahí el solaz, o ahí mi trinchera cuando ha sido necesaria, con su arsenal vikingo o su arsenal de linos blancos y “I have a dream”,  para luchar por algo, o simplemente defender el nido, mis aves.

Ha sido el amor, no su opuesto. Siempre. Sigue siendo (el que damos, el que recibimos, su flujo de ida y vuelta irrenunciable).

Mientras escribo, el año se vuelve antepasado, viajero ancianísimo. En la ventana de la patria, esa madre que no termino de identificar como completamente  mía, puedo asomarme y reconocer a mis hijas, hermandades con hombres y mujeres buenas. En un año de meses incesantes de vergüenza, de historias y personajes oscuros, más me han emocionado niños y niñas, madres y padres, estudiantes y educadores, los que sueñan y desean un país bueno, y se les nota: es evidente en sus actos , sus palabras cuerdas y leales al cuidado.

Me desvelo, miro a mi hija pequeña dormir, pienso en mi hija mayor, ordeno la casa, trabajo con música (esta canción tenue). Repaso cuentos favoritos de Emilia.

En mis manos, Stellaluna: una murciélaga que se pierde y va a dar a un nido de pájaros donde no logra asimilar lo que se le enseña –comer semillas, dormir de noche y con la cabeza arriba en vez de colgando- y vive añorando, no sabe qué, pero añora, hasta que su mamá y los “suyos” la encuentran. Una premisa similar a la del Patito Feo y su moraleja de que no hay “fealdad” sino “diferencias”, u otros tiempos, más lentos, para desplegar la belleza que tod@s traemos, de unas formas u otras. Pero tod@s.

Me gustan las luces que nos prestan estas historias: luz de murciélago, un animalito poco querido en general, se alza hermoso y fuerte cuando recobra su sentido de pertenencia. También el Patito Feo, su nieve en plumas, su seda líquida: sonríe con luz de cisne.

La luz elegida para observar lo que hemos recorrido, es un derecho de cada unx. Habrá luces más hacendosas que otras, según el momento. Pero cualesquiera sean, que nos ayuden a disipar prejuicios y juicios, a rescatar nuestra memoria. Alguna vez medimos lo mismo que nuestros hijos, y tal vez vivimos etapas de sentirnos Stellalunas o Patitos feos. Antes de saber que podíamos amarnos tanto, también.

Luz de cisne, luz nuestra.  (Recordar mi primer Lago de los Cisnes, a los cuatro años, y esa forma distinta de ver, a partir de ese momento, las brasas a cruzar o los cielos defendidos con dos zapatillas de ballet).

Un año nuevo puede traer muchas lámparas para ver mejor el presente, lo que hemos construido cada uno y junto a otrxs, en nuestros mundos. Luces para ver, también, lo no-creado aún (que nos espera en el tiempo). Y sobre todo contemplar, ojalá en imax, 4D, en una pantalla colgando del espacio sideral, los amores que nos guarecen y que guarecemos, con regazos más firmes de lo que nos damos crédito. Eso es inmenso. Quienes cuidan: infinitos. Los niños, las niñas, una y mil veces. 

Luz de Cisne (Swanlight) es un nombre también, no recuerdo si de un poema, una canción, o sólo de un verso que quedó dando vueltas para siempre. Terminaba diciendo algo así como : “entonces supe [bajo esa luz] que sentía hambre de bendiciones”.

Esa hambre alegra saber que pueda ser sentida, alegra sentirla. No desde la carencia, o el “estómago vacío”, sino como una invocación, una invitación a la vida buena. Qué ganas de abrirle las puertas, ser parte, ir con ella, para que encuentre su alimento en abundancia, este año (y todos), en la casa pequeña de c/u, y en la otra más grande, de la tierra entera.

Nada más. Esperanza, valentía y mucho amor este 2016. Los mejores deseos, v.