Diversidad sexual y la nueva generación: ¿Cómo hablamos con nuestros niños de 0 a 3 años? (Parte II)

En relación a la diversidad sexual, lo primero que se recomienda es ponernos de acuerdo entre progenitores sobre cómo nos gustaría abordar el tema (conversemos, incluso antes de tener hijos). Dejar de hacerlo ya no es una opción: las comunicaciones e interacciones cotidianas no permiten omisiones. De alguna forma u otra, nuestr@s hij@s se acercarán al tema. Que sea con nosotros.

En la primera parte (ver posteo anterior, e introductorio a la serie) conversamos sobre formas de vincular a los niños, desde pequeños, con el atributo de lo diverso. En esta oportunidad, la mirada se centra en el lenguaje y las comunicaciones en torno a la diversidad, entre los 0-3 años. Me excuso por la extensión, y también por el hecho de no poder cubrir todo lo que querría. Afortunadamente, la conversación –en todo lo relativo a la infancia-, siempre continúa.

En la comunicación, el cuidado ético pone su énfasis en 3 ejes: escuchar a los niños y niñas (lo que dicen sus voces y también lo que expresan desde lo corporal y emocional), la responsabilidad sobre nuestro lenguaje no verbal y verbal, y la apertura incondicional a conversar. Un objetivo como padres/madres es que nuestros hijos, desde pequeños, tengan el registro y certeza de que pueden conversar de todo y recurrir a nosotros siempre.

Los padres, y también los educadores, nos vinculamos con la infancia siempre en un doble tiempo: simultáneamente, estamos incidiendo en el presente de nuestros niños y niñas, y también en las vidas de los hombres y mujeres que llegarán a ser en sólo unos años (la niñez es breve; la mayor cantidad de años se viven en la adultez). Desde ese futuro siempre cercano, inclusive en familias donde algunos miembros puedan oponerse a temas como matrimonio igualitario/adopción homoparental, no es posible restarse de la conversación sobre diversidad: ¿y si mi hij@ fuera homosexual? Esa pregunta del amor es irrenunciable.

En relación a la diversidad sexual, lo primero que se recomienda es ponernos de acuerdo entre progenitores sobre cómo nos gustaría abordar el tema (conversemos, incluso antes de tener hijos). Dejar de hacerlo ya no es una opción: las comunicaciones e interacciones cotidianas no permiten omisiones. De alguna forma u otra, nuestr@s hij@s se acercarán al tema. Que sea con nosotros.

Nuestro poder y elección, en la parentalidad, están en cómo llevamos la conversación, bajo qué criterios, y teniendo en cuenta, al menos, dos elementos siempre presentes: información y posiciones personales.

Como familias podemos tener una ética preferida, opiniones (algunas más acabadas, otras en progreso), pero existe información cuya entrega es un imperativo ético, por ejemplo: podríamos preferir que los adolescentes pospongan o se abstengan de tener relaciones sexuales hasta equis edad, pero no podemos desprotegerlos en materia de salud sexual (prevención embarazo, infecciones de transmisión sexual). Debemos informarlos y acompañar.

Una vez tomadas ciertas decisiones como progenitores, compartimos con los adultos cercanos la forma y los lenguajes con que queremos cuidar a nuestros niños y adolescentes. Somos co-responsables en la tarea formativa: familias, instituciones, y los medios (y seamos activos en pedir apoyo al CNTV y el Consejo de ética para los medios de comunicación social).

Los lenguajes del cuidado

Los pequeños nos observan y escuchan todo el tiempo. Las palabras para ellos son neutras, pero desde nuestras actitudes y las formas en que las utilizamos, adquieren textura y signo positivo o negativo. Una misma palabra puede ser utilizada para señalar una característica (“es tranquilo”), destacar una cualidad (“su tranquilidad nos ayudó”), o para descalificar (“es tranquilo, o sea, aburrido”). Atender a estas distinciones es una dimensión primordial del cuidado ético en toda etapa, y muy especialmente durante la infancia temprana.

Por el bien de los niños, deben ser evitados a toda costa: comentarios peyorativos o degradantes sobre las personas (y los géneros), descalificaciones (explícitas y tácitas), groserías, o bien chistes de doble sentido, o que ridiculizan al prójimo.Además de ofensivos, estos mensajes resultan confusos (los pequeños no pueden distinguir ironías ni sarcasmos) y/o introducen contenidos que los niños no están en condiciones de comprender.

Asimismo, serán desafíos incesantes para padres/madres, los mensajes con concepciones rígidas o equívocas sobre la sexualidad humana, lo femenino-masculino (“esto es de hombres o de mujeres”) y los juicios de valor al respecto (“es ahombrada, afeminado, etc”). No tenemos control sobre todo lo que se dice, pero siempre podemos aclarar y proponer otros mensajes para nuestros niños, donde reforcemos el respeto incondicional a las personas, su diversidad, y el derecho de tod@s a tener intereses y proyectos de vida propios y sin distinciones de género.

Es importante aprovechar cada oportunidad que se nos presente para disolver estereotipos. Estos siempre pueden disminuir la superficie de vuelo para niños y niñas. Recordemos que durante la infancia, ellos exploran y conocen su mundo, y se reconocen también, jugando y ensayando distintos roles (bomber@, doctor/a, mamá o papá, personajes de cuentos). Esto es fundamental para la salud mental, la construcción de identidad y la definición de vocaciones.

Mientras más roles se integren en los juegos infantiles, mayor el desarrollo cognitivo y de competencias, y mayor la oportunidad de descubrir talentos, habilidades e intereses, y de realizar una elección informada de actividad o carrera el día de mañana. Un aporte de los padres y educadores, ya a los 3 años, puede ser compartir historias de hombres y mujeres que desafiaron –y desafían- estereotipos y mandatos sobre lo que se esperaba debían ser o hacer.

 Preguntas de los niños y niñas

Entre los 0-3 años, por lo incipiente del desarrollo del lenguaje, habrá menos preguntas que en etapas sucesivas. Palabras más difíciles como “homosexual” o “heterosexual” probablemente pasen sin ser advertidas por los niños. Pero “gay” es más fácil de recordar, como podría ser “big-bang”, “sexo” o “FUT” (ahora que estamos discutiendo la reforma tributaria). ¿Qué decirles?

Un principio importante es el de la “respuesta suficiente”: breve, sencilla, y que baste por el momento, en función de la motivación del niño/a. A veces, comenzamos a responder (cual Wikipedia) y en la primera frase, los pequeños ya quieren volver a sus juegos. Son señas a tomar en cuenta, y confiemos en que habrá tiempo, en cada etapa, para ahondar en significados. Respuestas como “no sé”, “averigüemos juntos”, “voy a leer y yo te cuento”, también pueden ser pertinentes. Además, nos ayudan a conocer el grado de interés e insistencia de nuestros hijos, y a hacerlos partícipes del aprendizaje.

Es importante que frente a toda pregunta de los niños, tratemos de precisar de dónde proviene (algo que vieron, escucharon, y/o dónde), por qué preguntan, y qué significados les asignan ellos a las palabras. Un chiquito de 3 preguntó ¿qué es sexy? y recibió una larga y nerviosa explicación de su mamá. “Yo creí que era ‘lindo’”: había oído a su hermana adolescente referirse a un cantante pop.

Para cualquier tema, nuestras respuestas adultas necesitan ponerse “en cuclillas”, a escala: ajustadas a la edad, características personales y capacidad de lenguaje y comprensión de cada niño y niña.

Si antes de los 4 años surge la pregunta ¿qué es gay?, tomemos en cuenta que los niños ya están familiarizados con la distinción básica entre lo que es para “grandes” o “chicos” (en base al argumento del cuidado). Esta distinción es útil para muchos temas.

A los 3 años, no suele existir la noción de amor romántico. Los niños ven personas juntas, familias, cariño y buen trato (o su ausencia). En cuanto a “gay” (u homosexual, lesbiana) los expertos recomiendan como respuesta suficiente: “es una relación” o “un nombre del amor” entre personas grandes, y/o enlazar con los distintos tipos de familias: “cuando se trata de dos mamás o dos papás, se dice que songay” (“familia homoparental” es una noción que rara vez usaríamos con niños pequeños).

Cuando los chiquitos van a conocer a la pareja de alguien cercano (familia, amistades), se sugiere realizar las presentaciones de la misma forma en que se harían con cualquier persona. No hace falta indicar nada más (si hetero u homosexual). Es improbable que niños de 3 años pregunten “¿son pololos, están casados?”, pero si lo hicieran una respuesta simple y concisa basta –y quizás una comparación “igual que los abuelos, o que la hermana con xxxx”-; siempre desde la distinción de las relaciones entre “grandes”. Otro aspecto sobre el cual poner atención es cuando las relaciones cambian y una nueva pareja acompaña a alguno de nuestros seres queridos. Los niños generan vínculos y afectos con las personas de su mundo cercano, y pueden sentir la pérdida y extrañar a alguien ausente. Nuestra contención y guía serán las mismas (sin distinciones entre parejas de una u otra orientación).

El amor y la motivación por hacerlo bien nos inspiran como mamás y papás, sin necesidad de adelantarnos o excedernos en información. Recordemos la recomendación esencial: presencia de la diversidad es lo que más se requiere entre los 0-3 años. Para los niños las categorías y nombres pesan menos que las realidades con las cuales se relacionan. Las actitudes de sus padres frente a estas realidades sí son determinantes.

Algunas familias preguntan sobre otros nombres, precisiones y distinciones dentro del abanico de la diversidad sexual. Los expertos señalan que no son necesarias entre los 0-3 años y que pueden esperar, inclusive, hasta pasados los 8 años. No se trata de omitir a nadie. Es sólo que los pequeños requieren conocer su mundo de forma sencilla e incremental. Por ejemplo, primero hablamos de que los humanos nos desarrollamos a partir de un puntito (o célula) en la panza de la mamá: no hablamos de cigotos, fertilidad, fecundación, etc. Asimismo, un primer paso es reconocer que existe la diversidad, familias distintas y parejas de padres/madres (de sexos distintos o del mismo sexo) y sólo eso por ahora.

En mi experiencia personal, la única premisa necesaria con mis hijas fue el “somos diferentes, diversos”. Con la mayor, fue así hasta su adolescencia, cuando además -y aun entendiendo que ciertas nociones ordenan el análisis y progreso científico-, reclamó: “Hetero, homo, bi, trans: qué manera de hacerlo difícil los adultos. En suma, las personas somos diferentes y todas merecemos respeto por igual, fin”. Jamás olvidé esa reflexión suya, como tampoco la necesaria guía en el autocuidado que ella debía poner frente la imposición cultural –generalmente restrictiva- sobre formas de ser niña-niño, mujer-hombre. Con la más pequeña, admito, ni siquiera existe aún la palabra “gay” u “homosexual”. Las personas son personas, y si están juntas, o son pareja y familia, es porque “se quieren mucho”, y agrega ella, cuando no tienen hijos: “ojalá tengan, porque somos lo más importante” J.

Nuestras preguntas y desafíos

Una duda y aprensión que surge frecuentemente en talleres con padres y educadores es la siguiente: ¿si “permitimos” o favorecemos la inclusión de la diversidad sexual como tema, no estaremos determinando o incidiendo en la futura orientación sexual de los niños? La respuesta es no.

Por supuesto que incidiremos en el desarrollo ético de nuestros hijos: propiciando el respeto y autorrespeto, y la participación en convivencias pacíficas y basadas en el cuidado mutuo. Pero en cuanto a la orientación sexual, y recordando el primer posteo de la serie: Los niños no “eligen” ser heterosexuales, gay, o bisexuales. Se acercan a conocer y/o reconocer estos sentimientos en sí mismos, poco a poco, a veces más temprano, otras más tarde”.

La prestigiada Academia Americana de Pediatría, señala que entre los 3 a 5 años una mayoría de los pequeños asimilará lo que conocemos como “rol de género”, es decir, las conductas, actitudes, etc., que la sociedad asocia como típicas o propias del ser niño-niña, hombre-mujer (según el sexo biológico, anatómico). A los 2 o 3 años, se estima que estaría establecida la identidad de género, esto es, la sensación más profunda de un ser humano (aunque sea pequeñito y no tenga palabras para expresarlo) en relación a su ser masculino o femenino (o algo distinto, inclusive). Para una mayoría de niñ@s, esta identidad será coincidente con su sexo (biológico, anatómico), y para algún@s será distinta. Laorientación sexual (la atracción afectiva/romántica/física por personas del sexo opuesto, el mismo sexo, o ambos), si bien puede dar señas tempranas, es un proceso que toma más tiempo (se señala como marcador la edad de 16 años, aproximadamente).

Más allá de las academias, hay una claridad que proviene del amor. Vale compartir estas historias (quizás ya las conocen) que honran el cuidado y el respeto a los derechos humanos de nuestros hijos: una niña en su transición a niño (video) y un papá que decidió vestir de falda –de forma permanente-  para apoyar a su pequeño de 5 años que quiere usar vestidos y nada más (ver fotografía e historia).

El amor guía a las familias, pero nos necesitamos todos, y nunca será suficiente la insistencia en la coherencia –parental y colectiva- que se requiere en el cuidado: palabras, intenciones y actos. Si, por ejemplo, los padres enseñamos a nuestros niños y niñas que no hay restricciones en juegos, colores y atuendos (porque éstos no tienen sexo masculino ni femenino), asimismo el jardín/escuela debería presentar un abanico de personas, geografías y vestimentas (en lugares como Escocia y el Tibet, por ejemplo, los hombres llevan faldas o túnicas), y en fiestas infantiles nadie debería reprochar (como ha sucedido y sucede) si una niñita llega disfrazada de Batman, o un niño de hada o princesa. Es aquí donde necesitamos apoyarnos mutuamente, acoger, dar y darnos tiempo, adultos y niños.

Si nuestros hijos preguntan por un compañero/a de jardín que es o se comporta de forma distinta, respondamos desde los argumentos del respeto y de la humanidad, donde cada persona es única y todas diferentes. Es una buena oportunidad para realizar juegos y preguntas lúdicas con los niños en torno a “lo que más me gusta, lo que menos, mis favoritos y lo que no me gusta nada”. Son prácticas favorables para integrar lo diverso, y proveen el suelo para empoderar los Sí y No de nuestros hijos (autocuidado) y el desarrollo de su conducta futura de consentimiento (y no podemos consentir o discernir si no conocemos nuestras preferencias y nuestros límites, nuestros posibles Sí y No).

En un momento histórico (queremos confiar), de debate de una gran reforma en educación, es indispensable acordar de qué manera se integra la diversidad en las escuelas, en el aula, en toda intervención educativa, y especialmente en los programas de formación en afectividad/sexualidad.

Tenemos una oportunidad única de responder al fin a las necesidades de todos los niños y niñas, en igualdad. En EEUU, hace un año, durante un entrenamiento de profesores, conversábamos sobre cambios imprescindibles en pos del respeto a los derechos y diversidad de tod@ estudiante, por ejemplo, en la existencia de baños unisex. En Chile, esas preguntas ya han surgido en algunos colegios, en cursos como kinder y primero. Sobre este tema, entre otros, conversaremos la próxima vez.

Para terminar, sugerir una lectura para familias y docentes, de la historiadora Valentina Verbal: Glosario de Diversidad Sexual, un excelente recurso educativo compartido por Fundación Iguales (y este video del 2013 “Todos Somos Familia”). Y para los pequeñitos, aunque en inglés, esta linda canción. Nos vemos.