Con botellas y “generitos”

En días recientes, en un barrio céntrico de Santiago, conocí a dos hermanas que esperaban a que su mamá –acomodadora de autos- terminara su turno. Una de ellas, de unos 3 años, lloraba de cansancio, calor, quizás cuántos motivos más. Su hermana mayor, de unos 8 estimé (en realidad tenía 10), intentaba consolarla. Sobran palabras. No tendrían que estar aquí. Pero más fuerte debe ser otro impulso.

Por mi hija menor y mi trabajo, suelo llevar pequeños juguetes en mi cartera. Uno de mis favoritos es un anillo abierto con ojos grandes que se sostiene en el dedo del medio, convirtiendo la mano completa en un títere. Le pedí permiso a la mamá para compartirlo con sus hijas (se lo mostré sin sacarlo de la cartera, le di mi nombre y le conté que también soy mamá). 

Con ella a mi lado, me acerqué con el títere en el dedo y la más pequeña olvidó llorar, creo, de pura curiosidad. La niña mayor rápidamente quiso jugar, hizo reír a su hermana y trató de enseñarle a usar el anillo de ojos que apenas se sostenía en sus dedos cortitos. ¿Qué podemos hacer? pregunté.

La niña mayor mira por doquier, toma una botella plástica vacía (de bebida deportiva) e incrusta los ojos en la boquilla: “¡mira!” le dice a su hermana “¡Ahora es una cuncuna y es más fácil tomarla!”. La pequeña sostuvo la cuncuna, muy firme, y cabía perfecta en su mano.

Feliz, hizo ondas con ella en el aire. Hasta ese momento no había dicho una palabra. De pronto, la escucho balbucear algo y le pregunto si es un dragón de lo que habla. “Sí, dagón”, y emite una suerte de rugido que sólo enternece, mientras mueve la botella-títere como si volara.

Me fui por las calles pensando en la magia empecinada de los niños y niñas; el impulso inevitable de crear sin acatar –o como si no notaran, aunque lo hagan-  restricciones, precariedades, como nosotros los adultos las acatamos.

Algo se mueve dentro de los niños, que parece empujar contra las sombras sin temor a error, sin juicios. Y sin resistir, tampoco, la belleza de lo que vive o puede ser inventado, convertido en herramienta, en sanación, en futuro. Con qué naturalidad disponen de los elementos que encuentran a la mano para combinarlos de otras formas, organizando mundos amigables, y creando soluciones a problemas, o a “urgencias” como dijo Kevin Clash, el titiritero que da vida a Elmo de Plaza Sésamo.

En un documental precioso que mi hija menor me hizo ver, Clash cuenta cómo su respuesta a algo que sintió “urgente” siendo niño, transformó su vida para siempre. 

Se enamoró de Plaza Sésamo desde el primer episodio, y Jim Henson (su creador) se convirtió en su héroe. Los títeres comenzaron a “llamarlo”, con esa urgencia que no es impulso atropellado (o irresponsabilidad), sino pasión, arrobamiento, una invocación irresistible que viene desde lo más profundo del ser. Es tan difícil de poner en palabras. 

Un buen día, asoma de un armario el único impermeable de su papá (un hombre de esfuerzo y proveedor de la familia, en uno de los distritos más pobres y contaminados de su ciudad). Éste tenía un forro interior de chiporro negro o café oscuro y Kevin niño pensó: “serviría para hacer un mono fantástico!”. No había más alternativa. Cogió las tijeras, pintó ojos, creó un atuendo y cosió todo a mano, con fascinación “urgente”. No se detuvo hasta terminar de dar a luz su primer títere: “Moandy the monkey”.

Contentísimo, Kevin deja a Moandy sobre la cómoda de sus padres para darles una sorpresa. Recién entonces cae en la cuenta de lo que hizo y teme por la posible sanción, proporcional a la “falta”. Cuánto no sería su asombro al escuchar a su papá decir: “para la próxima vez, pide permiso antes”. A continuación lo felicitó, y también su mamá. La pareja cuenta cómo reconoció, justo en ese momento, un camino que su hijo necesitaba recorrer.

Kevin se dedicó entonces a crear uno y otro títere, organizó funciones para niños de su barrio, luego en colegios, festivales. En el recorrido, adultos que apoyaron, fueron mentores, abrieron camino hasta que finalmente Kevin Clash llega a integrar el equipo de Jim Henson ni más ni menos que como el titiritero responsable de dar nueva voz e identidad a Elmo –algo abandonado por esos años. Rojas y peludas, su gloria y majestad.

La mañana de este domingo recién pasado, leía la prensa y en otro universo, desolado, conocí las historias de dos niñitas: una lactante de apenas seis meses hospitalizada por maltrato grave (ver), y una niña de cuatro años quemada por su cuidadora (leer). En Chile.

No pude evitar, entre otras reflexiones, ponerme en el caso de que Kevin Clash hubiese tenido padres o cuidadores como éstos. Lo habrían molido a golpes por inutilizar el impermeable de su papá y posiblemente, habrían cortado de raíz toda exploración de sus talentos (otra forma de violencia). Nunca habríamos llegado a conocer al Elmo que nuestros niños tanto quieren.

Hace poco leía sobre el premio Pritzker 2016 – el “Nobel” de la arquitectura- que fue otorgado a Alejandro Aravena, chileno (imperdible TEDtalk, inglés, subt. español), y también, acerca del dr Jorge Zuñiga -invitado al Congreso del Futuro 2016- quien pensando en los niños, ha revolucionado al mundo con sus prótesis de bajo costo (vía impresión 3D, ver nota). No encontré reportajes que describieran en detalle sus infancias/adolescencias, pero me regalé varios minutos de imaginar qué quizás hubo uno o más adultos con auténtica preocupación o motivación amorosa, alentándolos a encontrar sus dones, a realizar lo que soñaran. Y nosotrxs, ¿a quiénes recordamos dándonos alas?

Hace poco, una mamá me contaba que no faltaron quienes le aconsejaron “castigar” severamente a su hija cuando, hace un año y con 6 de edad, recortó un elegante y carísimo chal de seda  para convertirlo en ropa de muñecas y peluches. El chal era un accesorio usado por la mamá en todo evento “formal” (matrimonios, bautizos) junto a un sobrio vestido que conservaba por años.

Por supuesto quedó estupefacta cuando lo vio agujereado. Pero mayor fue la emoción de ver a su niña creando ropas muy originales y sin usar una hebra de hilo, sólo pequeños cortes y empalmes con nudos casi imperceptibles.

Mientras contaba la historia, la madre se iluminaba, y su voz, y su cuerpo entero (contagio total: la magia). Advirtió a su hija que, en futuras oportunidades, preguntara antes, pero alegremente la animó a seguir y encargaron a medio mundo buscar en sus hogares “generitos con potencial”. Recordé que una de mis mejores amigas, con papás semejantes, llegó a trabajar, por ejemplo, en diseño de vestuario para una obra del genial Andrés Pérez (QEPD).

No podemos anticipar exactamente qué trayectorias recorrerán nuestros hijos, pero en nuestro apoyo a juegos e inquietudes, a esos “experimentos” o “urgencias” como decía Clash, además de alentar talentos, quizás lo más portentoso será el amor que expresamos, la disposición a cuidar y ayudar a hacer crecer todo lo que habita o puede nacer de un niño, cada búsqueda y ensayo, todas sus versiones del ser, toda luz, toda oscuridad (y lo que puedan descubrir entre ambas, junto a contradicciones y “no sé” bien acogidos, que pueden acompañar toda una vida).

Es inimaginable separar el cuidado de la formación, el amor de la educación, la protección de un niño y el estímulo creativo que también necesita para desarrollarse sano y pleno. Unicef en Chile, en voz de su representante Hai Kyung Jun, señaló que ni siquiera debería hablarse de reforma educacional en Chile (ver) mientras no contemos con una ley de protección integral de la infancia y sus derechos. ¿Cómo no estar de acuerdo? 

Quizás muchos de nosotros no llegaremos a verlo. La impermanencia, a cierta edad, es aún más clara y rotunda (como la gratitud de continuar vivos, al comienzo y final de cada día), pero no nos obliga a renunciar al deseo, a ninguno, personal o para nuestro país, así éste demore todavía años en dejar de ser uno de los más maltratadores de Latinoamérica (según informó SENAME, junto a números horribles, una vez más, en 2014: más de 34 mil niñxs vulnerados) para transformarse en uno de los mejores donde vivir y ser niñx. Un país noble con TODOS sus niños y niñas por igual, con abundancia de oportunidades, de cuidado, de educación (gratuita y de calidad radiante). No es imposible. 

No somos una nación descomunal, tenemos recursos, contamos con miles de mujeres y hombres todavía atentos, imaginando, amando, orgullosos de sentir ganas de cuidar, de dar amor y cielo ancho a sus hijos, de hacer comunidad y de sobreponerse una y otra vez sin minar su entrega debido al caos o mezquindad que puedan sitiarnos (o que en este tiempo se dejan sentir excesivamente).

Con lo que tenemos a favor, podemos hacer mucho, hay que aprender de los niños. Contamos con nuestra voz, voto, resolución, memoria, y deseo. Somos cada unx nuestras propias botellas, pinturas y generitos, “urgiéndonos” a poner manos a la obra.